Vuelve
de comprar tabaco Kiko Matamoros (Madrid, 1956), estrella del cotilleo,
cachas antológico, aspirante a decorador y hasta exasesor ...
«Si no fuera por el banco, viviría bajo un puente»
Cena seis huevos fritos «sin mojar
pan» y ya no le obsesiona quedarse ciego. Se iría de copas con Karl
Marx y le decoraría la casa a algún futbolista, «que son muy catetos y
pagan bien»
Vuelve de comprar tabaco Kiko Matamoros (Madrid, 1956),
estrella del cotilleo, cachas antológico, aspirante a decorador y hasta
exasesor político. Y nos atiende por teléfono antes de cenar. Sobre la
mesa, dos carpaccios de ternera y seis huevos fritos. «Pero sin mojar
pan, que me estoy refinando».
- Unos huevos fritos sin pan es como un jardín sin flores, ¿no?
- ¡No! Yo me los como todos revueltos y están cojonudos.
- Cuando se va a por tabaco, ¿le dan ganas de no volver?
- De momento no he tenido ese impulso (risas). De lo que sí
me dan ganas es de decir que no fumo. Pero para que la gente no me dé
más el coñazo.
- Se autocalifica como idiota. ¿Por qué?
- La mejor forma de no quedar mal es llamándote lo que
muchos piensan de ti. Así les dejo sin argumentos. Además, como soy un
intruso dando algunas opiniones, siempre diré que las ha dicho un
idiota.
- Dijo que 'Sálvame' era «un circo de tres pistas». ¿Se
identifica más con los payasos, con los trapecistas, los leones, los
domadores...?
- Lo del circo no lo dije en sentido despectivo. Tengo un
poco de todo... Es verdad que allí solo nos falta la mujer barbuda,
aunque algunos la señalan. Verdaderamente hacemos espectáculo.
- ¡Yo le veo más como el increíble hombre forzudo!
- ¡Eso sí! (Risas)
- ¿Cuánto peso levanta? Por curiosidad...
- ¡Uy! Esto ya no va así... Antes levantábamos 180 kilos...
Ahora tengo los codos machacados y las rodillas destrozadas de las
barbaridades que hacíamos.
- ¿Sabe ya cómo es posible que una mujer como Makoke esté con usted?
- Es uno de los grandes misterios de la humanidad (risas). ¡Pero me siento muy bien porque despierto muchas envidias!
- Fue asesor de la Consejería de Obras Públicas de Madrid con el PSOE. ¿Volvería a la política?
- Y llegué a fomar parte de una lista en unas municipales... No, la verdad es que no.
- Pero dicen que Belén Esteban podría sacar algún diputado
en unas elecciones. Usted, si pudiera gobernar un ratito... ¿Qué medidas
tomaría?
- Promover el crédito bancario. Con esta restricción vamos
jodidos. Pero, según están las cosas, lo que necesitamos es gente joven,
con ganas de servicio y sin pasado.
- ¿Y cómo es su pasado?
- Le diría lo de Groucho Marx: «Partiendo de la nada, he
llegado a la más absoluta de las miserias». No me siento especialmente
orgulloso de lo que he hecho ni de lo que he sido. Pero tampoco
avergonzado. Como mucho, me arrepiento de haber sido socio del Atlético
de Madrid, que yo he sido siempre del Madrid (risas). No, en serio.
Quizá pueda arrepentirme de no haberme cultivado más, de no haberme
dedicado a una profesión creativa. Yo de pequeño quería ser decorador,
pero mi padre me dijo que mejor una cosa de hombres.
- ¿A quién le decoraría la casa?
- (Risas) ¡A alguien que tenga mucha tela! A algún futbolista, que son muy catetos y pagan bien.
- ¿Y con quién le gustaría irse de copas?
- Con Karl Marx.
- ¿Contra qué lucha?
- Fundamentalmente, contra el aburrimiento. Y quizá en esa lucha he caminado alguna vez por el filo del cuchillo.
- ¿Le ha cambiado el glaucoma?
- No excesivamente. Te invita a pensar en negativo, pero
esto consiste en aceptación, adaptación y superación. En un ojo solo
tengo un 5% de visión, aunque en el otro aún conservo el 90%. Hay que
ser positivos. Yo tengo motivos para serlo porque tenía unas
perspectivas dramáticas y llevo ya un año sin perder visión. Ya no me
obsesiona.
- ¿Se puede llegar a odiar a un hermano?
- Puede pasar. En el caso del mío, siento pena. No, no le odio.
- ¿Qué se tiene prohibido?
- Nada. Me encantaría tenerme prohibido hacer el ridículo, pero eso no está en mi mano...
- ¿Cuándo fue la última vez que perdió los nervios?
- El otro día en la calle. Estuvieron a punto de atropellar a mi hija...
- ¿Un consejo?
- (Piensa) Pues... Relájese y goce, que nos la están metiendo hasta donde pone Toledo.
- Caí en la tentación? Hace 24 horas, más o menos.
TÍTULO: EL VINO DE LAS MUJERES,.
E sta es la historia de un vino que nació por casualidad, algo
así como el relato de un milagro embotellado. Hoy, cuando apenas quedan
un millar de botellas en un 'calao' de Haro y las escasísimas que asoman
por las casas de subastas se pagan a 380 euros la pieza, ha llegado la
hora de descubrir el secreto. Es el vino de las mujeres, el vino de la
guerra.
SOCIEDAD
El vino de las mujeres
Lo vendimiaron muchachas riojanas
porque los hombres estaban en la guerra. Racimos de uvas blancas,
olvidadas en las cepas y medio podridas, dieron lugar a un caldo
milagroso y raro que se vende a 380 euros la botella
E sta es la historia de un vino que nació por casualidad,
algo así como el relato de un milagro embotellado. Hoy, cuando apenas
quedan un millar de botellas en un 'calao' de Haro y las escasísimas que
asoman por las casas de subastas se pagan a 380 euros la pieza, ha
llegado la hora de descubrir el secreto. Es el vino de las mujeres, el
vino de la guerra.
Pongánse en faena. Viajen a La Rioja, a 1939, a un país que
todavía exterminaba a los mejores en las cunetas o en las trincheras y
donde sobrevivir era una cuestión de puro instinto. Álava y La Rioja se
habían puesto del lado de los sublevados en una comarca donde los
anarcosindicalistas de la CNT tenían un importante peso específico y
habían logrado grandes mejoras en las condiciones de vida de los
jornaleros, como señala el historiador riojano Carlos Gil.
La maquinaria de guerra necesitaba carne fresca y hasta
«quince quintas distintas» fueron llamadas a filas. Para las faenas del
campo, las empresas, desprovistas de hombres, «se tenían que valer de
criaturas de 14 o 16 años», como recuerda Pilar Grandival, 90 años,
vecina de Haro y veterana de CVNE.
El vino, como la gasolina, era entonces un combustible de
interés estratégico que formaba parte de la dieta básica de la
población. En los contratos de trabajo, apunta Gil, se indicaba a
cuántas cántaras, jarras o cuartillos tenían derecho los peones. Los
contendientes lo empleaban para alimentar a las tropas y como antídoto
contra el miedo. Por algo lo llamaban 'vino peleón'. Por su parte, los
caldos de Rioja, que ya se exportaban a medio mundo, constituían un
activo valioso y caro, un cheque al portador en aquella maltrecha
economía de guerra y que convenía atender.
«El vino que tenía precio entonces era el tinto», apunta la
enóloga de CVNE María Larrea. Por esa razón, las viñas donde crecían
uvas blancas, sin brazos que las recogieran, se fueron dejando de lado,
acuciados los patronos por la necesidad de preparar los caldos caros,
hechos con uvas tintas. «El vino blanco era de segunda, no se valoraba»,
recalca Larrea pese a que, en sus inicios, La Rioja adquirió fama
precisamente por sus ricos blancos.
Los racimos de viura y de garnacha se quedaron así en las
viñas, olvidadas, ajenas a la contienda. Hasta que en diciembre, alguien
puso sus ojos en ellas y mandó a una cuadrilla de mujeres a
vendimiarlas a todo correr. Con el paso de los meses, las uvas se habían
pasificado y en sus hollejos había florecido el moho, algo que los
expertos conocen como «la noble podredumbre». El caso es que el olvido
había convertido aquellos racimos medio secos en pura ambrosía.
Pero la cadena de coincidencias no había hecho más que
comenzar. Una vez fermentado el mosto, el proceso se paralizó. ¿La
causa? La altísima concentración de azúcares, apunta Larrea. Con todo,
se embotellaron unos pocos cientos de botellas y se pensó que podían
destinarse para celebraciones, bodas y cosas así...
«Una joya muy melosa»
Puede que no estuvieran los tiempos de la posguerra para
demasiados festejos, pero el caso es que aquella remesa de botellas, con
la etiqueta Corona 1939 al frente, quedó aparcada en una oscura
galería, durmiendo el sueño de los justos. Fue una nueva visita del
azar. La tercera. Cuando muchos años después, un curioso ordenó probar
aquella partida y saltó la sorpresa.
«Es una joya, un vino muy meloso, brillante y ambarino. Con
aromas a cítricos, pastelería y galleta; un blanco muy fresco, con una
acidez del 3,7. Y lo mejor es que se hizo él solo, no se buscó», resume
María Larrea tras catar una de esas rarezas en la III Estación de San
Vicente de la Sonsierra. «Tiene el estilo de los Sauternes y de los
amontillados», ilustra el bodeguero Benjamín Romeo. «Esto demuestra que
los enólogos no tenemos ni idea... cuando dejamos a la Naturaleza seguir
su curso es cuando salen las cosas grandes», bromea.
Puede que el Corona 1939 fuera una de las pocas cosas
buenas que dio nuestra Guerra Civil. Un episodio que, desde sus 90 años,
Pilar Grandival recuerda todavía como un tiempo de fatigas. Las
muchachas como ella iban a vendimiar «de bien jovencitas y a cargar
buenos cestos». En Haro, ocupado por los 'camisas negras' italianos,
«que hacían muy buen café y nos daban chuscos de pan para quitar el
hambre», los agricultores cambiaban el sulfato para las viñas llegado de
Bilbao por «patatas de los pueblos para poder comer», y todo el que
podía racimaba en las viñas y recorría los campos en busca de cualquier
cosa que llevarse a la boca. Mientras, Corona, el vino de las mujeres,
esperaba su momento en el silencio de la bodega.
90% viura y 10% garnacha. Las uvas sobremaduraron en la
viña y fueron recolectadas en diciembre de 1939. Tras ser embotelladas,
estuvieron perdidas cerca de 70 años. Hoy quedan poco más de mil
botellas en Haro. Se han llegado a pagar hasta 380 euros por una en
subasta.
Pilar Grandival, que se jubiló como cocinera de CVNE,
recuerda la comida que cocinó para Paul Bocuse, padre de la nouvelle
cuisine, quien acudió a la bodega para preparar el almuerzo a las
autoridades en el centenario. «Se tomó tres platos de patatas con
chorizo y semejante filete, que no cabía en el plato, con pimientos
fritos. Cuando salió a saludar dijo que me tenían que aplaudir a mí.
Aquello dio la vuelta al mundo», ríe.
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