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Gerard Mortier: «Cuidado, soy un lobo con piel de cordero»
- Relajado, apura sus últimos días en el coliseo antes de tomarse un descanso. A la vuelta del verano le espera «La conquista de México»
-Señor Mortier, no se apea la corbata ni siquiera en verano.
-Cuando me la quito me siento desnudo. Soy bastante serio y me comentan que no me río mucho, quizá en eso me parezca un poco a Verdi, de quien decían que no se reía demasiado, Beethoven tampoco, pero Mozart... Él sí que lo hacía. Y a mí me gustaría ser un poquito más Mozart.
-¿No cambia la indumentaria con el calor? Me refiero a si viste pantalón corto o bermudas.
-Me pongo pantalones cortos blancos y azules, siempre del mismo modelo. Compro unos cuantos y así me duran. Lo mismo hago con las camisetas.
-No le imagino haciendo la maleta en vacaciones.
-Pues imagínelo. Es muy importante organizar y planificar bien el tiempo que se tiene tanto para trabajar como para descansar. Hasta Dios descansó un día. Yo, por ejemplo, necesito dormir un mínimo de horas, aunque un domingo más allá de las nueve no me va a encontrar en la cama.
-Descansar y meditar es bueno.
-Es
fundamental. Mi tiempo de ocio es bastante simple, no hago grandes
cosas. Me gusta leer, intento ir a la montaña, a Suiza, por ejemplo, y
camino todo lo que puedo, unas tres o cuatro horas cada día. Tras la
caminata, otras tantas horas de lectura. Y así se me pasan los días. Voy
a ver a mi hermana, hablo con su marido, me encuentro con mis amigos.
Nunca veo la televisión y a las diez me retiro a mi habitación.
TÍTULO: TOROS, DUELO, GANA PERERA.
TOROS
Duelo menor, gana Perera
Abrió un toro astifino y bien hecho, de muchos pies.
Parecía que, pero solo lo pareció: dos picotazos, casi simulados los
dos. Ninguna fuerza. Y a pesar de eso, salió a quitar Fandiño. Por
gaoneras, cuatro, y una revolera. Perera replicó. Por chicuelinas,
cuatro también, y la revolera inevitable. Con esos diez lances, y los
dos puyacitos, el toro estaba ya pidiendo la cuenta. Rebrincado,
tambaleante, se tuvo de pie en embestidas agónicas. Perera estaría
pensándose desde el primer viaje si cortar por lo sano o no. Fue gentil
con el toro y, por tanto, con el ganadero. Tan firme como suele Perera, y
así estuvo toda la tarde y en los tres turnos. Era corrida mano a mano.
Y ya no habrá más. ¿Hasta el año que viene o hasta nunca jamás? Una
estocada desprendida, un descabello.
Después de los dos quites primeros, ya no volvieron a verse
las caras Perera y Fandiño en toda la corrida. Vestido de blanco y
plata, el sobresaliente, Pepe Luis Gallego, que tuvo en sus días ya
lejanos de novillero muy buen aire con el capote -se le comparó con
Julio Robles, y sin exagerar-, no tuvo ni opción de salir. Ni fue
tampoco invitado. Con muy justo gas se sostuvo la corrida de Fuente
Ymbro, que fue, de salida, corretona. No es lo mismo corretear que
galopar. Nada que ver una cosa con otra. Como tantos toros corretones
-¡no todos!- el primero de Fandiño, segundo de corrida, se puso
gazaponcito y, además de eso, con el trote nervioso buscó irse y no
quedarse. Se iba de engaño. Habilidoso, Fandiño le pegó sueltos
muletazos aprovechando los viajes de huida, y llegó a pegarle hasta tres
seguidos. Hasta que se cansó. Una estocada muy trasera y pasada, dos
descabellos.
Era corrida de cuatro toros negros y dos castaños, que se
abrieron en lotes distintos. El tercero de la tarde era de los castaños.
Muy bonito. Se dejó media vida en un puyazo romaneado, se dolió en
banderillas y sacó mejor aire que los dos primeros. Pero tendría marcado
el destino en negro: a los diez viajes o poco más se le chascó la mano
derecha y ya no pudo apoyarla en firme más. Ni para tomar impulso.
Perera hizo a la gente gesto de que así no se podía. Y no se pudo. Un
pinchazo y una estocada.
Cundió la impaciencia. Pero asomó un cuarto de imponente
armadura: finísima corona, hondo cuajo pese a dar en báscula solo 530
kilos. Estaría enfermo o mal saneado, porque antes de ir al caballo
amenazó con desencuadernarse. Se oyeron ligeras protestas. Devolvieron
al toro. Quedaban en la reserva dos de los ocho que vinieron en el envío
de Alcurrucén. Estaban de sobreros. Para Fandiño fue el primero de los
dos. Un toro castaño, extraordinariamente ensillado. Muy frío, abanto,
blando en el caballo, ágil en banderillas y, a la hora de retratarse,
mirón. Una estocada delantera y desprendida.
Buen toro el quinto. El mejor de los seis o de los siete.
De buena conducta en el caballo, claudicante tras la segunda vara.
Fandiño salió a quitar inopinadamente. Un quite mixto de chicuelinas y
villaltinas. Y media. Perera no se dio por aludido. Pero le habría
gustado el toro. Brindó al público -como en el turno previo- y abrió
fuego sin demora. Con la que fue en su día su fórmula predilecta: un
péndulo en los medios, que acabaron siendo no dos sino tres, y, entre
unos y otros, los cambiados por alto, dos, y un remate de pecho a pies
juntos. Madeja redonda: quietud.
Vino enseguida y sin pausas un trabajo de segura
determinación. Tres tandas de cuatro en redondo, muy despatarrada la
segunda, por abajo siempre, prendido el toro, que se le paró tras un
cambio de mano de notable firmeza. Se arrancó la banda: el Dávila Miura,
de Abel Moreno. Música airosa y contagiosa. Muy torera.
Con la izquierda Perera ahora: cuatro, molinete y el de
pecho. Suelto y encajado, no tan grave el gesto como suele. Dos
versiones del tres en uno, muy hermosas las dos. Un gran pase de pecho.
Iba a pasarse de faena cuando el toro amagó con rajarse. La espada:
trasera la estocada, un descabello, un aviso, la única oreja de la
tarde. Perera blandió el trofeo sin disimular la satisfacción. Era de
ley. La corrida tenía de antemano aire de encerrona.
El sexto fue el de más carnes de la corrida. Escarbó,
oliscó, se sostuvo bien, Perera quitó por tafalleras, el toro atacó en
banderillas y Fandiño debió de relamerse. Éste sí. Pero no. Y el amargo
desengaño: fue toro muy pegajoso y celoso, de los que se vuelven antes
de rematar un viaje. No dejó a Iván ni asentarse ni cobrar dos ligados.
Muy entero Fandiño. Una estocada, un descabello, un aviso.
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