Martín Berasategui--Foto.
``Si llegan las vacas flacas que nos cojan bien entrenados´´
``Si llegan las vacas flacas que nos cojan bien entrenados´´
Nací hace 51 años en San Sebastián y vivo en Lasarte. Empecé a cocinar a los 15 y hoy me iluminan siete estrellas Michelin. Me ocupo de la sección gastronómica de XLSemanal.
XLSemanal. Una de memoria histórica: ¿su primer plato fue...?
Martín Berasategui. Una sopa de ajo. En septiembre del año 75.
XL. Veo que es como la primera novia. No se olvida. ¿Qué tal le salió?
M.B. Nunca se olvida. Mi madre y mi tía me dijeron que estaba muy buena. Fueron ellas las que me enseñaron las primeras lecciones de cocina y de vida.
XL. ¿Y lo último que ha hecho es...?
M.B.
Unos bombones de pescado azul marinado en dos tés. Lleva unas navajas y una salsa de berros en dos texturas. Es lo último que ha salido del banco de pruebas creativas de Martín.
XL. ¿Un café en su local cuesta...?
M.B. ¡Buf! Ni idea. No lo sé. Tengo la gran suerte de que hay una persona clave en mi vida, que es mi mujer y el 50 por ciento de mi éxito. Ella es la que se ocupa de los detalles de la sala.
XL. ¿Hay crisis en la alta gastronomía?
M.B. Por supuesto que sí. Pero si llegan las vacas flacas, pues que nos cojan bien entrenados. Las personas negativas son tóxicas, no deberían dejarles salir a la calle. ¿Para qué perder energía en cosas que nunca van a pasar? Disfrutemos la vida sin malos agoreros.
XL. ¿Qué menú le daría a la prima de riesgo para que nos deje en paz?
M.B. Unas cocochas de merluza y, de segundo, unos salmonetes con sus cristales de escamas comestibles. Para que se dé cuenta de que algo que parece duro se convierte en un cristal fino, liviano, sutil y delicado. O sea, que las apariencias engañan [sonríe].
XL. Dicen que el nacionalismo se cura viajando... y comiendo de todo, ¿no?
M.B. Los cocineros hemos demostrado hace muchos años que no tenemos fronteras y ojalá seamos un ejemplo.
XL. ¿Lo más raro que ha comido...?
M.B. Mosquitos y hormigas. En México. Tenían un gusto a ave.
XL. ¿Qué menú le prepararía a Rajoy, antes de lidiar con Merkel y Sarkozy, para que salga por la puerta grande?
M.B. Ya que viene de la tierra que viene, unas ostras sobre un tembloroso de berro y del propio jugo de las ostras. Encima, le metería una salsa de leche de coco y hierba citronela. Luego, le daría unos lenguados con unos bombones de nuestras guindillas de Ibarra, que tienen carácter. Como carne, una de vaca gallega para que la muestre en Europa con orgullo.
XL. Después de comerse eso, ya lo veo hasta hablando inglés.
M.B. [Sonríe]. Él será capaz de eso y de mucho más. Estoy seguro de ello.
XLSemanal. Una de memoria histórica: ¿su primer plato fue...?
Martín Berasategui. Una sopa de ajo. En septiembre del año 75.
XL. Veo que es como la primera novia. No se olvida. ¿Qué tal le salió?
M.B. Nunca se olvida. Mi madre y mi tía me dijeron que estaba muy buena. Fueron ellas las que me enseñaron las primeras lecciones de cocina y de vida.
XL. ¿Y lo último que ha hecho es...?
M.B.
Unos bombones de pescado azul marinado en dos tés. Lleva unas navajas y una salsa de berros en dos texturas. Es lo último que ha salido del banco de pruebas creativas de Martín.
XL. ¿Un café en su local cuesta...?
M.B. ¡Buf! Ni idea. No lo sé. Tengo la gran suerte de que hay una persona clave en mi vida, que es mi mujer y el 50 por ciento de mi éxito. Ella es la que se ocupa de los detalles de la sala.
XL. ¿Hay crisis en la alta gastronomía?
M.B. Por supuesto que sí. Pero si llegan las vacas flacas, pues que nos cojan bien entrenados. Las personas negativas son tóxicas, no deberían dejarles salir a la calle. ¿Para qué perder energía en cosas que nunca van a pasar? Disfrutemos la vida sin malos agoreros.
XL. ¿Qué menú le daría a la prima de riesgo para que nos deje en paz?
M.B. Unas cocochas de merluza y, de segundo, unos salmonetes con sus cristales de escamas comestibles. Para que se dé cuenta de que algo que parece duro se convierte en un cristal fino, liviano, sutil y delicado. O sea, que las apariencias engañan [sonríe].
XL. Dicen que el nacionalismo se cura viajando... y comiendo de todo, ¿no?
M.B. Los cocineros hemos demostrado hace muchos años que no tenemos fronteras y ojalá seamos un ejemplo.
XL. ¿Lo más raro que ha comido...?
M.B. Mosquitos y hormigas. En México. Tenían un gusto a ave.
XL. ¿Qué menú le prepararía a Rajoy, antes de lidiar con Merkel y Sarkozy, para que salga por la puerta grande?
M.B. Ya que viene de la tierra que viene, unas ostras sobre un tembloroso de berro y del propio jugo de las ostras. Encima, le metería una salsa de leche de coco y hierba citronela. Luego, le daría unos lenguados con unos bombones de nuestras guindillas de Ibarra, que tienen carácter. Como carne, una de vaca gallega para que la muestre en Europa con orgullo.
XL. Después de comerse eso, ya lo veo hasta hablando inglés.
M.B. [Sonríe]. Él será capaz de eso y de mucho más. Estoy seguro de ello.
Su Desayuno es el siguiente:
EN MARCHA!
«Me gusta ir al monte a andar. Salgo a las siete y voy hasta San Sebastián. Desayuno un yogur, un par de nueces, alguna pieza de fruta y algún cereal».
«Me gusta ir al monte a andar. Salgo a las siete y voy hasta San Sebastián. Desayuno un yogur, un par de nueces, alguna pieza de fruta y algún cereal».
TÍTULO: ACEPTÁNDOTE A TI MISMO:
Cuando ganes, celébralo. Celebrar una conquista es importante, es un rito de pasaje. Esta victoria costó momentos difíciles, noches de dudas, interminables días de espera. Desde los tiempos antiguos, alegrarse por un triunfo forma parte del propio ritual de la vida.
La conmemoración marca el final de una etapa, aunque, por increíble que parezca, mucha gente rehúsa hacerla por miedo a la decepción, a atraer el `mal de ojo´... Quien así actúa no se beneficia del mejor regalo que la victoria nos da: confianza.
Debemos, siempre que sea posible, celebrar hoy las pequeñas victorias de ayer, por más insignificantes que parezcan. Mañana se aproxima una nueva lucha que exigirá nuestra atención y esfuerzo: el recuerdo de un éxito nos hace más fuertes para la próxima batalla. A continuación siguen algunas pequeñas historias al respecto.
Aceptando que mereces lo mejor El famoso pianista Arthur Rubinstein (1887-1982) se retrasó para un almuerzo en un importante restaurante de Nueva York. Sus amigos estaban ya preocupados cuando Rubinstein apareció al lado de una rubia espectacular, con un tercio de su edad. Conocido por su tacañería, esa tarde él pidió los platos más caros, los vinos más raros y sofisticados. Y al final pagó la cuenta con una sonrisa en los labios. «Sé que os debéis de estar extrañando -dijo Rubinstein-. Pero hoy fui al abogado a hacer mi testamento. Dejé una buena cantidad para mi hija, también para mis parientes e hice generosas donaciones para obras de caridad. De repente, me di cuenta de que yo no estaba incluido en mi testamento: ¡todo era de los otros! Y a partir de ahí he decidido tratarme a mí mismo con más generosidad».
Aceptando que mereces el presente La periodista Belisa Ribeiro estaba maquillándose para ir a una fiesta cuando se detuvo y se contempló en el espejo. «He aquí cómo me vi -cuenta-. Estaba intentando equilibrar en las manos el lápiz de labios, el delineador de ojos, el colorete y el rímel. Me quedé pensando: ¿por qué actúo así? ¿Por qué agarro tantas cosas si solo puedo usar una de ellas cada vez? Coloqué todo en el cesto de maquillaje y volví a empezar. Procuré acordarme de tantas veces en mi vida en las que actué de este modo, viviendo un momento y pensando en otro, quedando estresada por cosas que tenían día y hora señalados para ser vividas. A partir de aquel momento, me prometí que cada minuto de mi vida tendría su propia bendición, y yo estaría completamente concentrada en ella».
Aceptando que mereces los dones Durante una conferencia en Australia, una joven se aproxima. «Quiero contarle algo», me dice:«Siempre pensé que tenía el don de curar, pero nunca había tenido el valor de utilizarlo con nadie. Un día, mi marido tenía mucho dolor en su pierna izquierda, no había nadie cerca que le pudiera ayudar y decidí -aunque muerta de vergüenza- colocar mis manos sobre su pierna y pedir que el dolor desapareciera. Actué sin creer que sería capaz de ayudarlo. De repente escuché que rezaba en voz alta: `Permite, Señor, que mi mujer sea mensajera de Tu luz, de Tu fuerza´, decía. Mi mano comenzó a calentarse y su dolor desapareció. Después le pregunté por qué había rezado de aquella manera, y me contestó que no recordaba haber dicho nada. Así, hoy soy capaz de curar porque él confió en que era posible».
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