viernes, 24 de febrero de 2012

EL PERDÓN DEBE ESTAR DIRIGIDO A LAS VÍCTIMAS DEL TERRORISMO.

 Aramburu: «Si yo soy escritor vasco, subvencionado, y abro mucho el pico puedo truncar mi carrera».

El escritor donostiarra, que presenta «Años lentos», la vida del País Vasco destilada en una novela, sostiene que «nadie nace nacionalista, se le va metiendo desde niño».

El escritor Fernando Aramburu, durante la entrevista con ABC-foto.
 
Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) vive desde 1985 de forma permanente en Hannover (Alemania), donde ha impartido clases de lengua materna española a descendientes de emigrantes. Analista objetivo de la sociedad vasca y del entramado de ETA, lo que le ha supuesto una encendida polémica con el pensamiento único nacionalista, es autor de tres libros de relatos y cinco novelas, que le valieron los premios Gómez de la Serna, Euskadi, NH, Vargas Llosa, Dulce Chacón y RAE. Con «Años lentos» ganó el VII Premio Tusquets de Editores de Novela.
Fernando Aramburu vivió una infancia feliz y humilde en aquella San Sebastián de «Años lentos» (Tusquets), novela en la que abre el cofre de sus recuerdos y extrae material familiar para hacer un gran trabajo literario. «No es un libro sobre mi vida», aclara el novelista.
-¿Qué recuerda de aquella San Sebastián de la lentitud sesentera?
-La recuerdo como una ciudad un poco provinciana, pero con una ventanita a Europa que no había en otras: la frontera francesa estaba a veinte kilómetros, y esto permitía acceder a ver películas prohibidas, incluso algunos adquirían libros prohibidos en España... Vivir en San Sebastián y saber francés les permitía a algunos sacarse el pelo de la dehesa. Era una época de lentitud, en la que pasaban pocas cosas, había como una tendencia a imitar lo que venía de fuera, si es que llegaba, que llegaba poco, censurado, como a cuenta gotas, algún turista... Y había una paz social total, pero impuesta. En la dictadura nadie se podía salir de la fila. La nación vivía como en una especie de resignación después de tantos años de régimen totalitario.
-¿Cómo será recibida su novela por el nacionalismo vasco?
-¡Ah, no me importa!, aparte de que lo que uno hace es imposible que le guste a todo el mundo. Mi finalidad es mucho más modesta: dejar un testimonio personal de muchas cosas que he visto, que me han contado, que he averiguado, que tienen que ver con el mundo en el que nací, en donde me crié, y que no me son indiferentes.
-Eso demuestra que usted es un escritor libre, frente a otros escritores que no son libres hoy en día, como usted ha señalado.
-Pero se ha interpretado mal, porque en el fondo si una persona es libre en una sociedad sometida al terror a mí se me ocurren preguntas muy comprometedoras. Es decir, no ser libre cuando se produce una situación de terrorismo es una eximente, y no ser libre se manifiesta de distintas maneras: por ejemplo, si a uno le matan, o tiene que vivir con escolta, esa persona carece de libertad. Pero hay otras maneras de no ser libre. Por ejemplo, cuando uno no puede expresar lo que podría expresar, cuando uno calla. Y a mí eso me parece muy humano. Y lo dije. Y se me replicó desde la defensa de la cultura y del idioma, y por la misma vía me podrían haber replicado desde la defensa del mar y de los atardeceres. Pero en el fondo creo que algunos mostraron una vanidad herida. No hemos sido libres. Yo no he sido libre. Yo digo cosas que no podría decir si estuviera en determinados sitios, porque sé que me van a agredir, insultar desde luego. Aunque lo único que hago es expresar mi opinión, y además a título personal. Yo soy un hombre solitario que ha visto cosas.
-¿Qué cosas...?
-Bueno, allá cada uno con su conciencia. Yo pienso que si uno no ha abierto el pico porque tenía miedo yo creo que esa es una reacción absolutamente normal y natural. A mí me gustaría que hubiera algo de verdad y de reconocimiento. Esto ha sido así: si abrías el pico te llamaban por la noche, por teléfono, te insultaban, amenazaban, te metían un animal muerto en el buzón, o te pintaban en la pared de tu casa para que lo viera todo el mundo. Pero si en esa situación uno considera que ha sido libre, yo lo veo muy próximo a los agresores.
-Sobre el cese del terror: ¿se puede confiar en la renuncia de quienes han asesinado a más de ochocientas personas?
-Confiar no se puede, pero yo concedo una opción a los que piden perdón. Y hay algunos, pocos; habría más si no fueran porque están cagados de miedo. Particularmente, reconozco que tiendo a la suspicacia. No lo puedo evitar porque nos han engañado tantas veces... El cese de la violencia es un paso muy positivo, joder que a uno no le maten es muy agradable.
-Y, sobre todo, se debe pedir perdón a las víctimas del terrorismo.
-Es que a mí no me gustaría que se trivializase el perdón; es decir, que empezase todo el mundo a pedir perdón al aire, a pronunciar en público la palabra perdón. Yo insisto en que el perdón debe estar dirigido a las víctimas del terrorismo. Es decir, aquellos que han sufrido directamente la acción del crimen político, ¿estamos? De manera que empezáramos a crear una sociedad en la que se pudiera vivir en paz porque se han cerrado algunas heridas y porque, sobre todo, el agresor renuncia a su condición de agresor: esa sería la utilidad del perdón. De manera que las víctimas, que no van a recuperar a sus seres queridos ni van a olvidar, tengan la garantía de que su obra no se va ampliar y que están libres de nuevas agresiones. Esa sería la función del perdón. Es que, además, el que pide perdón se humaniza: muestra un flanco humano, y tiene un efecto pedagógico muy positivo en las generaciones jóvenes y venideras.
-¿Y se acabará con la cultura de la subvención a los escritores vascos?
-¡Pero si es que yo no estoy en contra de las subvenciones! Si a mí me parece muy bien que se fomente un idioma que hablan 200.000 personas, y que necesita unas ayudas a la lectura, al creador, si a mí no me parece mal. Pero que hay subvenciones es evidente, son públicas; si no hay más que abrir la página del Gobierno Vasco para ver las cantidades y quién las recibe. Si yo estoy recibiendo una subvención, y he desarrollado mi obra literaria en un círculo editorial pequeño, y abro demasiado el pico pues puedo truncar toda mi carrera literaria. Pero si eso es así. No estoy en contra de las subvenciones. El español también mantiene el Instituto Cervantes. No puedes dejar que tus escritores se mueran de hambre, o que los chavales no lean. Que hay subvenciones es evidente.
-Hace unos años a Fernando Aramburu se le relacionaba con Cervantes, ahora con Dickens...
-...Lo cual es otro honor para mí y para Dickens supongo que una deshonra. Hay algo en Dickens que a mí me gusta mucho y que de alguna manera me hace que me identifique con algo que hay en él: la compasión que él siente por los niños menesterosos, los niños que sufren, los niños pobres que tienen que luchar en la vida, a brazo partido, en condiciones muy adversas para salir adelante. Esta constante temática está en mí, y por eso soy yo un seguidor muy fiel de este tipo de Literatura: Lázaro de Tormes, David Copperfield, Oliver Twist. Me he prometido en diversas ocasiones dejar de reescribir a mi manera el Lazarillo de Tormes, pero no lo consigo.
-¿Su infancia fue feliz?
-Mi infancia fue modesta, y dentro de las posibilidades que había para desarrollarse como futura persona adulta creo que tuve suerte, con ciertas adversidades. Me habría gustado no nacer en una dictadura, aunque he aprendido bastantes cosas. Nacer en una dictadura me ha hecho un demócrata convencido. Me habría gustado ser italiano. Me hice escritor en un clima en el que predominaba el deseo de modernizarse. Por lo demás, tuve una infancia muy sana, que transcurrió la mayor parte en la calle, con muchos niños, muy cerca del campo, en una época en la que en España ya no se pasaba hambre, por lo menos en mi región. Había mucho trabajo, y éramos hijos de personas que lo habían pasado muy mal en la vida, que habían soportado la Guerra Civil y toda la penuria de la primera parte de la posguerra. Ellos estaban convencidos de que por medio del trabajo podían sacar los hijos adelante. Y yo soy de una generación que se benefició de esta actitud tan positiva de los padres. Yo fui el primero de mi familia que puso los pies en una Universidad.
-¿Qué primeras lecturas le acompañaron?
-Yo tenía una abuela, que no tenía mucha cultura, que hablaba muy mal el castellano, pero que cada vez que la visitaba me daba un duro, y ese duro me duraba como cinco minutos. Es decir, lo que tardaba en ir desde su casa a una librería-papelería a comprar un tebeo. Ingresé en el mundo de la lectura a través de los tebeos. Y después, ya con diez, once años, en una edad relativamente tardía leí el Lazarillo de Tormes, que me supuso una bofetada. Lo leía a la fuerza, y un fraile se dio cuenta, me sacudió una bofetada y me obligó a leerlo de nuevo. Y esa bofetada produjo en mí una especie de protesta interior y una identificación con el personaje, puesto que el ciego no trataba mejor al niño igual que el fraile a mí. Así y todo, estuve odiando la Literatura durante tres o cuatro años, leyendo libros a la fuerza, jamás por placer, hasta que cambié de colegio y entonces vi el lado placentero de la Literatura y descubrí que una persona de mi clase social, baja, si no podía triunfar en el fútbol tenía una posibilidad de salir del hoyo del proletariado, y era mediante el dominio del lenguaje. Y descubrí que ese truco funcionaba, que la facilidad de la palabra por el dominio del léxico me permitía salir airoso de determinadas situaciones, y dominar a los demás. Toda mi educación escolar se llevó a cabo en colegios de frailes y de curas.
-¿Qué lección nunca olvidará de su padre?
-Un hijo varón crece reflejándose en el padre, porque sabe que cuando sea adulto será también un hombre. La referencia inmediata que tiene el niño es el propio padre. Uno mitifica al padre. A mí el mito de mi padre se me derrumbó el día que lo vi en su lugar de trabajo con un mono azul, unas botas, al lado de una máquina rumbosa, en un lugar oscuro que olía muy mal. Y ese día hubo una rotura de una tubería y estaba aquello inundado. Y no me gustó para mí. Yo supe que aquello no lo quería, pasarme toda mi vida en un lugar mal oliente para ganar poco y donde uno tiene que obedecer toda la vida. Como contra ejemplo yo le estoy muy agradecido a mi padre, que era un hombre muy bueno, con sentido del humor, y muy generoso.
-¿A usted le ningunearon por no saber euskera?
-No exactamente. Se hablaba muy poco euskera en San Sebastián. Lo hablaban los de los caseríos y los de los pueblos. Yo sufrí un pequeño episodio de discriminación, pero no era sintomático. El cura del barrio seleccionaba a los que sabían el euskera y él los recompensaba pues iba con ellos al monte, etc... Yo viví esa discriminación, y toda mi vida infantil y adolescente ha transcurrido a la sombra de esa discriminación. En aquellos tiempos, años 60, no se aprendía el euskera en los colegios. Y todavía no se había unificado el idioma: estábamos en una situación muy precaria. Las cosas han cambiado, claro.
-¿Cómo era la labor del cura de pueblo, del cura de barrio...?
-Era el jefe de las almas. Tenía acceso directo a la intimidad de las familias y adoctrinaba en algunos casos no solo propagando la palabra de Dios, sino que también propagaba la palabra de Sabino Arana. Si ese cura de barrio cojeaba del pie nacionalista, pues claro al mismo tiempo metía bastante de la doctrina nacionalista. Había de todo. Conocí a unos que sí cojeaban del pie nacionalista y entonces en el sermón se les notaba. Nadie nace nacionalista, hay que ir metiendo desde niño, cuando todavía no está conformada la estructura intelectual, los contenidos básicos. Todos tenemos un dios a los tres o cuatro años.
-¿Muchos jóvenes se inclinaron por el nacionalismo abducidos por esa concepción?
-Esto sería generalizar, pero muchos sí que han tenido un influjo en el sentido de que han inoculado ideas, que luego interpretadas de una manera fanática han llevado a algunos a la violencia, es decir a la imposición de las convicciones propias mediante la eliminación de los disidentes. Que es lo que en realidad es ETA.

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