MICHAEL TRIPPEL. RENFE |
España, Grecia, Portugal... El paro alcanza niveles de récord en el sur de Europa. En Alemania, sin embargo, no hay trabajadores suficientes. la locomotora europea busca mano de obra especializada. Los españoles, como ocurriera hace 40 años, son bienvenidos. Ahora bien, no sirve cualquiera.
Ya no llegan en trenes especialmente fletados para ellos, no llevan sus pertenencias en una caja de cartón ni se asustan cuando alguien pronuncia su nombre.
Han pasado 47 años, más de media vida, desde que el tren que llevó a Alemania al portugués Armando Rodrigues de Sá entró en la estación de Colonia-Deutz. Muchos recuerdan todavía la imagen de aquel hombre intimidado por las cámaras a quien se le regaló una motocicleta. Era el trabajador extranjero un millón que llegaba a la República Federal de Alemania. «Ya lo tenemos», gritó el jefe de prensa de la patronal de empresarios cuando localizó al carpintero luso en el andén de la estación. Solo en aquel tren viajaban más de 1100 personas llegadas todas para trabajar. ¿Están sanos? ¿Fuertes? ¿No causan problemas? Esas eran, por aquel entonces, las preocupaciones de los señores de Alemania.
Hoy vuelven a llegar muchas personas a Alemania con la intención de trabajar. Pero no se parecen a sus predecesores. No sueñan con una motocicleta, sino con una oportunidad para empezar de nuevo en la economía globalizada. Se buscan ingenieros, no trabajadores manuales. Más de 100.000 puestos para licenciados en carreras técnicas están vacantes, mientras que en países como España la tasa de desempleo supera el 20 por ciento.
Ambas situaciones son complementarias. Los medianos empresarios de la región industrial de Suabia saben dónde encontrar lo que escasea en Alemania. Campaña de contratación para ingenieros españoles; así se llama una iniciativa de una agencia de contratación que ha invitado a Stuttgart a cien aspirantes; la mayoría de ellos ha volado directamente desde Barcelona. Es una especie de speed-dating, las empresas alemanas y los ingenieros españoles deciden en conversaciones de 30 a 60 minutos si quieren darse una oportunidad como pareja laboral.
Javier Gómez Puerta se encuentra en el cuarto piso de la Casa de la Economía en Stuttgart, un lujoso edificio señorial del siglo XIX. Por toda la sala hay repartidas mesas blancas donde un español conversa con uno o dos potenciales contratadores. «Para los ingenieros, Alemania es el destino estrella en Europa», dice este ingeniero catalán.
Una babel de español, inglés, alemán y suabo flota en la sala. «Hablar alemán no es sencillo», dice en dialecto suabo Ulrich, responsable de formación de Seeber+Partner, una consultoría en ingeniería asentada en Remseck am Neckar. Parece conocer bien cuál es el problema principal. Eso sí, se muestra profundamente impresionado por la motivación y la ambición de los aspirantes. «Vienen a por todas».
Quienes llegan hasta aquí están dispuestos a dejar atrás toda una vida para empezar algo mejor. Es la vieja historia de la emigración, unida siempre a términos como perseverancia, determinación, capacidad de adaptación... palabras que suenan a música en los oídos de los posibles contratadores.
En el caso de Javier, además, habla correctamente alemán. «Deberíamos conocernos mejor», le dice uno de los reclutadores al final de la entrevista y le entrega una invitación para el día siguiente. Quiere enseñarle las instalaciones de la empresa en Zuffenhausen. «Muchas gracias», dice el ingeniero de 34 años al ponerse en pie; estrecha las manos que le tienden y se dirige a la cafetería antes de la siguiente entrevista. Él puede elegir; muchos otros, no. Porque también llegan inmigrantes que deben mejorar su alemán o cuyas titulaciones no han sido reconocidas oficialmente. Algunos acaban trabajando en la limpieza o rompiéndose la espalda en la construcción. Todos sueñan con esa oportunidad que les han hurtado las economías en crisis del sur de Europa. Alemania saca provecho así de los apuros de sus socios de la Unión, que arrojan en sus brazos a trabajadores jóvenes y decididos; trabajadores que, en un futuro, tan necesarios les serán a España o a Grecia.
Nadie sabe si esta nueva tendencia migratoria durará mucho. Hasta hace poco, quienes más se habían beneficiado de la libertad de movimientos en el seno de la UE para instalarse en Alemania eran ciudadanos de Europa del Este. Con la crisis, sin embargo, se ha intensificado el flujo procedente de miembros más antiguos. En la primera mitad de 2011, el número de inmigrantes que llegaron desde España aumentó en un 49 por ciento con respecto a 2010; en el caso griego, la cifra subió en un 84 por ciento.
Herbert Brücke, experto en movimientos migratorios del Instituto del Mercado Laboral e Investigación del Empleo (IAB en sus siglas alemanas), calcula que en 2011 entre el 20 y el 25 por ciento de los inmigrantes llegaron desde miembros antiguos de la UE. En 2010 eran el 15 por ciento. «Se ha incrementado la disposición a emigrar de jóvenes licenciados universitarios», añade Brücker. Cada vez más estudiantes cruzan las fronteras nacionales antes de concluir sus estudios, un objetivo manifiesto del Plan Bolonia, que desde 1999 busca unificar la educación superior europea.
Javier ya estuvo en Alemania en su época de estudiante, pasó tres meses en Hamburgo haciendo un curso de alemán. Tras concluir un máster en energía eléctrica industrial y automatización trabajó como software trainer externo para Siemens en Barcelona. Cuando la crisis alcanzó de lleno a España en 2010 y el trabajo comenzó a escasear, hizo las maletas. Ahora vive en Hamburgo, realquilado en casa de Peter, un alemán medio uruguayo. Aquí, al menos, se hacen realidad esos sueños de multiculturalidad que en otros lugares se han visto aplazados. Por supuesto que él no es como los alemanes, pero no se aísla; se integra sin renunciar a su identidad.
Javier toca música flamenca con una guitarra de segunda mano. En el armario tiene un balón y una vez a la semana se pone su camiseta del Real Madrid y se va a dar unas patadas; Alemania contra España suele ser el partido. «Los alemanes están obsesionados con ganar a los españoles al fútbol», dice. Al menos en esta disciplina no son los españoles quienes necesitan un plan de rescate. Sus amigos de Barcelona no entendían al principio ese sueño suyo de ir a Alemania. «La mayoría quiere lo antes posible una casa, una familia y un perro». Pero en los últimos meses sus conocidos no dejan de preguntarle cómo están las cosas y qué posibilidades cree él que hay allí.
La situación es similar en Grecia, Italia o Portugal. Las distintas sedes del Instituto Goethe (equivalente al Cervantes español) se están viendo obligadas a contratar profesores adicionales de alemán. La ZAV, el servicio exterior de la Agencia Federal de Empleo, organizó el año pasado ferias de empleo dirigidas a cientos de ingenieros en Sevilla, Madrid y Barcelona. En Grecia, unos 200 jóvenes médicos acudieron a las celebradas en Atenas y Tesalónica.
En teoría, el acceso al mercado laboral es libre. En la práctica se atasca de vez en cuando debido a titulaciones no reconocidas o la baja rotación laboral en determinados sectores. Javier hablaba alemán y su formación era excelente. Sin embargo, al principio lo tuvo difícil, sobre todo por las diferencias culturales. En las primeras entrevistas le sorprendió la forma tan directa en la que en Alemania se pregunta por las aptitudes y las expectativas salariales. O que se considerase poco serio dar una dirección de correo electrónico con un alias en vez de con el nombre real. En la feria de empleo de Stuttgart ya sabía a lo que atenerse. Y tenía las de ganar.
La empresa suaba de ingeniería B&W le ofreció a principios de enero un puesto fijo. Ese mismo día se puso en contacto con él Feige Filling, una compañía de Bad Oldesloe dedicada al desarrollo de sistemas industriales de llenado. Thomas Storch, el representante de la compañía, le confirmó al joven español que había entendido perfectamente a qué cosas se les da más importancia en la fría Alemania: «El señor Gómez Puerta ha convencido por su capacidad y su presencia». Javier se decidió finalmente por la empresa de Thomas Storch, situada a media hora en tren de Hamburgo. «Me gustó especialmente que, además, esté cerca de la ciudad», dice. A partir de febrero se dedicará a diseñar máquinas de llenado y no a servir mesas.
Javier ha trabajado hasta ahora como camarero en Bistro Roth, local muy frecuentado de Ottensen, uno de los barrios más de moda en Hamburgo. «Mi segunda academia de idiomas», así define al bar. Dice que en su primer día de trabajo no entendía una palabra. La gente no hablaba con tanta claridad como en la escuela, muchos lo hacían más rápido y algunos también más bebidos. «Pensé que me echarían enseguida», añade. Pero su jefe, un amable iraní, supo tener paciencia. Ahora, Javier ya es capaz de entender los matices: «Sé que si alguien me dice: `¿Podrías sacarme el aire del vaso?´, es que me está pidiendo otra cerveza».
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