martes, 16 de julio de 2013

Una máscara de oxígeno para el ganador del Tour. / E.E.U.U. REABRE LA HERIDA RACIAL,.

TÍTULO; Una máscara de oxígeno para el ganador del Tour.

Una máscara de oxígeno para el ganador del Tour
Nota que el Ventoux le aprieta el pecho. ¡Aire! El monte se le ha clavado. ¡Aire! Suplica con la mirada a sus auxiliares. ¡Aire! Boquea.
 Nota que el Ventoux le aprieta el pecho. ¡Aire! El monte se le ha clavado. ¡Aire! Suplica con la mirada a sus auxiliares. ¡Aire! Boquea. Pez fuera del agua. ¡Aire! Esa angustia. Le enchufan a un botella de oxígeno. Al fin llega el aire. Alguien ha vuelto a encender la luz. Chris Froome, que ha ganado en el Ventoux, que casi tiene ya el Tour, ha caído de rodillas ante el coloso de piedra. Un techo a casi dos mil metros de altitud. El Ventoux cumple su leyenda. Es una corona blanca, inquietante. Una calavera sobre Provenza. El Ventoux es un monstruo mineral, una montaña silenciosa, un cascanueces que cruje ciclistas, que los vuelve locos o los mata. El Ventoux es un cepo. Te atrapa y te ahoga. El Ventoux asesinó a Simpson en 1967 y asfixió a Merckx tres años después. El Ventoux eligió ayer ganador para este Tour. Y luego lo maltrató. Siempre lo hace esta montaña maldita. «Nunca había llegado así a una meta. No podía respirar», dice Froome, el primero en llegar a esta luna sin oxígeno. ¡Aire!
La botella le devuelve al mundo. Le reclaman. Sube a cámara lenta, inseguro, los escalones del podio para recoger el maillot amarillo, cada vez más suyo. A Froome, ganador y líder, el Ventoux le ha succionado las piernas. «Necesitaba oxígeno». Gimen sus bronquios. Parpadea emocionado cuando Hinault le viste de amarillo. Está más pálido aún, casi transparente. Le tiembla la barbilla cuando le recuerdan que el otro líder del Tour que aquí arriba ganó fue Merckx. También el belga necesitó una mascarilla y oxígeno en el Ventoux. La montaña más cruel estruja al que gana. Antes, Froome se había ocupado de machacar al resto. Para los demás, el Ventoux fue Froome. El que les dejó sin aire.
Medio minuto después entra Quintana, el segundo, con su máscara inexpresiva. Ni una mueca. Pero viene «vacío». Se echa al suelo, inmóvil, como un pájaro caído del nido. «He hecho mucho sobreesfuerzo», dice lento. Cierto. Es el único capaz de replicar a Froome, pero su equipo, el Movistar, se ha dado cuenta tarde. Luego aparece Nieve, el tercero, el sostén de un equipo que desaparece, el Euskaltel. Y tras él, 'Purito' y Contador, el madrileño dolido. «Vine a ganar el Tour, pero cada día que tengo un cara a cara con Froome, me distancia». No quiere, pero empieza a resignarse cuando le cantan los tiempos: Froome le ha sacado 29 segundos a Quintana, 1.23 a Nieve y a 'Purito', y 1.40 a él y a Kreuziger. A 1.46 ha llegado Mollema, unos metros por delante de Tem Dan. Valverde, a 2.35, y Kwiatkowski, a 3.14. El aire del Ventoux se lo había quedado Froome.
El dolor de Contador
Cuanto más lee la lista Contador, más le duele: es tercero en la general, a sólo 11 segundos de Mollema, pero a casi cuatro minutos y medio de Froome. Quintana, sexto, cede ya 5.47. Al refugio de una sombra, Contador lo admite: «Froome ha sido muy superior». Las palabras parecen cristales rotos en su boca. Le hacen sangrar. «Se ha ido cuando ha querido». Así fue. Así resultó una etapa sin bozal que tuvo hasta el viento a favor. Como si quisiera llegar pronto al Ventoux. De eso se encargó el Movistar. Pedaleó para ganar la etapa, no el Tour. Trabajó para tumbar la fuga y, de paso, trabajó para Froome, que escondió a sus gregarios hasta que quiso, hasta que, de repente, arriba, apareció la calavera. El Ventoux. El calor. La chicharra. Los guindos y la viñas. El silencio roto por las bolas de la petanca. El paraíso de Provenza. En la primera curva a la izquierda, el mundo cambia. Lo avisa un cartel: 'La puerta del infierno'. Viaje a la luna, al satélite sin oxígeno.
Era 14 de julio, fiesta nacional francesa. La luna estaba llena de gente. El Sky salió allí de su cielo -eso significa sky- y bajó para ahogar al resto. Kennaugh, uno de los dorsales de Froome, marcó el paso. Nieve, siempre Nieve, se lo saltó. Sabía que luego sería imposible. El aliento le pedía socorro, pero siguió. Enseguida le siguió Quintana. De pie. Rostro de bronce, de cera. Faltaba más de medio Ventoux. Aún estaban en el bosque. Detrás, el Sky recurría a Porte, resucitado. El último de los fieles a Froome. El más letal. A Porte sólo le siguieron su líder y Contador. Froome no cabe en su bicicleta. Es alto y va bajo, encogido. Con los codos en arista. Con chepa. Con el cuello de una ardilla, venga a moverse. Venga a hablar por la emisora con su director, Nicolas Portal. Aire de sobra para pedalear y charlar.
Y para inventar un nuevo tipo de ataque: sentado, con la mano zurda en la maneta del freno y la derecha acariciando el cambio. Así, subido a un molinillo, ahogó a Contador. «Ha sido instintivo», dijo luego. Fue demoledor. Accionó el cambio, bajó un piñón y adiós. Contador ya no le vio. Tuvo que agarrarse a Nieve. Froome le había quitado el aire y, casi, casi, el Tour.
El único que respiraba ya por delante era Quintana. «Pensaba que él iba a ganar la etapa», confesó Froome. No. No había aire para lo dos. Le cogió. Le atacó tres veces. Le ofreció la etapa. Le convenció para dar un par de relevos. Y al fin le dejó. Froome no calló en toda la subida. Aire de sobra para hablar y ganar frente a las piedras blancas del Ventoux. El miedo es blanco. Hay que temer al Ventoux aunque seas el mejor. Froome tocó la cima el primero. Enseguida sintió un cosquilleo; luego, una opresión. ¡Aire! El oxígeno embotellado le rescató, le sacó el Ventoux de dentro. «Es la victoria más grande de mi vida». Eso solo lo podrá decir una semana. El próximo domingo, casi seguro, logrará una mayor: su primer Tour.

TÍTULO;   E.E.U.U. REABRE LA HERIDA RACIAL,.


 E.E.U.U. REABRE LA HERIDA RACIAL

El Diario
  1. La herida racial se reabre en EE UU

    Obama hace un llamamiento a la calma tras la absolución de un vigilante blanco que mató a tiros a un adolescente negro.
    Miles de personas han salido a las calles de las principales ciudades estadounidenses tras la absolución de George Zimmerman, el vigilante vecinal que en febrero de 2012 acababa de un tiro en el corazón a quemarropa con la vida de Trayvon Martin, un joven negro de 17 años desarmado que volvía a casa de su padre tras comprar golosinas en una noche de lluvia.
    La principal manifestación tuvo lugar en la noche de este domingo en Nueva York, en Times Square, donde miles de personas se concentraron para protestar contra la sentencia. La policía ha detenido a al menos cinco personas tras desplegar un extenso dispositivo de seguridad. En Los Ángeles, los manifestantes cortaron el tráfico en varias calles. Las fuerzas de seguridad señalaron que si la mayoría de ellos mantuvieron una actitud pacífica, algunos se mostraron agresivos, lanzando piedras contra los agentes. En Boston, unas 500 personas se sumaron a la protesta. También hubo concentraciones y marchas en San Francisco, Chicago, Filadelfia y Atlanta, entre otras ciudades.
    El país estaba en guardia ante los disturbios que se especulaban podían suceder si un hombre blanco resultaba inocente de haber acabado con la vida de un joven negro. Ante lo que no sucedió pero como una medida más de la contención hasta ahora demostrada en un caso que hace supurar la herida de la segregación nunca cerrada, la Casa Blanca emitió un comunicado en el que Barack Obama llamaba a la calma y pedía respeto para la decisión judicial en un estado de derecho."La muerte de Trayvon Martín es una tragedia", escribió el presidente. "Sé que este caso ha levantado pasiones", prosigue, "pero un jurado ha hablado". A continuación, Obama pide a sus conciudadanos mantener la calma y reflexionar sobre la cultura de la violencia armada que tantas vidas se cobra.
    No ha sido esta la única vez que el mandatario se pronuncia sobre un caso que tiene la raza en el epicentro de su debate por mucho que se ignore. Casi un mes después de la muerte de Martín -con Zimmerman todavía en libertad- el presidente Barack Obama declaró que si él tuviera un hijo “sería como Trayvon”. No hacía falta decir más.
    A las puertas del tribunal de Sanford, fuertemente custodiado, donde Zimmerman, 29 años y con chaleco antibalas bajo su traje, escuchaba sereno y contenido el veredicto que le convertía en un hombre libre, varios centenares de personas levantaron sus puños al cielo y clamaron por la justicia que consideraron denegada a Martin a la vez que portaban pancartas en las que se leía “Opresión racial”. Pero la noche y la madrugada transcurrieron sin disturbios, sin incidentes graves ni levantamientos como en las épocas de lucha racial en EE UU en las calles de ciudades como Chicago, Washington o Los Ángeles. Tan solo en Oakland (California) se produjeron incidentes que acabaron con ventanas de comercios rotas y hogueras callejeras.
    Una parte de EE UU considera que el veredicto de inocencia de Zimmerman es un ejemplo de que sigue existiendo una doble justicia para los ciudadanos, aquella que se aplica dependiendo del color de la piel y que retrotrae a las épocas de la segregación racial, cuando un hombre blanco no sufría las consecuencias legales de matar a un hombre negro.
    El caso tiene, además, un componente que refiere a otra lucha distinta de derechos civiles, la que posibilita, según las permisivas leyes de Florida, a una persona a defenderse con la máxima fuerza cuando considera que su vida corre peligro y le otorga el beneficio de la duda ante un juez.
    Ese beneficio es el que ha pesado en la decisión de las seis mujeres del jurado, que pasadas las diez de la noche del sábado entraban en la sala del juicio y confirmaban cada una con un tímido sí la pregunta de la juez de si consideraban no culpable a Zimmerman. Este escuchó estoico las palabras que le devolvían de nuevo al mundo de los hombres libres y, si acaso, se intuyó una tímida sonrisa de alivio. Su mujer lloraba y los padres del vigilante —él un hombre blanco y ella una mujer hispana de Perú—, lo que ha situado la identidad racial del acusado también en el plano de la discusión, se abrazaban entre lágrimas. Los padres de Martin no estaban presentes en el momento de la lectura del veredicto.
    El caso comenzó el 26 de febrero de 2012 con un bajo perfil y fue escalando posiciones hasta convertirse en un nuevo referente para el debate —tabú— sobre la raza que pervive en este país. Zimmerman no fue detenido hasta seis semanas después de la muerte de Martin y lo fue tras la brutal presión social que forzó a la fiscalía de Florida a apartar a los procuradores locales y nombrar a la fiscal general de Jacksonville.
    Nadie cuestionaba el sábado que la sentencia no fuera judicialmente aceptable. El jurado hizo lo que tenía que hacer y no pudo constatar, ante las escasas pruebas, “sin una duda razonable”, que Zimmerman no actuase en defensa propia cuando disparó contra Martin. Según la defensa, el vigilante de la urbanización donde vivía el padre de Martin solo se defendió del ataque del joven negro y como prueba presentó —cada vez que tuvo la oportunidad a lo largo de las tres semanas de testimonios con más de 50 testigos— las fotografías de su nariz partida y los cortes en la cabeza producidos durante la pelea contra el suelo de cemento de la acera.
    El fiscal dibujó un escenario muy distinto, aquel en el que Zimmerman actuó movido por sus prejuicios al considerar un criminal al joven negro que caminaba bajo la lluvia en la noche cubierto por la capucha de su sudadera y algo en sus manos (una bolsa de Lacasitos). El fiscal calificó a Zimmerman como alguien que se creía un policía sin serlo y que se tomó la justicia por su mano movido por la convicción de que el chico “no era bueno”.
    Si la sentencia es aceptable judicialmente, socialmente es un capítulo aparte. Desde el reverendo Jesse Jackson a la NAACP (la asociación para el avance de las personas de color y principal grupo de lucha de derechos civiles de los negros en EE UU) se calificaba como “descarrilamiento de la justicia” el veredicto de inocencia. “El más fundamental de los derechos civiles —el derecho a la vida— fue violado la noche que George Zimmerman persiguió y acabó con la vida de Trayvon Martin”, se lee en la petición hecha por la NAACP al Departamento de Justicia para que presente cargos federales contra el vigilante.
    La juez despachó a Zimmerman con una frase: “Puede irse, no tiene asuntos pendientes con este tribunal”. La opinión pública dictaba su juicio paralelo: no culpable, pero no inocente. Robert Zimmerman, hermano del acusado, proclamó la libertad condicional en la que desde la noche del sábado vivirá el exvigilante: “Pasará el resto de su vida guardándose las espaldas”.
     

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