Su
timidez estaba más que justificada. La posibilidad de que su pretendida
lo aceptara le atraía y le asustaba a partes iguales. Sabía que en ...
Arácnidos, bajo lupa. ¡No tema! Esta araña cuida de usted
Las tememos, las odiamos, las
consideramos malignas...y nos equivocamos. De las más de 50.000 especies
de arañas conocidas, solo una docena pueden resultar peligrosas para el
hombre. Sepa por qué estos animales llevan en la Tierra 380 millones de
años y garantizan nuestra propia existencia.
Su timidez estaba más que justificada. La posibilidad de que
su pretendida lo aceptara le atraía y le asustaba a partes iguales.
Sabía que en aquel juego sexual se jugaba la vida.
Ella era
realmente impresionante; un reto casi imposible para alguien tan pequeño
e insignificante como él, varias veces más pequeño que ella. Pero quizá
con el regalo que llevaba para ofrecerle un apetecible presente con
envoltura de seda tendría alguna posibilidad. Despacio, con timidez, el
pretendiente se acercó a la que deseaba como pareja. Cuando a
pesar de su escasa vista la pudo sentir a corta distancia, expuso su
regalo llevándolo por delante como una muestra de sus inconfesables
deseos. Entonces, su pretendida lo notó. Con movimientos lentos, se giró
fijando en él sus ocho ojos, negros como un abismo. Todo lo que se
movía a su alrededor era susceptible de ser devorado. Y un pretendiente
no era para menos.
El pequeño macho vio sus intenciones y
con movimientos rápidos movió el regalo, una presa envuelta en su tela
de seda. La araña atrapó de inmediato el envoltorio y le inyectó un
veneno capaz de disolver el cuerpo del pretendiente en cuestión de
minutos. Mientras la hembra se entretenía con el regalo, el
macho aprovechó para aparearse. Apenas tardó unos segundos y puso pies
en polvorosa. Su objetivo estaba asegurado y había salvado la vida; todo
un logro en el mundo de las arañas. Las arañas
llevan en la Tierra 380 millones de años. Desde aquellos lejanos tiempos
del Devónico se han diversificado en más de 50.000 especies,
colonizando todos los ecosistemas de la Tierra y extendiéndose por todos
los continentes a excepción de la Antártida. Las hay
diminutas, tan pequeñas que cuando se quieren trasladar sueltan una
pequeña seda y el viento las arrastra largas distancias, y grandes, de
más de 25 centímetros si extienden sus poderosas patas. Y las hubo aún
mayores.
En los remotos tiempos del Carbonífero y el Pérmico,
gigantescas arañas de más de 50 centímetros poblaban bosques y pantanos.
Desde entonces, desde su mismo origen como verdaderas arañas, todas las
especies comparten rasgos distintivos. Todas tienen el cuerpo
dividido en dos partes prosota y opistosoma, cuentan con varios pares de
ojos simples generalmente cuatro, aunque algunas especies tienen tres o
incluso dos, que en la mayoría de las especies son de precaria visión; y
todas tienen cuatro pares de patas. También comparten otra
característica: los humanos en general las temen, las odian o consideran
malignas. Y se equivocan.
A pesar de una pésima fama que
las hace parecer temibles, solo una docena de las más de 50.000
especies conocidas pueden resultar peligrosas para el ser humano.
Incluso las migalas esas arañas enormes y peludas que llamamos
equivocadamente 'tarántulas' son, en su mayoría, poco peligrosas. El
veneno de un mordisco de estas gigantes equivale generalmente al del
picotazo de una abeja. Pero, con su aspecto terrible y con algunas
parientes realmente peligrosas, la mala fama se ha extendido a toda la
familia. Las verdaderas tarántulas, las arañas de la familia
Lycosidae, no son tan aparentes como las migalas, pero su aspecto sigue
siendo bastante amenazador. En España tenemos varias especies y en
Italia fueron objeto de una larga literatura en la que se exageraba el
veneno de su picadura. En realidad son arañas que viven en nidos
tubulares excavados en tierra o entre las rocas y cuya picadura, aunque
dolorosa, no reviste gravedad.
Como en tantos otros
casos, las apariencias engañan. Las arañas más peligrosas, capaces de
matar a una persona con una picadura, son por lo general más pequeñas y
de aspecto poco amenazador. Las famosas viudas, arañas del género
Latrodectus, son las más conocidas. Casi todo el mundo ha oído hablar de
la viuda negra, una araña americana, pero casi nadie sabe que también
en Europa, incluso en España, hay arañas de la misma familia. Por
suerte, las viudas europeas son menos peligrosas que las americanas y
no hay registro de ningún caso fatal por picadura de viuda en
Europa.Tendemos a estereotipar las arañas, su peligro y su forma de
cazar. Las imaginamos, peligrosas y peludas, en una tela de perfecta
geometría esperando a que una presa quede atrapada en su red. Pero las
arañas son tan diversas como uno pueda imaginar.
A la
hora de cazar, Las hay que acechan a sus presas y las cazan
directamente, sin necesidad de tela. Otras enrollan el pegajoso hilo de
seda alrededor de sus dos patas delanteras y lo lanzan a modo de red
cuando ven pasar a algún animal comestible. Algunas crean con su tela
esferas subacuáticas donde almacenan oxígeno para llevar allí a sus
presas y devorarlas bajo el agua, fuera del alcance de los predadores. Incluso
las hay que se esconden bajo tierra, cierran su agujero con arena y
piedras compactadas, arman una bisagra de tela en la tapa de su
escondite y esperan a que algún pequeño insecto se acerque para abrir
rápidamente la tapa, surgir del suelo por sorpresa, atrapar a la
desprevenida víctima y llevarla consigo a la cueva tapando de nuevo la
salida.
Nuestro desconocimiento de las arañas no solo se
traduce en una exageración del peligro que suponen sus picaduras.
Tampoco conocemos las ventajas que aportan a la humanidad. Porque
ejercen un activo papel en el control de plagas. Las arañas son
las mayores consumidoras de insectos del planeta. Millones de telas
atrapan y eliminan a cientos de millones de insectos cada año; insectos
que acaban con las cosechas, transmiten enfermedades y azotan nuestras
reservas de alimentos. Quizá si pensáramos un poco más en su papel,
veríamos que las arañas, lejos de ser enemigos, son aliadas valiosísimas
para el futuro de nuestra especie.
Todo
el mundo habla del inevitable debilitamiento del poder de los estados
autonómicos. Algo me dice que el proceso contrario es lo que ha ...
¿Cómo empezó, realmente, el Estado?
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Todo el mundo habla del inevitable debilitamiento del poder de los estados autonómicos.
Algo me dice que el proceso contrario es lo que ha empezado: la pérdida
progresiva del poder del Estado hasta su desaparición. El Estado empezó
hace unos ocho mil años, con los primeros asentamientos sedentarios;
después de tantos años de nomadismo que se las arregló muy bien sin
Estado.
Todos los estudios sobre la memoria a largo plazo apuntan a
una debilidad congénita para recordar con detalle lo que estábamos
haciendo entonces. Las investigaciones disponibles muestran que
el recuerdo es muy exacto para reproducir en la memoria las grandes
tendencias, pero no le pidamos peras al olmo buscando recuerdos precisos
de cómo era la mujer más bella que conocí cuando tenía veinte años o la
bici azul que me regalaron cuando tenía doce años para ir al Instituto a
pasar el día con los curas el hermano Cebolla, entre otros.
Digan lo que les digan los escritores, la verdad es que no sabemos cómo era nuestro colectivo indígena hace ocho mil años. Si
estamos hablando del Homo sapiens y no de los neandertales, podemos
asumir que los hombres eran más bajitos de lo que somos ahora; nos
costaba algo más de esfuerzo concentrar la mirada y dormíamos con la
manada. El mayor cambio tiene que ver con la esperanza de vida, que aumenta ahora dos años y medio todas las décadas.
¿Cómo
empezó, realmente, el Estado? Es lógico pensar que, al optar por la
vida sedentaria, a los pocos años se generó un excedente agrícola que
era imprescindible proteger de los ladrones y curiosos. Aquel excedente
era de todos y, por lo tanto, había que protegerlo. Se empezó
con un porcentaje irrisorio de los cereales recogidos que se canalizaba
hacia el recién constituido Estado y se terminó con la situación
atrabiliaria actual, que define al mundo moderno, de un Estado todo
poderoso que se queda con un porcentaje muy apreciable de toda la
energía producida, de todo el tráfico rodado, de todo el valor asignado a
los viejos y nuevos productos. Ese Estado tenía un poder
inconmensurable hasta que nació el poder autonómico, empeñado en hacerse
un sitio en el rellano del acomodamiento.
En el cuidado del
excedente se contó pronto con la ayuda de los gatos encargados de
combatir a los ratones; los perros habían sido domesticados unos veinte
años antes, pero nunca habían hecho gala de la tenacidad con que los
gatos asediaban a los ratones, que proliferaban cerca de los graneros. La
domesticación de esos animales desempeñó un papel importantísimo en el
propio despertar del hombre: de ellos aprendimos, con toda seguridad, a
fijar la atención, a imitar lo que los demás estaban haciendo y hasta a
empatizar con ellos; en eso está la base de lo que hoy llamamos
'aprendizaje social y emocional'.
El gran misterio es el
de haber abdicado en el control del poder del Estado. Sin comerlo ni
beberlo más bien gracias a una crueldad refinada de los que contaban
con el poder, muy pocos gozaban del privilegio de no alimentar con sus
impuestos al número creciente de funcionarios. Las redes sociales fueron
la gota que colmó el vaso insaciable del poder. Hace ya más de
diez años, un exministro de Hacienda me contó antes de morir: «No se te
ocurra nunca esconderle nada al Estado, porque lo saben todo de
antemano». Afortunadamente, el Estado de verdad
ha chocado con su hermano pequeño: el Estado de las autonomías. Este
último se aplicó con timidez y falta de competencia en expoliar, pero
antes de veinte años le ganará en todo a su padrino y maestro, hasta
arrebatarle todo el señorío.
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