Los pistoleros de Wall Street
Matemáticos, ingenieros y físicos La mayoría, muy jóvenes son los nuevos pistoleros de wall street. Muchos ni siquiera han estudiado ...
Los pistoleros de Wall Street
Los robots están empezando a dominar
los mercados. El 60% de las operaciones de Bolsa en Nueva York ya las
realizan programas informáticos sin la intervención del hombre. Bienveni
Muchos ni siquiera han estudiado economía, pero son capaces de desarrollar programas informáticos diseñados para comprar y vender acciones sin recibir órdenes humanas. Y lo hacen a una velocidad inimaginable. Los algoritmos en los que se basan estos programas se mantienen en secreto y su fórmula se renueva cada pocas semanas. Analizan los datos del mercado y toman decisiones automáticas. El margen de beneficio que consiguen es mínimo. Menos que calderilla. Con cada compraventa de una acción no aspiran a ganar ni un céntimo, pero arañar una fracción de céntimo incluso unos míseros 0,001 euros ya es rentable porque gestionan miles de órdenes por segundo, millones al día.
Las empresas que usan o comercializan estos algoritmos pasan inadvertidas... Hasta que ocurre uno de esos cisnes negros (sucesos altamente improbables que tienen un impacto catastrófico) de los que hablaba Nassim Nicholas Taleb. La catástrofe se ha bordeado en un par de ocasiones. El último cisne negro sucedió el mes pasado y lo desencadenó un tuit que informaba de dos explosiones en la Casa Blanca y de que Obama estaba herido. Era falso, pero tenía el pedigrí de la agencia de noticias Associated Press (AP). Apenas duró unos minutos en Internet, suficiente para que la noticia fuera retuiteada 5000 veces antes de que AP suspendiera la actividad de su cuenta, que había sido hackeada por piratas informáticos sirios.
Sin embargo, lo que no era más que una gota en el océano de 400 millones de mensajes diarios que se publican en Twitter llegó a Wall Street como un tsunami. El pánico originó una estampida vendedora que duró un suspiro, pero en ese visto y no visto la Bolsa neoyorquina perdió 154.000 millones de euros. Los recuperó al poco tiempo igual de misteriosamente, pero inversores y analistas se quedaron con una sensación de déjà vu. Pasó algo parecido en 2010, cuando el Dow Jones se dejó 1000 puntos en cinco minutos, aunque los recobró en el siguiente cuarto de hora.
¿Quiénes son los culpables del minicrac de abril de 2013 y del flash crac de 2010? Las autoridades ya han identificado a los sospechosos: robots. Gary Gensler, presidente de la Comisión de Negociación de Futuros de Estados Unidos, ha anunciado que se pondrá en marcha una propuesta para regular las transacciones automatizadas, esto es, la negociación de alta frecuencia (HFT, por sus siglas en inglés). ¿Pero qué es la HFT? Para los pequeños inversores, el coco; para los fondos de alto riesgo, un competidor o una herramienta más, dependiendo de si la utilizan o no; para el gran público, un enigma. En el fondo, la HFT es la última batalla de la larga guerra entre el hombre y la máquina.
A los programas de HFT no les interesa el valor real de las empresas con cuyos títulos negocian. En realidad, su misión es detectar cualquier desviación, por mínima que sea, en el precio histórico de un valor. Una vez descubierta la oportunidad, es cuestión de adelantarse al resto de los inversores. Gana el más rápido. No hablamos de segundos, sino de milésimas. Y los más veloces son capaces de reaccionar a una fluctuación del mercado en cuestión de microsegundos (millonésimas de segundo).
«Una adicción a la velocidad se ha apoderado de los mercados. El tiempo durante el que se mantiene un valor en las carteras se acorta. En el Nasdaq se realizan operaciones en 250 microsegundos. ¿Qué ocurre? La explicación está en la negociación de alta frecuencia, que se extiende como un virus», advierte el economista Carlos Arenillas, presidente de Equilibria Investments SIL y exvicepresidente de la Comisión Nacional del Mercado de Valores.
La propagación del virus de la HFT ya es una pandemia. En Estados Unidos, casi el 60 por ciento de la negociación se hace con programas algorítmicos, mientras que en Europa representa un tercio. En España menos, aunque supera el 20 por ciento. Las compañías basadas en autómatas bien por cuenta propia o alquilando sus algoritmos a bancos de inversión y grandes fondos generan unos beneficios que oscilan entre 4300 y 5500 millones de euros al año.
Sus defensores aseguran que la aplicación de la tecnología proporciona liquidez a los mercados; o sea, que siempre hay compradores animando el cotarro. Les da igual que la coyuntura sea alcista o esté de capa caída. Como sabuesos robóticos rastrean oportunidades infatigablemente. Sus críticos hablan de un problema de equidad en el acceso a los mercados. «Si hay operadores a los que se les permite negociar con milésimas de segundo, mientras que la mayoría de los inversores necesitan al menos minutos para tomar una decisión, ¿quién saldrá ganando si se dispone de la misma información?», se pregunta Arenillas.
La SEC (el supervisor de la Bolsa de Estados Unidos) y Bruselas quieren poner coto a las firmas que negocian automáticamente. Pero Andrew Lo, director del Laboratorio de Ingeniería Financiera del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), considera que ya es tarde. «Los avances tecnológicos nos han quitado la posibilidad de regularlas. Es un ecosistema salvaje, gana el que desenfunda más rápido, como en el Oeste». La única medida que las empresas de HFT temen sería un impuesto sobre sus transacciones.
¿Dónde están los forajidos? las empresas especializadas como Tower Research Capital, Tradebot, Ketchum, RGM Advisors suelen estar ubicadas a cientos o miles de kilómetros de las Bolsas donde operan. Pero necesitan que sus computadoras estén lo más cerca posible de los servidores centrales del mercado en cuestión. Cada 150 kilómetros de distancia suponen un milisegundo de retraso en ejecutar una orden. Las Bolsas les cobran una comisión por el alojamiento y los miman porque generan mucho volumen de contratación. También hay negocio para Bloomberg y Thomson Reuters, cuyos terminales vomitan ininterrumpidamente información financiera que los robots degluten como papilla. De hecho, un empleado de Thomson Reuters ha denunciado que la compañía libera esa información dos segundos antes a las máquinas que a los suscriptores, y cinco minutos antes que al público.
Pero estas firmas no analizan solamente los datos del mercado, también se nutren de las agencias de noticias y de las redes sociales. Hay empresas como RavenPack especializadas en expurgar esa enorme masa de información, filtrar lo relevante entre 20.000 y 50.000 mensajes limpios diarios y vendérselo a los fondos de inversión. Su presidente, Armando González, explica que «en el caso de Twitter, la mayoría [de las empresas de HFT] usan herramientas para depurar y obtener datos más veraces, pero otras no, y se alimentan irresponsablemente del feed completo, es decir, de todo lo que se publica en esa fuente». Y pasa lo que pasa. Si te lo comes todo, de vez en cuando te tragas un sapo.
Arenillas ni siquiera considera que las firmas de HFT sean inversores. «Resulta difícil considerarlas como tales cuando solo invierten dinero durante segundos, o menos, y al final del día no mantienen ningún valor en su cartera». Al final de la Segunda Guerra Mundial, un inversor mantenía de media las acciones cuatro años; en 2000, ese periodo había descendido a ocho meses. «Pero las estrategias de alta frecuencia suelen limitarse a menos de un día. Una empresa de HFT puede liquidar todo su portfolio en menos de cinco minutos, cuando un inversor tradicional espera días, semanas o meses para vender», explicar Manoj Narang, fundador de Tradeworx, con sede en Nueva Jersey.La alta frecuencia surgió a finales de los noventa en Estados Unidos, cuando la SEC autorizó las transacciones electrónicas. Pero estas firmas fueron casi invisibles hasta el 6 de mayo de 2010. Ese día, una orden de venta masiva de futuros de un fondo de inversiones provocó que los programas algorítmicos entraran en un bucle frenético, revendiéndose los contratos unos a otros, como si quemasen, cada vez a menor valor. La gigantesca patata caliente supuso que el Dow Jones perdiese 800.000 millones de dólares entre las 14:42 y las 14:47 horas. Luego los recuperó. Pero el susto fue de aúpa.
De repente, los mercados se sintieron vulnerables a los autómatas. Y sus detractores comenzaron a hablar de la volatilidad y del riesgo que supone que las máquinas operen solas. El minicrac del tuit falso ha acentuado esa percepción. Giovanni Vigna, cofundador de la empresa de seguridad tecnológica Lastline, va más allá. «La caída se produjo en un contexto de psicosis creado por las bombas en la maratón de Boston. ¿Qué pasa si alguien se aprovecha de una situación similar, sabiendo que un tuit puede originar automáticamente una reacción en cadena? Compras a muy bajo precio y cuando las acciones rebotan, vendes... Es una tentación». Y John Bates, de Progress Software, afirma: «Un escenario apocalíptico es que Al Qaeda controle un fondo de inversiones y quiera provocar una estampida en el mercado para sacar tajada». Otros apuntan a que el hombre todavía puede ganarle en astucia a la máquina en situaciones críticas. Tom Carter, director de operaciones de Jones Trading, advirtió a sus operadores por megafonía para que estuviesen tranquilos y se mantuvieran al margen del torbellino provocado por el tuit. «Cuidado, esas cosas se pueden hackear». Puro sentido común.
«¡Es de locos! Alguien publica una estupidez en 140 caracteres y desaparecen 200 millones de dólares en cuestión de minutos», se lamenta el empresario Mark Cuban, dueño de los Dallas Mavericks. Y vaticina más de lo mismo. «Lo que sucedió volverá a ocurrir, porque los mercados están dominados por la negociación algorítmica. Antes, el objetivo de las Bolsas era atraer capital con el que financiar a las empresas; ahora son simples plataformas explotadas por máquinas y a merced de los hackers». Como muchos otros, Cuban teme que, a la tercera, las plumas del cisne serán negras como el alquitrán.
El hombre tras el robot
La empresa del matemático Manoj Narang maneja su propio fondo de inversión de 500 millones de dólares mediante algoritmos. «Existe una mentalidad de rebaño entre los invesores tradicionales, que inflan un valor hasta que estalla la burbuja y luego huyen de él. Son esas estampidas las que causan la volatilidad, no la negociación automatizada».
El matemático Manoj Narang. Presidente de tradeworx, Nueva Jersey
"Los robots no sufren ataques de pánico. Son las personas"
La compañía de este hombre de 41 años negocia cien millones de acciones diarios. Narang se graduó en Matemáticas y Ciencias de la Computación en el MIT. Y trabajó para Goldman Sachs y Credit Suisse. Comenzó a interesarse por la negociación de alta frecuencia cuando sospechó que alguien estaba descifrando sus transacciones para adelantarse a ellas. Opina que políticos y supervisores utilizan a las empresas de HFT como chivo expiatorio. «Los robots no sufren ataques de pánico, son las personas». Sin embargo, desconfía de las redes sociales como herramienta para invertir. «El problema de usar los tuits es doble. Por una parte, son muy ruidosos, ya que no generan una señal nítida y cuesta mucho analizarlos, e incluso después de filtrar son problemáticos. Y, por otra, aunque se publiquen millones de tuits diarios, todavía no hay un registro histórico lo suficientemente amplio como para detectar tendencias. Son demasiado nuevos. Es muy arriesgado comprometer un montón de dinero en inversiones basadas en Twitter». El día del minicrac, Narang instruyó a sus operadores para que no entrasen al trapo. «Si ves que en el mercado está pasando algo raro y no sabes por qué, lo mejor es que te mantengas fuera hasta que se aclare el panorama».
El 'chico malo' Mark Gorton Tower. Research Capital, Nueva York
"Somos ingenieros. Nos parecemos más a Google que a los bancos"
Mark Gorton, de 46 años, está acostumbrado a las críticas. «La negociación de alta frecuencia es muy controvertida. Hemos asistido a un gran cambio en el funcionamiento de los mercados en la última década. De ser mercados manuales donde los operadores estaban físicamente en el parqué, hemos pasado a que la mayoría de la negociación se realice a distancia. La prensa nos pone a parir, pero lo que hacemos es positivo para el inversor final, sea público o privado, ya que le resulta más barato invertir. Lo que pasa es que algunos viejos tiburones de Wall Street ya no reciben esos cheques de cantidades desorbitadas a los que estaban acostumbrados». Gorton fue capitán del equipo de matemáticas del instituto. Se licenció en Ingeniería Eléctrica en Yale. Trabajó en la industria aeronáutica y en un banco. En 1998 lanzó LimeWire, un servicio de descargas de música P2P. La industria discográfica lo llevó a los tribunales y fue condenado a una multa de 450 millones de dólares por violar las leyes de propiedad intelectual. Lo llamaron el Bernie Madoff del crimen por Internet. Fundó Tower Research Capital en 1998. Tiene una plantilla de 275 personas; la mayoría son ingenieros, físicos e informáticos. «Hacemos sobre todo negociación intradía. Tenemos diferentes grupos de inversión y distintos estilos, pero todos automatizados y basados en un gran volumen. Invertimos en la mayor parte de los mercados electrónicos del mundo: derivados, futuros, divisas, bonos... Por regla general mantenemos las acciones en cartera unos pocos segundos. Nos regimos por estudios estadísticos. Lo que hacemos es tratar de identificar patrones de inversión y, cuando encontramos algo que funciona, lo desarrollamos. Somos, básicamente, una compañía de ingeniería. Tenemos mucho más en común con Google que con los grandes bancos».
El "Cowboy" Richrad Gorelick Fundador de RGM advisors Texas
"El primer día ganamos 17 dólares; al día siguiente perdimos cientos y tuvimos que reajustar el algoritmo"
Su compañía tiene sede en Austin (Texas), a 2700 kilómetros de Wall Street. «Contratamos a físicos y matemáticos porque nos es más fácil enseñar a científicos el funcionamiento de los mercados que programación a los brókeres explica. Monitorizamos continuamente los precios de las acciones. Cuando el algoritmo detecta que hay una discrepancia entre el precio justo (en teoría) y el precio de mercado, aprovechamos la oportunidad antes de que nadie». Licenciado en Derecho, creó RGM con dos socios. «Desarrollamos un modelo matemático. En nuestro primer día ganamos 17 dólares. En el segundo perdimos cientos de ellos y tuvimos que ajustar el algoritmo. Pero en 2002 el programa funcionaba».
TITULO: ENTREVISTA TERESA BERGANZA, CUANDO AMAS MUCHO, NO TE IMPORTA NO SER CORRESPONDIENTE,.
Teresa Berganza: "Cuando amas mucho, no te importa no ser CORRESPONDIENTE,.
Teresa Berganza: "Cuando amas mucho, no te importa no ser correspondida"
Es un año especial para Teresa
Berganza. En este 2013, en el que cumple 80 años, París y el Teatro Real
rinden sendos homenajes a la 'mezzosoprano'. Pero no son más que la
punta del iceberg de la carrera de una mujer que durante medio siglo se
ganó el aplauso en las óperas de medio mundo y los galardones del otro
medio. En su casa de El Escorial (Madrid) nos concede su entrevista más
personal.
Coincidiendo con su 80.º cumpleaños, París le ha rendido un
caluroso homenaje en reconocimiento a su larga carrera operística, el
Teatro Real lo hará también el próximo 21 de junio y la editorial
Buchet/Chastel publica estos días su primera biografía, Un monde habité
par le chant. Entre los últimos galardones que ha recibido, la Gran Cruz
del Mérito Civil Alfonso X el Sabio, concedida por el Consejo de
Ministros este mes de mayo.La Berganza se retiró del canto hace cinco
años en Santander. Desde entonces vive apartada de los escenarios en un
enorme piso herreriano alquilado a Patrimonio Nacional, en las que
fueran las dependencias de la reina del Real Monasterio de San Lorenzo
de El Escorial, en el madrileño pueblo de la Cuenca del Guadarrama donde
también tienen casas sus tres hijos. En este histórico enclave, Teresa
Berganza nos recibe para concedernos la que, sin duda, es la entrevista
más personal e íntima de cuantas ha realizado. Y es que en el transcurso
de la misma hemos reído y llorado con ella.
XLSemanal. Cuenta que su madre era muy religiosa y muy monárquica y que su padre era «rojo como las amapolas», ateo y republicano, pero que se llevaban estupendamente.
Teresa Berganza. Eran la pareja más maravillosa que yo he conocido nunca. Se amaban profundamente. Nunca los oí discutir. Eran un matrimonio hasta la muerte.
XL. Una vez entró en el cuarto de sus padres sin llamar, cuando ellos tenían 80 años, y los vio haciendo el amor.
T.B. Sí, fue maravilloso; salí llorando de emoción porque vi que no vivían como hermanos y que mi padre seguía enamoradísimo de mi madre. Lo recuerdo acariciándole los brazos y diciéndonos: «¿Veis que brazos más bonitos?». Y mamá, más contenida, le pedía que no hablara así delante de los niños, que a lo mejor teníamos ya 50 años [se ríe].
XL. A los 15 años le dio un ataque místico, se escapó de casa y se metió en un convento en Alcalá de Henares.
T.B. [Ríe]. Siempre he sido muy mística. Me fui al convento para quedarme porque quería ser monja. Lo único que no me gustaba era levantarme a maitines, eso era horroroso. Al cabo de un tiempo, me mandaron un telegrama en el que me decían que, del disgusto, papá no podía respirar. Como yo a mi padre lo adoraba, fui a verlo y, a los pocos minutos de llegar a casa, se le pasó el asma. ¡Puro teatro! Pero comprendí que no podía darle un disgusto así y dejé el convento.
XL. ¡Clausura! Parece una mujer de extremos: o todo o nada.
T.B. Sí, cuando me meto en algo, me entrego. Además, yo me veía guapísima con el hábito. Se notaba ya la sangre del teatro que corría por mis venas [se ríe]. Mi padre me dijo que, cuando cumpliera 21 años, podía irme al convento si quería y que mamá y él se irían a vivir a una casita al lado para poder estar cerca. ¡Fíjate qué padre tenía yo!
XL. Él era contable...
T.B. Se ganaba la vida como contable, pero era músico. Era un hombre extraordinario. No sé si ha habido otro como él, yo creo que no. Papá había perdido a su padre muy joven y lo metieron interno en un colegio donde adquirió una cultura muy amplia y aprendió a tocar el piano. Luego, en el servicio militar, aprendió a tocar la trompa; después, el clarinete...
XL. También estuvo en la cárcel.
T.B. Sí, por ideología, nada más terminar la guerra; estuvo solo tres meses porque no tenían nada contra él.
XL. Usted tenía entonces seis años.
T.B. Pero recuerdo perfectamente que fuimos mi padre, mi madre y yo a una comisaría. Yo no sabía lo que pasaba pero vi que mi madre se abrazó a papá y que luego papá desapareció. Se lo llevaron directo a la cárcel.
XL. ¿Iban a verlo?
T.B. Sí, sí, pero la única que podía entrar dentro era yo porque, como era la pequeña, mi madre me metía en un torno que había, lo hacían girar y me colaban dentro como si fuera un paquete. Papá me abrazaba, me besaba y lloraba sin que yo entendiera por qué. Luego, me devolvía por el torno y yo les contaba a mamá y a mis hermanos que papá lloraba.
XL. Estudió música en el conservatorio de Madrid y, antes de entrar en Juventudes Musicales, trabajó en el cine.
T.B. [Se ríe]. Yo tenía que ganarme la vida como fuera. Me había metido en un coro y me debieron de ver mona y que cantaba bien porque me ofrecieron hacer una segunda voz con Juanito Valderrama. Luego trabajé con Carmen Sevilla, con Juanita Reina... La verdad es que me podía haber quedado en el cine o en el flamenco, porque me di cuenta entonces de que yo era una artista.
XL. Cuando empezó a cantar ópera, decidió irse de España «porque aquí no podía triunfar y quería regresar con gloria».
T.B. No sé si influyó que mi padre fuera de izquierdas, pero el hecho es que a mí no me invitaban a cantar aquí.
XL. Y se fue a París.
T.B. Fui solo para hacer una audición... y no volví hasta los 25 años. El público siempre me ha querido mucho en España, pero a los organizadores o no les gustaba o no me querían. Luego, con los años, la que no quería venir era yo.
XL. ¿Usted se sentía ideológicamente de izquierdas?
T.B. Sí, me sentía de izquierdas como mi padre, pero te voy a decir una cosa: casi todos los premios y las medallas que me han dado aquí me los han dado los de derechas. Yo no he ido a la Moncloa invitada a comer por ningún socialista, a mí me invitó Aznar; y la Medalla de las Artes me la dio Esperanza Aguirre, y hace un par de semanas Rajoy me ha dado la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio.
XL. Gerard Mortier está preparándole un homenaje en el Teatro Real. Un teatro en el que, por cierto, usted nunca ha cantado una ópera.
T.B. Cuando se reabrió, yo ya estaba retirada de la ópera; troppo tardi [sonríe]; pero sí di un recital con orquesta con el que acabé muy a disgusto porque no hubo ensayos. Siempre digo: ¿por qué habré cantado en el Real?
XL. Una curiosidad... Se han publicado cientos de entrevistas suyas y en ninguna habla de Montserrat Caballé.
T.B. Es que nunca me preguntan por ella. Deben de pensar que tenemos algún problema... y no es así. Para mí, Montserrat ha tenido la voz más importante de los últimos cien años.
XL. ¿Pero se hablan?
T.B. Sí. De hecho, una vez vino a verme a un recital en Nueva York. Nos hablamos y nos reímos. Lo que pasa es que no hemos tenido un contacto, quizá porque yo no estaba aquí.
XL. Con Maria Callas sí tuvo una estrecha relación.
T.B. Sííí [sonríe]. Me quería mucho y me llevaba con ella a todas partes: a fiestas y a cenas que organizaban en su honor. Me tenía como si fuera su hermana pequeña.
XL. ¿Cómo era?
T.B. Maria era una mujer extraordinaria, pero le hicieron mucho daño, padeció muchas envidias; la prensa la atacó muchísimo... Una vez, en una fiesta en Nueva York le preguntaron por la Tebaldi [la solían comparar con Renata Tebaldi] y ella contestó delante de mí: «Esto no hay que discutirlo ni hablarlo. Es como hablar de la Coca-Cola y del champán: yo soy el champán y la señora Tebaldi, la Coca-Cola». Entonces pensé: «Yo quiero ser como ella».
XL. Se casó con su pianista y el matrimonio duró 20 años. Pero cuenta que los últimos diez los pasó dudando sobre si se separaba o no. Hasta que interpretando la Carmen, de Bizet, a base de cantar «Liberté, liberté», tomó la decisión.
T.B. Carmen me ayudó mucho, sí. Yo, desde joven, me sentía una mujer libre, pero me casé con un hombre que era vasco y muy religioso, y casi no podía respirar. La religión me ataba y me reprimía muchísimo. Luego, él se volvió a casar (le gustaban mucho las mujeres), pero a mí me respetó.
XL. Era una mujer muy atractiva... ¿que no estaba hecha para el matrimonio?
T.B. Mira, yo no me he creído nunca ni muy guapa ni con buen tipo, pero Balenciaga siempre hablaba de mi mirada. Decía que tenía la sonrisa en los ojos y que con estos ojos no hacía falta que me pusiera joyas. Cuando era joven y estaba en una reunión con chicos, miraba a uno que me gustaba y ya era mío [sonríe].
XL. Se casó a los 23 años y fue madre de tres hijos...
T.B. ¡Eran otros tiempos! Antes eras muy niña con 23 años.
XL. Durante un tiempo hablaba con un amigo sacerdote que vivía en Alemania sobre la posibilidad de divorciarse... ¡y acabó casándose con él!
T.B. Era un amigo al que yo consultaba muchas cosas; venía a mis conciertos. La verdad es que no sé si me agarré a un clavo ardiendo o me enamoré. ¡Ha pasado tanto tiempo! El caso es que nunca dejó los hábitos y yo, sin saberlo, estuve casada con un hombre que seguía siendo cura.
XL. Y que, cuando se separaron, volvió a ejercer el sacerdocio.
T.B. De esto prefiero no hablar. Ya es troppo tardi [sonríe].
XL. Dejémoslo. Pero, dígame, ¿es difícil vivir con una diva?
T.B. ¡Mucho! Y lo he visto con muchas otras artistas. Tienen que ser hombres muy especiales que, además, quieran con locura a su mujer. Cuando es a ti a quien te buscan, te piden autógrafos... Entonces empiezan los problemas de celos.
XL. ¿Celos artísticos o de los otros?
T.B. Artísticos. ¡Ya me hubiera gustado que tuvieran celos de mí como mujer, por haberme ido con otro! [Se ríe].
XL. ¿Lo hizo?
T.B. Mmmm... [sonríe]. Bueno... Lo que siento es no haberme ido más, porque he tenido ocasiones de estar con personajes interesantísimos. ¡Qué tonta fui! Que si el respeto a mi marido, que si estoy casada... ¡Qué tonta! También, troppo tardi.
XL. ¿Por qué no se ve mal que el hombre mantenga a la mujer, pero sí al revés?
T.B. Se ve fatal y ellos lo llevan mal. Bueno, el caso es que, cuando se ven mantenidos, tienen de todo: viajan en primera y viven en hoteles de cinco estrellas, y están muy contentos, pero luego les pueden los celos.
XL. Usted ha dicho que sus dos maridos «se marcharon muy contentos... y forrados».
T.B. Sí, sí, forrados los dos. Como yo me tenía que ocupar de mis hijos y de mi voz, di mi firma tranquilamente.
XL. ¿Le hicieron tropelías con el poder que les dio?
T.B. No. Bueno... Mmmmm... Pues sí, la verdad es que sí. A alguno le fue muy bien. Dejémoslo ahí.
XL. ¿Viven su exmaridos?
T.B. Mi primer marido murió hace poco y yo he estado a su lado. Mis hijas son una maravilla y se ocuparon de su padre hasta el final. Yo pensé entonces que tenía que olvidar todo lo que había sufrido y que tenía que estar con él, por mis hijos. Iba a verlo, le cogía la mano y él me miraba de una forma... [la voz le tiembla]. Cuando murió, yo llegué a los cinco minutos. Al entrar, lo acaricié; su cuerpo estaba todavía caliente, le cogí la mano y lo besé. Y como dicen que lo último que se pierde es el oído, le estuve hablando un largo rato. Le dije: «Vete tranquilo que yo no te guardo ningún rencor. Yo te he querido y te seguimos queriendo todos. A lo mejor, algún día nos encontramos». El rencor solo nos hace daño a nosotros. Me dio tres hijos maravillosos. Yo he amado mucho y, cuando amas, no te importa no ser correspondida.
XL. Tiene fama de haber suspendido la función con cierta frecuencia.
T.B. Es que, si mi voz no estaba bien, iba al médico y le decía que no me diera cortisona, que yo cantaba solo si estaba perfecta. La gente se enfadaba y me escribía unas cartas tremendas, pero son gajes del oficio.
XL. Hace cinco años, dando un recital en Santander, se quedó sin voz en el escenario.
T.B. Justo antes de salir, operaban a mi nieta de apendicitis y mi hija me había dicho que la operación se estaba alargando un poco, pero que no preocupara porque todo iba bien. Entonces yo empecé a fantasear, a pensar que algo malo pasaba y, cuando estaba cantando, me quedé sin voz. La preocupación que sentí me cerró la garganta. Entonces pensé que era una señal para retirarme.
XL. ¿Ha ganado lo suficiente para vivir el resto de su vida?
T.B. Yo, sí. Mis hijos, no. Porque, aunque los he ayudado, me he separado dos veces y he sido yo quien ha pagado los divorcios. Estoy muy orgullosa de ellos porque han vivido muy bien, con bastante lujo, y cuando les ha tocado vivir con estrecheces lo han hecho los tres como fieras. Ellos viven de sus sueldos.
XL. ¿Por qué se ha venido a El Escorial?
T.B. Porque no quería más vida mundana. Recluida en esta enorme casa tengo la impresión de vivir en un convento del siglo XV. La alquilé hace 16 años y renuevo el contrato cada dos. No creo que ya me echen de aquí. Además, tengo bien pensada y organizada mi muerte.
XL. ¿Ha decidido cómo se va a morir?
T.B. Puedo decidirlo, sí; me puedo suicidar tranquilamente.
XL. ¡Hombre, no!
T.B. Si te quitas la vida bien, si no te apetece seguir... Siempre he sentido muy cerca la muerte y nunca le he tenido miedo. Dios es Padre Todopoderoso y lo comprende todo.
XL. Pero ¿por qué va a querer quitarse la vida... bien?
T.B. Porque a lo mejor no me interesa seguir viviendo en este mundo de ahora. Hay cosas que me rodean que no me gustan y me da mucha pena la juventud.
XL. ¿Está deprimida?
T.B. ¿Deprimida? No, no, para nada. He pensado esto hace mucho, no ahora. Cuando era joven, no sabía cómo podía hacerlo; ahora sé cómo me puedo suicidar.
XL. ¿Cómo?
T.B. Eso no lo puedo contar. Pero tengo un problema enorme, porque no quiero que me metan en una caja: quiero que me envuelvan desnuda en un sudario, en una sábana y que me lleven en una camilla o en un carro a incinerarme. No quiero cajas ni que me exhiban ni que me lleven a ningún sitio. Luego, mis cenizas las esparcirán en dos árboles que hay en el jardín de los frailes, que es un sitio muy bonito donde hay dalias y un ciprés maravilloso. ¡Y se ha acabado! Esto ya lo saben mis hijos. Los frailes ya me han dado permiso.
XL. Pues se lo van a quitar si les cuenta lo del suicidio.
T.B. Claro. Tengo que hacer o lo uno o lo otro [sonríe].
XL. Y ya que lo ha pensado todo, ¿cuál sería un buen epitafio?
T.B. ¡Amó!
Una diva, en privado
«No soporto el hilo musical. Es un horror. Siempre pido que lo quiten cuando lo oigo en un restaurante o en una sala de espera».
«Me encanta tomarme una copa de champán francés en el avión. Como en Iberia me ponían cava, me llevaba mi botellita en el bolso».
«Las sábanas que no son de hilo o de algodón son insoportables. Pican».
«No aguanto ni un rayo de luz mientras duermo. Cuando viajaba, siempre iba con tres trapos negros muy grandes que me había comprado mi madre y que clavaba con chinchetas para tapar las ventanas».
«Soy una mujer bastante humilde, pero me encanta jugar a ser diva. Por ejemplo, que en el aeropuerto de Nueva York me recoja un chófer negro con un Rolls Royce y me pongan una alfombra roja».
«Soy como Cenicienta. Cuando sales de la nada y te encuentras con todo esto... Pero me lo tomo de forma divertida».
XLSemanal. Cuenta que su madre era muy religiosa y muy monárquica y que su padre era «rojo como las amapolas», ateo y republicano, pero que se llevaban estupendamente.
Teresa Berganza. Eran la pareja más maravillosa que yo he conocido nunca. Se amaban profundamente. Nunca los oí discutir. Eran un matrimonio hasta la muerte.
XL. Una vez entró en el cuarto de sus padres sin llamar, cuando ellos tenían 80 años, y los vio haciendo el amor.
T.B. Sí, fue maravilloso; salí llorando de emoción porque vi que no vivían como hermanos y que mi padre seguía enamoradísimo de mi madre. Lo recuerdo acariciándole los brazos y diciéndonos: «¿Veis que brazos más bonitos?». Y mamá, más contenida, le pedía que no hablara así delante de los niños, que a lo mejor teníamos ya 50 años [se ríe].
XL. A los 15 años le dio un ataque místico, se escapó de casa y se metió en un convento en Alcalá de Henares.
T.B. [Ríe]. Siempre he sido muy mística. Me fui al convento para quedarme porque quería ser monja. Lo único que no me gustaba era levantarme a maitines, eso era horroroso. Al cabo de un tiempo, me mandaron un telegrama en el que me decían que, del disgusto, papá no podía respirar. Como yo a mi padre lo adoraba, fui a verlo y, a los pocos minutos de llegar a casa, se le pasó el asma. ¡Puro teatro! Pero comprendí que no podía darle un disgusto así y dejé el convento.
XL. ¡Clausura! Parece una mujer de extremos: o todo o nada.
T.B. Sí, cuando me meto en algo, me entrego. Además, yo me veía guapísima con el hábito. Se notaba ya la sangre del teatro que corría por mis venas [se ríe]. Mi padre me dijo que, cuando cumpliera 21 años, podía irme al convento si quería y que mamá y él se irían a vivir a una casita al lado para poder estar cerca. ¡Fíjate qué padre tenía yo!
XL. Él era contable...
T.B. Se ganaba la vida como contable, pero era músico. Era un hombre extraordinario. No sé si ha habido otro como él, yo creo que no. Papá había perdido a su padre muy joven y lo metieron interno en un colegio donde adquirió una cultura muy amplia y aprendió a tocar el piano. Luego, en el servicio militar, aprendió a tocar la trompa; después, el clarinete...
XL. También estuvo en la cárcel.
T.B. Sí, por ideología, nada más terminar la guerra; estuvo solo tres meses porque no tenían nada contra él.
XL. Usted tenía entonces seis años.
T.B. Pero recuerdo perfectamente que fuimos mi padre, mi madre y yo a una comisaría. Yo no sabía lo que pasaba pero vi que mi madre se abrazó a papá y que luego papá desapareció. Se lo llevaron directo a la cárcel.
XL. ¿Iban a verlo?
T.B. Sí, sí, pero la única que podía entrar dentro era yo porque, como era la pequeña, mi madre me metía en un torno que había, lo hacían girar y me colaban dentro como si fuera un paquete. Papá me abrazaba, me besaba y lloraba sin que yo entendiera por qué. Luego, me devolvía por el torno y yo les contaba a mamá y a mis hermanos que papá lloraba.
XL. Estudió música en el conservatorio de Madrid y, antes de entrar en Juventudes Musicales, trabajó en el cine.
T.B. [Se ríe]. Yo tenía que ganarme la vida como fuera. Me había metido en un coro y me debieron de ver mona y que cantaba bien porque me ofrecieron hacer una segunda voz con Juanito Valderrama. Luego trabajé con Carmen Sevilla, con Juanita Reina... La verdad es que me podía haber quedado en el cine o en el flamenco, porque me di cuenta entonces de que yo era una artista.
XL. Cuando empezó a cantar ópera, decidió irse de España «porque aquí no podía triunfar y quería regresar con gloria».
T.B. No sé si influyó que mi padre fuera de izquierdas, pero el hecho es que a mí no me invitaban a cantar aquí.
XL. Y se fue a París.
T.B. Fui solo para hacer una audición... y no volví hasta los 25 años. El público siempre me ha querido mucho en España, pero a los organizadores o no les gustaba o no me querían. Luego, con los años, la que no quería venir era yo.
XL. ¿Usted se sentía ideológicamente de izquierdas?
T.B. Sí, me sentía de izquierdas como mi padre, pero te voy a decir una cosa: casi todos los premios y las medallas que me han dado aquí me los han dado los de derechas. Yo no he ido a la Moncloa invitada a comer por ningún socialista, a mí me invitó Aznar; y la Medalla de las Artes me la dio Esperanza Aguirre, y hace un par de semanas Rajoy me ha dado la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio.
XL. Gerard Mortier está preparándole un homenaje en el Teatro Real. Un teatro en el que, por cierto, usted nunca ha cantado una ópera.
T.B. Cuando se reabrió, yo ya estaba retirada de la ópera; troppo tardi [sonríe]; pero sí di un recital con orquesta con el que acabé muy a disgusto porque no hubo ensayos. Siempre digo: ¿por qué habré cantado en el Real?
XL. Una curiosidad... Se han publicado cientos de entrevistas suyas y en ninguna habla de Montserrat Caballé.
T.B. Es que nunca me preguntan por ella. Deben de pensar que tenemos algún problema... y no es así. Para mí, Montserrat ha tenido la voz más importante de los últimos cien años.
XL. ¿Pero se hablan?
T.B. Sí. De hecho, una vez vino a verme a un recital en Nueva York. Nos hablamos y nos reímos. Lo que pasa es que no hemos tenido un contacto, quizá porque yo no estaba aquí.
XL. Con Maria Callas sí tuvo una estrecha relación.
T.B. Sííí [sonríe]. Me quería mucho y me llevaba con ella a todas partes: a fiestas y a cenas que organizaban en su honor. Me tenía como si fuera su hermana pequeña.
XL. ¿Cómo era?
T.B. Maria era una mujer extraordinaria, pero le hicieron mucho daño, padeció muchas envidias; la prensa la atacó muchísimo... Una vez, en una fiesta en Nueva York le preguntaron por la Tebaldi [la solían comparar con Renata Tebaldi] y ella contestó delante de mí: «Esto no hay que discutirlo ni hablarlo. Es como hablar de la Coca-Cola y del champán: yo soy el champán y la señora Tebaldi, la Coca-Cola». Entonces pensé: «Yo quiero ser como ella».
XL. Se casó con su pianista y el matrimonio duró 20 años. Pero cuenta que los últimos diez los pasó dudando sobre si se separaba o no. Hasta que interpretando la Carmen, de Bizet, a base de cantar «Liberté, liberté», tomó la decisión.
T.B. Carmen me ayudó mucho, sí. Yo, desde joven, me sentía una mujer libre, pero me casé con un hombre que era vasco y muy religioso, y casi no podía respirar. La religión me ataba y me reprimía muchísimo. Luego, él se volvió a casar (le gustaban mucho las mujeres), pero a mí me respetó.
XL. Era una mujer muy atractiva... ¿que no estaba hecha para el matrimonio?
T.B. Mira, yo no me he creído nunca ni muy guapa ni con buen tipo, pero Balenciaga siempre hablaba de mi mirada. Decía que tenía la sonrisa en los ojos y que con estos ojos no hacía falta que me pusiera joyas. Cuando era joven y estaba en una reunión con chicos, miraba a uno que me gustaba y ya era mío [sonríe].
XL. Se casó a los 23 años y fue madre de tres hijos...
T.B. ¡Eran otros tiempos! Antes eras muy niña con 23 años.
XL. Durante un tiempo hablaba con un amigo sacerdote que vivía en Alemania sobre la posibilidad de divorciarse... ¡y acabó casándose con él!
T.B. Era un amigo al que yo consultaba muchas cosas; venía a mis conciertos. La verdad es que no sé si me agarré a un clavo ardiendo o me enamoré. ¡Ha pasado tanto tiempo! El caso es que nunca dejó los hábitos y yo, sin saberlo, estuve casada con un hombre que seguía siendo cura.
XL. Y que, cuando se separaron, volvió a ejercer el sacerdocio.
T.B. De esto prefiero no hablar. Ya es troppo tardi [sonríe].
XL. Dejémoslo. Pero, dígame, ¿es difícil vivir con una diva?
T.B. ¡Mucho! Y lo he visto con muchas otras artistas. Tienen que ser hombres muy especiales que, además, quieran con locura a su mujer. Cuando es a ti a quien te buscan, te piden autógrafos... Entonces empiezan los problemas de celos.
XL. ¿Celos artísticos o de los otros?
T.B. Artísticos. ¡Ya me hubiera gustado que tuvieran celos de mí como mujer, por haberme ido con otro! [Se ríe].
XL. ¿Lo hizo?
T.B. Mmmm... [sonríe]. Bueno... Lo que siento es no haberme ido más, porque he tenido ocasiones de estar con personajes interesantísimos. ¡Qué tonta fui! Que si el respeto a mi marido, que si estoy casada... ¡Qué tonta! También, troppo tardi.
XL. ¿Por qué no se ve mal que el hombre mantenga a la mujer, pero sí al revés?
T.B. Se ve fatal y ellos lo llevan mal. Bueno, el caso es que, cuando se ven mantenidos, tienen de todo: viajan en primera y viven en hoteles de cinco estrellas, y están muy contentos, pero luego les pueden los celos.
XL. Usted ha dicho que sus dos maridos «se marcharon muy contentos... y forrados».
T.B. Sí, sí, forrados los dos. Como yo me tenía que ocupar de mis hijos y de mi voz, di mi firma tranquilamente.
XL. ¿Le hicieron tropelías con el poder que les dio?
T.B. No. Bueno... Mmmmm... Pues sí, la verdad es que sí. A alguno le fue muy bien. Dejémoslo ahí.
XL. ¿Viven su exmaridos?
T.B. Mi primer marido murió hace poco y yo he estado a su lado. Mis hijas son una maravilla y se ocuparon de su padre hasta el final. Yo pensé entonces que tenía que olvidar todo lo que había sufrido y que tenía que estar con él, por mis hijos. Iba a verlo, le cogía la mano y él me miraba de una forma... [la voz le tiembla]. Cuando murió, yo llegué a los cinco minutos. Al entrar, lo acaricié; su cuerpo estaba todavía caliente, le cogí la mano y lo besé. Y como dicen que lo último que se pierde es el oído, le estuve hablando un largo rato. Le dije: «Vete tranquilo que yo no te guardo ningún rencor. Yo te he querido y te seguimos queriendo todos. A lo mejor, algún día nos encontramos». El rencor solo nos hace daño a nosotros. Me dio tres hijos maravillosos. Yo he amado mucho y, cuando amas, no te importa no ser correspondida.
XL. Tiene fama de haber suspendido la función con cierta frecuencia.
T.B. Es que, si mi voz no estaba bien, iba al médico y le decía que no me diera cortisona, que yo cantaba solo si estaba perfecta. La gente se enfadaba y me escribía unas cartas tremendas, pero son gajes del oficio.
XL. Hace cinco años, dando un recital en Santander, se quedó sin voz en el escenario.
T.B. Justo antes de salir, operaban a mi nieta de apendicitis y mi hija me había dicho que la operación se estaba alargando un poco, pero que no preocupara porque todo iba bien. Entonces yo empecé a fantasear, a pensar que algo malo pasaba y, cuando estaba cantando, me quedé sin voz. La preocupación que sentí me cerró la garganta. Entonces pensé que era una señal para retirarme.
XL. ¿Ha ganado lo suficiente para vivir el resto de su vida?
T.B. Yo, sí. Mis hijos, no. Porque, aunque los he ayudado, me he separado dos veces y he sido yo quien ha pagado los divorcios. Estoy muy orgullosa de ellos porque han vivido muy bien, con bastante lujo, y cuando les ha tocado vivir con estrecheces lo han hecho los tres como fieras. Ellos viven de sus sueldos.
XL. ¿Por qué se ha venido a El Escorial?
T.B. Porque no quería más vida mundana. Recluida en esta enorme casa tengo la impresión de vivir en un convento del siglo XV. La alquilé hace 16 años y renuevo el contrato cada dos. No creo que ya me echen de aquí. Además, tengo bien pensada y organizada mi muerte.
XL. ¿Ha decidido cómo se va a morir?
T.B. Puedo decidirlo, sí; me puedo suicidar tranquilamente.
XL. ¡Hombre, no!
T.B. Si te quitas la vida bien, si no te apetece seguir... Siempre he sentido muy cerca la muerte y nunca le he tenido miedo. Dios es Padre Todopoderoso y lo comprende todo.
XL. Pero ¿por qué va a querer quitarse la vida... bien?
T.B. Porque a lo mejor no me interesa seguir viviendo en este mundo de ahora. Hay cosas que me rodean que no me gustan y me da mucha pena la juventud.
XL. ¿Está deprimida?
T.B. ¿Deprimida? No, no, para nada. He pensado esto hace mucho, no ahora. Cuando era joven, no sabía cómo podía hacerlo; ahora sé cómo me puedo suicidar.
XL. ¿Cómo?
T.B. Eso no lo puedo contar. Pero tengo un problema enorme, porque no quiero que me metan en una caja: quiero que me envuelvan desnuda en un sudario, en una sábana y que me lleven en una camilla o en un carro a incinerarme. No quiero cajas ni que me exhiban ni que me lleven a ningún sitio. Luego, mis cenizas las esparcirán en dos árboles que hay en el jardín de los frailes, que es un sitio muy bonito donde hay dalias y un ciprés maravilloso. ¡Y se ha acabado! Esto ya lo saben mis hijos. Los frailes ya me han dado permiso.
XL. Pues se lo van a quitar si les cuenta lo del suicidio.
T.B. Claro. Tengo que hacer o lo uno o lo otro [sonríe].
XL. Y ya que lo ha pensado todo, ¿cuál sería un buen epitafio?
T.B. ¡Amó!
Una diva, en privado
«No soporto el hilo musical. Es un horror. Siempre pido que lo quiten cuando lo oigo en un restaurante o en una sala de espera».
«Me encanta tomarme una copa de champán francés en el avión. Como en Iberia me ponían cava, me llevaba mi botellita en el bolso».
«Las sábanas que no son de hilo o de algodón son insoportables. Pican».
«No aguanto ni un rayo de luz mientras duermo. Cuando viajaba, siempre iba con tres trapos negros muy grandes que me había comprado mi madre y que clavaba con chinchetas para tapar las ventanas».
«Soy una mujer bastante humilde, pero me encanta jugar a ser diva. Por ejemplo, que en el aeropuerto de Nueva York me recoja un chófer negro con un Rolls Royce y me pongan una alfombra roja».
«Soy como Cenicienta. Cuando sales de la nada y te encuentras con todo esto... Pero me lo tomo de forma divertida».
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