lunes, 5 de agosto de 2013

SECRETOS DEL LOOK GAFAPASTAS,./ ZOOM, CONOCER ¿Cuál es la mejor manera de repartir el trabajo?


TÍTULO:  SECRETOS DEL LOOK GAFAPASTAS,.


  1. Ver bien y evitar el molesto sol en los ojos ya no son los únicos objetivos para elegir unas buenas gafas. Ahora se imponen como el ...

    Tendencia

    Secretos del 'look' Gafapasta



    Grandes o pequeñas, lisas o de colores, para ver o para protegerse del sol... Las gafas de pasta están más de moda que nunca. Descubre cuál es la que mejor te sienta y el maquillaje que le va.


    Las gafas de pasta están más de moda que nunca.

    Ver bien y evitar el molesto sol en los ojos ya no son los únicos objetivos para elegir unas buenas gafas. Ahora se imponen como el complemento estrella de la temporada, dominando los looks más impecables. Prueba de ello es que los desfiles de moda de la temporada han apostado claramente por esta nueva tendencia, especialmente en lo que se refiere a formas rotundas, con carácter, grandes y siempre muy llamativas.

    Con buen ojo
    Por más que nos guste seguir las tendencias, se debe tener buen criterio para acertar con las gafas que más nos favorecen. Para ello hay dos aspectos fundamentales que se han de estudiar: la forma de la cara, en general, y de la nariz, en particular. La clave es lograr un equilibrio de opuestos entre nuestros rasgos y la montura. Por ejemplo, en un rostro redondo funcionan muy bien las formas cuadradas o rectangulares, las varillas largas que estilicen las facciones. Lo contrario ocurre con una estructura ósea cuadrada: cuanto más redondeada sea la forma de las gafas, mejor. En las caras alargadas hay que buscar ensanchar los rasgos con diseños horizontales. La excepción son los rostros ovalados, ya que les funcionan todos los modelos. En cuanto a la nariz: si es chata, hay que optar por tonos cálidos y discretos, mientras que las grandes mejoran su aspecto con unas gafas proporcionadas a su tamaño.

    Mercadillo: no, gracias
    Hablar de gafas exige también hacerlo sobre las de sol, especialmente en esta época del año, en la que pasamos más tiempo del habitual al aire libre y expuestos a unos rayos solares que lucen con mayor intensidad y durante muchas más horas. Según el Consejo General de Colegios de Ópticos-Optometristas, más peligroso aún que no llevar gafas de sol es ponerse unas que no estén homologadas: las clásicas gafas de mercadillo, tan seductoras por su enorme variedad y sus precios de risa, pueden ser un serio peligro, ya que no protegen los ojos adecuadamente. Acertar es muy fácil: además de comprar en una óptica o una tienda especializada, hay que comprobar que lleven una etiqueta con unos números. Estas cifras indican el nivel de protección de los cristales: los marcados como 0 y 1 no absorben la luz ni la luminosidad o lo hacen muy poco, por lo que solo se deben utilizar para las actividades cotidianas; el 2 tiene una protección media, por lo que va bien para hacer deporte o para la vida diaria; el 3 es para una luminosidad solar fuerte, como la del campo o la playa; y el 4 es ideal para la montaña o los deportes acuáticos, pero nunca se deben utilizar mientras se conduce.
    Mucha máscara
    Llevar gafas implica apostar por un cuidado maquillaje centrado en la mirada. «Es imprescindible utilizar máscara y, para conseguir más profundidad, aplicar un lápiz blando negro al ras de las pestañas, tanto por la parte exterior como por la interior», aconseja Miguel Álvarez, maquillador oficial de Max Factor. Uno de los problemas de llevar gafas es que las pestañas 'choquen' con los cristales. Para que eso no ocurra, «hay que aplicar la máscara siempre hacia arriba, para conseguir más verticalidad». Otro truco es «fijar las cejas con un poquito de laca y un cepillo, para marcar el rostro y que no se muevan. El cacao es otro aliado infalible para un maquillaje impecable. Basta con aplicar un poquito en el párpado, encima de la sombra, para conseguir en un instante un delicioso efecto glaseado». ¿Y qué hacer para reducir el antiestético efecto que crean muchas veces los cristales correctores? Muy sencillo, según Miguel Álvarez: «Poner el perfilador en la parte exterior del ojo, para poder agrandarlo en caso de miopía, y en la zona interna si el problema es la hipermetropía; así lograremos el efecto contrario». Todo esto debe estar coordinado con el resto del maquillaje. Por eso, tras unificar el tono con una base que aporte luz y cubra las imperfecciones, hay que añadir un toque de colorete en las mejillas. «Las fórmulas en crema dan un acabado más joven a la piel y realzan el brillo», recomienda Álvarez. 

    Gradúa el color
    El estilo y la forma de la gafa que te vayas a poner también son decisivos a la hora de jugar con el make up, puesto que lo que funciona con un diseño puede ser catastrófico en otro. Por ejemplo, las monturas negras son ya muy rotundas y llamativas de por sí. Por tanto, cuanto más sencilla sea la combinación de colores, mucho mejor: es suficiente un toque de máscara de pestañas y un leve trazo de eyeliner muy cerca de las pestañas. El equilibrio se consigue potenciando los labios con tonos intensos de rouge. Lo mismo ocurre cuando tienen una forma redondeada: lo más recomendable es ceder todo el protagonismo a la boca y dejar la mirada lo más despejada posible. En el término opuesto están las gafas sin montura. Al ser mucho más discretas, permiten jugar con todo tipo de color, incluso con los más potentes. Las de carey son también muy exigentes: hay que evitar los tonos dorados y los tierra, y jugar más con el perfilador y las sombras ahumadas. 



    Estoy en un lugar de la costa atlántica de los Estados Unidos. Y me puedo pasar horas observando a la gente. Mis vecinos son ...

    Cuál es la mejor manera de repartir el trabajo?


    Estoy en un lugar de la costa atlántica de los Estados Unidos. Y me puedo pasar horas observando a la gente. Mis vecinos son extremadamente parecidos a los de mi barrio. En la casa de al lado vive un señor experimentado en tratar a los demás; quiero decir que sabe decir 'buenos días' y 'hasta luego' con la mayor naturalidad.
    Hay un joven también, al que llaman Tom, extremadamente servicial, que se ofreció ayer a trasladar un armario verde desde mi habitación en donde no hacía más que estorbar al comedor, en donde podía servir para lo que se había hecho: para guardar platos y cubiertos. Su hermana es rara, pero igualita que los demás; quiero decir que sonríe todo el rato. Ahora bien, cuando no sonríe te quedas hechizado, intentando confirmar que lo que más despierta su interés es el comportamiento de los validos y sus reyes del Siglo de Oro. En eso no se parece al resto, pero en todo lo demás es idéntica: el cuidado de su dieta ha conseguido repartir sus grasas adecuadamente por todo su cuerpo; sus senos no son ni demasiado grandes ni demasiado pequeños. No habla a trompicones.
    El resto de la familia lo compone un grupo de jóvenes y amigos que se había acostumbrado a ocupar por la tarde, después de comer, la caseta de la playa que un vecino no utilizaba. Hasta que las cajetillas vacías de cigarros baratos, las numerosas colillas que adornaban la arena y alguna que otra botella de vodka advirtieron al dueño de que alguien ocupaba, en el sentido literal de la palabra, su caseta en la arena durante las tardes. Los jóvenes no ofrecieron resistencia cuando se les recordó que aquel espacio no les pertenecía. Estaban acostumbrados a utilizar durante un rato los lugares cuyos propietarios dejaban libres. En realidad, la mitad de la gente empleaba las casetas y las bicis que no eran suyas, como las casetas, mientras que la otra mitad no vivía del cuento.
    Pensé entonces que al comienzo una parte de la gente era nómada y otra tenía residencia fija. Ahora, los había a partes casi iguales: unos que vivían del cuento y otros, de sus títulos. No parecía un sistema muy bien pensado. Siempre me quedé con ganas de contar uno a uno los que vivían del cuento y los que, por otra parte, vivían de un título. Entre los que vivían del cuento podía localizar fácilmente a los que no sabían exactamente de dónde procedían los recursos disponibles: podía ser del dinero acumulado por el resto para hacer frente a sus compromisos solidarios; podía ser por haber sabido escaquear lo que otros habían logrado a base de muchos esfuerzos. Unidos a los okupas y a los que no reconocían el ahorro de los demás, formaban la ola larguísima que casi superaba el número de aquellos que consideraban habérselo ganado sobradamente.
    Bastaba poco tiempo de reflexión para sacar la conclusión de que había maneras más justas de dividir a la gente. En realidad, la separación entre nómadas y sedentarios que regía al comienzo de la cuadriculación no parecía que pudiera servir para siempre. ¿Era esta la mejor manera de compartir el fruto del trabajo de todos? ¿Y de que todos o casi todos siguieran trabajando? La verdad es que convendría saber si la división inicial entre los que se quedaban siempre en el mismo sitio y los nómadas era, de verdad, la mejor.
    Hubo otros que estimaron que una buena manera de repartir el trabajo sería nombrar funcionario a todo el mundo. Para otros era más productivo que solo trabajara la mitad, pero que se repartieran los beneficios equitativamente. Otros, en fin, son partidarios de que sea el trabajo quien tenga la última palabra.




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