«Con Manuel no te aburres»
Virginia Troconis es esa venezolana que llegó a la vida de Manuel Díaz ... entre otras razones porque «con Manuel no te aburres nunca».
Él no para de hablar. Y ella no deja de sonreír. Virginia
Troconis es esa venezolana que llegó a la vida de Manuel Díaz para
quedarse. Parece que fue ayer, pero el próximo febrero cumplirán diez
años de casados y forman un tándem en apariencia perfecto. Solo se
separan cuando él tiene que torear. Y aún así, ella es de las pocas
mujeres de torero que acude a la plaza porque «si tiene que pasar algo,
prefiero estar presente». También funcionan como pareja publicitaria.
Dan bien ante las cámaras, transmiten simpatía... Y lo mismo te venden
una moto que, como ocurrió hace unos días, la leche maternal 4D de
Nutribén. «Voy a ver si convenzo a Manuel para tener otro niño», le
confesó Troconis a esta periodista, mientras practicaba con los
biberones.
Mujer que ha sabido dar la lidia justa a un torero
encantador y bromista, pero también más atormentado de lo que aparenta
ante los medios, Virginia nunca ha ocultado ser tenaz y cabezota.
«Cuando me propongo algo no paro hasta conseguirlo», confiesa. Pero esta
vez no tiene tan claro que su marido ceda ante la idea de tener otro
hijo. «Triana tiene ya cinco años, Manuel cumple nueve en julio. Y Alba
(Virginia siempre incluye como propia a la hija que El Cordobés tuvo con
Vicky Martín Berrocal) tiene trece. La maternidad para mí ha sido lo
mejor que me ha pasado en la vida. Pero Manuel dice que ya tenemos tres
niños grandes y sanos y que toca disfrutarlos. Lo que pasa es que yo ya
no tengo bebé. Soy joven y me apetece volver a ser madre».
Once años 'separan' a Manuel Díaz de su mujer. Ella tiene
33 y él, 44. «Lo cierto es que no notamos esa diferencia para nada
-asegura Virginia-. Estamos muy compenetrados. El año que viene
cumplimos, además del décimo aniversario de boda, doce años viviendo
juntos, que son los que llevo yo en España. Y puedo decir que me siento
feliz». No es extraño que lo diga, entre otras razones porque «con
Manuel no te aburres nunca».
TÍTULO; EL TOUR COGE ALTURA,.
Por fuera, la catedral de ladrillo rojo de Albi parece un
búnker. Un templo defensivo. Guerra en la iglesia. Dentro, un enorme
fresco describe el Juicio Final. De Albi son los albigenses, los
cátaros. Herejes. Ascetas. Castos. Creían que Dios había creado el
cielo, y el diablo, la Tierra. Acabaron en la hoguera. Ayer, con la
magnífica etapa que el Cannondale le regaló a Sagan, se terminó el
cielo, el llano. Hoy, el Tour se interna en el infierno: los Pirineos,
la subida sin aire de Pailheres, la meta vertical de Ax-3-Domaines. El
Tour coge altura. Comienza el juicio final.
De eso se hablaba en Montpellier, en la calurosa salida.
Froome y Contador habían aparcado juntos los autobuses. Llegaron los
primeros. Son los favoritos. Son distintos. Contador recela. Aún no sabe
el tamaño de sus piernas. «Veré cómo me encuentro y luego decidiré si
soy conservador o no». No olvida Pailheres, «uno de los tres puertos más
duros del Tour». Por allí pasó la etapa de la ronda en 2007 en la que
cosió a dentelladas a Rasmussen. Entonces era un joven chispeante, un
recién llegado y con descaro que se llevó al final aquella edición.
Ahora es otro. Viene de desclavarse de una sanción por dopaje. Con una
cuenta pendiente. Y con una duda: en el pasado Dauphiné, Froome le
aplastó contra el cronómetro. «Ahora estamos en el Tour», dice. Avisa:
«El calor va a pasar factura». Pailheres es un pozo sin oxígeno.
En las salidas, Contador anda con prisa. Froome es pura
calma. «Soy más simpático que Wiggins», bromea. Firma autógrafos a dos
manos. Viene con sonrisa de serie. Y es cierto: no es como Wiggins, un
ciclista atado a una calculadora. Froome es África, salvaje. Un colmillo
con piernas. «Estoy deseando que empiece la montaña. Es el primer día.
Sé que todos van a atacar. Va a ser bonito», se ilusiona tras sus gafas
de espejo. No lo desvela, claro, pero en el plan del Sky hoy es un día
clave. Casi siempre lo es en el Tour el inicio de la montaña. En 2012,
en el alto de las Belles Filles, Froome y Wiggins dejaron claro ya que
iba a ser su Tour. Así ha hecho las cuentas el Sky: creen que Contador
no ha llegado aún a su plenitud. Froome está desbocado, pletórico. Es el
momento. Aplastar al madrileño ahora y también en la contrarreloj de
Saint Malo. Luego, en los Alpes, solo habrá que negociar la ventaja
ahorrada. La teoría inglesa del ciclismo. Números, vatios, dígitos y
ordenadores. De Contador depende que al Sky no le cuadren las cuentas.
Y no solo de él. Valverde se sabe en su último gran viaje
al Tour. O este o adiós. Es la única carrera que hasta ahora le viene
grande. A su lado, el Movistar colocará al colombiano Quintana, el
portento al que quizá pesará la resaca de tanta caída. También cuenta
'Purito', el que casi gana el Tour, el que casi gana la Vuelta... La
cima de Ax-3-Domaines se ve casi desde su ventana. Quiere acabar con
tanto 'casi'. Por ahí andarán además Evans, Pinot, Talansky, Van
Garderen, ojalá Nieve y Antón, y quizá Andy Schleck si se le pasa el
cabreo por ver cómo su hermano Frank era despedido del RadioShack. Los
hermanos se irán juntos a otro equipo.
Los mil nombres de Sagan
Hoy se desnuda la carrera. Froome lleva todo el año
pedaleando desde arriba; Contador, desde más abajo. Se juntan en
Ax-3-Domaines. O se separan. «La montaña nos pondrá a cada uno en su
lugar», dice Contador. En los Pirineos no habrá sitio para esconderse.
Tampoco ayer lo hubo: 208 kilómetros entre Montpellier y Albi sobre una
carretera frita. Un martillo de sol. Y un puerto de segunda, el col de
la Cruz de Mounis, que inventó un fantástico duelo. A Sagan le llaman
mil cosas. 'Tourminator' por la fuerza con que rompía bicicletas. En
2012 ganaba donde quería. De todas las formas. En este Tour, en cambio,
no atinaba. Kittel, Cavendish y Greipel le arrugaron los tres sprints
anteriores. «A mí me pagan para ganar, y gano», repite. Fácil de decir,
imposible hasta ayer. Los cátaros no creían en la cruz. A Sagan le salvó
ayer. En la Cruz de Mounis penaron Cavendish, Greipel y Kittel.
Demasiada ración de cuesta. Atragantados. Sagan dio la orden. Y su
equipo, el Cannondale se abrió como un acordeón. Música a tope. A la
hoguera sus rivales.
«Les debo esta victoria a mis compañeros», agradeció Sagan.
Qué menos. Ellos solos pudieron con el Omega, el Lotto y el Argos,
resignados a rendirse. Como se rindieron, la cabeza bien alta, los
últimos escapados, Oroz, Bakelants y Gautier. Y como se habían rendido
los primeros escapados, Voigt, el alemán de los 42 años y los seis
hijos, y Kadri, el francés de Burdeos que no puede ni entrar en la
tienda de alimentación de su madre porque, con sus problemas de peso, si
come una galleta engorda un kilo. Kadri, que había corrido en un equipo
amateur de Albi, paseó por su hogar y se vistió con el maillot de
lunares. Líder de la montaña, el lugar donde hoy Froome y Contador van a
conocerse de verdad. En Albi, la ciudad de Toulouse-Lautrec, la de los
puentes sobre la arteria de agua del río Tarn, está la catedral roja, la
que guarda la enorme pintura del Juicio Final.
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