Estás aqui, ya lo ves la vida es así.
Como en un sueño tu llegaste y yo te conocí.
Él nos unió y el amor nos cambió a la vez.
Tan sólo pido que me puedas entender.
Éste romance yo lo viví mil veces ya.
Mil vida junto a ti me dice que no nadie más.
Más yo no sé si el destino tiene otro final.
Él decidió si te quedas o te vas.
CHORUS
Qué ironía cuando sientes al amor llegar. (Ohohoh)
Sin decir porqué, el amor se va. (Ohohoh)
Cuando ya me doy cuenta que de mi te vas. (Necesito más de ti)
Qué ironía que a tu lado me sentí capaz. (Ohohoh)
De perder la razón, de llegarte a amar. (Ohohoh)
El destino fue quien puso más. (Y te aleja hoy de mi)
Hoy yo te pierdo después que todo lo di.
Y me convenzo que ya no vuelvo amar así.
Este castigo me duele y no me hace bien.
Hoy tengo miedo y no puedo más con él.
A veces pienso que yo jamás te conocí.
Aunque a mi lado ya no estás tu alma vive en mí.
Mi corazón conoció contigo lo que fue.
Un sentimiento tan adentro de mi piel.
CHORUS
Te di mi corazón y lo dejaste ir.
Cambiaste mi destino desde que llegaste a mi.
Cuando yo te busqué.
Ya no estabas aquí.
Tal vez será porque tu amor no es para mi.
SONIDOS FLAMENCOS.
TÍTULO; Ser mujer en Arabia, por Cristina Morató
Ser mujer en Arabia, por Cristina Morató. Cristina Morató ... Haifaa al Mansour se ha convertido en todo un símbolo para las mujeres árabes.
Haifaa al Mansour se ha convertido en todo un símbolo para las mujeres árabes.
Es la primera directora de cine de Arabia Saudí que rueda una película
allí, toda una provocación en un país donde no existen salas de cine y
las mujeres sufren una gran discriminación. “La bicicleta verde”, que
así se llama el filme, cuenta la historia de una niña de 11 años,
Wadjda, que sueña con tener una bicicleta para poder ganar a su amigo
Abdullah en una carrera. Este deseo tan sencillo y natural es
impensable en una sociedad machista como la saudí donde las niñas no
pueden montar en bicicleta y, de mayores, se les prohíbe conducir.
Hasta ahora también era impensable que una mujer se pusiera detrás de
una cámara a dirigir una película. Al Mansour, de 37 años, está casada
con un diplomático estadounidense, es madre de dos hijos y reside en el
emirato de Bahréin. Se siente orgullosa de haber roto un tabú y ha
dejado claro que su único deseo era “mostrar con honestidad y sin
ofender lo difícil que es ser mujer en Arabia Saudí”.
Al igual que su joven protagonista, Haifaa tuvo que sortear muchos obstáculos para conseguir hacer su película. El rodaje en una barriada de la capital, Riad, fue muy complicado y frustrante. Cuando rodaban exteriores tenía que meterse dentro de una furgoneta, ver las escenas en un monitor y dar las órdenes a gritos a través de un “walkie-talkie” porque no podía hablar en público con los hombres del equipo. De eso mismo trata su película, de mujeres fuertes que intentan cumplir sus sueños en una sociedad segregada y sexista. Haifaa ha huido de la confrontación –los hombres no son los malos sino víctimas del mismo sistema opresor– porque quiere que su cinta sirva de diálogo y abra un debate sobre asuntos que resultan molestos en su país, como la tolerancia, los peligros de la ortodoxia y la necesidad que tienen los saudíes de una mirada más crítica a su cultura tradicional y restrictiva.
En Arabia Saudí las mujeres no tienen poder de decisión. Están obligadas a salir a la calle cubiertas con la abaya, túnica negra que oculta todo su cuerpo y las hace invisibles. No pueden caminar solas, ni viajar, ni trabajar, ni ser operadas sin un permiso de su tutor, un varón de la familia que, en ocasiones, es su hermano menor. No pueden casarse con un no musulmán, pero ellos pueden contraer matrimonio hasta con cuatro mujeres, sin importar su religión. Tampoco pueden votar ni estudiar carreras “de hombres” como Derecho, Arquitectura o Ingeniería. La lista de prohibiciones resulta interminable y todo ello en un país de grandes contradicciones donde cada vez hay más universitarias y las nuevas tecnologías se han impuesto con fuerza.
La cineasta ha hecho algo más que un retrato intimista y cautivador de su país, ha abierto una ventana en el mundo enclaustrado en el que viven sus compatriotas sometidas por una retrógrada interpretación del islam. A pesar de que queda mucho camino por recorrer, se muestra optimista y cree que las nuevas generaciones protagonizarán el cambio. De momento, con su ejemplo y tenacidad, ha animado a las saudíes a creer en sí mismas y a perseguir sus sueños. A conseguir, como Wadjda, su propia bicicleta.
Al igual que su joven protagonista, Haifaa tuvo que sortear muchos obstáculos para conseguir hacer su película. El rodaje en una barriada de la capital, Riad, fue muy complicado y frustrante. Cuando rodaban exteriores tenía que meterse dentro de una furgoneta, ver las escenas en un monitor y dar las órdenes a gritos a través de un “walkie-talkie” porque no podía hablar en público con los hombres del equipo. De eso mismo trata su película, de mujeres fuertes que intentan cumplir sus sueños en una sociedad segregada y sexista. Haifaa ha huido de la confrontación –los hombres no son los malos sino víctimas del mismo sistema opresor– porque quiere que su cinta sirva de diálogo y abra un debate sobre asuntos que resultan molestos en su país, como la tolerancia, los peligros de la ortodoxia y la necesidad que tienen los saudíes de una mirada más crítica a su cultura tradicional y restrictiva.
En Arabia Saudí las mujeres no tienen poder de decisión. Están obligadas a salir a la calle cubiertas con la abaya, túnica negra que oculta todo su cuerpo y las hace invisibles. No pueden caminar solas, ni viajar, ni trabajar, ni ser operadas sin un permiso de su tutor, un varón de la familia que, en ocasiones, es su hermano menor. No pueden casarse con un no musulmán, pero ellos pueden contraer matrimonio hasta con cuatro mujeres, sin importar su religión. Tampoco pueden votar ni estudiar carreras “de hombres” como Derecho, Arquitectura o Ingeniería. La lista de prohibiciones resulta interminable y todo ello en un país de grandes contradicciones donde cada vez hay más universitarias y las nuevas tecnologías se han impuesto con fuerza.
La cineasta ha hecho algo más que un retrato intimista y cautivador de su país, ha abierto una ventana en el mundo enclaustrado en el que viven sus compatriotas sometidas por una retrógrada interpretación del islam. A pesar de que queda mucho camino por recorrer, se muestra optimista y cree que las nuevas generaciones protagonizarán el cambio. De momento, con su ejemplo y tenacidad, ha animado a las saudíes a creer en sí mismas y a perseguir sus sueños. A conseguir, como Wadjda, su propia bicicleta.
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