domingo, 19 de febrero de 2012

PODREMOS ENFRENTARNOS A NUEVAS AMENAZAS./ EL CRIMEN, MI VIDA.

TÍTULO: EXCUSAS PAR NO PENSAR:

La humanidad es ingeniosa y emprendedora, aunque muchas veces no lo parezca. A lo largo de los siglos, bajo la premisa de que cualquier tiempo pasado fue mejor, la gente siempre ha dudado de que sus descendientes pudieran sobrevivir. Siempre exageramos la huella destructiva de la civilización e infravaloramos, en cambio, el impacto positivo de la tecnología. En el siglo XIX, por ejemplo, era común pensar que el estiércol de caballo o el humo de las chimeneas enterraría y ahogaría las ciudades.

La calidad del aire y del agua en el puerto de Nueva York, no obstante, son mejores hoy que hace 60 años. A lo largo del tiempo, la creatividad dormida de la gente encuentra la manera de inventar y difundir soluciones para los problemas que acechan.

Es cierto que las amenazas a las que se enfrenta hoy la humanidad son inéditas, pero también lo es que jamás en nuestra historia habíamos estado tan bien preparados para crear un futuro cada vez mejor. Ha costado aceptar el hecho innegable, estadísticamente, de que los índices de violencia están disminuyendo, mientras que sigue aumentando cada década la esperanza de vida en más de dos años y medio. Y ya no hablo del progreso científico y tecnológico, que se está multiplicando a escalas jamás vistas.

Es lógico que al porcentaje extravagantemente elevado de parados les cueste admitir lo que está ocurriendo. Pero se equivocarían de lleno si culpan a las deficiencias del sistema, o del destino, en lugar de responsabilizar de los errores a quienes lo han manejado: ¿vale la pena recordar cuáles fueron las equivocaciones que consolidaron la crisis, que padecen ahora justos por pecadores?

Los economistas nos extrañábamos de que los llamados `ciclos económicos´ se alargaran sobremanera con relación al pasado; mientras algunos, acertadamente, se pusieron a estudiar las causas de que las crisis tardaran más que antes en llegar, algunos gobernantes asumieron indebidamente que ya no volverían nunca; fueron ellos y sus seguidores los mismos que se negaron a ver lo que estaba ocurriendo ante sus propias narices, así como a aceptar que el país estaba ya en lo más profundo de la crisis; cuando no tuvieron más remedio que admitir que el país había entrado en una fase de recesión, se equivocaron intencionadamente en el diagnóstico, con lo cual jamás habrían salido de ella.

La naturaleza del mal que nos aquejaba era planetaria -«un banco que había quebrado en Estados Unidos», decían-, en lugar de un puro endeudamiento excesivo y no haberse enfrentado nunca a la realidad. Es cierto que el gran paleontólogo Stephen J. Gould ya había advertido hace más de diez años que es absurdo buscarle sentido a la evolución y que la vida no avanza necesariamente hacia lo más perfecto ni lo más imperfecto; pero lo que es cierto de la evolución en su conjunto deja de serlo para la humanidad en particular y sus dirigentes. Un día, el resto de los mortales exigirá responsabilidades por el sufrimiento indeseado impuesto al colectivo social.

La evolución biológica es un proceso azaroso que no tiene nada que ver con el desarrollo científico-tecnológico; nosotros en particular, y gracias a ese proceso, vamos a mejor. Como es obvio, en nuestro camino pueden darse y se dan baches y recaídas difíciles de imputar. Llegará un día, en cambio, en que el colectivo social tendrá perfectamente asumido, primero, que lo decisivo para seguir adelante no es la manipulación dogmática de presupuestos, sino más conocimiento; el necesario, en todo caso, para poder conciliar los cuadros de la producción, fiscalidad y crédito con el de la balanza de pagos. ¿Con qué fin? Para poder anticipar, lisa y llanamente, cuando los acreedores extranjeros vayan a declarar al país insolvente y cerrar el grifo.

TÍTULO: El crimen, mi vida
Un grupo de niños reacciona al ver un cadáver



Una muestra rinde tributo a Weegee, el fotógrafo que retrató la violencia callejera en Nueva York en los años 40.


Trabajaba de noche, llevaba un laboratorio fotográfico en el maletero de su automóvil y llegaba a la escena del crimen antes incluso que la propia Policía. Con estas credenciales, Weegee, seudónimo de Arthur H. Fellig -un ucraniano cuya familia emigró a EE.UU. en 1909-, se convirtió en el primer gran fotorreportero urbano de la Gran Manzana (la película El ojo público, con Joe Pesci, lo retrata fielmente). En 1945 publicó Naked city, su primer libro de fotografías, un título que ha inspirado Weegee: Naked city, la última exposición sobre su trabajo, abierta hasta el 25 de febrero, en la galería Steven Kasher de Nueva York. Su carrera empezó en 1937, cuando Life Magazine, por aquel entonces con un año de vida, lo contrató para fotografiar a criminales en los tribunales. Ni corto ni perezoso, Weegee posó él mismo como delincuente y los directivos de la publicación, fascinados por su estilo fotográfico y su llamativo hábito profesional de ave nocturna pegada a la radio de la Policía, no solo publicaron sus imágenes, sino que le dedicaron su propio perfil. A partir de ahí, los diarios de Nueva York (se publicaban 12 en la ciudad en 1930) comenzaron a disputarse sus fotografías. Weegee, sin embargo, más que un fotógrafo de crímenes, fue un cronista de las calles de Nueva York. Su cámara siempre estaba atenta al pulso urbano, como muestra Su primer asesinato (arriba), fotografía en la que inmortalizó a un grupo de niños que se toparon con un cadáver a la salida del colegio.

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