Carlos Soria-foto-: ``Que nadie deje de hacer lo que le gusta solo por la edad´´.
Nací en Ávila hace 73 años. Alpinista. Me falta ascender el Annapurna, el Kanchenjunga y el
Dhaulagiri para completar los 14 `ochomiles´. Estoy en ello. Lo intento hacer con el patrocinio del BBVA.
Carlos Soria. ¿Que qué es más peligroso que una montaña enfadada? [Sonríe irónico]. Mira, el Dhaulagiri se llevó a un amigo mío hace 11 años. Era una expedición que hicimos con Edurne [Pasabán] y su novio italiano, Silvio Mondinelli. Y desapareció Pepe Garcés, mi compañero, a 7600 metros.
XLSemanal. Pues vaya.
C.S. Imagínatelo. El momento más duro fue al recoger su tienda y sus cosas.
XL. ¿Y por qué ocurrió?
C.S. Nunca lo sabremos. ¿Un descuido? ¿Se tropezó un crampón con otro y dio un traspié? Era una pendiente muy inclinada, pero Pepe sabía dónde estaba perfectamente. El problema es que estaba al lado de un precipicio.
XL. ¿Cogió usted miedo tras aquello?
C.S. No, a mí lo único que me da miedo son las avalanchas. He sufrido dos, en el Manaslu y en el K2, y lo pasé fatal.
XL. Tengo 31 años menos que usted. ¿Sobreviviría si lo acompaño en una expedición?
C.S. Sí, seguro. Si has hecho algo de deporte antes, seguro que puedes venir sin problema. Dependería de ti.
XL. Francia y la polémica del dopaje en el deporte español. Opine.
C.S. Es una traición. Siempre han tratado de ganarnos alguna guerra y nunca lo han conseguido. Los que peor quedan con estos ataques son ellos.
XL. ¿Ha visto alguna vez al yeti?
C.S. No, no soy el típico aventurero que siempre dice haberlo visto. De hecho, no creo que exista. Lo que sí he visto son las huellas del tigre de las nieves y los restos de una cabra que se había comido hacía muy poco. Sentí su presencia y fue algo alucinante.
XL. Dicen que donde abundan esos tigres es en Wall Street. ¿Es cierto?
C.S. [Ríe]. Ya, y seguro que tampoco faltan los yetis y otros cantamañanas.
XL. ¿Nos iría mejor si actuásemos como alpinistas para salir de la crisis?
C.S. Sí. Porque somos austeros y nos adaptamos a las circunstancias. Si hace sol, estamos contentos con el sol y si hace malo, esperamos a que haga bueno. Eso sí, con mucha esperanza.
XL. ¿Qué opinan su mujer y sus cuatro hijas de su `adicción montañera´?
C.S. Cuando estoy aquí, dicen: «Pero, bueno, ¿cuándo te vas?». A mi mujer la conocí en la montaña y a mis hijas les he inculcado el alpinismo. Me apoyan.
XL. Pues a mi madre, a sus 67, le ha dado por el skate. ¿Qué hago?
C.S. ¡Anímala, anímala! Sin ninguna duda. Que nadie deje de hacer lo que le gusta solo por la edad.
Carlos Soria. ¿Que qué es más peligroso que una montaña enfadada? [Sonríe irónico]. Mira, el Dhaulagiri se llevó a un amigo mío hace 11 años. Era una expedición que hicimos con Edurne [Pasabán] y su novio italiano, Silvio Mondinelli. Y desapareció Pepe Garcés, mi compañero, a 7600 metros.
XLSemanal. Pues vaya.
C.S. Imagínatelo. El momento más duro fue al recoger su tienda y sus cosas.
XL. ¿Y por qué ocurrió?
C.S. Nunca lo sabremos. ¿Un descuido? ¿Se tropezó un crampón con otro y dio un traspié? Era una pendiente muy inclinada, pero Pepe sabía dónde estaba perfectamente. El problema es que estaba al lado de un precipicio.
XL. ¿Cogió usted miedo tras aquello?
C.S. No, a mí lo único que me da miedo son las avalanchas. He sufrido dos, en el Manaslu y en el K2, y lo pasé fatal.
XL. Tengo 31 años menos que usted. ¿Sobreviviría si lo acompaño en una expedición?
C.S. Sí, seguro. Si has hecho algo de deporte antes, seguro que puedes venir sin problema. Dependería de ti.
XL. Francia y la polémica del dopaje en el deporte español. Opine.
C.S. Es una traición. Siempre han tratado de ganarnos alguna guerra y nunca lo han conseguido. Los que peor quedan con estos ataques son ellos.
XL. ¿Ha visto alguna vez al yeti?
C.S. No, no soy el típico aventurero que siempre dice haberlo visto. De hecho, no creo que exista. Lo que sí he visto son las huellas del tigre de las nieves y los restos de una cabra que se había comido hacía muy poco. Sentí su presencia y fue algo alucinante.
XL. Dicen que donde abundan esos tigres es en Wall Street. ¿Es cierto?
C.S. [Ríe]. Ya, y seguro que tampoco faltan los yetis y otros cantamañanas.
XL. ¿Nos iría mejor si actuásemos como alpinistas para salir de la crisis?
C.S. Sí. Porque somos austeros y nos adaptamos a las circunstancias. Si hace sol, estamos contentos con el sol y si hace malo, esperamos a que haga bueno. Eso sí, con mucha esperanza.
XL. ¿Qué opinan su mujer y sus cuatro hijas de su `adicción montañera´?
C.S. Cuando estoy aquí, dicen: «Pero, bueno, ¿cuándo te vas?». A mi mujer la conocí en la montaña y a mis hijas les he inculcado el alpinismo. Me apoyan.
XL. Pues a mi madre, a sus 67, le ha dado por el skate. ¿Qué hago?
C.S. ¡Anímala, anímala! Sin ninguna duda. Que nadie deje de hacer lo que le gusta solo por la edad.
Su Desayuno es el siguiente:
RESFRÍO, FRÍO!´
«Ajo. Es lo que no puede faltar. Me lo recomendaron hace años para evitar constipados. Y allí, en la montaña, se suelen desayunar muchos huevos».
Se ha hablado mucho estas últimas semanas de Mark Zuckerberg, el multimillonario creador de Facebook. Como es bien sabido, él, a sus veintiocho años, ha conseguido levantar un imperio que vale más que la Boeing, la mayor compañía aeroespacial del mundo, y casi tanto como Telefónica, el banco Santander y el BBVA puestos juntos. Pero no es de su juventud ni tampoco del pastón que amasa de lo que quiero hablarles, sino de una particularidad personal que lo llevó a crear este enorme club del que forma parte nada menos que uno de cada siete habitantes del planeta. Según puede verse en la película que cuenta su historia, Zuckerberg era un nerd, que en inglés quiere decir algo así como un pringao, un muchacho feúcho que no ligaba nada, y eso lo llevó a crear la red de amigos más grande del mundo. Los libros de autoayuda, esos que se empeñan en explicar cómo ser feliz o cómo tener éxito en la vida, hablan mucho de alentar y potenciar las cualidades de cada uno. Yo, en cambio, creo que es mucho más eficaz utilizar los defectos, las carencias, lo que no se tiene más que lo que se posee. Y esto es algo de lo que puedo dar testimonio, puesto que, como ya les he comentado alguna vez, en esta vida yo le debo mucho más a mis defectos que a mis virtudes. En mi caso se trataba de timidez patológica, pero hay otros muchos defectos `creativos´ que hacen que uno se supere. Shakespeare decía, al hablar de Julio César, que era fundamental recordar que era calvo y que, para poder lucir corona de laureles, conquistó el mundo. Esto parece una boutade, pero no lo es tanto. Napoleón, por ejemplo, era bajito y las damas lo llamaban «le gringolet», que quiere decir `el alfeñique´. Y Moisés, tartamudo; y Toulouse Lautrec, contrahecho; y Lord Byron, ese gran poeta e irredento conquistador, cojo. Siempre me ha parecido muy interesante la forma en la que la naturaleza compensa su falta de generosidad con el tesón y la fuerza no solo para sobrellevar una tara, sino para convertirla en nuestra mejor aliada. Por eso, si uno busca en el refranero -que es tan sabio- la palabra `necesidad´, encontrará que va acompañada siempre de algo positivo: «La necesidad inventó el arte», dice la sabiduría popular, o «agudiza el ingenio», o «es la más grande maestra...». Claro que, para que ese mecanismo compensador de cualquier necesidad o carencia se ponga en marcha, es necesario un ingrediente: el inconformismo. Hoy, por fortuna, el mundo se ha vuelto más compasivo con aquellos que tienen una desventaja, ya sea física, psicológica o de la índole que sea. Pero a veces esto puede ser negativo. Pienso ahora en las mujeres que a veces nos escudamos detrás de los prejuicios de los que hemos sido -y seguimos siendo- víctimas para decir: «Me discriminan, no hay nada que pueda hacer y la culpa es vuestra». Es verdad que muchas veces todo es más difícil para nosotras, pero en la dificultad está el premio. Y si no que se lo digan a una de las personas que más dificultades ha superado en la Historia y que era, precisamente, mujer. Se llamaba Helen Keller y fue activista política, escritora y conferenciante. Lo fue, a pesar de que con un año de edad a causa de unas fiebres quedó ciega, sorda y muda. A salir de esa cárcel en la que el destino se proponía encerrarla la ayudó otra mujer, Anne Sullivan, que le enseñó a hablar poniendo la mano de la enferma sobre su garganta para que notara las vibraciones de sus cuerdas vocales, y a leer y escribir dibujando palabras sobre la palma de la mano. Que lo peor sea un camino que conduzca a lo mejor quizá sea una de esas verdades de Perogrullo que se olvidan durante los tiempos de bonanza, porque todos nos instalamos con demasiada facilidad en la cómoda y algodonosa nube de la autocomplacencia. Pero tal vez valga la pena recordarlo ahora que la nube anda algo deshilachada, digamos.
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