lunes, 8 de julio de 2013

UNA SEÑORA CORRIDA DE Alcurrucén tan armada como apagada,./ SOY EL MAS GRANDE, SOY HARRY HOUDINI,.

TÍTULO;  UNA SEÑORA CORRIDA DE Alcurrucén tan armada como apagada,.

Antena 3 Noticias
  1. Una señora corrida de Alcurrucén tan armada como apagada

    De los ocho toros de Alcurrucén del manifiesto en la Rochapea, el mejor rematado era uno de los solo dos negros del envío. Fue uno de los ...
     
    De los ocho toros de Alcurrucén del manifiesto en la Rochapea, el mejor rematado era uno de los solo dos negros del envío. Fue uno de los seis que corrieron el encierro. A velocidad de bólido. Carrera masiva -cerca de cuatro mil corredores- pero los toros la fueron despejando como la proa de un crucero. El negro marcó el compás. En un resbalón se partió un pitón y no pasó por eso el reconocimiento. Esa duda quedó.
    El único que se rezagó pudo haber provocado una escabechina en el tramo del Callejón que da acceso a la plaza desde el final de Estafeta, donde más toros se vuelven. Casi dos minutos se estuvo en solitario y aturdido, rodeado de corredores en montón que tuvo a mano. No hizo por ellos ni amago. Cuando se abrió un hueco entre tanta gente, se metió por él. Era, como el resto de corrida, de imponente percha. El toro Deseadito, 570 kilos de báscula, que rompió el fuego de sanfermines con aura de santo.
    Mucha gente sabía que este Deseadito les había perdonado la vida a unos cuantos mozos por la mañana. Y eso fue seguramente lo mejor que hizo. Frío, frenado, encogido, blando de dolerse chamuscado en dos varas, tan fijo como parado, sin la menor elasticidad, el toro indulgentísimo no tuvo ni el golpe de riñón ni la agilidad propios del encaste Núñez. Ni las concesiones de Ferrera en banderillas -hubo que llegar mucho porque el toro no se arrancaba- ni los intentos de tirar suavemente ni el abrirse fuera de las rayas dejándose ver el torero. Nada provocaba al toro, de seráfica pero indolente condición. Ferrera se le metió entre pitones. No hubo manera. Una estocada atravesada y desprendida.
    Por el negro lebrel mutilado, entró en sorteo un colorado de limpias puntas blancas, ligeramente bizco, calzado y serio. Lo que el Deseadito tuvo de aplomado lo tuvo éste de apagado. Se empleó, sin embargo, en el caballo y López Simón hizo en su turno un atrevido y ajustado quite por gaoneras. No replicó Antonio Nazaré porque ya se paró entonces el toro. Y, luego, una faena de mero aguante, en terrenos mínimos, o mínima distancia, que no fue árnica para toro tan sin celo.
    El tercer alcurrucén era de reata de músicos -Cornetillo, 525 kilos-y en los primeros galopes se dejó sentir como toro de familia buena. Descolgó, pero, asustado, escarbó casi al tiempo y, luego, frenado, se movió sesgado. Cobró a modo en el caballo, esperó en banderillas y prendió en el segundo par al tercero de cuadrilla de López Simón. No lo hirió al prenderlo, pero en el suelo le pegó un pitonazo en la cabeza de los que arrancan la piel del cuero cabelludo. Herida en scalp, dicen los cirujanos. Pudo haber sido mucho peor. El pitonazo hizo callar a las ruidosas peñas. Una sentida ovación acompañó camino de la enfermería al banderillero, El Chetu, que sangraba aparatosamente.
    Entonces se vivieron los momentos más emocionantes de la corrida. López Simón brindó al público y, aunque el toro estaba incierto, se lo pasó con gran ajuste en una primera tanda de banderas y en una siguiente en redondo templada y resuelta. Al toro le costó pasar del tercer muletazo y en el cuarto de tanda tuvo el torero de Barajas que rectificar para no salir empalado. Faena de lindo encaje y buen pulso, pero sin brillo mayor porque el toro estuvo en renuncio de medios viajes demasiado pronto. Un temerario final de toreo de rodillas puso caliente a las peñas. Muy bonito un desplante agarrado López Simón al pitón izquierdo del toro en señal de autoridad. Una estocada caída y ladeada desdijo de tan limpio trabajo. Un descabello.
    Llegó la hora de merienda, dejaron de cantar las peñas, enmudecieron las fanfarrias y empezaron a salir uno tras otro tres toros de descomunal artillería. El cuarto lucía dos garfios jamoneros terroríficos; el quinto, ensillado, pechugón y corto de manos, se dejaba ver por dos antenas formidables; el sexto, igual de astifino pero menos escandaloso, tenía más músculo y culata que los otros dos. Los tres imponían por igual. No se afligió nadie. Ferrera, con oficio del caro, le buscó las vueltas al cuarto sin desmayo y, cuando se apalancó el toro, se atrevió a pendulear con él como si la cuerna fuera de goma. Se entretuvo más de la cuenta y no le dejó el toro pasar con la espada: tres pinchazos, una estocada sin puntilla cuando ya había sonado el segundo aviso. El quinto tuvo la nobleza y la falta de son tan común a casi los seis de corrida. Protestó en varas y esperó en banderillas, pero fue de dócil temperamento. Nazaré le echó la muleta al hocico en dos primeras tandas de remover al toro y luego optó por una faena de larguísimo metraje sin apenas variaciones, pero la firma, al menos, de cuatro o cinco muletazos a pies juntos con la izquierda de rancio sabor. Una notable estocada y una vuelta al ruedo de consolación,
    El sexto, que reculó de salida mucho y llegó a volver grupas, acusó en eso los efectos del encierro. Hubo que picarlo pasando la segunda raya, pero ni sangrado dejó de estar acobardado el toro, que fue el más difícil de los seis: por genio. López Simón le anduvo con entereza buscando el imposible.

    TÍTULO;   SOY EL MAS GRANDE, SOY HARRY HOUDINI,.


    Se hacía llamar El Gran Auto-Liberador, Rey Mundial de las Esposas y Escapista de Prisiones, pero ha llegado hasta nuestros días como El ...
     
    Se hacía llamar 'El Gran Auto-Liberador, Rey Mundial de las Esposas y Escapista de Prisiones', pero ha llegado hasta nuestros días como 'El gran Houdini'. Nadie a día de hoy sabe cómo lo hacía y, en su momento, se llegó a hablar de desmaterialización y poderes psíquicos, y no de trucos. Todo un enigma.
    Nacido en Wisconsin en 1874, Eric Weiss, como se llamaba realmente, decía que una voz en su interior le dictaba lo que debía hacer y cuándo hacerlo y que, si en alguna ocasión la desoía, podría llegar a morir. Más allá de eso, jamás reveló nada a nadie, ni siquiera a su esposa.
    Viajara a donde viajara, superó toda clase de retos. En Holanda pidió a los cesteros locales que confeccionaran una cesta alrededor de su cuerpo. Y salió de ella. En Moscú lo encerraron en el furgón donde se transportaba a los condenados a Siberia, pero se fugó. En California, lo enterraron a un metro y 80 centímetros de profundidad y salió ileso. Y el 2 de diciembre de 1906 saltó del puente Old Belle Isle de Detroit atado con varias esposas, y se soltó debajo de un agua helada que habría paralizado a cualquiera, tal y como hizo en la Bahía de San Francisco al ser arrojado con las manos atadas a la espalda por grilletes y una bola de 34 kilos amarrada a su cuerpo. Y no fueron esas sus únicas hazañas.
    «Toda su vida fue una larga sucesión de tales proezas y, cuando digo que entre ellas se encontraba saltar de un aeroplano a otro, con las manos esposadas, a una altura de tres mil pies, podemos hacernos una idea de hasta qué extremos era capaz de llegar», contaba su amigo y observador de sus hazañas, el escritor Arthur Conan Doyle, creador de Sherlock Holmes.
    Y siempre había prensa para hacerse eco, porque el 'gran Houdini' era un agente publicitario extraordinario. «No se detenía ante nada cuando veía la posibilidad de hacerse propaganda. Incluso cuando iba a dejar flores en las tumbas organizaba de antemano la presencia de fotógrafos», escribía Conan Doyle.
    Sus flaquezas
    Amén de su encarnizada campaña contra el espiritismo, que más de una vez le costó tener mala prensa, a Houdini le perdía su vanidad infantil, que dicen que resultaba más graciosa que ofensiva. A su hermano, de hecho, le presentaba con la siguiente frase: «Éste es el hermano del gran Houdini». Para qué decir más.
    Él, que reverenciaba la erudición, ya que su padre era rabino, estaba atormentado por su escasa formación, porque asistió a la escuela solo hasta sexto curso. Por ello invirtió gran parte de su fortuna en libros.
    «Su colección atestaba su casa desde el sótano hasta el ático. Contrató a un bibliotecario y en una ocasión presumió ante un corresponsal de vivir en una biblioteca», cuenta el mago Teller.
    Tras su muerte por una rotura del apéndice tras un experimento en el que demostraba la dureza de los músculos de su abdomen gran parte de su colección pasó a engrosar la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos.
    Houdini también aspiraba a ser escritor y llegó a publicar algún libro y artículos periodísticos en los que daba consejos a sus compañeros de profesión o contaba los métodos usados por algunos delincuentes, a los que tenía acceso porque ante él todos hablaban y así era capaz de obtener más información que la Policía.
    De entre las historias recopiladas en 'Cómo hacer bien el mal', libro de Houdini que se editó por vez primera en 1906 y que ahora se publica en España, destaca un ingenioso truco para robar en las joyerías.
    «Uno de los ladrones de diamantes más inteligentes y sin escrúpulos del que he oído hablar jamás perfeccionó un ardid para robar a la luz el día gemas sin engarzar que durante un tiempo tuvo en jaque a detectives de Londres y París», escribía Houdini.
    En él, una dama que podría hacerse pasar por la esposa de un banquero entraba en una joyería y pedía que le mostraran diamantes. Mientras los examinaba, una segunda dama se acercaba al mismo mostrador, momento en que desaparecía una de las joyas. Entonces se avisaba a la Policía y, tras registrar a todo el mundo, nada.
    El truco: una de las damas ocultaba la piedra preciosa en un chicle y lo pegaba bajo el mostrador. Ahí permanecía hasta que, tras la infructuosa búsqueda, un tercer miembro de la banda entraba en la tienda y se lo llevaba tranquilamente.
    Este y otros trucos son los que Houdini fue averiguando en sus entrevistas con gente de «un mundo cuyo bien más preciado es la evasión con éxito de las leyes», decía.
    Al final, y de algún modo, esos delincuentes se sentían conectados al gran escapista, aunque las rejas a estos sí les detuvieran.

No hay comentarios:

Publicar un comentario