miércoles, 28 de agosto de 2013

LOS VESTIDOS DE LORENZO CAPRILE./ LOS OJOS DE ANDREU, RELATO POLICIACO.


TÍTULO. LOS VESTIDOS DE LORENZO CAPRILE.

Gente

Los vestidos de Lorenzo Caprile

«A los 13 supe que quería ser modista, pero hace 9 años tuve una crisis de vocación. Me fui tres meses a Los Ángeles y allí me di cuenta de lo bonito que es mi taller. Soy tío abuelo de tres niños y llevo fatal lo de cumplir años»

1Con las notazas que sacaba en el instituto, Lorenzo Caprile (Madrid, 1967) podría haber sido lo que quisiera, pero a los 13 años ya sabía que iba a ser «modista». «Lo de modisto es una cursilada y tiene un matiz machista repugnante». Fue un adolescente que tuvo «rebeldía la justa, porque el que no es rebelde a esa edad, está enfermo». Y en esas andaba, buscando su lugar en el mundo, cuando una imagen acabó por decidirle: este retrato de la Reina Sofía con un Valentino de cuerpo bordado en plata y falda fucsia. «Me pareció que iba elegantísima. Treinta años después es un modelo súper actual». Luego la profesión le llevó a Milán y la casualidad a conocer al bordador de aquel traje. Pero lo de Milán dio para mucho: «Aproveché para sacarme la carrera de Filología».
2«Era un chaval cuando estrenaron 'La guerra de las galaxias' y toda la pandilla hacíamos el álbum de la película. Fue una de las épocas más bonitas de mi vida». Los años de los veranos dorados en Laredo, con sus seis hermanos, las excursiones a esquiar y a caminar por los Picos de Europa... Porque Caprile, lleva «fatal» cumplir años y eso que ahora, con 40 kilos menos, se ve fenomenal. «Llevo dos años en tratamiento y estoy feliz. Se acabaron los dolores de espalda, la ciática...». Pero habíamos quedado en el cine. Entre los clásicos imprescindibles, 'La edad de la inocencia' (1993): «Me encanta el vestido rojo de Michelle Pfeiffer en la película. Es una actriz muy versátil y de belleza clásica».
3Hace nueve años Leonardo Di Caprio y Cate Blanchett rompían la taquilla con 'El aviador' y Lorenzo vivía «una crisis personal y de vocación» que le retiró unos meses en Los Ángeles. Del mundo sabía lo justo, pero cómo no enterarse del Oscar que su amiga la figurinista Sandy Powell ganó por aquel trabajo... «Recogió el premio con el mismo vestido que llevaba Cate Blanchett en la película. Un traje verde intenso que queda fenomenal a las pelirrojas». Powell se fue con la estatuilla a casa y Caprile regresó a Madrid con la vocación intacta. «Allí me di cuenta de lo bonito que es mi taller». Aunque ha vuelto a cruzar el charco, no ya como terapia sino por gusto. «Intento ir una vez al año a Los Ángeles, y a Nueva York dos veces, es una ciudad que me gusta mucho».
4Un consejo importantísimo a las novias: «No os disfracéis. No es el momento para ser la más original ni la más moderna. Es un día para estar guapa». Como lo estuvieron Grace Kelly y Máxima de Holanda. «Llevaron unos trajes maravillosos. El de Máxima era impecable, de los más bonitos que he visto nunca. Regio, espectacular». Y el modista madrileño ha visto unos cuantos. «Antes las clientas me invitaban mucho a las bodas, pero se ha corrido la voz de que no me gusta ir a esos eventos, solo si se trata de sobrinos o gente muy cercana donde me pueda relajar. Así que ya me han dejado de invitar».
5Yves Saint Laurent, «el gran referente de la moda del siglo XX», vistió de pantalón a las mujeres más femeninas. Su musa, Catherine Deneuve, que rompió moldes luciendo esmóquines oscuros. En casa de Caprile el rompedor fue su hermano Pascual. «Recién muerto Franco y en una familia tan conservadora como la mía dijo que quería ser fotógrafo. Mi padre puso el grito en el cielo, montó un escándalo. Pascual es diez años mayor, así que me abrió el camino». Cuando Lorenzo anunció que se hacía modista no hubo bronca, solo un consejo: «Mi padre me dijo que en estas profesiones 'raras' o eres un primer espada o la vida es muy triste». Ahora quien vigila que siempre esté en el 'top' es su madre: «Es mi mayor crítica, me regaña si no le gusta un vestido».
 
TÍTULO. LOS OJOS DE ANDREU, RELATO POLICIACO.

 El pliegue.
La pesquisa, de Juan José Saer, procede por pliegues: Pichón Garay, quien relata el acontecimiento de las viejecitas de París, también será quien realice el viaje para el descubrimiento del manuscrito; Morvan, el detective que interroga el enigma de los asesinatos, vivirá el espesor de ese enigma en los sueños, en una representación de "pasajes", de "correspondencias" que recorrerá toda la novela. Morvan es, en todo sentido, el sujeto de la ratio: "Ese aspecto singular de su temperamento, la apetencia de lo claro, la inclinación por la verdad, más fuerte que la pasión del placer...". Temperamento que actúa buscando la inteligibilidad de la verdad, "dando por sentado que la zona clara de la existencia es el escenario principal hacia el que debe converger lo quiera o no, la dispersión caótica del mundo". La novela se sostiene en la inflexión del género policiaco, y así, los asesinatos se cometerán con la perfección geométrica que puede ser leída por la racionalidad esclarecedora, como un mapa donde es posible predecir el próximo crimen; y la significación del indicio (el trozo de papel en el lugar del asesinato) es el "signo débil" que permitirá armar el rompecabezas (la carta rota en pequeños pedazos, que debe ser armada por el detective para verificar que el trozo que falta es justamente el encontrado en el sitio del crimen, es la imagen misma del "rompecabezas" que la razón debe "armar"), y de este modo señalar, con certidumbre, la identidad del asesino.
La batalla entre dos racionalidades enfrentadas, termina, como en las novelas policiales clásicas, con el triunfo de la racionalidad de la ley. Sin embargo, la novela, trabada como decíamos en una compleja red de correspondencias, realiza un segundo pliegue: así como en la Guerra de Troya, contada por el manuscrito, Helena es un simulacro de la verdadera Helena (representada en un momento en el contraste de los dos soldados: el Soldado Viejo, quien "posee la verdad de la experiencia", y el Soldado Joven, quien "posee la verdad de la ficción". La verdad se oblitera y pierde sus certezas ontológicas para circular también entre los simulacros; del mismo modo, por arte de las correspondencias, la verdad revelada por Morvan se oblitera para, inesperadamente, transformarse en un simulacro: el indicio era realmente un falso indicio para señalar al detective como culpable y para representar, en una representación de vértigo, la relación del yo con el otro, donde el otro (el Comisario Lautret, su mejor amigo) quiere imitar en todo a Morvan, sólo como paso al signo contrario: Morvan ocupará el lugar de Lautret, en un juego de simulacros y de engaños, donde el simulacro se impone como la verdad. La crueldad y gratuidad de las masacres contribuyen a ese vértigo, a esa resistencia a la inteligibilidad y la claridad finales.
El primer tiempo de la ratio (el descubrimiento por parte de Morvan sobre quien es el asesino) es el triunfo de la verdad revelada, pero ésta no es sino una certidumbre equívoca: esta verdad se obliterará para dar paso al triunfo del simulacro (a la ratio del asesino, como en "La muerte y la brújula", de Borges). Se establece un "pasaje" entre verdad y simulacro, y la racionalidad, reveladora de la verdad (y, por tanto, génesis de la promesa de felicidad del hombre, tal como lo anuncia la modernidad) revela una vertiente monstruosa, la del simulacro, la de una estructura de dominio sin sujeciones morales, que existe como una segunda realidad entre los intersticios del orden y lo real. La racionalidad del pacto y la cohesión social, con su orden legitimado y su moral, con su tramado identificatorio y sus interdictos excluyentes, de pronto se oblitera y hace surgir una parte de sí misma que, como lo ominoso freudiano, ha debido quedar oculta: la racionalidad del simulacro y la crueldad, de la fascinación y la gratuidad del asesinato. Morvan y Lautret son las dos vertientes de la misma racionalidad: la de la verdad revelada, uno de los trofeos de la modernidad, y la de la estructura de dominio, capaz de las mayores monstruosidades. La razón, y los sueños de la razón que producen monstruos, para mencionar la famosa expresión de Goya.

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