Lo que no osaron hacer Gisele Bündchen o Bar Refaeli lo acaba de perpetrar Cara Delevingne. Uno de los chascarrillos más jugosos de este ..foto,.
Lo que no osaron hacer Gisele Bündchen o Bar Refaeli lo
acaba de perpetrar Cara Delevingne. Uno de los chascarrillos más jugosos
de este Festival de Cannes ha sido el desaire que Cara le hizo a
Leonardo Di Caprio en una de esas rutilantes fiestas a lo Gran Gatsby
que se han celebrado junto a la Croissette, desafiando la crisis.
Cuentan que, por insistencia de él, se intercambiaron el número de
móvil. Pero ahí quedó todo porque, en cuanto se dio la vuelta, Cara
comentó a sus amigos sin el menor recato que con el bello Leo... «Ni
loca. Es demasiado atrevido y muy viejo para mí». Lo cierto es que 18
años separan a la 'top model' del enmadradísimo (siempre viaja con su
mamá) y rubísimo actor norteamericano. Ella tiene 20. Él 38. Él es un
castigador. Pero ella no le va a la zaga (ya ha dejado fuera de combate a
Justin Bieber). Y es que a pesar de su juventud, Cara es mucha Cara y
tiene un lado salvaje que todavía está por domesticar. Queda por ver si
Di Caprio ha encontrado en ella la horma de su zapato o más bien su
particular 'Titanic', el definitivo hundimiento de su fama de galán.
Nacida en Londres en un hogar donde lo 'trendy' es religión
(su madre, Pandora, es directora de compras de los almacenes británicos
Selfridges), Cara o 'la nueva Kate Moss', como la ha apodado ya el
prestigioso fotógrafo Mario Testino, tiene ascendencia aristocrática y
se ha criado en el exclusivo barrio londinense de Belgravia, por lo que
ha sido vecina, entre otros, de la Thatcher, Elle MacPherson y
Abramovich. Su abuelo, además de 'sir', fue un magnate de los 'mass
media' y se casó con una dama de compañía de la princesa Margarita, la
hermana de Isabel II. Así que Cara, que tiene otras dos hermanas, una de
ellas, Poppy Delevingne, también modelo, se ha codeado con la flor y
nata londinense desde niña. Esto, lejos de convertirla en una chica
conservadora la ha acercado al 'pijo-punk', una mezcla de sofisticación y
salvaje rebeldía que la lleva a difundir fotos en su Twitter disfrazada
de salchicha, caracterizada como presunta delincuente recién detenida o
gesticulando muecas horribles.
Este juguetón y bello 'iceberg' contra el que (de momento)
se ha estrellado el rey Leo de la seducción, es también una leona.
Nacida el 12 de agosto de 1992 en la capital británica, Cara Jocelyn
Delevingne vino al mundo con unos enormes ojos entre grises y azulados,
precedidos por unas anchísimas cejas (hoy día su seña de identidad) más
propias de un rudo camionero que de una modelo de pasarela. Mide 1,76 (y
medio, según Wikipedia), viste una exigua talla 34 y calza un 39. Sus
medidas (79-61-86) distan del legendario 90-60-90, pero van acordes con
la escualidez y androginia que domina hoy el irracional mundo de la
moda.
Pasión por los tatuajes
«No quiero solo desfilar, quiero cantar y actuar», ha
declarado la inquieta Delevingne a la prensa. Su debut como actriz se
produjo en la última versión de 'Anna Karenina', junto a la también
británica, esquelética y excéntrica Keira Knightley. Cara intepretó un
fugaz papelito como princesa Sorokina. De momento, en lo suyo, que es
posar y desfilar, ocupa el puesto 17 en la lista de las cincuenta
mejores 'tops' del mundo, entre las que se encuentran por cierto dos de
las novias más estables que ha tenido Di Caprio: Gisele Bünchen y Bar
Refaeli. En 2012, Cara ganó el premio a la mejor modelo del año en los
British Fashion Awards, y por supuesto ha sido reclutada por las marcas
de moda más importantes del mundo (incluida Zara), además de lograr
colarse en la cotizada lista de 'ángeles' de Victoria's Secret donde,
una vez más, también están sus predecesoras en el veleidoso corazón de
'Di Crápula'. En amores, a Cara se la ha relacionado con Harry Styles,
exnovio de la cantante Taylor Swift, pero de momento su mayor pasión
parecen ser los tatuajes. Se ha hecho dos muy seguidos. Uno en forma de
cabeza de león en un dedo y otro, bastante llamativo, en el dorso de una
mano con sus tres iniciales: CJD. Esto, unido a su vida un tanto
disipada, mueve a pensar que la sucesora de Kate Moss podría correr el
peligro de pasar, como ella, del desfile al desfiladero. Pero eso
todavía no ha ocurrido. A sus veinte exultantes años, Cara es solo una
jovencita (valga la paradoja) muy descarada.
TÍTULO: ALEJANDRO TALAVANTE, A HOMBROS,.TOROS,.
El tercer toro de Victoriano del Río, muy bien hecho, 517
kilos, fue frío de salida hasta la exageración: asomó al paso, oliscó,
escarbó, se frenaba al lanzarse, amenazó con emplazarse. Se escupió de
tres y casi cuatro encuentros con el caballo de pica, desmontó al
piquero de puerta, se lidió en una cadena de despropósitos, se dolió y
hasta se huía como buscando la salida, pero no del todo. Antes de
banderillas, sin embargo, el toro tomó con son el capote de Valentín
Luján, y repitió embestida en tres viajes boyantes. La inmensa mayoría
tomó por manso al toro. Una voz anónima reclamó incluso las banderillas
negras.
Crudo en la muleta, pero tan crudo como claro y pronto. Por
crudo, muy vivo en los ataques; y tan claro como crudo porque tomó
engaño sin resistirse una sola vez. Cuando el juego fue junto a tablas,
tendió a soltarse, pero volvía solícito al mínimo reclamo. Fuera de
tablas, se sujetó y repitió como pocos. Brío, codicia templada y no
desordenada, fijeza sorprendente en el engaño después de tantos bailes
locos. Fue, seguramente, el toro de mayor emoción de toda la feria. Se
llamaba 'Artillero'.
Se juntaron el hambre y las ganas de comer. A Talavante,
papel a la baja tras su sonado tropezón del 18 de mayo en Madrid -seis
toros , y solo tres detalles- le urgía reivindicarse. Salió para esa
empresa el toro perfecto. La danza se puso caliente enseguida. Cuatro
estatuarios para abrir faena y, sobre el viaje ya boyante del toro, tres
naturales bien cosidos y el de pecho a pies juntos. Un lío.
En el mismo terreno, cinco con la diestra de más ajuste que
mando, y con ellos un cambio de mano y un natural enroscadísimo. Un
clamor. Al salir de tanda, le perdió Talavante la cara el toro, que se
le echó encima y lo cogió. Pero no lo hirió.
Después vino un trabajo entre caótico, improvisado e
imaginativo, todo entre rayas y tablas del sol, querencia descubierta
del toro. Soberbias las roscas en el toreo con la zurda; demasiado
cortos o cortados antes de tiempo los muletazos con la derecha; trenzas
en los cambios de mano ligados con el de pecho encajado a pies juntos,
logradísimos unos y otros; firmeza inexcusable, pases frontales, una
media arrucina muy aparatosa.
La sorpresa, también, de ver soltarse al toro e írsele a
tablas si no lo tocaba o sujetaba. Hasta esas renuncias aparentes del
toro fueron parte de la emoción. La mayor de todas, una última tanda tan
en tablas que pareció un milagro que el toro viniera y volviera sin
espacio. Una estocada tendida bastó. Dos orejas. Pitaron al toro en el
arrastre los ingratos y los cortos de vista. ¡La casta!
Castella solo había podido abreviar con su primero: toro
con un tendón de la mano izquierda roto al galopar en banderillas, cojo,
pero no se llegó a caer. Salir al cuarto después de tantos fervores no
sería sencillo. Y, sin embargo, hizo buena su leyenda de sangre fría el
torero de Beziers. Remangado y astifino el toro, muy bien cortado.
Suelto de capotes, se abría. Al descolgar dejó sentirse suave. Ni una
duda de Castella: a los medios para brindar al público y esperar allí
mismo el viaje de largo del toro: el cambiado por la espalda en trenza
de cuatro, el trincherazo, un natural, el del desdén y el de pecho. El
canon primero de su tauromaquia en versión desmayada y calmosa. Iba a
torear Castella despacio, muy despacio. En los medios, dejándose ver.
Ajustado con la derecha, descarado con la izquierda, enganchando el toro
por delante, templándose con él como si lo meciera, vaciándolo en los
remates cambiados con gran elegancia, a figura compuesta con
naturalidad. Una estocada al salto algo trasera. Cuando iba a echarse el
toro, lo movieron, y en tablas tardó en echarse. Un aviso. Se enfrío el
ambiente, que era de dos orejas también.
Lo demás fue de otro nivel. Incluida una faena intermitente
de Manzanares con el segundo de corrida, que fue uno de los tres buenos
de verdad. Más plástica que de meterse en honduras la cosa, maltratada
por los doctrinos de la plaza como en un escrache sin tregua; mal
administrada u organizada; un precioso pase de las flores; y una
excelente estocada a recibir cobrada con pureza, arrojo e inteligencia.
Fue un gigante violento el quinto; cuando el sexto se le quedó debajo
dos veces, Talavante cortó casi por lo sano.
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