Ha ejercido como maestro desde los 19 años hasta que se jubiló a los 64. De lo que no se jubila es de la escritura, ocupación que ha ...foto,.
Ha ejercido como maestro desde los 19 años hasta que se
jubiló a los 64. De lo que no se jubila es de la escritura, ocupación
que ha compatibilizado con la enseñanza a lo largo de muchos años y en
todos los géneros, desde el periodismo al teatro, pasando por la poesía y
los cuentos infantiles. Apuleyo Soto Pajares es el próximo invitado del
Aula HOY con una conferencia sobre la importancia del maestro. Cree que
gran parte de los males de la enseñanza de este país provienen de la
Logse.
-Explíquenos el título de la conferencia 'La educación en España, hoy: Menos mochila y más maestro'.
-Menos mochila, menos textos abrumadores para los niños y
más personalidad con autoridad del maestro, que es el que enseña y
educa, ahora y antes, desde los griegos. El maestro, antes que nada,
debe ser un pedagogo; debe saber enseñar que es lo que hoy casi se ha
perdido.
-Por un momento pensé que quería referirse al abrumador
peso de las mochilas que llevan los escolares. O sea, que siempre hará
falta alguien que enseñe a los niños a digerir esa ingente cantidad de
conocimientos.
-Así es, por encima de todo, el maestro. La mochila abruma
al niño, le curva la espalda, pero eso son detalles físicos.
Importantes también, pero lo más importante es enderezar el espíritu, el
alma, porque somos naturaleza pensante y «sentiente». Corazón y cabeza.
-Hemos hablado de mochilas pesadas pero, ¿cómo deben
comportarse los maestros en este mundo digital en que los alumnos pueden
acceder al conocimiento a través de los más diversos adminículos?
-Primero, sabiendo manejarlos ellos, que es lo que, a
veces, no saben. El niño tiene una inclinación innata a entender una
tabla digital, a jugar con las tabletas en internet, mientras que al
adulto educador le cuesta más y mucho.
-¿Es eso un gran problema hoy para la enseñanza?
-No. O sí. Es un problema, pero es una solución también. Es
abrir, extender el campo de la enseñanza. Hoy, ya no es sólo vista y
oído o tacto. Es mucho más y sobre todo, tacto. El niño aprende tocando,
manejando, jugando y entiende directamente.
-¿Ha sido más maestro que escritor o lo uno ha ido con lo otro?
-Las dos cosas. He ejercido toda mi vida de maestro, desde
los 19 años hasta los 64, que me jubilé. Y a la vez lo he
compatibilizado con la publicación en prensa y en los libros. He estado
en un periódico nacional, en una agencia nacional como Colpisa y ahora
mismo sigo yendo por los colegios a dar charlas sobre mis libros para
niños.
-¿Qué importancia le daba a la memoria mientras ha sido profesor?
-Toda, toda, toda, toda. El fracaso escolar se ha producido por la dichosa Logse que no la tenía en cuenta.
-El resto de las leyes que han venido detrás...
-Todas igual de malas.
-¿No han permitido superar el bache?
-No. Desde hace cuarenta años largos, desde 1971, la
enseñanza ha ido para abajo precisamente por no fortalecer y despreciar a
la memoria. Somos memoria, memoria andante y nada más.
-Usted ha escrito muchos poemas. Efectivamente, en una
determinada época se memorizaban muchos poemas en la escuela. No hacerlo
supongo que ha ido en detrimento de la memoria y del conocimiento de la
literarura.
-Ahora, casi ninguno de los alumnos sabe un poema de
memoria. No sabe lo que es el Poema del Mío Cid, no sabe los sonetos de
Lope de Vega, no sabe las poesías de Bécquer. Es penoso. De ahí ¿qué
viene? Que tratan mal a la ortografía y a la caligrafía, porque no han
podido ni les han enseñado a imitar. Y aprendemos por imitación de los
clásicos, de quienes nos han precedido. Desterrado el ejercicio de la
memoria de la enseñanza en los colegios públicos y privados, todo ha ido
de mal en peor.
-Ahora que se habla mucho de pactos para superar la
situación económica en la que estamos, ¿haría falta un gran pacto
nacional para una ley de enseñanza?
-Este país desgraciadamente no es de pactos. Y habiendo una
mayoría política, lo que debería hacer, porque tiene el don que le han
otorgado los ciudadanos mayoritariamente, es no tanto legislar, que
sobran leyes, sino hacerlas cumplir. Y mejorarlas en lo que sea.
-Hay un panorama francamente desolador en algunas
autonomías. Hemos visto manifestaciones de maestros despedidos. ¿Cree
que el sistema educativo puede aguantar esos despidos?
-Yo lo siento, siento mucho que mis colegas pierdan
dignidad al perder sueldo. Me siento encarnado con ellos, pero no creo
que la dignidad esté sólo en el sueldo. La dignidad, la 'autoritas' se
la hace uno mismo y la tiene que demostrar.
-En muchos casos no son bajadas de sueldo, sino despidos, lo que sin duda repercutirá en los alumnos.
-Pues seguro que sí. Vuelvo a lamentarlo. Pero quizá
también estábamos en una alegría de bienestar que luego no nos era
correspondiente.
-¿Empezó a escribir cuentos para niños porque no encontraba el cuento adecuado?
-Eso nos ocurre siempre a los escritores.
-¿Cómo se inventó al fantasma Pepín?
-Pues dando clase. Estaba un día en Madrid y contemplaba a
mis alumnos. Y se me ocurrió esa peripecia de Pepín Pepino que ya no es
un libro, sino cuatro. Una tetralogía que voy presentando por los
colegios de toda España. No paro. Tengo 70 años pero no paro.
-También es a veces un problema encontrar tiempo para que los niños lean. Donde deben hacerlo, ¿en el colegio o en su casa?
-En todos los lados. El Quijote de don Miguel de Cervantes
leía los papeles volanderos tirados por las calles de Toledo. San
Francisco de Asís hacía lo mismo recogiendo los papeles del suelo.
Ahora, los niños y los padres tenemos las mayores oportunidades del
mundo, porque los conocimientos nos entran no sólo por el papel sino por
todos los medios audiovisuales. Y, sin embargo, no sé si leemos más o
tanto como antes.
-Hoy (por el pasado martes) he leído un teletipo en el que
el presidente de Bolivia, Evo Morales, reconocía, en un acto para
anunciar la bajada de los precios de los libros, que no le gusta leer.
No sé si su actitud es ejemplar, pero hay que agradecerle la sinceridad.
-Esa sinceridad es penosa. Un presidente que dice que no
lee no es ningún ejemplo, aunque baje los impuestos a los libros.
Querida Mercedes, leer, comprar libros, no es caro. Hoy cuesta más o
cuesta tanto una cerveza con tapa que un libro. No hay disculpa para no
leer.
-Me ha hecho gracia una cosa que dice en su web y es que usted «se supera escribiendo por encargo».
-Por supuesto. Me anima, me estimula, como el rejón al
toro. Pero hay que tratar al público con un gran respeto. Yo siempre
llevo escritas mis charlas. Después puedo divagar sobre ellas, pero las
llevo escritas como las llevaban García Lorca o Antonio Machado, otro
profesor.
-¿Qué importancia tiene para usted la poesía?
-Total, es la más sublime de las artes. Yo no me quiero
llamar poeta, ¡ojalá! Yo acaso me conformo con ser versificador. Sé
hacer versos con su medida puntual y con su rima y es un lenguaje más
bello, más hermoso.
-En su discurso de recepción del Premio Cervantes, José
Manuel Caballero Bonald habló de «la potencia consoladora de la poesía»
en el mundo atribulado en que vivimos. ¿Comparte esa opinión?
-¡Por supuesto que sí! A Caballero Bonald le entrevisté
como periodista varias veces y siempre me encantó su sabiduría. Una
sabiduría que adquirió en los muchos libros que ha leído y que en el
último de los que ha escrito, 'Oficio de lector', comenta y anima a
leer.
TÍTULO: AVENTUREROS Y ESCRITORES,.
Aventureros y escritores
No
sé cuándo volveré. ¡Tengo tanto trabajo desde hace unos meses!
Búsquedas de compañeros perdidos, reparaciones de aviones caídos en ...
No sé cuándo volveré. ¡Tengo tanto trabajo desde hace unos
meses! Búsquedas de compañeros perdidos, reparaciones de aviones caídos
en territorios disidentes y algunos correos a Dakar». Desde luego André
Gide no podía poner una pega a la excusa. Hay pretextos peores que
aguantar a los amigos. El que Antoine de Saint-Exupéry le ponía finales
de los años veinte, y que después el Nobel francés recogió en el prólogo
de 'Vuelo nocturno', era irrebatible. Por entonces Saint-Exupéry había
aparcado su carrera como piloto militar y trabajaba en el despegue de la
aviación civil como jefe de escala del servicio de correo aéreo de la
línea francesa Latecoére en la antigua colonia española de Cabo Juby.
Aún no había sufrido el accidente que lo dejó tirado en el desierto de
Libia y le inspiró 'Tierra de hombres' o el ahora septuagenario 'El
principito', pero ya llevaba el cráneo remendado y había rescatado a más
de un aviador en apuros saharianos. Estaba forjando su propia leyenda,
la que arranca en 1944, cuando, alistado de nuevo, su avión desaparece
de los radares americanos sobre las costas de Marsella mientras realiza
una misión de reconocimiento para preparar la ofensiva aliada en el sur
de Francia.
Hijo de familia aristocrática venida a menos, pionero de
aquella aviación sin apenas instrumentos, participante en las primeras
pruebas de velocidad en vuelo, medalla de la Legión de Honor y autor de
uno de los libros más vendidos de la historia, Saint-Exupéry es uno de
esos escritores que más parecen personajes. Aventureros, temerarios,
rebeldes, pendencieros, intrépidos. gentes que hacen el petate en cuanto
surge la ocasión, que un día se embarcan y el siguiente ocupan
trincheras, van de safari o corren encierros.
Desde que Marco Polo entretuviera sus horas de presidio
relatando a su compañero de celda Rustichello de Pisa los paisajes y
gentes vistos en la ruta de la seda hasta que Robert Louis Stevenson
encontró en Samoa su propia isla del tesoro, la literatura universal se
llena de personajes como Richard Francis Burton, descubridor (para los
europeos) del lago Tanganica y traductor de las primeras adaptaciones al
inglés del 'Kama Sutra' y 'Las mil y una noches'; como Arthur Rimbaud,
que curó las adicciones de sus temporadas en el infierno traficando con
armas en Etiopía; como Herman Melville, tres veces enrolado en barcos
balleneros y otras tantas amotinado ante capitanes Ahab; como Joseph
Conrad, que se hizo marino para no ser alistado por el Ejército ruso y
acabó haciendo más nudos que su Lord Jim y quizá, según algunos,
facilitando armas de contrabando a los carlistas desde Marsella.
Eso por mencionar solo a los aventureros en el sentido más
clásico, sin meternos con los 'simples' viajeros (Mérimée, Twain,
Kipling, Forster, Blixen, Christie, Bowles, Camus, Kapuscinski, Theroux,
Martínez Reverte.) o los belicosos. El propio Rimbaud se alistó en el
Ejército holandés, aunque sólo buscaba una forma 'low cost' de viajar a
Java y desertó enseguida; Miguel de Cervantes combatió a los turcos bajo
el mando de Juan de Austria en Lepanto, Corfú o Túnez con el resultado
que todos creemos saber, porque no perdió la mano izquierda, sólo su
movilidad; dispuesto a luchar por la independencia griega frente a ese
mismo Imperio Otomano murió tres siglos después Lord Byron; Stendhal
sucumbió a la belleza del Renacimiento italiano entre campaña y campaña
napoleónica; a Mijaíl Lérmontov lo mandaron al Cáucaso a sujetar a los
rebeldes chechenos por molestar al zar con unos versillos, poca cosa
teniendo en cuenta que provocó represalias mayores y acabó muerto en un
duelo, como un auténtico héroe de su tiempo; y Gertrude Bell fue,
durante la Primera Guerra Mundial, la primera mujer oficial de
contraespionaje militar. En esto de sonsacar al enemigo hay más nombres
femeninos, como Aphra Behn y Freya Stark, aunque también ejercieron el
oficio Christopher Marlowe y Francisco de Quevedo antes que los
mismísimos Graham Greene o John le Carré.
Pese a las palabras de Saint-Exupéry, quien, apartado
momentáneamente del servicio militar, aseguró que «la guerra no es una
aventura, sino una enfermedad como el tifus», los conflictos armados han
sido vistos siempre como todo un acontecimiento, una oportunidad para
ver mundo, por no pocos espíritus inquietos, muchos de ellos ágiles
corresponsales antes que reputados novelistas. En la generación anterior
al autor de 'Correo del Sur' se vistieron de uniforme William Faulkner,
que conoció el ruido y la furia como piloto de la aviación británica;
Robert Graves, que dijo adiós a todo eso tras ser herido de gravedad en
el Somme, batalla en la que John Ronald Reuel Tolkien -J. R. R. Tolkien,
en lengua élfica- sirvió como oficial de comunicaciones; Erich Maria
Remarque, muy atento a las novedades en el frente; el no siempre
inocente Gabriele D'Annunzio, considerado un héroe por liderar un
escuadrón que viajó de Padua a Viena sólo para arrojar propaganda; Ernst
Jünger, voluntario en 1913 en la Legión Extranjera francesa, voluntario
en 1914 en el 73 Regimiento de Fusileros y no tan voluntario en el
frente ruso en 1942; o, antes de la Gran Guerra, el mismísimo Winston
Churchill, el único Nobel de Literatura fugado de un campo de
prisioneros bóer.
Algo más joven que ellos, de la quinta de Saint-Exupéry, el
prototipo del escritor -y de corresponsal- inquieto es Ernest
Hemingway. En cuanto Estados Unidos anunció su entrada en la Primera
Guerra Mundial, y aun sin haber cumplido los 18, le faltó tiempo para
tratar de alistarse. No se lo permitieron por un problema ocular y
enseguida buscó otro pasaporte para Europa: logró ser conductor de
ambulancia de la Cruz Roja en Italia.
Fue herido por el Ejército austriaco y repatriado, aunque
antes de volver a casa, el seductor Ernest -después, el mujeriego
Ernest- aprovechó la convalecencia para que la enfermera Agnes von
Kurowsky le ayudara a documentarse para 'Adiós a las armas'. En Chicago
empieza a trabajar como periodista y, claro, le sabe a poco. Petate. A
Francia, donde toda una generación perdida que se desentumece tras la
guerra ha convertido París en una fiesta.
Fueron sólo cuatro años, pero en ellos viajó por primera
vez a España. «Vivíamos con gran economía, gastando sólo lo
imprescindible, y ahorrando para poder ir a los Sanfermines y luego a
Madrid y a la Feria de Valencia», explicó tiempo después. Antes de
volver por aquí como «corresponsal antiguerra» -afortunada expresión que
le sirvió para hacer prisionera a la escritora Martha Gellhorn, su
tercera esposa y a la que dedicó 'Por quién doblan las campanas'- volvió
a casa, vivió en Toronto y contempló las nieves del Kilimanjaro. La
Guerra Civil española marca un antes y un después en el periodismo
debido precisamente a que la defensa de la República fue vista como una
misión romántica por un buen puñado de idealistas que, como él, en muy
pocos años, curiosean en la Gran Guerra, despiertan en las trincheras
españolas y reaccionan en la Segunda Guerra Mundial (SGM). De hecho,
John Dos Passos y Joseph Kessel siguen casi ese mismo recorrido; el
estadounidense participa en el primero de los conflictos como conductor
de ambulancias militares mientras que el francés lo hace como enfermero,
y ambos viajan después a España para apoyar a los republicanos.
De la derrota idealista en la península pasan a la victoria
práctica en Europa. Hemingway cubre varios frentes, incluyendo el
desembarco en Normandía, es uno de los primeros periodistas que entra en
París tras su liberación y forma parte de un regimiento con el que,
según algunos historiadores, podría haber participado incluso en la
ejecución de soldados alemanes. Kessel se une a la resistencia francesa
junto a su sobrino, el también escritor Maurice Druon, con quien firma
'El canto de los partisanos', y vuelve a coincidir con Dos Passos como
corresponsal en el proceso de Nuremberg. En 1948 recibe el primer visado
del nuevo Israel.
Un poco más jóvenes que ellos, George Orwell y André
Malraux se incorporan al clan en el período de entreguerras, en las
Brigadas Internacionales durante el ensayo español. Orwell llega a
Barcelona decepcionado de su experiencia imperialista en la Policía
Imperial India en Birmania, después de haber vivido sin blanca en París y
Londres, y tras comprobar la pobreza de la clase obrera en el norte de
Inglaterra. Se afilia al Partido Obrero de Unificación Marxista, POUM,
aunque después reconoció que hubiese estado más acertado en la CNT. De
la derrota española se lleva el desengaño y la tuberculosis que lo acabó
matando en 1950 y, casi peor, que no le dejó moverse de Inglaterra en
la SGM.
A lo Indiana Jones
A Malraux hay que darle de comer aparte, como a su modelo
de intelectual-aventurero; nada menos que Thomas Edward Lawrence,
Lawrence de Arabia, autor de 'Los siete pilares de la sabiduría' y de
quien escribió una biografía. Tras perder el dinero de la dote de su
mujer -hija de unos comerciantes de origen judío- en una inversión
minera en México, se interesa por las antiguas culturas de las colonias
asiáticas francesas y, en 1923, a lo Indiana Jones, organiza una
expedición arqueológica a la selva camboyana para buscar (léase
expoliar) restos del imperio jemer.
Y vaya si los encuentra. Lo metieron en la cárcel por
intentar llevarse los bajorrelieves de un templo (según él, abandonado),
aunque no llegó a cumplir condena. En Francia se dedica a la edición de
periódicos que no llegan al año de vida y apoyan la causa anticolonial
antes de viajar a China, donde conoce la condición humana al servicio
del partido nacionalista durante la guerra con los comunistas. Tras el
levantamiento franquista, organizó misiones de apoyo al Gobierno de la
República e incluso logró crear la escuadrilla 'España'. Después de la
SGM, en la que fue capturado por los alemanes y se unió a la
resistencia, formó parte como ministro de Cultura del Gobierno De Gaulle
-«su único amor», ironizaba su hija-, hasta que otros jóvenes inquietos
le destituyeron. Era mayo del 68.
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