sábado, 6 de julio de 2013

MUNDO,.Seducción milenaria: así es una Escuela de Geishas,./ EN DIRECTO SOLAS EN EL MAR,.

TÍTULO; MUNDO,.Seducción milenaria: así es una Escuela de Geishas

Vida de geisha
Nos colamos en uno de los lugares más herméticos del mundo. Un templo del refinamiento, donde las aspirantes a geisha del siglo XXI ...

Cerca de la avenida Higashi Oji, en Kioto, la pequeña Sayuri –hace casi 100 años–, depositaba unas monedas en un templo y, con el corazón enloquecido, rogaba los dioses que le permitieran ser geisha. Así comienza el duro aprendizaje de la geisha más famosa de todos los tiempos: Mineko Iwasaki, que inspiró el personaje de Sayuri en la novela de Arthur Golden 'Memorias de una geisha'. Hoy, sin embargo, son las páginas web y los móviles los que dan acceso a las aprendices de geishas a este secreto universo de sutil seducción.

Los farolillos iluminan la penumbra en las callejuelas de Miyagawacho, uno de los cinco 'hanamachi' –o distritos de geishas– de Kioto. Por su geografía laberíntica solo se escucha el leve frotar de los kimonos de seda cuando acarician el empedrado, pasos apresurados que parecen levitar sobre sandalias de vértigo. Estas mujeres, que se deslizan con suavidad sin apenas ser vistas, son las últimas de una tradición milenaria.

La iniciación

Paseando por las calles semioscuras de la ciudad se encuentran unas pequeñas casas bajas con una fina tela que hace las veces de puerta. Son las famosas casas de té –ochayas–, donde estas artistas del entretenimiento desaparecen engullidas por una cálida luz interior que invita al placer.

Su acceso está totalmente prohibido para los que no han concertado una cita. Dentro de una de ellas vive Satono. La conocemos el día en que por fin puede pintarse los dos labios de color rojo, convertida ya en 'maiko'. Durante los dos años que ha sido aprendiz de geisha solo ha podido maquillarse el labio inferior. Su experiencia es un sueño hecho realidad: "Mi colegio me trajo de excursión a Kioto –dice Satono–. Era la primera vez que veía la ciudad y, mientras paseaba, me crucé con una geisha. Nunca había visto nada semejante. Mi corazón dio un vuelco. Quise ser ella, quise su elegancia, su arte en movimiento, su belleza. Corrí hacia la colina cercana y en el templo dejé mis oraciones. Hoy estoy aquí". Satono ahora forma parte de un club muy exclusivo, el de las únicas 88 maikos que existen en el mundo. 

La palabra geisha deriva de dos ideogramas chinos que significan 'arte' y 'persona', su nombre es algo así como 'la persona que domina todas las artes'. Se tienen constancia de su existencia desde hace más de 400 años, pero fue en los siglos XVIII y XIX cuando tuvieron su mayor apogeo.

En 1920 había unas 80.000 geishas en Japón, pero las guerras y la crisis económica de los años 70, redujeron la cifra hasta las 850 que existen hoy. Los ojos de Satono sonríen mientras hace una reverencia para recibir a sus invitados de esta noche. Varios hombres con traje entran en la 'ochaya', situada en la parte baja de la 'okiya' –la casa donde viven las 'maikos' junto a la madre adoptiva, llamada 'okassan'–. Todos se sientan alrededor de una mesa baja y las botellas de sake comienzan a aparecer acompañadas de aperitivos. Esta noche, Satono les servirá las bebidas junto con dos geishas más. Antiguamente las niñas que se formaban eran prácticamente esclavas al servicio de la 'okiya'. Llegaban desde todas las zonas de Japón y empezaban su entrenamiento desde muy pequeñas.

Ya no son niñas

Ahora todo ha cambiado y resulta un negocio muy lucrativo para todas las partes. Las “okiyas” siguen existiendo pero el sistema de enseñanza ha cambiado, sobre todo, porque las niñas no pueden acceder hasta los 15 años y, por tanto, el aprendizaje tiene que hacerse en un periodo de tiempo mucho menor.

Una geisha empieza su educación como 'shikomi'. En esta etapa atienden como sirvientas en su 'okiya', pueden vestirse a lo occidental y asisten a la escuela para aprender las artes tradicionales.
La siguiente etapa de educación es cuando la niña, tras aprobar un examen de danza, debuta como 'minarai'. Esta etapa consiste en 'aprender por la vista'. La joven asiste a fiestas, pero se mantiene en silencio y se dedica a imitar a sus mayores. Se maquilla pintando solo el labio inferior y su 'obi' –el cinturón que sujeta el kimono– le cuelga solo hasta las caderas. Tras dos meses de 'minarai', la niña se transforma en 'maiko'. A medida que crece, su vestimenta se vuelve cada vez más discreta, hasta su 'erikae' (cambio de cuello), ceremonia en la cual su 'eri' (cuello del kimono) pasa definitivamente de rojo a blanco y se transforma en geisha.

Cuando las 'maikos' son aceptadas por la 'okiya' para formarse se entregan completamente al servicio de la casa. Mientras son aprendices la madre les pagará todos sus gastos, desde la manutención hasta las clases en la universidad, el alojamiento, los fabulosos kimonos y adornos –que llegan a alcanzar los 45.000 € por atuendo completo, teniendo en cuenta que una 'maiko' necesita unos 40–, pero a cambio la aprendiz no cobrará absolutamente nada por su trabajo, y todo el dinero que gane irá a parar directamente a la 'okiya'.


Más que hermanas


De repente, Komomo aparece ante nosotros con su elegante kimono de color verde pálido y un discreto 'obi'. Sus colores y su vestimenta contrastan con la de su joven acompañante, su 'hermana' menor, una 'maiko' llamada Fukue. Ambas vivían en la misma escuela. Pero ahora Komomo ha dado un salto en su carrera y ya tiene su apartamento, su teléfono móvil, sus propios clientes y hasta dirección de correo electrónico. Las citas a las que asiste ya no las tiene que preparar "la madre", sino que las organiza ella misma y puede gestionar una parte de sus espléndidos beneficios.


Flor de melocotón

Fukue sigue acudiendo con ella a las citas porque una hermana de 'okiya' es 'hermana para toda la vida'. Esta noche actúan juntas en una cena de lujo para 20 comensales: Fukue hará el baile de abanicos mientras Komomo toca el 'shamishen', una especie de laúd de tres cuerdas.

Komomo, cuyo nombre significa 'flor de melocotón', nació en Tokio. Dice que, cuando era pequeña, encontró unas fotos de geishas en la biblioteca familiar y se “enamoró” de este mundo de misterio y belleza. Decidió intentarlo y mandó una solicitud a través de la página web de la 'okiya' para ver si la aceptaban. Gracias a internet solucionó en unos minutos lo que hace años era un universo privado casi inexpugnable. Lo más difícil, además de separarse completamente de su familia y amigos, fue aprender el acento de Kioto. Una estudiante no llegará a nada si no aprende el acento especial que utilizan en esta ciudad, ya que, por lo visto, su musicalidad es la perfecta para armonizar con el arte. Pero este no es el único obstáculo. El entrenamiento es realmente duro. Deben cuidar su pelo, su maquillaje, aprender a vestir los kimonos, a tocar un instrumento, estudiar todo tipo de artes enfocadas a la conversación y la cultura, además de ejecutar bailes tradicionales, la ceremonia del té y los arreglos florales con una exquisita precisión.

En la vida de una geisha no hay espacio para el amor ni el deseo. Ellas son artistas entregadas a su papel en el mundo. Y no son prostitutas. En Occidente hay una gran confusión respecto al papel de las geishas, pero el sexo –en contra de lo que se cree– no está incluido en su trabajo.


El protector

Antiguamente existía una tradición en la que las geishas tenían que tener un 'danna', un protector, que era el que económicamente sostenía la vida de lujo de geisha. Ambos solían tener relaciones, pero no llegaban a casarse porque habitualmente el 'danna' tenía una esposa. Pero esta tendencia desapareció hace muchos años dando paso a una autogestión por parte de las 'okiyas' y las geishas.


3.000 € por noche

Ahora ellas tienen nuevos trabajos como el de amenizar las complicadas reuniones entre empresas, representar a Japón en actos ofíciales como la Expo de Shanghái o actuar en restaurantes ante varias personas ofreciendo recitales. Una geisha acompañada de una 'maiko' pueden llegar a cobrar por una noche 3.000 €.

Fukue, la 'hermana' de Komomo, conoce muy bien el día a día de una geisha. Su madre verdadera es la 'okassan' de la casa y ha vivido desde siempre rodeada del arte de los kimonos. Pero su madre no la obligó a convertirse en maiko, fue ella la que mostró fascinación por ese mundo y ahora sueña con ser tan buena geisha como su inseparable Komomo.

Son las nueve y media de la mañana y Wakayagi Kichizo, el maestro del baile, ya ha empezado las clases. Las 'maikos', abanico en mano, aprenden el arte de la danza. Una y otra vez el maestro interrumpe la música para corregir posturas, movimientos, gestos... todo tiene que ser perfecto. Sus obras de arte vivo no pueden cometer ni un solo error o su prestigio en este misterioso mundo se vendría abajo. Desde la forma de caminar, de reírse, de tomar un vaso hasta el complicado arte de la ceremonia del té o el dominio de un instrumento musical... Pero, mientras ellas se aplican en el perfeccionamiento de su arte, fuera, al otro lado de los livianos ventanales de la escuela, se produce un paradójico fenómeno: el de las falsas geishas. No en vano, Gion es uno de los 'hanamachi', o barrios de geishas, más conocidos del mundo, ya que aquí es donde se sitúa la mayor parte de la acción de 'Memorias de una geisha'.

Pero no todas lo que se ven por la calle con aspecto de geishas lo son, ya que existe una curiosa tradición nipona que consiste en llegar aquí y vestirse de geisha. Pero la elegancia y el saber estar no se pueden esconder bajo el maquillaje. Las auténticas no posan, no se paran en la calle, no se hacen fotografías unas a otras... Su relación con el mundo y la belleza más profunda e intensa. El planeta especula sobre la vida real de las geishas, pero lo cierto es que nadie conoce su verdadero misterio. Y ese es su mayor encanto. 
 
TÍTULO; EN DIRECTO SOLAS EN EL MAR,.
 
Barco de última generacionAmanece en Puerto Calero, un pequeño puerto deportivo al sur de Lanzarote bien conocido por los amantes de la vela, y también destino turístico de multitud de viajeros que buscan el sol de las Canarias. Son las siete de la mañana. Bajo los primeros rayos del sol, apenas se vislumbra actividad, pero un pequeño grupo de chicas uniformadas espera el autobús. Desde hace unas semanas, ese autobús las lleva cada mañana a un complejo deportivo para su entrenamiento matutino de alto nivel, que comienza con dos horas de gimnasio... antes del desayuno. El objetivo: estar preparadas para la gran aventura, una vuelta al mundo en barco, conocida por su dureza como el “Everest” de todas las pruebas de navegación oceánica del mundo. Así es la Volvo Ocean Race, que partirá a finales de 2014 de Alicante y concluirá, tras recorrer los cinco océanos, en Gotemburgo (Suecia) a mediados de 2015. Desde la primera edición de esta competición, en 1973, solo cuatro equipos exclusivamente femeninos han participado en la carrera. Las últimas, en 2001. De ahí la expectación que ha despertado este equipo de jóvenes, pero ya expertas navegantes, patrocinado por la empresa sueca SCA, líder mundial en venta de productos de higiene y celulosa (que, por cierto, se embarcó en el proyecto porque el 80% de los consumidores de sus artículos son mujeres).

¿Qué hace una chica como tú...? A algo más de un año de la prueba, el equipo aún no está completamente definido, pero ya ha empezado sus entrenamientos, lo que retrata la magnitud del esfuerzo que va suponer. Solo cinco tripulantes han sido oficialmente presentadas. Al contrario que los hombres, que navegan en equipos de ocho miembros, el femenino contará con 11. La dureza física de la prueba y las dificultades del barco imponen este trato de favor. También por esa razón han comenzado sus entrenamientos ocho meses antes que los varones. Las pruebas para elegir a las seis integrantes que faltan están ya en marcha.

Entre las postulantes, que se entrenan con las tripulantes ya seleccionadas, han probado suerte tres navegantes españolas, todas regatistas experimentadas y medallistas olímpicas o mundiales, aunque ninguna en vela oceánica: la canaria Alicia Ageno, la gallega Tamara Echegoyen y la catalana Natalia Vía-Dufresne. “Es todo un reto –afirma esta última–, un cambio total de tercio: mi fase en la vela olímpica ya terminó y era lógico que me interesara por la oceánica. Surgió esta oportunidad, mandé mi currículum y aquí estoy: deseando poder participar en esta vuelta al mundo”. Aún no saben si lo lograrán. De momento, ya forma parte del equipo la británica Sam Davies, a la que todas las quinielas auguran como capitana: a sus 39 años, ha dado la vuelta al mundo en solitario dos veces. En una de ellas quedó cuarta, superando al grueso de sus competidores masculinos. Sus compañeras ya seleccionadas son Carolijn Brouwer, holandesa de 40 años; la australiana Liz Wardley, de 34; la británica Annie Lush, de 33; y la más joven del equipo: Sophie Ciszek, australiana, de 28. “Si hay algo difícil en este tipo de vela es encontrar un equipo femenino que sea totalmente profesional. No es una disciplina que acostumbremos a trabajar las mujeres. Es lógico que las pruebas sean tan exigentes”, dice Sam Davies.

Pasión sí, pero con sacrificio

Pero ¿qué puede llevar a una persona en sus cabales a querer participar en un reto semejante? El barco de última generación con el que competirán, el Volvo 60, tiene unos 60 pies de eslora, aproximadamente 18 metros de largo. Este es el espacio en que 11 tripulantes han de encontrarse cómodas en travesías que, en algunas etapas, alcanzarán las tres semanas sin pisar puerto. En el interior del barco hay espacio suficiente para el equipo que incluye, por ejemplo, unas seis velas de distinto uso, y repuestos. Todo este pesado material tiene que ser movido de un lado a otro para equilibrar el peso del barco en cada maniobra. La única mesa visible en el interior es apenas un rincón en el que se halla el cerebro del barco: las cartas de navegación, su sistema satélite de transmisiones... Las chicas duermen en pequeñas hamacas en turnos de un máximo de cuatro horas. Todos los alimentos que ingerirán, supervisados por el médico del equipo, se basan en dos grandes grupos: barritas energéticas de distintos ingredientes y comida liofilizada pensada para prepararse con agua hirviendo. La cocina consiste en un fregadero y un hornillo, sin más. “Eso no es ningún inconveniente, me encanta la comida así”, ratifica la más bajita de las tripulantes, Liz Wardley, una experta en trepar al mástil para levantar, a través de poleas mecánicas que requieren una fuerza titánica, las pesadas velas que se alzan a lo largo de los 30 metros del palo mayor.

Desafío extremo

“Es difícil entender la pasión por la navegación si no la has vivido –reconoce Sam Davies–. Somos mujeres muy competitivas y lo que nos motiva es el reto, el desafío. No te planteas lo que pueda pasar: ya lo solucionaremos cuando suceda”. Al menos se nota claramente que el compañerismo y el buen humor campan a sus anchas por la embarcación: raramente usan sus nombres y prefieren llamarse por sus motes. Por ejemplo: Carolijn Brouwer, la más alta, es “Giro”. Del inglés “giraffe”. Es decir: jirafa.
“En estos 12 años sin equipo femenino se ha perdido un tiempo precioso: el conocimiento y la experiencia que sí tienen los equipos masculinos. Ha habido adelantos incluso en el propio barco: el Volvo 60 sustituye al Volvo 70, con el que compitieron las últimas regatistas. Esa versión era un barco de recreo comparado con este”. El que así habla es Joao “Joca” Signorini, uno de los cuatro entrenadores del equipo, de origen brasileño y buen conocedor de la prueba pues la ganó en 2009. “Lo fundamental es la actitud.

Aceptar el desafío sin contemplaciones y estar dispuesto a trabajar duro para conseguirlo. No solo en las áreas técnicas, sino también la parte física también. Esto es muy importante: no se trata de prepararlas para competir con otros equipos femeninos, sino contra tripulaciones de chicos, que seguro que tendrán más experiencia en las etapas, en el manejo del barco, y también más fuerza física”. Joca, como lo llama todo el mundo, insiste en la dureza física de la prueba. Él mismo reconoce que en las dos primeras semanas de la competición que lo llevó al pódium perdió entre seis y ocho kilos de peso.  Cuando se les pregunta por sus miedos en alta mar, todas coinciden en una cosa: temen romper algo en el barco, el mástil o el timón, que puede suponer el abandono total de la prueba. En la historia de la Volvo Ocean Race, ningún equipo femenino ha ganado nunca, pero tampoco ha abandonado.

Ellas siempre llegan hasta el final, algo que no ocurre siempre con ellos. “A mí me preocupa mucho el frío, tener problemas en las manos y en los pies –reconoce Natalia Vía-Dufresne–. Cualquier problema físico, aun el más tonto, se magnifica en medio del mar. También me dan miedo las tensiones, si alguna de nosotras se equivoca, que es posible, porque somos humanas. Y las averías, si son graves. Y, sobre todo, lograr que estemos todas a salvo”. No es un miedo baladí. En los 40 años de historia de la Volvo han muerto cinco personas en travesía. El último, el holandés Hans Horrevoets, en 2006. “En el mar nunca sabes lo que puede pasar. Una situación puede cambiar muy rápidamente y, en cuestión de minutos, verte en medio de un infierno”, advierte su entrenador.

Vida fuera de un barco


Tanto como la destreza con la que se desenvuelven estas navegantes en alta mar, nos asombran las tres inmensas carpas del Team SCA en Puerto Calero. La cantidad de material necesario para fletar una de estas embarcaciones de competición resulta apabullante. De hecho, ocupa dos carpas. La tercera es más pequeña, para reuniones. El conjunto se completa con oficinas móviles: coordinación, producción, asistencia técnica y médica. El equipo se desplazará de puerto a puerto, siguiéndolas en todo momento. Y también sus familias. Los organizadores de la Volvo Ocean Race no dejan de insistir en que el apoyo emocional es importantísimo en la competición. Así que la presencia de los familiares en los puertos de llegada es una de las condiciones. De hecho, el “tiempo libre e interacción familiar” es uno de los tres pilares de la preparación para la competición, junto a la “preparación física, nutrición y fortaleza” y la “comprensión técnica del barco y la navegación”.

Salvo Sophie Ciszek y Annie Lush, el resto de tripulantes están casadas o comprometidas. Natalia Vía-Dufresne está casada con otro apasionado de la vela y tienen un hijo. “Ya tendrá dos añitos cuando llegue la hora de la salida
. Será razonablemente mayor. Mi marido también quiere hacer su competición oceánica (la Barcelona World Race) y me temo que ambas coinciden en las mismas fechas, pero nos vamos organizando como podemos. Nos gusta navegar y asumimos los sacrificios que supone. Por suerte, tenemos a los abuelos que nos ayudan”, cuenta Natalia.

Surge también la cuestión de la preparación psicológica. “Sí, estamos muy atentos a cómo se relacionan entre ellas, a cómo se comunican y a sus caracteres. Es importante que funcionen bien unas con otras”, asegura Joca Signorini. Es en este tipo de detalles cuando uno se da cuenta de lo importante que es la competición para estas mujeres. “Vamos a luchar para ganar: no nos vale otro resultado”, dice Sam Davies. Aun cuando saben que solo acabar la prueba ya será un éxito y lograr un pódium, todo un hito. Pero eso no les basta. “Hemos venido aquí para ser las mejores. El género es lo de menos. Que se vayan preparando el resto de equipos. Porque van a tener que dejarse la piel compitiendo contra nosotras”. Palabra de navegante. 


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