TÍTULO; ¡A dar la nota!
SOCIEDAD
Sexo, escatología, violencia y guiños a Hollywood invaden montajes operísticos y dividen a los amantes del género
«O tienes corazón de niño o no hay manera de que guste».
Ya lo advertía con estas palabras un señor (y profesional) tan serio
como Alfredo Kraus. La ópera es como un teatro de marionetas, donde se
ven los hilos, el cartón piedra y todo el mundo pone voces raras.
Rarísimas. Se canta (y en ocasiones se aúlla) hasta poner a prueba las
cuerdas vocales de los intérpretes. Ya pueden estar agonizando, con la
tripas colgando, o en pleno clímax sexual con los ojos en blanco, que
los divos no pierden en ningún momento el compás. Divertido, ¿no?
Eso sí, hay que tener mucha paciencia para captar toda su
magia. Los personajes repiten las frases machaconamente - y hasta las
sílabas- porque a fin de cuentas de lo que se trata es de conquistar al
público con los gorgoritos y el poderío vocal. ¡A ver quién aguanta más
de un minuto sosteniendo una nota! Así las cosas, daría la impresión de
que la música lo es todo en el mundo de la ópera. Pero hete aquí que
Katharina Wagner y Eva Wagner-Pasquier -codirectoras del Festival de
Bayreuth, la meca de los devotos de Richard Wagner- tienen una visión
muy diferente y reivindican la dirección de escena «como lo más
importante, porque en la actualidad la música dice muy poco al público».
Ahí queda eso. Las chicas son guerreras, igual que el bisabuelo.
No es extraño que hayan invitado a su prestigioso certamen a
un director de escena como Frank Castorf, un berlinés nacido en la
extinta República Democrática Alemana, donde el teatro en tiempos de la
dictadura comunista era cosa seria. Algo descarnado y sin concesiones a
la gazmoñería o el puritanismo. El bueno de Castorf tiene 62 años pero
está claro que no ha perdido ni garra ni espíritu contestatario. Nada
más repasar el ciclo de 'El Anillo del Nibelungo' (o Tetralogía), lo
tuvo clarísimo. ¡Las cuatro óperas míticas de Wagner se habían quedado
viejunas! Todo se reduce a los consabidos símbolos, pecados y virtudes
(el anillo de oro, la rivalidad entre castas, la redención por el amor,
el heroísmo del inocente...) que antaño entretenían a los niños al calor
de la lumbre en tierras germanas. Había que darle una vuelta al
asunto...
Angela ni se despeina
¿Por qué no trasladar la historia a una gasolinera-motel,
pasando por una torre petrolífera de Azerbayán para terminar en Wall
Street? Una barbaridad -seamos sinceros- que se acaba de ver esta semana
en el Festival de Bayreuth por obra y gracia de Frank Castorf, con
todas las bendiciones de Katharina y Eva. Una vez más, los
incondicionales de Wagner han aplaudido y abucheado a placer, tanto los
que pagan 8 euros como los que se permiten las entradas de 280. Entre
los más pudientes no ha faltado Angela Merkel, una apasionada del
compositor alemán a la que no espanta nada. ¿Por qué? Pues por la
sencilla razón de que es una alemana del este, de pura cepa, que conoce
muy bien la tradición más procaz y violenta que empezó a romper los
esquemas del teatro europeo allá por los años 70.
La señora Merkel lo ha visto todo, por eso no le dio un
soponcio al conocer la versión de 'Rigoletto', de Verdi, que perpetró
Doris Dörrie, cuando se le ocurrió situar la acción de la trama
-inspirada en 'El rey se divierte', de Víctor Hugo- en... ¡el planeta de
los simios! Sin que faltaran, por supuesto, algunos personajes y algo
de tramoya sacada de la saga de 'La Guerra de las Galaxias'. El estreno
tuvo lugar en la Ópera del Estado de Baviera y los valientes que sacaron
adelante el proyecto fueron el tenor Tito Beltrán, el barítono Mark
Delavan y la soprano Diana Damrau.
A la vista de esa ocurrencia, las acometidas que ha tenido
que sufrir la cantante Fiorenza Cedolins -como simulacros de coitos
anales- en la última producción de 'Falstaff' presentada en Salzburgo
parecen algo anecdótico. Se puede decir que forman parte del clima
subidito de tono, descreído y vulgar, en el que chapotean los personajes
de la historia... El protagonista, el caballero John Falstaff, es un
hombre cargado en años y experiencia que aparece en varias obras de
Shakespeare. En ellas se apoyó Verdi para escribir su ópera. Muy
probablemente, ni al compositor italiano ni al bardo inglés les
disgustaría la adaptación que ha hecho Damiano Michieletto de
'Falstaff'.
Para vuelta de tuerca la que dio Calixto Bieito con 'Un
ballo in maschera', que en teoría transcurre a finales del siglo XVIII y
aborda el magnicidio de Gustavo III de Suecia, pero que en manos del
director burgalés se convirtió en una tragedia en plena Transición
española, con defecaciones en masa, vómitos y proxenetas violados... La
estampa del coro sentado en los retretes -al son de los primeros
compases de la ópera- causó conmoción en el Liceo de Barcelona cuando se
estrenó en la temporada 2000/2001. Ni siquiera en la Ciudad Condal,
donde los aficionados son wagnerianos de pro y presumen de modernos,
estaban en aquella época acostumbrados a un enfoque tan sumamente
transgresor. Nada que ver con los países nórdicos o centroeuropeos
donde, igual que Angela Merkel, tienen estómago para todo.
Con los pulmones fuera
Se dice que cuando se presentó en el teatro de Oslo 'Un
ballo in maschera', en la brutal adaptación de Bieito, más de uno se
aburrió... Un crítico español lo justificaba entonces echando mano de la
antropología cultural porque, en sus palabras, «¿qué se puede esperar
de un pueblo que desciende de los vikingos?». Para dejarlo todavía más
claro, recordaba que los aguerridos antepasados del respetable allí
sentado no cortaban narices ni manos para aleccionar a sus enemigos.
Tampoco empalaban ni crucificaban. Su especialidad era 'el martirio del
ángel', que consistía en pegar un par de hachazos en la espalda a la
víctima para sacar por la herida los pulmones que luego se extendían a
modo de alas. La costumbre quedó olvidada en la noche de los tiempos
pero los actuales noruegos, a juicio de aquel crítico, «son tipos que no
se escandalizan fácilmente, son mucho más duros o brutos que los
mediterráneos, y lo mismo pasa con los germanos». La reflexión no pasaba
de ser antropología barata, pero invita a pensar.
Mucho más evidente es la influencia del cine en la ópera
del siglo XXI. Hay que ser rápido, impactante y vistoso. 'That's
entertainment!'. Igualito que Hollywood. Los directores de escena se
miran en Quentin Tarantino y Pedro Almodóvar, hace tiempo que se
olvidaron de Franco Zeffirelli o Luchino Visconti...
Ahora bien, aún quedan reductos fieles a las esencias. Ni
la Scala de Milán ni la Opera de París, ni -de momento- el Met de Nueva
York han dado pie al escándalo. Se deben a un público al que no gustan
los experimentos ni con gaseosa y rechaza el divismo de algunos
directores de escena, adictos al estilo 'gore' y al sexo, que no saben
leer una partitura. ¿Es imprescindible saber música para poner en escena
una ópera?
Igual no pero, una vez más, conviene recordar al maestro
Kraus: «La ópera es un género muy infantil que más vale no tomarse
demasiado en serio. No seamos pretenciosos. Limitémonos a ser buenos
profesionales. La música es nuestro oficio, ni más ni menos».
TÍTULO; LAS BANDAS TRIBUTO PEGAN FUERTE,.
TÍTULO; LAS BANDAS TRIBUTO PEGAN FUERTE,.
Las bandas tributo pegan fuerte
La crisis y la subida del IVA
disparan la popularidad de los grupos que imitan a sus ídolos, porque
su caché ronda los 3.000 euros y abarrotan las salas
Se acuerdan de las llamadas bandas de versiones? Lo mismo
tocaban 'Yesterday' que '¿Dónde estará mi carro?'. O 'Bésame mucho' para
que los veteranos más sentimentales soltaran una lagrimita. Qué
tiempos. Tenían un repertorio extremadamente variopinto que satisfacía
la demanda en las verbenas, con un público que pedía a gritos los 'hits'
del momento. Eran multiusos y eficaces, como las navajas suizas. Un
invento al que sacaban chispas los empresarios y ayuntamientos a la hora
de organizar los programas de fiestas. Se llenaban las plazas y
discotecas, sin necesidad de pagar cachés estratosféricos. ¿Qué más se
podía pedir?
Pero -oh, sorpresa- resulta que estos grupos son todavía
más rentables cuando apuestan por un conjunto o cantante. El abanico es
amplísimo, desde Jerry Lee Lewis a Fito & Fitipaldis, pasando por
los Beatles, Pink Floyd, Héroes del Silencio y Amy Winehouse. Vivos o
muertos; retirados o en activo; internacionales o nacionales, heavy, pop
o flamenco... todo vale. Lo importante es la especialización y la
fidelidad. Cuanto más se acerquen al original, mejor que mejor. En ese
empeño hay dos modelos a seguir, en función del histrionismo y picardía
que se quiera echar al asunto. Veamos.
Para empezar, los hay que apuestan por el rigor musical
puro y duro, como los gallegos de Brothers in Band, que dejaron
ojiplático al mismísimo teclista de Dire Straits, Guy Fletcher, que les
escuchó en una grabación y los confundió con su propio grupo. «Ja, ja,
forma parte de nuestra leyenda y nos llena de orgullo. ¿Eh? No, no, es
verdad. Aquello pasó en abril de 2008 y lo pone nuestra web. Pero, lo
que te digo, lo más importante es la música. Yo me compré una guitarra
como la de Mark Knofler, con tapa de madera de arce, y me costó 6.000
euros. Eso sí que merece la pena. Lo de disfrazarnos... ni se nos pasa
por la cabeza. ¡No pienso raparme para parecerme a Mark Knopfler!»,
advierte Óscar Rosende, el guitarrista de Brothers in Band.
La otra opción viene de la mano de los artistas que
revolucionan el cotarro al grito de guerra de... ¡TributABBA! No dudan
en contonearse al son de 'Waterloo' luciendo palmito en mallas de látex,
con escote y pecho peludo al aire (según el caso, claro). Son catalanes
y conocen muy bien las salas de fiestas de Barcelona, que se
multiplicaron a la sombra de los Juegos Olímpicos de 1992. «Hay que
luchar por la música en directo. ¡Que no se pierda!», proclama Susana
Hernández, profesora de técnica de voz y la 'rubia' de TributAbba en los
escenarios de media España. La peluca le sienta de maravilla.
El 30% de la música 'live'
En España las bandas tributo ofrecen el 30% de la música
'live', sobre todo en las salas de concierto con programación fija. Hay
que hacer caja como sea y la coyuntura socioeconómica no acompaña. La
subida del IVA (del 8% al 21%) y la crisis les ha beneficiado. Cuando
vienen mal dadas, los que menos piden son los que ganan. Salvo las
estrellas internacionales, que ahora llegan con cuentagotas a España, se
acabaron los honorarios de escándalo como los 90.000 euros que exigía
Tequila.
Los grupos tributo españoles tienen un caché que oscila
entre los 1.800 y 6.000 euros (o 10.000 excepcionalmente). El equipo de
luz y sonido va aparte. En función del recinto y la complejidad de la
puesta en escena, esta última partida oscila entre 600 y 3.000 euros.
Son más baratos que los extranjeros pero la ley del mercado manda.
Importa el negocio, no la nacionalidad.
De hecho, bandas como Dios Salve a la Reina -tributo a
Queen- arrasan allí por donde van, también en España. Entre otras cosas
porque su líder, Pablo Padín, se ha convertido en el vivo retrato de
Freddie Mercury. O casi. En los foros de fans, que pululan por Internet,
dan por sentado que ha pasado por la ortodoncia para exhibir una
dentadura tan espectacular como la de su ídolo.
Hasta ese extremo no llegamos en España. Ni los más
veteranos, que llevan más de 15 años en la carretera, han echado mano de
la cirugía. Los gallegos de Riff-Raff, que se desmelenan a gusto para
mayor gloria de AC/DC, no tienen tiempo para implantes dentales o
injertos de pelo. Compaginan su pasión por la música con el trabajo
naval y son tipos pragmáticos. Al líder del grupo, Tomás Domínguez, le
basta y sobra con lucir -muy de vez en cuando- una corbatita a lo Angus
Young. Los jóvenes tampoco se plantean echar mano «de las prótesis o del
teatro de mal gusto», en palabras de la sevillana Dina Arriaza, solista
de 'Dina & The Holy Band'. Tiene 21 años, las ideas claras y mucho
carisma. Es un clon de Amy Winehouse que ha seducido al mismísmo Robin
Banerjee, exguitarrista de la malograda diva del soul.
«No se trata de ser un friqui, yo no recargo ni el
vestuario ni la peluca... Y mucho menos voy a salir tambaleándome para
parecerme a Amy en su peor época. ¡Ni hablar!», advierte muy seria la
cantante, todavía en una nube por su reciente éxito en Londres. Hace un
par de semanas, compartió escenario con Banerjee en un local de moda
llamado Primo Bar, con motivo del segundo aniversario de la muerte de la
artista británica de origen judío. Hay muchos nostálgicos que no
terminan de asimilar su pérdida y ella bien sirve de consuelo...
«De un tiempo a esta parte se cultiva mucho la melancolía y
la moda 'retro'. De eso no cabe la menor duda. Es una tendencia que nos
favorece y, a nivel musical, tiene un punto festivo muy simpático. ¡Son
espectáculos ideales para toda la familia!», asegura Elisabeth
Francesch, directora de Tinglados Management, con sede en Barcelona. No
hay más que ver las caras del público que corea 'Burro amarrado' con El
Último Tributo (fans de Manolo García) para darle la razón. La inmensa
mayoría tiene más de 40 años.
Raquel Bassans, gerente de la empresa B33 y competidora en
el negocio de Francesch, ahonda en la misma idea y aprovecha para hacer
una crítica constructiva. «Con estas bandas llenamos un hueco importante
en la oferta. Piensa que mucha gente de entre 40 y 60 años no tiene
espectáculos a su medida. La música actual no les dice nada y no todo va
a ser Raphael o Leonard Cohen. ¡Ellos también tienen ganas de salir a
divertirse y bailar! Las 'tributo' les sacan de casa», admite Bassans,
una entusiasta de poco más de 40 años que también siente «un nudo en la
garganta» cuando escucha a El Último Tributo.
No suele haber conflictos con las bandas originales. Todo
lo contrario. Solo alguna que otra discográfica, como Universal, ha roto
ese clima de buen rollo. Ocurrió en 2010 cuando el sello de ABBA se
querelló contra los clones que empleaban el nombre del grupo sueco.
Querían monopolizar «la marca ABBA» pero los tribunales no les dieron la
razón. Aquello quedó en agua de borrajas y ahora se impone la sana
convivencia. Ya te puedes poner TributABBA, VivaABBA o lo que sea... Al
fin y al cabo, se trata de un beneficio mutuo.
Eso sí, para 'pelotazo' el que protagonizaron los catalanes
de Please, tributo a U2 en España. La propia casa discográfica -la
mentada Universal- les pidió en 2005 que promocionaran un disco de los
irlandeses. ¡Lo nunca visto! Desde entonces, el solista del grupo,
Miquel Fargas, reconoce que les va de maravilla. Mucho mejor que con su
banda propia -Radio Manía Pop- que solo les permite jugar «en segunda
división o regional». Como integrantes de Please se comen el mundo.
- Oiga, ¿acaso lo hacen mejor que Bono y cía?
- No, qué va. Lo que pasó en 2005 tiene fácil explicación.
Bono y sus chicos querían promocionar en España 'How to dismantle an
atomic bomb' pero no les cuadraban las fechas. Por eso nos llamó la
discográfica. Nos habían oído en la radio y, por lo visto, les caímos en
gracia... Fuimos los elegidos. ¡Un honor!
- Se os considera una banda tributo 'oficial'.
- Ya. Es una etiqueta que se nos ha colgado.
- ¿Quién otorga ese rango?
- Nadie. Se nos califica de 'oficiales' porque hicimos la promoción del disco que te he comentado.
- ¿No hay que pedir autorización para cantar los temas de otro grupo?
- Noooo. No hay que pedir permiso para cantar como banda
tributo en una plaza, discoteca, sala o donde sea... Los derechos de
autor ya los pagará el empresario que lleva el recinto.
- Por cierto, hay quien dice que el público se ha vuelto más vago.
- Gran verdad. ¡Les da pereza escuchar grupos nuevos! Ya no
es como antes, la gente tenía más curiosidad y muchísima cultura
musical... Ahora se tira por lo conocido y punto. Como músico, si
pretendes vivir de tus temas propios, lo tienes claro. Nadie te busca.
Con las bandas tributo, en cambio, los empresarios y el público te
buscan. Es un reclamo -en nuestro caso, U2- que se vende solo.
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