Cuatro mujeres se acercan a una joven con una maleta
que sube unas escaleras. Una de ellas le ofrece ayuda y levanta el
bulto. Por detrás, otra le roba la cartera y se la cede a una tercera.
Al
final de la escalera, la primera deja la maleta en el suelo, la víctima
incluso le da las gracias y las cuatro mujeres se alejan con el botín.
«Este es un caso de libro. En grupo, una molesta, otra tapa, otra ayuda,
otra puede discutir, otra sustrae, otra se lleva... Y si la víctima se
da cuenta no sabrá quién ha sido ni quién tiene su cartera», asegura el
inspector Frutos.
A varios metros bajo tierra, en
su despacho en la comisaría de la estación de Sol, punto neurálgico del
metro madrileño, el jefe de la Brigada Móvil de Policía del Transporte
repasa las dificultades de tratar con los profesionales del hurto. De
su cajón, Frutos extrae un pesado bloque de documentos. La historia
delictiva de una ciudadana rumana, detenida 16 veces en los dos últimos
años, se eleva unos 15 centímetros sobre su mesa. Pese a su voluminoso
expediente, esa mujer sabe que no ingresará en prisión. Es una experta
en pequeños robos cuya comisión tipificada como falta en el Código Penal
no suele implicar penas de cárcel. «Acabamos de ponerla a disposición
judicial y hemos solicitado una orden de alejamiento explica el
inspector. No podemos conseguir que vaya a la cárcel ni una
orden de expulsión, pero sí, al menos, impedir que acceda a su lugar de
trabajo. Porque esta gente viene al metro a trabajar, a robar, que es de
lo que vive».
El ámbito laboral de los carteristas en
España es amplio y variado. Incluye lugares como el metro madrileño
líder nacional en denuncias de hurto, el de Barcelona y los de otras
ciudades españolas; museos y puntos turísticos en general, zonas y
centros comerciales, estaciones de tren y autobús, terrazas o playas a
donde muchos de estos delincuentes se desplazan en verano para hacer su
particular agosto. «El metro de Madrid es el lugar donde más
actividad de este tipo hay durante el año señala Frutos, pero en verano
los delincuentes prefieren la superficie y se despliegan por las áreas
turísticas de Madrid, se marchan a otras ciudades o a zonas costeras». Un
informe sobre carterismo elaborado por CPP, una empresa especializada
en protección y servicios de asistencia, alerta de esta migración
veraniega hacia capitales como Santiago, Sevilla, Bilbao, Valencia,
Granada, Barcelona o La Coruña, cuyas playas y zonas más agitadas se
convierten en verano en la oficina de carteristas, tironeros,
carpeteros, descuideros, ronaldinhos, claveteras y demás fauna entregada
al robo a pequeña escala.
El hurto implica pena de
prisión, de seis a ocho meses, solo cuando la cantidad sustraída supera
los 400 euros el nuevo Código Penal pretende elevarla a mil o en el caso
de acumular esa misma cifra en diferentes ocasiones en el plazo de un
año. Si el delincuente no traspasa la frontera de los 400
euros, el castigo establecido por el Código Penal consiste en
localización permanente de cuatro a doce días o multa de uno a dos
meses. «¿Quién lleva 400 euros encima por la calle? Pues nadie señala el
inspector Frutos. Trabajar contra los delincuentes bajo estas premisas
es muy complicado. Además, ellos son profesionales, viven de esto, se
organizan, se asesoran y se conocen todas las triquiñuelas».
Por
ejemplo, que no hay hurto si el dinero no llega a salir de la billetera;
que no hay violencia y, por lo tanto, delito de robo si esta no ocurre
en el instante de la sustracción, aunque tenga lugar posteriormente en
caso de forcejeos; que nunca tienen domicilio conocido, lo que impide
que los juzgados les notifiquen citaciones para juicios o para tomarles
declaración o hacerles entrega de una sentencia, con lo que muchos
prescriben. Ante las dificultades legales que implica la lucha
contra este tipo de delincuentes que solo cometen faltas, los mandos
policiales optan por estrategias alternativas como solicitar órdenes de
expulsión contra delincuentes multirreincidentes la mayoría, según la
Policía, son extranjeros del este de Europa, sudamericanos, magrebíes y
subsaharianos o, en el caso del metro, órdenes de alejamiento para
evitar que los carteristas, en palabras del inspector Frutos, «puedan ir
a trabajar». Un hurto es una falta, pero si quebrantan la
orden judicial y entran en la red del suburbano, eso ya es un delito y
la respuesta del sistema legal se endurece.
«El principal
temor del delincuente prosigue el inspector es la respuesta policial a
su acto, que haya una contestación inmediata. Si los detienes y al cabo
de un rato salen, pues vuelven a lo suyo. Hay casos de gente tan
reincidente, que ya es que te duele y todo». Uno de esos casos
es el del clan de las bosnias, cinco carteristas procedentes del país
balcánico, alguna de ellas con más de 115 antecedentes policiales, a las
que un juez prohibió el acceso al metro en febrero y, tres meses
después, otro revocó la sentencia. «La líder de las bosnias ha regresado
y está actuando, pero es tan conocida que la detectamos enseguida y
vamos a controlarla explica Frutos. Si sigue cometiendo hurtos y la
detenemos, eso va engordando su historial en caso de que haya un nuevo
juicio».
Hace unas semanas se expulsó a un italiano y a cuatro rumanos, pese a ser ciudadanos comunitarios, por multirreincidencia.
«Son gente que reside en España con el objetivo de delinquir, cuenta
Frutos. Si podemos demostrar eso, se puede proponer para expulsión.
Luego es el juez quien decide». Aunque a veces surgen ciertas
complicaciones. Sin ir más lejos, el caso de las bosnias, durante años
uno de los grupos más activos en toda España, está lleno de ellas.
«Intentamos conseguir órdenes de expulsión afirma el inspector, pero es
que no tienen documentación. Salieron de su país con el caos de
la guerra en los Balcanes y las autoridades de Bosnia dicen que no están
registradas como ciudadanas suyas. Están en una nube legal y, además,
algunas tienen hijos españoles».
La anulación de la orden
contra las bosnias, sin embargo, no ha afectado a la nueva estrategia
policial. Hace unas semanas, un juez de Madrid decretó órdenes de
alejamiento para tres personas un iraquí y dos rumanos que, juntas,
sumaban más de 170 detenciones. «Por mucho que los detengas, como no hay
delito, ellos no dejan de robar subraya Frutos. No importa, no
desesperamos, nosotros seguimos trabajando, acumulando información para
demostrar que estas personas se dedican en exclusiva a la delincuencia
y, al saber quiénes son, aumentamos la vigilancia en las zonas críticas
para hacerles más difícil su trabajo. Si no pueden concentrarse
exclusivamente en su tarea, roban menos, ya que tienen que asegurarse
más que nunca de que no hay moros en la costa».
La
mejor prevención contra el hurto, en todo caso, es prestar más atención
a lo que sucede a nuestro alrededor. En realidad, hay muy poca gente
que sufra este tipo de actos. En el metro de Madrid, por ejemplo, por
donde pasan cada año 609 millones de viajeros, la probabilidad de que te
roben es del 0,0000179. «Si tenemos en cuenta nuestro
alrededor, nunca sufriremos un robo de este tipo comenta el inspector
José Luis Guerrero, jefe del grupo operativo de metro de la Policía
Nacional. Incautos siempre va a haber, pero muchas son situaciones que
se pueden evitar. Las víctimas, de modo general, son gente que se
descuida, que está con la guardia baja, leyendo un libro, hablando por
el móvil o, directamente, dormidos. Los sábados y domingos por la mañana
muchos jóvenes, drogados o borrachos, duermen profundamente en los
vagones y llegan los chinaores, mayoritariamente subsaharianos, que les
cortan la ropa con una cuchilla para quitarles el móvil o la cartera. Y
luego están quienes se aprovechan de personas con problemas de
movilidad, como alguien que carga una maleta, y, peor todavía, de los
ancianos».
En uno de los vídeos que Frutos muestra en su
despacho una anciana que camina con dificultad desciende muy despacio
por un tramo de escaleras del metro madrileño. De su brazo izquierdo
cuelga un bolso. A su lado, una amiga la sujeta del lado derecho para
ayudarla en el descenso. Ninguna ha visto al hombre que, por
detrás, se las acerca con rapidez y, en un brusco movimiento, sujeta el
bolso de la anciana con las dos manos, tira de él con todas sus fuerzas y
sale huyendo escaleras arriba, mientras su víctima grita asustada antes
de perder el equilibrio y sufrir una caída de imprevisibles
consecuencias. «Este es el tipo de gente con el que tenemos que lidiar», subraya el inspector.
Conozca a los carteristas, un catálogo de habilidades criminales
Rata de metro.
Los más comunes. En su gran mayo-ría, mujeres. Actúan siempre en grupo.
Una de ellas selecciona a su víctima. Luego se colocan muy cerca. Como
van bien vestidas, no despiertan sospechas. Utilizan el método del
tapón: aprovechar la subida o bajada de viajeros o el final de una
escalera mecánica para provocar una leve aglomeración. La encargada de
'picar' la mercancía pone en práctica su habilidad y se apodera de los
efectos de la víctima.
Lanceros y Chinaores. Actúan
en el metro, autobuses o trenes. Los lanceros requieren mucha destreza.
Se sirven de un artilugio a modo de pinzas y, cubriéndose con una
chaqueta, extraen los billetes de las carteras y los bolsos. Los
chinaores usan una cuchilla de afeitar, navaja o similar y rajan los
forros de los bolsillos, las mochilas o los bolsos.
Carpetero.
Suelen ser mujeres que se hacen pasar por miembros de una asociación de
discapacitados o de niños pobres. Su objetivo habitual son personas de
edad avanzada que acaban de retirar efectivo de una sucursal bancaria.
Algunos menores de 18 años aplican la misma táctica en los bares. Buscan
móviles de alta gama apoyados sobre las mesas y los cubren con una
carpeta. Un modelo de móvil de última generación puede alcanzar los 40
euros si se vende con urgencia. Sin prisas, alrededor de 150.
Clavetera.
De estas ya apenas quedan. Requiere mucha habilidad. Muestran un ramo
de claveles y piden la voluntad. Cuando sacan la cartera, la clavetera
toma una moneda como donativo con los dedos gordo e índice mientras que,
a modo de pinza, usan el meñique y el anular, rodeados por una goma
elástica, para hacerse con los billetes de la víctima sin que esta se
percate.
Falso turista. De aspecto impecable, se
aproxima a la víctima como si fuera un visitante cualquiera. Le enseñan
un plano de la ciudad y preguntan por una dirección. Mientras la
víctima da explica-ciones, uno de ellos realiza el hurto.
Descuidero.
Ejecutan diversas fórmulas de distracción o aprovechan descuidos de sus
víctimas. Actúan en cafeterías, restaurantes, centros comerciales...
Conocen la ubicación de las cámaras de seguridad y utilizan gafas de
sol, gorras o pelucas. Se ayudan de algo que cubra inmediatamente el
objeto robado, lo que llaman 'la muleta'.
'Ronaldinho'.
Suelen ser de origen magrebí y merodean por las zonas de ocio nocturno.
Actúan en parejas y con nocturnidad, cuando sus víctimas están en
estado de embriaguez. Simulando un juego de fútbol con una pelota de
papel o una lata intentan regatear a la víctima. En ese momento, uno de
ellos le roba el teléfono o la cartera.
Suplantador.
Se hace pasar por un trabajador de la empresa del suministro de gas,
luz o teléfono y, con la excusa de una revisión urgente, consigue entrar
en casa de su víctima. Suele ir en pareja. Una vez dentro, uno de ellos
se dirige a revisar la caldera, por ejemplo, mientras el otro aprovecha
para sustraer dinero u objetos de valor.
Gotera.
Son profesionales de la prostitución que ofrecen al cliente algo de
beber e introducen en su vaso una sustancia somnífera. A esta técnica la
llaman 'el beso del amor'. Una vez que ha surtido efecto, actúan con
total tranquilidad.
Manual de gente despistada. Sepa si puede ser una víctima
El turista. Es
el objetivo prioritario del carterista. Lleva dinero en efectivo,
tarjetas bancarias, pasaportes con salida en el mercado negro, cámaras,
móviles, raramente denuncia y, si lo hace, no se presenta al juicio
porque ya ha vuelto a su país. Además, desconoce el idioma, está
relajado y pendiente de edificios, monumentos y demás. La víctima por
excelencia, vamos.
El anciano. Se despista con
mayor facilidad y suele tener, por la edad o por problemas de salud,
dificultades de movilidad. Las mujeres de edad avanzada son muy
propensas a los tirones. También son víctima fácil de asaltos al salir
de cajeros automáticos.
El dormilón. Quedarse
dormido en un lugar público es una invitación a los ladrones: viajeros
matinales del metro en trayectos largos, personas que en verano se echan
la siesta en un parque o en la playa...
El mirón.
Aquel que, en situaciones llamativas o inesperadas alguien montando un
número, una pelea, un accidente, una actuación musical o teatral
callejera..., se detiene a mirar y desatiende todo lo demás que ocurre a
su alrededor.
El cándido. Nunca sospecha hasta
que ya es demasiado tarde. Las personas que llevan maletas o algún tipo
de bulto y alguien se ofrece a ayudarlas, por ejemplo. O quien no
desconfía de alguien con aspecto sospechoso que le pide ayuda para
llegar a algún sitio.
El negligente. Es quien no
tiene en cuenta ciertas reglas básicas en espacios llenos de gente. Los
hombres que llevan la cartera en el bolsillo de atrás del pantalón; las
mujeres que van con el bolso abierto o a medio cerrar y, válido para
ambos sexos, todos aquellos que cargan la mochila a la espalda. Sobre
todo, en el metro.
El ensimismado. Atrae con
facilidad la atención del carterista, ya que no presta atención al
entorno y parece estar a muchos kilómetros de distancia. El delincuente,
sin embargo, estará cada vez más cerca.
El achispado.
Le ocurre a muchísimos jóvenes que, tras una larga noche de ingestión
alcohólica y otro tipo de sustancias tóxicas, se quedan dormidos en
bancos en plena calle. En el metro, por ejemplo, las mañanas del fin de
semana son campo abonado para chinaores, que cortan la ropa a sus
somnolientas víctimas para quitarles sus pertenencias.
El presumido.
Hay gente que no puede evitar exhibirse. Cadenas de oro, relojes caros,
joyas, máquinas fotográficas y de vídeo, una cartera llena de
billetes..., son poderosos reclamos para los ladrones. Por la noche, no
crea que un desconocido solo se le acerca por su atractivo.
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