. Fue la Exposición Universal de Barcelona en la que concurrieron 22 países y que recibió a más de 2 millones de visitantes.
tras la rehabilitación del barrio de La Ribera, un barrio poco valorado
por los barceloneses. Tanto estas obras como la mejora de diversas
infraestructuras supusieron un salto cualitativo para la modernización y
el desarrollo de la ciudad que
.
Este
certamen había sido proyectado para 1987 pero el retraso en la
organización hizo necesario posponer el evento que se trasladó a 1988,
no podía retrasarse más ya que un año después, en 1889, una nueva
exposición universal se celebraría en París.
,
que en aquél momento tenía dos años, la reina regente María Cristina
así como la princesa de Asturias María de las Mercedes y como
autoridades políticas se encontraban el presidente del gobierno Sagasta y
el alcalde de Barcelona Francesc Rius i Taulet.
La Exposición fue considerada un éxito, no solo por el alto número de visitantes sino especialmente
.
Desde el punto de vista económico se considera que esta Exposición
impulsó la economía catalana acercándola a la europeización en un
momento en que la economía catalana se había limitado a comerciar con el
mercado español.
Los doodles más famosos de Google aún pueden encontrarse disponibles para todos
.
tanto a nivel mundial como por países.
en la que se ofrecen posters, tazas de café y otros productos artísticos que llevan impreso los distintos doodles.
de
personajes importantes de la historia del cine, la música o de la
ciencia. En 2011, por ejemplo, el buscador homenajeó con uno de sus
'doodles' a la bailaria
El Talavante de los tres primeros victorinos estuvo
bastante más entero, entonado y entregado que el de los tres últimos. El
tercero de los tres primeros, aunque sacudido, dio en báscula 576
kilos, fue de elástico cuello, se puso casi de manos al tomar el tercer
capotazo, y escarbó, oliscó y manseó ante del segundo viaje al caballo.
En la primera vara se empleó y empujó más en serio que ningún otro.
Fijeza y buen son en banderillas, embestida regular y constante en la
muleta. Sin ser una maravilla, fue el toro de la corrida y con él logró
sus mejores y más redondos logros.
Cinco tandas con la zurda, espaciadas, ligadas y abrochadas
con imaginación y variedad: el cambiado, el de pecho, la trinchera, el
ayudado a pies juntos. A punto, oportunos los enganches y los toques,
templados viajes. Pareció tener en la mano Talavante el toro a pesar de
que el viento no dejaba volar engaño a gusto. Se escupió por la mano
derecha al toro, que se le revolvió, y Talavante remató faena con una
serie a pies juntos. Con su notable zurda. Esos cinco muletazos, no
ligados pero muy reunidos, fueron la joya de la tarde. En la plaza se
dejaron sentir los incondicionales, el ambiente se volcó en esos
momentos, la gente empujó cuando Talavante montó la espada, la estocada
cayó trasera, tardó demasiado Talavante en pedir el verduguillo y,
cuando quiso descabellar, se le arrancó el toro o no descubrió porque,
aculado en tablas, se defendía y tragaba sangre. Un aviso, cinco
intentos con la cruceta y se esfumó el premio de una oreja que habría
podido darle a la tarde algún rumbo.
El cuarto, tan noble como endeble, tan distraído como
bondadoso, salió derrotado del caballo y se acabó parando. Talavante ni
se confió, ni pareció convencido, ni ideó cosa con que apurar los viajes
pastueños del toro, que los tuvo. Para entonces estaban todavía en el
fiel de la balanza la apuesta y la gesta de matar seis victorinos en
Madrid.
Tibias pero sonoras protestas de los focos toristas de las
Ventas para castigar al ganadero. Y eso que el primero de corrida,
descarado y revoltoso, pronto y celoso, tuvo el temperamento propio de
la casa; y que el segundo, terciado, revoltoso, frenado y buscón, fue lo
suficientemente complicado como para encarecer la prueba. Al asomar el
cuarto, una voz anónima sentenció: «¡Vaya novillada, Victorino!».
Cuando Talavante asomó por la puerta de cuadrilla, tuvo que
destocarse para corresponder a una ovación formidable. Hora y media
después, tras el arrastre del quinto toro, corría un aire desolado de
frustración. Talavante mantuvo mal que bien el tipo en los dos primeros
toros y arrostró sus dificultades sin afligirse. La manera de revolverse
en un palmo uno y otro lo tuvieron desconcertado, el viento lo
descubrió por sistema y hubo hasta un primer bloqueo porque el segundo
fue de laberíntica conducta.
La estocada con que Talavante quiso tumbar al primero hizo
guardia el toro y tuvo el gesto de volver a entrar para cobrar al
segundo viaje su mejor estocada. Al cobrar la estocada tendida que iba a
bastar para que doblara el segundo, Talavante soltó el engaño y salió
por pies sin disimulo. Estuvo toreando donde más pesaba el toro.
La elección de terrenos fue desafortunada casi de principio
a fin. Por todo: por no guarecerse del viento donde lo hacen quienes
mejor conocen el miniclima de las Ventas -las rayas de sol frente al
tendido 5- y por abrir demasiado todos los toros. Con todos se empeñó
muy fuera de las rayas. Sin mayor razón.
Pese a ir provisto de competentes lidiadores -Cubero,
Carretero, Agustín Serrano y Miguel Martín, de las dos cuadrillas que
reforzaban la propia-, Talavante pecó de capear y capear todos los
toros, y de abusar de eso. Lidiar los toros se le fue haciendo cada vez
más cuesta arriba.
Solo un quite por chicuelinas -al cuarto- en toda la tarde.
Ni un brindis que no fuera el protocolario a la presidencia. Ninguno de
los dos últimos victorinos ayudó a remontar lo que ya parecía visto
para sentencia. El quinto, hocicudo, bajo de agujas, protestado por
justo de trapío, fue toro frágil, pero empujó en serio en la primera
vara y, molido por ella, devino en toro tardo. Talavante pretendió
traérselo puesto delante del ventilador de la puerta grande, que apenas
le dejaba montar el engaño. Entonces se tuvo la sensación, decantada por
sí sola, de que los cinco intentos de faena -incluido el resuelto con
bien- habían sido casi idénticos. El pecado de la monotonía se hace
imperdonable en las corridas de único espada. El balance era duro:
cuatro silencios, una oreja perdida.
Al quinto toro lo atravesó con la espada muy feamente. El
sexto, vuelto y paso, de porte distinguido, el más victorino de los
seis, se encontró a Talavante derrotado. Un trotecito fandanguero, el
prometedor gateo de los victorinos buenos, pero ni siquiera se cuidó la
lidia para apurar la última gota.
Talavante salió con la espada de acero, el toro, bien
sangrado, se había apagado y, para sorpresa y estupor de la mayoría,
Talavante entró con la espada sin apenas tener ni cuadrado al toro.
Entonces se abrió paso una pitada sonora, que castigó de paso a los dos
últimos victorinos de esta aciaga cita.
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