Grandes o pequeñas, lisas o de colores,
para ver o para protegerse del sol... Las gafas de pasta están más de
moda que nunca. Descubre cuál es la que mejor te sienta y el maquillaje
que le va.
Ver bien y evitar el molesto sol en los ojos ya no son los
únicos objetivos para elegir unas buenas gafas. Ahora se imponen como el
complemento estrella de la temporada, dominando los looks más
impecables. Prueba de ello es que los desfiles de moda de la temporada
han apostado claramente por esta nueva tendencia, especialmente en lo
que se refiere a formas rotundas, con carácter, grandes y siempre muy
llamativas.
Con buen ojo
Por más que nos guste seguir las tendencias, se debe tener buen criterio para acertar con las gafas que más nos favorecen.
Para ello hay dos aspectos fundamentales que se han de estudiar: la forma de la cara, en general, y de la nariz, en particular.
La clave es lograr un equilibrio de opuestos entre nuestros rasgos y la
montura. Por ejemplo, en un rostro redondo funcionan muy bien las
formas cuadradas o rectangulares, las varillas largas que estilicen las
facciones. Lo contrario ocurre con una estructura ósea cuadrada: cuanto
más redondeada sea la forma de las gafas, mejor. En las caras alargadas
hay que buscar ensanchar los rasgos con diseños horizontales. La
excepción son los rostros ovalados, ya que les funcionan todos los
modelos.
En cuanto a la nariz: si es chata, hay que optar por
tonos cálidos y discretos, mientras que las grandes mejoran su aspecto
con unas gafas proporcionadas a su tamaño.
Mercadillo: no, gracias
Hablar
de gafas exige también hacerlo sobre las de sol, especialmente en esta
época del año, en la que pasamos más tiempo del habitual al aire libre y
expuestos a unos rayos solares que lucen con mayor intensidad y durante
muchas más horas.
Según el Consejo General de Colegios de
Ópticos-Optometristas, más peligroso aún que no llevar gafas de sol es
ponerse unas que no estén homologadas: las clásicas gafas de mercadillo,
tan seductoras por su enorme variedad y sus precios de risa, pueden ser
un serio peligro, ya que no protegen los ojos adecuadamente. Acertar
es muy fácil: además de comprar en una óptica o una tienda
especializada, hay que comprobar que lleven una etiqueta con unos
números. Estas cifras indican el nivel de protección de los cristales:
los marcados como 0 y 1 no absorben la luz ni la luminosidad o lo hacen
muy poco, por lo que solo se deben utilizar para las actividades
cotidianas; el 2 tiene una protección media, por lo que va bien para
hacer deporte o para la vida diaria; el 3 es para una luminosidad solar
fuerte, como la del campo o la playa; y el 4 es ideal para la montaña o
los deportes acuáticos, pero nunca se deben utilizar mientras se
conduce.
Mucha máscara
Llevar gafas implica apostar por un cuidado maquillaje centrado en la mirada.
«Es
imprescindible utilizar máscara y, para conseguir más profundidad,
aplicar un lápiz blando negro al ras de las pestañas, tanto por la parte
exterior como por la interior», aconseja Miguel Álvarez, maquillador
oficial de Max Factor. Uno de los problemas de llevar gafas es
que las pestañas 'choquen' con los cristales. Para que eso no ocurra,
«hay que aplicar la máscara siempre hacia arriba, para conseguir más
verticalidad». Otro truco es «fijar las cejas con un poquito de laca y
un cepillo, para marcar el rostro y que no se muevan. El cacao es otro
aliado infalible para un maquillaje impecable. Basta con aplicar un
poquito en el párpado, encima de la sombra, para conseguir en un
instante un delicioso efecto glaseado». ¿Y qué hacer para reducir el
antiestético efecto que crean muchas veces los cristales correctores?
Muy sencillo, según Miguel Álvarez: «Poner el perfilador en la parte
exterior del ojo, para poder agrandarlo en caso de miopía, y en la zona
interna si el problema es la hipermetropía; así lograremos el efecto
contrario».
Todo esto debe estar coordinado con el resto del
maquillaje. Por eso, tras unificar el tono con una base que aporte luz y
cubra las imperfecciones, hay que añadir un toque de colorete en las
mejillas. «Las fórmulas en crema dan un acabado más joven a la piel y
realzan el brillo», recomienda Álvarez.
Gradúa el color
El
estilo y la forma de la gafa que te vayas a poner también son decisivos
a la hora de jugar con el make up, puesto que lo que funciona con un
diseño puede ser catastrófico en otro. Por ejemplo, las
monturas negras son ya muy rotundas y llamativas de por sí. Por tanto,
cuanto más sencilla sea la combinación de colores, mucho mejor: es
suficiente un toque de máscara de pestañas y un leve trazo de eyeliner
muy cerca de las pestañas. El equilibrio se consigue potenciando los
labios con tonos intensos de rouge. Lo mismo ocurre cuando tienen una
forma redondeada: lo más recomendable es ceder todo el protagonismo a la
boca y dejar la mirada lo más despejada posible. En el término opuesto
están las gafas sin montura.
Al ser mucho más discretas,
permiten jugar con todo tipo de color, incluso con los más potentes. Las
de carey son también muy exigentes: hay que evitar los tonos dorados y
los tierra, y jugar más con el perfilador y las sombras ahumadas.
Estoy en un lugar de la costa atlántica de los Estados Unidos. Y me puedo pasar horas observando a la gente. Mis vecinos son ...
Cuál es la mejor manera de repartir el trabajo?
Estoy en un lugar de la costa atlántica de los
Estados Unidos. Y me puedo pasar horas observando a la gente. Mis
vecinos son extremadamente parecidos a los de mi barrio. En la casa de
al lado vive un señor experimentado en tratar a los demás; quiero decir
que sabe decir 'buenos días' y 'hasta luego' con la mayor naturalidad.
Hay
un joven también, al que llaman Tom, extremadamente servicial, que se
ofreció ayer a trasladar un armario verde desde mi habitación en donde
no hacía más que estorbar al comedor, en donde podía servir para lo que
se había hecho: para guardar platos y cubiertos.
Su hermana es
rara, pero igualita que los demás; quiero decir que sonríe todo el rato.
Ahora bien, cuando no sonríe te quedas hechizado, intentando confirmar
que lo que más despierta su interés es el comportamiento de los validos y
sus reyes del Siglo de Oro. En eso no se parece al resto, pero
en todo lo demás es idéntica: el cuidado de su dieta ha conseguido
repartir sus grasas adecuadamente por todo su cuerpo; sus senos no son
ni demasiado grandes ni demasiado pequeños. No habla a trompicones.
El
resto de la familia lo compone un grupo de jóvenes y amigos que se
había acostumbrado a ocupar por la tarde, después de comer, la caseta de
la playa que un vecino no utilizaba. Hasta que las cajetillas vacías de
cigarros baratos, las numerosas colillas que adornaban la arena y
alguna que otra botella de vodka advirtieron al dueño de que alguien
ocupaba, en el sentido literal de la palabra, su caseta en la arena
durante las tardes.
Los jóvenes no ofrecieron resistencia cuando
se les recordó que aquel espacio no les pertenecía. Estaban
acostumbrados a utilizar durante un rato los lugares cuyos propietarios
dejaban libres. En realidad, la mitad de la gente empleaba las casetas y
las bicis que no eran suyas, como las casetas, mientras que la otra
mitad no vivía del cuento.
Pensé entonces que al comienzo
una parte de la gente era nómada y otra tenía residencia fija. Ahora,
los había a partes casi iguales: unos que vivían del cuento y otros, de
sus títulos. No parecía un sistema muy bien pensado. Siempre me quedé
con ganas de contar uno a uno los que vivían del cuento y los que, por
otra parte, vivían de un título.
Entre los que vivían del cuento
podía localizar fácilmente a los que no sabían exactamente de dónde
procedían los recursos disponibles: podía ser del dinero acumulado por
el resto para hacer frente a sus compromisos solidarios; podía ser por
haber sabido escaquear lo que otros habían logrado a base de muchos
esfuerzos. Unidos a los okupas y a los que no reconocían el
ahorro de los demás, formaban la ola larguísima que casi superaba el
número de aquellos que consideraban habérselo ganado sobradamente.
Bastaba
poco tiempo de reflexión para sacar la conclusión de que había maneras
más justas de dividir a la gente. En realidad, la separación entre
nómadas y sedentarios que regía al comienzo de la cuadriculación no
parecía que pudiera servir para siempre.
¿Era esta la mejor
manera de compartir el fruto del trabajo de todos? ¿Y de que todos o
casi todos siguieran trabajando? La verdad es que convendría saber si la
división inicial entre los que se quedaban siempre en el mismo sitio y
los nómadas era, de verdad, la mejor.
Hubo otros
que estimaron que una buena manera de repartir el trabajo sería nombrar
funcionario a todo el mundo. Para otros era más productivo que solo
trabajara la mitad, pero que se repartieran los beneficios
equitativamente. Otros, en fin, son partidarios de que sea el trabajo quien tenga la última palabra.
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