domingo, 12 de febrero de 2012

LA CARTA DE LA SEMANA CON SOBRE MAITRES Y CAMAREROS./ El cuerpo a cuerpo Rubalcaba-Chacón--

TÍTULO: LA CARTA DE LA SEMANA CON SOBRE MAITRES Y CAMAREROS.

Apenas cruzo el umbral de La Bersagliera, en Nápoles, veo que algo no marcha como es debido. Hay una ligera variación en cómo están dispuestas las mesas, y Salvatore, el maître de toda la vida, no aparece por ninguna parte. Por otro lado, aunque me dan una buena mesa junto al mar, nadie pregunta si tengo reserva. Y para colmo, alguien le está cantando O sole mio a una docena de japoneses que comen tallarines con pulpo. Al poco se confirman mis sospechas tenebrosas: la pasta está mal cocida, los espaguetis vóngole -aquí eran los mejores del mundo- no saben a almejas ni a nada, y a los postres una señora rubia y locuaz viene a contarme que es la nueva dueña del restaurante y que antes tenía uno en Capri. Y yo, tras escucharla cortésmente, pedir la cuenta y dejar la propina adecuada, salgo de un restaurante al que vengo desde que tengo memoria, dispuesto a no volver en mi puta vida.

Juro por una botella de Tignanello que no se trata de comida. O no siempre. Hay sitios perfectamente infames a los que desde hace décadas sigo fiel como un perro dóberman. Y es que no sé a ustedes; pero lo que me ata a un restaurante, a un bar o a un hotel, es la gente que lo atiende: encargado, camareros, conserjes. Natural, supongo, en quienes nomadearon toda una vida con mochila al hombro o maleta nunca deshecha del todo, improvisando hogares donde, como diría el capitán Alatriste, hubiera un clavo en la pared donde colgar la espada. O, dicho de otro modo, mesa adecuada para tener abierto un libro sobre el mantel. Lo agradable de los lugares donde uno recala depende, especialmente, de las personas que allí trabajan y le dan carácter. Como el hotel Colón de Sevilla -ahora Meliá Colón-, al que permanezco fiel pese a la infame decoración que transformó un elegante y clásico lugar de toreros en algo parecido a un picadero gay perfumado de frambuesa. Y en lo que a restaurantes se refiere, lo acogedor puede incluir desde la humilde casa de comidas al más sofisticado restaurante. Desde el Rincón Murciano, por ejemplo, donde Andrés, el entrañable dueño, termina sentándose a tu mesa aunque le hagas señas para que se largue porque intentas trajinarte a Sharon Stone, hasta Miguel, el maître del restaurante asiático del Palace de Madrid, siempre tan impasible, eficaz y perfecto que no desentonaría en el Grand Véfour de París: espejo de maîtres que en el mundo han sido.

Tuve el privilegio de tratar a muchos de ellos en mi vida, desde que eché a rodar jovencito: dueños, encargados y camareros. De los buenos, que fueron numerosos, admiré en unos la calidez de trato y en otros la compostura; como aquel elegantísimo maître que hace dos décadas aún trabajaba en la plaza del Panteón de Roma, mientras yo solía sentarme en la terraza de enfrente sólo por verlo actuar. O los eficientes maître y camarero del Miramar de Torrevieja, con cuya marcha empezó a morir el restaurante del que eran nervio y decoro. Obviando, naturalmente, a los estúpidos, cursis, zafios, serviles o incompetentes que me hicieron descartar sitios, o alejarme de algunos que amé.

En todo caso, soy afortunado: la relación que ocupa mi memoria es larga y grata. Incluye, entre otros, al personal del café Gijón, del Schotis y de la taberna del capitán Alatriste de Madrid, a Enrique Becerra o la gente de Las Teresas en Sevilla, y en especial a Teo y los siempre impecables muchachos de Lucio. También, la sólida calidez de quienes atienden el Belinghausen de México D.F., el Munich de la Recoleta de Buenos Aires o el Acqua Pazza de Venecia, a pocos pasos del puente de los Asesinos. Todos ellos, como muchos otros, supieron y saben conciliar el servicio a los clientes con la dignidad y la eficiencia. Con el orgullo de una vieja y sabia profesión. Con la amistad y la confianza, cuando se dan, no reñidas con el respeto y las maneras. Con un punto justo de hoy por ti, mañana por mí, donde hasta las propinas, el modo de darlas o recibirlas, tienen sus códigos. Sus reglas no escritas. Y así, algunos de esos hombres y mujeres figuran por mérito propio entre mis mejores recuerdos. Como la fría y eficiente elegancia de Gérard, que fue maître del Al Mounia de Madrid en los años 70. Y Mustafá, jefe de camareros del Holiday Inn durante el asedio de Sarajevo. Y aquel impávido maître croata del restaurante Terraza de Osijek, verano del 91, que nos estuvo atendiendo muy circunspecto a Hermann Tertsch, Márquez, Julio Alonso y otros reporteros mientras caían cebollazos serbios en las casas cercanas, sin que le temblara el pulso; y cuando le dijimos: «Tres bombas más y nos vamos», encogió los hombros dando a entender que, por él, como si esperábamos a que cayeran veinte. Pero aquella noche sólo esperamos tres. Las justas. Antes de salir corriendo.

TÍTULO: El cuerpo a cuerpo Rubalcaba-Chacón.FOTO DE JOSÉ ONETO.

El resultado de la contienda entre los dos aspirantes a la Secretaría General del PSOE está en el aire y aún existe la posibilidad de que aparezca un tercer candidato.
Si la agrupación de chamberí, una de las más antiguas de España, fuera realmente representativa de lo que piensa el militante del PSOE, o si creyésemos los resultados de las encuestas de La Sexta, uno de los brazos mediáticos, junto al diario El Mundo, de la candidata catalana, Alfredo Pérez Rubalcaba podría darse por seguro perdedor en la batalla contra Carme Chacón por la Secretaría General del partido, cuyo resultado se dilucidará en el congreso convocado en Sevilla la primera semana de febrero.
La pasada semana, el día de la elección de los delegados para el Congreso Regional, que a su vez elige a los del Congreso Federal, que nombrarán al sucesor de José Luis Rodríguez Zapatero al frente del Partido Socialista, en la agrupación de Chamberí, que es a la que pertenece Alfredo Pérez Rubalcaba, los rubalcabistas, que prácticamente habían ocupado el local con Jaime Lissavetzky al frente e incluso con algunos de los familiares del exministro del Interior y exvicepresidente del Gobierno entre los que se encontraba su esposa, Pilar Goya, daban por seguro vencedor al político cántabro. Sin embargo, la sorpresa fue mayúscula cuando se conoció el resultado final de la consulta: 140 delegados votaron a favor de Carme Chacón, 14 más que los partidarios de Rubalcaba, que ni con los seis votos en blanco hubiera conseguido el empate con el que algunos se hubieran conformado.
Aunque es verdad que la exministra de Defensa y protegida de Rodríguez Zapatero -es el que más la ha animado a dar la batalla en el congreso de Sevilla de febrero- no ha aportado ni una sola idea a ese Partido Socialista renovado que dice querer, en algunos círculos (quizás por la edad, quizás por la propia valentía de presentarse contra un peso pesado de la experiencia del exvicepresidente, quizás por la angustia de encontrar desesperadamente, como ocurrió en el año 2000, una tercera vía ante la profunda crisis que está viviendo el socialismo), se quiere ver en Chacón esa misma frescura que muchos creyeron ver en Zapatero en otro momento de crisis y que, al final, ha sido la peor experiencia que ha vivido el PSOE desde que se instaló la democracia en nuestro país.
Ella y, sobre todo, su gran asesor y esposo, el antiguo secretario de Estado para la Comunicación e ideólogo de La Sexta, Miguel Barroso, han iniciado todo un camino de rectificación hasta el punto de que han convertido a “Carme” en “Carmen” (hay quienes han empezado a llamarla Carmen de España), han acudido al disfraz del andalucismo, reivindicando sus raíces almerienses, y haciendo, sobre todo, la gran autocrítica sobre el debate territorial, ese en el que Zapatero metió al partido y al país cuando el auténtico debate era otro: el del papel del socialismo en una sociedad, como la española, que había empezado a vivir muy por encima de sus posibilidades y que, con el fenómeno de la globalización, se había vuelto también cada vez más injusta e insolidaria.
Aunque ella ha venido insistiendo en que era la hora de las ideas y las propuestas y no de los nombres, la realidad es que ni ha aportado nada novedoso a un debate que en realidad ni siquiera se ha abierto, ni parece que, tras la patética aventura que ha supuesto el zapaterismo, la solución deba pasar por ninguno de los planteamientos que surgieron a través de la tercera vía.
Sin ningún disimulo Rubalcaba lo ha confirmado: “Si yo creyera que ella es una solución para este momento en la vida del partido, no me habría presentado, pero, honestamente, no lo creo”. Aunque no tiene el apoyo de la mayoría de los barones socialistas, un apoyo de un valor relativo porque la mayoría de ellos ha perdido el poder autonómico y existe toda una ola de la militancia sumamente crítica con ellos, sí cuenta con la simpatía de los sectores más jóvenes del partido, que piensan en una renovación generacional y que no quieren que el partido vuelva a ser controlado por el histórico Felipe González, del que Rubalcaba sería el más fiel representante.
Por todo eso los resultados están en el aire, con Zapatero jugando disimuladamente a favor de Chacón, con un Rubalcaba cada vez más cansado (eso es, por lo menos, lo que va diciendo Zapatero de él) y con todos a la espera de un posible tercer candidato.

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