Nos
colamos en uno de los lugares más herméticos del mundo. Un templo del
refinamiento, donde las aspirantes a geisha del siglo XXI ...
Cerca de la avenida Higashi Oji, en Kioto, la pequeña Sayuri –hace casi 100 años–, depositaba unas monedas en un templo y, con el corazón enloquecido, rogaba los dioses que le permitieran ser geisha. Así comienza el duro aprendizaje de la geisha más famosa de todos los tiempos: Mineko Iwasaki, que inspiró el personaje de Sayuri en la novela de Arthur Golden 'Memorias de una geisha'. Hoy, sin embargo, son las páginas web y los móviles los que dan acceso a las aprendices de geishas a este secreto universo de sutil seducción.
Los farolillos iluminan la penumbra en las callejuelas de Miyagawacho, uno de los cinco 'hanamachi' –o distritos de geishas– de Kioto. Por su geografía laberíntica solo se escucha el leve frotar de los kimonos de seda cuando acarician el empedrado, pasos apresurados que parecen levitar sobre sandalias de vértigo. Estas mujeres, que se deslizan con suavidad sin apenas ser vistas, son las últimas de una tradición milenaria.
La iniciación
Paseando por las calles semioscuras de la ciudad se encuentran unas pequeñas casas bajas con una fina tela que hace las veces de puerta. Son las famosas casas de té –ochayas–, donde estas artistas del entretenimiento desaparecen engullidas por una cálida luz interior que invita al placer.
Su acceso está totalmente prohibido para los que no han concertado una cita. Dentro de una de ellas vive Satono. La conocemos el día en que por fin puede pintarse los dos labios de color rojo, convertida ya en 'maiko'. Durante los dos años que ha sido aprendiz de geisha solo ha podido maquillarse el labio inferior. Su experiencia es un sueño hecho realidad: "Mi colegio me trajo de excursión a Kioto –dice Satono–. Era la primera vez que veía la ciudad y, mientras paseaba, me crucé con una geisha. Nunca había visto nada semejante. Mi corazón dio un vuelco. Quise ser ella, quise su elegancia, su arte en movimiento, su belleza. Corrí hacia la colina cercana y en el templo dejé mis oraciones. Hoy estoy aquí". Satono ahora forma parte de un club muy exclusivo, el de las únicas 88 maikos que existen en el mundo.
La palabra geisha deriva de dos ideogramas chinos que significan 'arte' y 'persona', su nombre es algo así como 'la persona que domina todas las artes'. Se tienen constancia de su existencia desde hace más de 400 años, pero fue en los siglos XVIII y XIX cuando tuvieron su mayor apogeo.
En 1920 había unas 80.000 geishas en Japón, pero las guerras y la crisis económica de los años 70, redujeron la cifra hasta las 850 que existen hoy. Los ojos de Satono sonríen mientras hace una reverencia para recibir a sus invitados de esta noche. Varios hombres con traje entran en la 'ochaya', situada en la parte baja de la 'okiya' –la casa donde viven las 'maikos' junto a la madre adoptiva, llamada 'okassan'–. Todos se sientan alrededor de una mesa baja y las botellas de sake comienzan a aparecer acompañadas de aperitivos. Esta noche, Satono les servirá las bebidas junto con dos geishas más. Antiguamente las niñas que se formaban eran prácticamente esclavas al servicio de la 'okiya'. Llegaban desde todas las zonas de Japón y empezaban su entrenamiento desde muy pequeñas.
Ya no son niñas
Ahora todo ha cambiado y resulta un negocio muy lucrativo para todas las partes. Las “okiyas” siguen existiendo pero el sistema de enseñanza ha cambiado, sobre todo, porque las niñas no pueden acceder hasta los 15 años y, por tanto, el aprendizaje tiene que hacerse en un periodo de tiempo mucho menor.
Una geisha empieza su educación como 'shikomi'. En esta etapa atienden como sirvientas en su 'okiya', pueden vestirse a lo occidental y asisten a la escuela para aprender las artes tradicionales. La siguiente etapa de educación es cuando la niña, tras aprobar un examen de danza, debuta como 'minarai'. Esta etapa consiste en 'aprender por la vista'. La joven asiste a fiestas, pero se mantiene en silencio y se dedica a imitar a sus mayores. Se maquilla pintando solo el labio inferior y su 'obi' –el cinturón que sujeta el kimono– le cuelga solo hasta las caderas. Tras dos meses de 'minarai', la niña se transforma en 'maiko'. A medida que crece, su vestimenta se vuelve cada vez más discreta, hasta su 'erikae' (cambio de cuello), ceremonia en la cual su 'eri' (cuello del kimono) pasa definitivamente de rojo a blanco y se transforma en geisha.
Cuando las 'maikos' son aceptadas por la 'okiya' para formarse se entregan completamente al servicio de la casa. Mientras son aprendices la madre les pagará todos sus gastos, desde la manutención hasta las clases en la universidad, el alojamiento, los fabulosos kimonos y adornos –que llegan a alcanzar los 45.000 € por atuendo completo, teniendo en cuenta que una 'maiko' necesita unos 40–, pero a cambio la aprendiz no cobrará absolutamente nada por su trabajo, y todo el dinero que gane irá a parar directamente a la 'okiya'.
Más que hermanas
De repente, Komomo aparece ante nosotros con su elegante kimono de color verde pálido y un discreto 'obi'. Sus colores y su vestimenta contrastan con la de su joven acompañante, su 'hermana' menor, una 'maiko' llamada Fukue. Ambas vivían en la misma escuela. Pero ahora Komomo ha dado un salto en su carrera y ya tiene su apartamento, su teléfono móvil, sus propios clientes y hasta dirección de correo electrónico. Las citas a las que asiste ya no las tiene que preparar "la madre", sino que las organiza ella misma y puede gestionar una parte de sus espléndidos beneficios.
Flor de melocotón
Fukue sigue acudiendo con ella a las citas porque una hermana de 'okiya' es 'hermana para toda la vida'. Esta noche actúan juntas en una cena de lujo para 20 comensales: Fukue hará el baile de abanicos mientras Komomo toca el 'shamishen', una especie de laúd de tres cuerdas.
Komomo, cuyo nombre significa 'flor de melocotón', nació en Tokio. Dice que, cuando era pequeña, encontró unas fotos de geishas en la biblioteca familiar y se “enamoró” de este mundo de misterio y belleza. Decidió intentarlo y mandó una solicitud a través de la página web de la 'okiya' para ver si la aceptaban. Gracias a internet solucionó en unos minutos lo que hace años era un universo privado casi inexpugnable. Lo más difícil, además de separarse completamente de su familia y amigos, fue aprender el acento de Kioto. Una estudiante no llegará a nada si no aprende el acento especial que utilizan en esta ciudad, ya que, por lo visto, su musicalidad es la perfecta para armonizar con el arte. Pero este no es el único obstáculo. El entrenamiento es realmente duro. Deben cuidar su pelo, su maquillaje, aprender a vestir los kimonos, a tocar un instrumento, estudiar todo tipo de artes enfocadas a la conversación y la cultura, además de ejecutar bailes tradicionales, la ceremonia del té y los arreglos florales con una exquisita precisión.
En la vida de una geisha no hay espacio para el amor ni el deseo. Ellas son artistas entregadas a su papel en el mundo. Y no son prostitutas. En Occidente hay una gran confusión respecto al papel de las geishas, pero el sexo –en contra de lo que se cree– no está incluido en su trabajo.
El protector
Antiguamente existía una tradición en la que las geishas tenían que tener un 'danna', un protector, que era el que económicamente sostenía la vida de lujo de geisha. Ambos solían tener relaciones, pero no llegaban a casarse porque habitualmente el 'danna' tenía una esposa. Pero esta tendencia desapareció hace muchos años dando paso a una autogestión por parte de las 'okiyas' y las geishas.
3.000 € por noche
Ahora ellas tienen nuevos trabajos como el de amenizar las complicadas reuniones entre empresas, representar a Japón en actos ofíciales como la Expo de Shanghái o actuar en restaurantes ante varias personas ofreciendo recitales. Una geisha acompañada de una 'maiko' pueden llegar a cobrar por una noche 3.000 €.
Fukue, la 'hermana' de Komomo, conoce muy bien el día a día de una geisha. Su madre verdadera es la 'okassan' de la casa y ha vivido desde siempre rodeada del arte de los kimonos. Pero su madre no la obligó a convertirse en maiko, fue ella la que mostró fascinación por ese mundo y ahora sueña con ser tan buena geisha como su inseparable Komomo.
Son las nueve y media de la mañana y Wakayagi Kichizo, el maestro del baile, ya ha empezado las clases. Las 'maikos', abanico en mano, aprenden el arte de la danza. Una y otra vez el maestro interrumpe la música para corregir posturas, movimientos, gestos... todo tiene que ser perfecto. Sus obras de arte vivo no pueden cometer ni un solo error o su prestigio en este misterioso mundo se vendría abajo. Desde la forma de caminar, de reírse, de tomar un vaso hasta el complicado arte de la ceremonia del té o el dominio de un instrumento musical... Pero, mientras ellas se aplican en el perfeccionamiento de su arte, fuera, al otro lado de los livianos ventanales de la escuela, se produce un paradójico fenómeno: el de las falsas geishas. No en vano, Gion es uno de los 'hanamachi', o barrios de geishas, más conocidos del mundo, ya que aquí es donde se sitúa la mayor parte de la acción de 'Memorias de una geisha'.
Pero no todas lo que se ven por la calle con aspecto de geishas lo son, ya que existe una curiosa tradición nipona que consiste en llegar aquí y vestirse de geisha. Pero la elegancia y el saber estar no se pueden esconder bajo el maquillaje. Las auténticas no posan, no se paran en la calle, no se hacen fotografías unas a otras... Su relación con el mundo y la belleza más profunda e intensa. El planeta especula sobre la vida real de las geishas, pero lo cierto es que nadie conoce su verdadero misterio. Y ese es su mayor encanto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario