lunes, 27 de febrero de 2012

EL BLOC DEL CARTERO CON HISTORIAS DE LA RADIO./ UNA LEYENDA NEGRA.

TÍTULO: EL BLOC DEL CARTERO CON HISTORIAS DE LA RADIO.

Leo en la web de Periodista Digital -la que dirige el ínclito Alfonso Rojo, paisano de Molinaseca, etapa clave del Camino de Santiago donde tan buen rato pasé sentado en la terraza con aire de sardina selecta del gran Ramón- varias consideraciones que realizan diversos profesionales de los medios acerca del papel de la radio en los últimos treinta años de nuestro país. Así he leído -o visto- en diferentes entrevistas que realizan sus reporteros, todas instructivas e interesantes, cómo algunos de los protagonistas de este tiempo analizan el papel de cada cual en el devenir de la transición y la postransición de España. Me ha interesado mucho leer -y ver- a Eugenio Fontán hablar de aquellos años en los que perdió el control de la Cadena SER en favor de las huestes de Polanco merced a la intervención del socialismo triunfante en el 82. Digamos que Fontán fue el hombre más poderoso de la radio española durante un buen puñado de años, aquellos en los que bajo su dirección se impulsó la base de la radio que conocemos hoy en día -dos modelos: la SER y la impagable Radio Nacional de la época-. Agradezco sus palabras generosas acerca de la contribución modesta de quien firma este suelto y certifico que Antonio Calderón -padre del gran Ferrari- y Tomás Martín Blanco, al que no olvido y a quien reverencio homenaje hoy aquí después de su muerte, escribieron la radio contemporánea. Sin olvidar a Pécker, Prat, Martín Ferrand, García, Pérez de Lama, Caparrós, Revert, Pepe Domingo y otros gigantes. Lo malo de escribir de esto es que dejas de nombrar a alguien fundamental por cuestión de espacio y metes la pata. Inevitable. A lo que iba: tengo la suerte de llegar a la SER por esa época y conocerlos a todos; me lleva de la mano el hombre que mete la radio en el siglo XXI, Eugenio Galdón. El de Cartagena no era hombre del medio, pero sí hombre inusitadamente audaz de empresa y cambió absolutamente todos los conceptos tecnológicos, empezando por la conexión vía satélite para la emisión conjunta de los cientos de emisoras de la cadena. Tuvo sus detractores, pero este Eugenio, al igual que el anterior, escribieron las razones de la primacía de la cadena. De ello hablaba en Periodista Digital la semana pasada el gran Fernando Ónega: el gran error de los golpistas del 23-F consistió en no ocupar la SER. Se preocuparon solo de RNE y cometieron un error feliz para todos. La SER de la que hablo era prodigiosa, lo cual no quiere decir que esta de hoy en día no lo sea. Iñaki empezaba por la mañana y todos hemos visto lo que ha dado de sí. Nada más distinto que el criterio editorial que mantenemos Gabilondo y yo para analizar la actualidad, pero ello nunca ha sido impedimento para una relación fraternal y profesionalmente impecable. Tiene toda mi admiración, como la tiene el maestro Del Olmo, el desaparecido Alejo García o el magistral Julio César Iglesias. Quintero andaba de noche fantaseando con la palabra y en la materia informativa destacaban Juan Roldán, Bocos, Ferrari, Ónega, Antonio Jiménez, Ovies, Pepe Fernández y una patulea que hoy sería impagable, como impagable será dentro de unos años la que hoy desempeña esas mismas funciones en todas las radios de España.

¿Y a cuento de qué viene todo esto? Posiblemente por el hecho de que uno se hace mayor y quiere dejar reconocimiento de aquella gente de la que ha aprendido. Un nieto de Marcelino Rodríguez de Castro, el que fuera mi inolvidable director en Radio Miramar, me entrevistaba uno de estos días al objeto de dibujar un retrato de su abuelo, que fue un tipo insustituible, imprevisible, arbitrario, trabajador incansable... e incomparablemente humano, a quien tanto añoro a estas alturas de mi vida, como tanto añoro a los que se fueron, llámense José María Ballvé o Luis Arribas Castro.

Es lo malo que tiene empezar a escribir sobre la radio: a estas alturas de artículo te das cuenta de todos aquellos a los que quisieras nombrar y ya no tienes sitio para hacerlo. Dónde dejo a Encarna Sánchez, dónde a Alfonso Eduardo, dónde a Marisol del Valle, dónde a Pepe Ferrer. Lo dejo aquí. Tengo que escribir la historia de esto. Se lo diré a los de Periodista Digital.

TÍTULO: UNA LEYENDA NEGRA:

¿Fue la Iglesia católica complaciente con las atrocidades perpetradas por Hitler? Ya en una fecha tan temprana como 1930, los obispos alemanes condenaron el nazismo, calificándolo de herejía incompatible con la visión cristiana del mundo; es verdad, sin embargo, que esta condena fue levantada en 1933, cuando Hitler firmó un concordato con la Santa Sede. ¿Pecaron entonces de exceso de confianza los obispos alemanes? Tal vez sí, pero no más que los gobiernos de Francia y Gran Bretaña, que todavía en una fecha tan tardía como septiembre de 1938 firmaban con Hitler el Tratado de Múnich. Lo cierto es que los católicos no fueron quienes alzaron a Hitler al poder; de hecho, en las regiones alemanas más pobladas por católicos fue donde el partido nazi obtuvo menos votos, como prueba José M. García Pelegrín en su libro Cristianos contra Hitler.

El 23 de marzo de 1937, Pío XI proclama la encíclica Mit Brennender Sorge, en cuya redacción participó activamente el cardenal Eugenio Pacelli, futuro Pío XII. En la citada encíclica, Pío XI condena sin ambages el nazismo, tachándolo de ideología panteísta (esto es, pagana), y la divinización idolátrica del pueblo y de la raza postuladas por esta ideología. Obispos como Bertram, de Berlín, o Von Galen, de Münster, se convirtieron en detractores encarnizados del nazismo; y diez mil trescientos quince sacerdotes católicos serían encarcelados por el Tercer Reich. De ellos, dos mil quinientos ochenta serían deportados al campo de concentración de Dachau, de los cuales mil treinta y cuatro no salieron con vida.

Cuando, en 1958, fallece Pío XII, Golda Meir, madre del Estado de Israel, escribirá: «Durante los diez años del terror nazi, cuando nuestro pueblo sufrió los horrores del martirio, Pío XII elevó su voz para condenar a los perseguidores y para compadecerse de las víctimas». Y el entonces presidente del Congreso Judío Mundial, Nahum Goldmann, proclamará: «Con especial gratitud recordamos todo lo que Pío XII hizo por los judíos perseguidos durante uno de los periodos más oscuros de toda su historia». ¿Qué ocurrió para que el Papa más querido por el pueblo de Israel fuera denominado, unos pocos años más tarde, el `Papa de Hitler´? La leyenda negra sobre Pío XII fue diseñada por la propaganda comunista y recogida eficazmente, en 1963, por la pieza teatral El vicario, de Rolf Hochhuth, en la que se presentaba a un Pío XII indiferente ante el genocidio judío. Pero la leyenda negra contra Pío XII también ha tenido divulgadores en el propio ámbito católico, como resultado de las divisiones que se produjeron a raíz del Concilio Vaticano II.

Las actas y documentos del Estado Vaticano relativos a la Segunda Guerra Mundial demuestran fehacientemente que Pío XII hizo mucho más que cualquier gobierno o institución para salvar a los judíos de la persecución nazi. El rabino y profesor de Historia David Dalin, autor del libro El mito del Papa de Hitler, considera que Pío XII se sirvió de su experiencia como Nuncio apostólico en Alemania durante los años veinte, y luego como secretario de Estado del papa Pío XI en los treinta, para salvar infinidad de vidas judías durante la guerra. Si aproximadamente el ochenta por ciento de los judíos que vivían en la Europa ocupada por los nazis fueron asesinados durante la Segunda Guerra Mundial, en Italia, donde el Papa tuvo un mayor margen de maniobra, el ochenta y cinco por ciento de los judíos sobrevivió, incluyendo el setenta y cinco por ciento de la comunidad judía de Roma, que se benefició de su ayuda directa. Los judíos fueron acogidos secretamente, por indicación del Papa, en ciento cincuenta y cinco monasterios, conventos e iglesias de Italia; y hasta tres mil de ellos hallaron refugio en la residencia pontificia de Castelgandolfo. El escritor judío Pinchas Lapide, en su obra Tres Papas y los judíos, cifra el número de judíos salvados directamente por la diplomacia vaticana en ochocientos mil. Tales actividades las realizó Pío XII lo más discretamente posible, lo cual no fue óbice para que Hitler planeara su secuestro, como ha confirmado el general Karl Wolff, jefe de las SS en Italia. Un hecho fundamental, poco conocido, es que el gran rabino de Roma durante los años de la Segunda Guerra Mundial, Israel Anton Zoller, se convirtió al catolicismo tras la liberación de la capital italiana, adoptando como nombre de bautismo, en honor del Papa que había salvado a tantos hermanos suyos, el de Eugenio Pío. A la luz de estos datos, ¿puede acusarse a la Iglesia católica de connivencia con el nazismo?

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