Anne wojcicki está casada con uno de los hombres más poderosos del planeta, Sergey Brin, pero aspira a triunfar por ella misma. Y ha fundado su propia empresa de test genéticos. Gracias a uno de esos análisis sabe que su marido tiene muchas posibilidades de padecer párkinson. ¿y ella? ¿Y sus hijos? De todo ello hablamos en una singular entrevista.
Lleva el pelo castaño recogido hacia atrás y sujeto con un rotulador. Es una mujer menuda, luce un sencillo vestido negro y calza zapatos de tacón bajo.
Durante la entrevista se queja de que, para hacerla, le han desaconsejado vestir sus habituales pantalones de chándal, «que son perfectos cuando estás embarazada y también después», asegura con una risa seca. Anne Wojcicki está casada con uno de los hombres más ricos del mundo: Sergey Brin, el cofundador de Google, cuya fortuna personal asciende a unos 18.000 millones de dólares. Pero Wojcicki parece más una madre trabajadora que la mujer de un magnate.
«La moda nunca ha sido nuestra prioridad», explica Wojcicki. Y no es que se esté esforzando en proyectar una imagen de persona «normal». Cuando le pregunto por sus caprichos más desbocados, me dice que le encantan las fiestas de disfraces y que cierta vez se gastó 75 dólares en varios lápices de labios color carmín intenso. ¿Eso es todo? «Me parece un auténtico despilfarro», responde con sequedad.
Wojcicki y Brin rara vez conceden entrevistas y, a pesar de mostrarse cálida y amable en las distancias cortas, ella resulta `dura de pelar´. Tiene que pasar una hora y media de conversación para que reconozca que su marido y ella son dueños de un avión privado, y el tema de sus dos hijos lo zanja de un plumazo: «De los niños no hablamos».
La pareja se casó en las Bahamas, en la isla propiedad de David Copperfield. Los invitados llegaron en avión privado, pero los novios iban vestidos con bañador -blanco el de ella, negro y con una franja blanca el de él-. «Tras decir el `sí, quiero´ y besarnos, nuestros dos mejores amigos nos echaron agua a la cara con un cubo... Y luego nos enzarzamos con las pistolas de agua. No soy de esas mujeres que sueñan con llevar un traje de novia. Mi principal preocupación era no tener que vestirme ni peinarme de forma especial. A nosotros no nos va el glamour. Preferimos pasárnoslo bien».
Wojcicki se muestra orgullosa al confesar que lleva diez años tomando el mismo desayuno: un smoothie, un sencillo y popular batido de frutas con vitaminas. Y cuenta que, en una ocasión que les pilló un chaparrón, Brin «se lo pensó dos veces» antes de comprar un paraguas por 40 dólares en unos grandes almacenes. Wojcicki y Brin han ido a la ceremonia de los Oscar un par de veces. «Llevaba puesto un vestido bonito, pero nadie quería sentarse a nuestro lado. Nos sentíamos como los alumnos apestados del instituto. Ambos tenemos una fuerte formación académica. Todas las noches nos peleamos para ver quién acuesta a los niños. Los chavales son nuestra prioridad absoluta. Conocemos a otros padres con mucho dinero que nos dicen que lo más fácil es ceder ante todos los caprichos de los hijos, pero que años después tienes que pagar un precio por ello. Así que intentamos mostrarnos firmes».
Estamos sentadas en un despacho de 23andMe, la firma de ingeniería genética cofundada por ella. Tony Blair y el magnate de la comunicación Rupert Murdoch han sido algunos de los invitados a «las fiestas de la saliva» montadas por 23andMe: se recoge una muestra de saliva de los invitados en el interior de un tubo de ensayo y la compañía les dice su predisposición a sufrir cien enfermedades.
El negocio marcha bien, aunque no de manera espectacular. «Hemos sacado al mercado un producto muy peculiar, pero con la recesión económica el crecimiento ha estado por debajo de nuestras expectativas. Quiero hacerme famosa como la persona que ha transformado la asistencia sanitaria. Como tengo mucho dinero, puedo asumir riesgos. Puedo mostrarme audaz al dirigir mi compañía. Quiero influir y conseguir cambios sustanciales», explica sumiéndose en el lenguaje de los directivos.
Cuando sus propios genes fueron analizados, Wojcicki se enteró de que tenía riesgo de contraer cáncer de mama. Hace 20 años, a su madre se le diagnosticó un cáncer de este tipo, que luego la radioterapia consiguió erradicar. «Ahora casi no bebo alcohol, excepto una vez a la semana, cuando compartimos una botella de vino con los amigos. No me hago mamografías, pues quiero evitar la radiación, pero me hago chequeos con regularidad. Hago ejercicio, vigilo lo que como. Y di el pecho a mis hijos el máximo tiempo posible, pues reduce los riesgos de contraer la enfermedad», agrega. Todas las mañanas, un preparador físico se presenta en la casa; hacen yoga, pilates y levantamiento de pesas.
El análisis genético de su marido, Brin, reveló que tanto él como su madre cuentan con entre un 20 y un 80 por ciento de probabilidades de desarrollar la enfermedad de Párkinson en el futuro. Su madre, en la actualidad, sufre la enfermedad. «Oímos hablar de cierta extraña propensión al párkinson entre los judíos askenazis (la familia de Brin procede de Rusia), pero los médicos nos dijeron que era poco probable, que someterse a análisis genéticos no serviría para nada. Ese tipo de argumentación me pone furiosa ¡porque, si una persona sabe algo, entonces puede hacer algo! Brin, por ejemplo, tomó la decisión de no trabajar cien horas a la semana, de tomarse más tiempo libre, de hacer mucho ejercicio y de beber más café, pues se supone que el café está indicado en su caso. Tampoco es que nos pasemos el día pensando en lo que haremos si un día desarrolla la enfermedad, ya nos las arreglaremos». Wojcicki está convencida de que la información es poder.
El padre de Wojcicki, Stanley, es profesor de física en la universidad de Stanford, y su madre, Esther, es profesora en un instituto de secundaria. Wojcicki tiene dos hermanas mayores. En la adolescencia era buena estudiante, competitiva y entusiasta del fútbol y del patinaje artístico. Tras licenciarse en Biología por Yale, trabajó en Wall Street. En Nueva York se sintió «escandalizada» por la desigualdad social: «Había personas que compraban botitas impermeables para sus perros, mientras otras muchas no tenían nada en absoluto. Cuando entraba en algunos grandes almacenes, me quedaba boquiabierta al ver que un simple albornoz podía costar mil dólares». A una amiga que trabajaba en la moda le costó convencerla de que una sudadera no era la prenda más adecuada para salir de noche. Eso sí, Wojcicki finalmente reconoce que tiene cierta debilidad por los zapatos. «Confieso que me emocioné cuando Louboutin abrió una tienda frente al piso donde yo vivía en Nueva York».
Wojcicki y Brin se conocieron en 1998. Él y su socio, Larry Page, estaban lanzando Google y alquilaron como oficinas el local que estaba en el edificio donde vivía la hermana de Wojcicki. A lo largo de los años, su hermana hizo gran amistad con los jóvenes emprendedores. Y un buen día Wojcicki le pidió a su hermana -hoy, primera vicepresidenta de Google- que le organizara una cita con Brin. «Salimos a patinar. En Nueva York, la gente me tenía por una chica algo hippy y medio rara, pero Sergey tampoco era convencional. Un día le dio por aprender a lanzar cuchillos y se inscribió en una escuela circense. En otra ocasión, me dejó un mensaje telefónico en código morse. Descifrarlo me llevó una hora y media».
Wojcicki «casi nunca piensa» en el dinero que tienen. «Sergey ha ganado muchísimo más dinero del que pudiera soñar». Recientemente comentaba con Page que, de haber vendido años atrás su motor de búsqueda por un irrisorio millón de dólares, hubieran sido «bastante felices» trabajando como académicos. Asegura que la casa en la que viven no es enorme, que se han comprado un coche eléctrico y, «como les pasa a todos los padres, las noches en que los niños se despiertan cada dos horas pueden ser agotadoras. Cuando una no tiene hijos, la vida resulta más libre y divertida. A mí siempre me encantó la aventura. Tras dejar Wall Street, estuve viajando en el Transiberiano y tenía previsto recorrer Asia Central, Turkmenistán, Kurdistán... Pero una vez que tienes hijos, el mundo ya no es un lugar lleno de aventura, sino que se convierte en un lugar peligroso. Y una dedica todo su tiempo a proteger a los niños».
Wojcicki ni se plantea que su propia empresa pueda estar abocada al fracaso («Eso no voy a permitirlo»). Y rechaza responder a las preguntas sobre Google. Tampoco hace comentarios sobre la forma controvertida en que Google aborda la privacidad de sus usuarios: «Como es natural, siempre estoy del lado de Sergey. Es mi marido. Pero también es una muy buena persona, con una orientación moral. Sergey procede de Rusia, así que los derechos humanos y la libertad de expresión son importantes para él. Es algo que me atrajo de él desde el principio».
¿Alguna vez ha imaginado que lo dejan todo, que él deja Google y usted 23andMe? «No, porque creemos en lo que hacemos y en su potencial para cambiar las cosas a mejor». Wojcicki quiere tener más hijos, hasta llegar a los cuatro, si es posible. «Me estoy haciendo mayor, pero me encanta estar embarazada. Y no me importaría hacer de madre suplente o de alquiler». Pero, a medida que pasan los años, es consciente de la necesidad de «recuperarse» entre un embarazo y otro y «de tener buena salud para cuidar de los hijos que ya tengo». Wojcicki ha hecho analizar los genes de sus dos pequeños, pero no piensa divulgar los resultados. «Eso lo harán ellos mismos, si quieren, después de cumplir los 18 años».
TÍTULO:
EL REY DE LAS PERCHAS |
``Vamos a aumentar nuestra facturación un 30 por ciento´´
¿Se acuerda del Hula Hoop? Lo fabricaron en esta empresa de Alcoy (Alicante). Su producto estrella, sin embargo, son las perchas. Cada año venden 1500 millones en todo el mundo. EL HIELO MILAGROSO.--TÍTULO: La pista más grande del mundo es nuestra. Está en Japón´´Son de Sevilla y venden pistas de hielo... Sintético, eso sí. Con su fórmula secreta para patinar sobre plástico han triunfado en más de 50 países. ``No, no se puede echar al cubata´´, bromea Álvaro Falcón, director de ventas de esta empresa sevillana que vende hielo sintético y ecológico en 53 países. «Nuestras pistas -explica- son, en realidad, paneles de polietileno, un plástico, donde introducimos un líquido deslizante cuya fórmula es nuestro gran secreto. No queremos ni registrarlo porque habría que especificar sus componentes -añade misterioso-. El resultado es como si la pista sudara, lo que mantiene lubricada la cuchilla del patín y permite que te deslices igual que sobre el hielo. Por unos 3000 dólares te montas la pista en el patio de tu casa. No hay que enchufarla, pulirla ni alisarla; como mucho, limpiarla; unes los paneles, te pones los patines de hielo y ¡a patinar!». Ocho años después de su fundación facturan dos millones de euros y realizan el 90 por ciento de sus ventas en el exterior. Entre sus más de 300 clientes satisfechos figuran Disneyland París y algunos clubes de hockey sobre hielo de EE.UU. Que una empresa de Sevilla, donde el patinaje invernal no figura entre las pasiones populares, se haya convertido en una de las mayores innovadoras en el sector puede sonar paradójico. «Mi padre la fundó en 2003 -cuenta Adrián Ortiz, el gerente-. En una feria en EE.UU. descubrió las pistas de hielo sintético y se convirtió en distribuidor. Al instalarlas en España, fue un desastre; el plástico se combaba. Llamó a Canadá y les dijo: `Mira, yo sé de química, se me han ocurrido algunas mejoras´. Le contestaron: `¡Cómo va a venir un español a darnos lecciones sobre hielo!´. Mi padre, entonces, decidió convertirse en su competidor». Su éxito se mide no solo en sus ventas, también en otro tipo de logros. «La pista más grande del mundo, de 1800 m2, es nuestra -añade Falcón-. Y la más alta; en la planta 94 del John Hancock Center, uno de los edificios más emblemáticos de Chicago». Empresa Xtraice. Facturación: 2 millones de euros. Exporta a 53 países. Hasta es muy probable que todas las que tiene usted colgadas en su armario hayan salido de sus fábricas. No en vano producen más de la mitad de las perchas de plástico que se usan en España. Su crecimiento ha ido de la mano de la expansión de grupos como Inditex o Mango. «Tenemos fábrica propia en China, la India, Bangladesh, Marruecos...», dice el director general Juan Manuel Erum. En plena crisis, el grupo espera incrementar su facturación un 30 por ciento en los próximos dos años. La internacionalización, en su caso, ha sido la gran vacuna contra la depresión del mercado europeo. Erum Group. Facturación: 50 millones. Exporta a más de 20 países. |
No hay comentarios:
Publicar un comentario