Entre los expresidentes vivos de Estados Unidos ninguno goza de tanta popularidad como-foto- Bill Clinton y nadie en el firmamento político tiene ...
Entre los expresidentes vivos de Estados Unidos ninguno
goza de tanta popularidad como Bill Clinton y nadie en el firmamento
político tiene más posibilidades de suceder a Obama en 2016 que la
incombustible Hillary. Por si no había suficiente 'clintonmanía' en el
ambiente, la única hija de la pareja de Arkansas ha destapado su
ambición por llegar a lo más alto. Chelsea Clinton lo ha hecho todo bien
desde que a los 12 años deslumbrara al país con sus rizos pelirrojos
dando saltitos por la escalinata de la Casa Blanca. Ya entonces los
periodistas empezaron a marearla con la idea 'Chelsea for president', a
lo que la cría respondía muy juiciosa que lo menos que le interesaba en
el mundo era seguir la estela de su progenitor.
Con 33 cumplidos y una intensa carrera profesional a sus
espaldas, aquella saludable modestia sigue ahí pero por primera vez en
su vida la chica ha pregonado a los cuatro vientos que no le hace ascos a
la cosa pública. «Antes de la campaña electoral de mi madre yo decía no
a la política una y otra vez. No porque fuera algo sobre lo que había
meditado sino por simple rechazo», se desahogó Chelsea en una entrevista
concedida a 'Vogue'. Eso no significa que durante su juventud pasara de
todo. «Simplemente crecí convencida de que hay otras maneras de luchar
por una sociedad más justa», sentenció. Ahora se la escucha decir que
«comprometerse en el proceso político y asegurarse de que contamos con
buenos líderes, es importante para ser una buena persona».
Para un país sediento de nueva sabia en Washington, el
despertar de Chelsea no puede ser más oportuno. La generación del
'baby-boom', que ha puesto su sello en cada presidente electo en las
últimas cuatro décadas, está cediendo el testigo a un electorado más
diverso donde la población blanca va camino de convertirse en una
minoría más. Además, la emergencia de las mujeres como colectivo desafía
la lógica tradicional de los dos grandes partidos. Si las cuentas no
fallan, los demócratas están mejor posicionados que los republicanos
para capitalizar esa transformación. Lo demostró Obama en noviembre y es
el contexto que favorecería a Hillary si decide presentarse de nuevo.
Sus aspiraciones
Desde que a finales de 2011 desembarcara como corresponsal
especial en la cadena de televisión NBC, Chelsea ha dejado pistas de
hacia dónde apuntan sus intenciones. En sus apariciones semanales en el
espacio 'Making a Difference' ('Marcando la diferencia') teje opiniones
sobre cualquier tema y especialmente sobre las causas con trasfondo
humanitario. Como detalle: todo lo que le pagan por este trabajo lo dona
a la Fundación Clinton y a un hospital universitario en Washington. Y
para darle más brillo a su nombre, su padre, el 42 presidente, le ha
hecho un hueco en su pujante organización que ha pasado a llamarse
Fundación Bill, Hillary y Chelsea Clinton.
Cada paso que da la más joven de la familia es un suma y
sigue. Un ejemplo: cuando apareció cogida del brazo de su madre a las
puertas del hospital neoyorquino donde Hillary había estado ingresada
para analizar el alcance de un coágulo en la cabeza fruto de una caída.
«Ahora mismo, quiero que descanse», dijo a la revista 'Parade' a
comienzos de abril. «Como hija, deseo que tome la decisión correcta para
sí misma. Será también una decisión correcta para nuestro país, y la
apoyaré en lo que elija hacer».
Interrogada más tarde sobre sus propias aspiraciones,
Chelsea volvió a dejar un rastro de calculada ambigüedad. «Estoy
agradecida de vivir en una ciudad, un Estado y un país en los que apoyo
rotundamente a mi alcalde, mi gobernador, mi presidente, mis senadores y
mi congresista». Y entre tanta complacencia por lo bien que le van las
cosas en Nueva York junto a su marido, un importante matiz: «Si en algún
momento esa percepción que tengo ahora cambiara y mi presencia fuera
necesaria, podría hacerme esa pregunta y responderla», dijo en relación a
la posibilidad de presentarse para un cargo público.
Para mantener viva esa llama, lo que menos le conviene a
Chelsea es que su madre arroje la toalla. Detrás de ambas, el hombre de
la familia suspira porque Hillary deje atrás sus dudas y se anime a
protagonizar otro duelo por la Casa Blanca, quizás con Jeb Bush -hermano
e hijo de presidentes- o con el senador de origen cubano Marco Rubio
como contrincantes. A los dos ganaría de calle, según las encuestas. De
lograrlo, la exsecretaria de Estado no solo alcanzaría el sueño de
convertirse en la primera presidenta de EE UU sino que ensancharía el
camino para que los Clinton inscriban con letras de oro su apellido en
el selecto círculo de las dinastías con más peso en la historia de país.
TÍTULO. LA NIÑA QUE DIBUJO EL HOLOCAUSTO, HELGA WEISS,.
Helga Weiss tenía diez años cuando le ordenaron coserse la
amarilla estrella de David en el pecho. Tras vivir recluida en su casa
de Praga tras la invasión nazi de Checoslovaquia, en marzo de 1939, ella
y toda su familia fueron conducidos en vagones de ganado al campo de
concentración de Terezín, cerca de la frontera con Alemania. Era 1941.
De los 15.000 niños que habitaron allí, apenas lograron sobrevivir un
centenar.
Helga, que también pasó por Auschwitz, Freiberg y
Mauthausen, había empezado a escribir un diario a los ocho años. En
Terezín siguió con su tarea, jugándose el pellejo. Además de la
escritura, fue capaz de realizar un puñado de dibujos que reflejan la
vida cotidiana en el campo de exterminio, una existencia gris y
cenicienta, burocrática, donde la 'normalidad' del encierro, las
privaciones y la muerte, cobran vida en las acuarelas de la niña con una
exasperante naturalidad. Sus recuerdos y vivencias del Holocausto en el
que fueron exterminados seis millones de judíos, así como las
ilustraciones, han sido reunidos en el libro 'El diario de Helga'.
«Aquellos dibujos que creé en Terezín, y que guardó un tío
mío cuando me enviaron a Auschwitz, me ayudaron a escapar, a evadirme de
la realidad. Allí no había intimidad de ninguna clase porque vivíamos
hacinados, pero al dibujar sentía que estaba sola, sola en un mundo
propio en el que nadie podía entrar», responde Helga, 84 años, por
correo electrónico desde Praga. «Pude sacar de mi casa algunos lápices y
rotuladores. En Terezín el problema fue el papel. Pero mi padre, Otto
Weiss, que fue gaseado en Auschwitz, trabajaba en una oficina, y pudo
agenciarse, allí le llamábamos 'schleusear', algunas hojas para mí»,
recuerda.
El diario es un relato desasosegante sobre las penurias,
las apreturas, el miedo y la desconfianza de los judíos checos en
Terezín. De cómo los rumores o una simple palabra (¡gas!) susurrada por
unos esqueléticos niños polacos de «cara vieja, cuerpos menudos y ojos
asustados» que se resistían a entrar en las duchas sembraban el pavor en
sus existencias marginadas.
El patíbulo y los SS
Los antiguos coches fúnebres de la ciudad militar se
empleaban para el tranporte de maletas, de viandas y de personas. La
muerte, omnipresente en Terezín (de sus 150.000 residentes forzosos solo
quedaron vivos 17.247), se asoma, demoledora e injusta, ante los ojos
de la pequeña. «Sabíamos que en el cuartel de Ústi habían levantado un
patíbulo. SS delante y detrás, en medio, nueve chicos jóvenes con palas
en el hombro ¡para cavarse sus propias tumbas! Nueve condenados a
muerte. ¿Qué acto tan horrible han cometido? Chicos de 20 años, quizá
más jóvenes, que han enviado mensajes a sus madres. Por eso los han
ejecutado», escribe Helga Weiss.
«Con piojos y chinches se puede vivir; un poco de hambre es
soportable. Solo hay que evitar tomárselo todo muy en serio y llorar.
Quieren destruirnos, está claro, pero no nos dejaremos», anota más
adelante. Insectos, malnutrición, hepatitis, epidemias de tifus,
escarlatina y encefalitis, 33 niñas amontonadas en literas en el mismo
cuarto... constituían su paisaje cotidiano. Pero también cita Helga las
fiestas de Janucá y Yom Kipur armadas a escondidas, la alegría de poder
bañarse por primera vez en tres años, algunas representaciones teatrales
pactadas en el secreto más atroz, óperas de Smetana (como El 'beso' o
'La novia vendida') canturreadas en las buhardillas, bailes con un
violinista al que se le pagaba con margarina. O los pasteles de patata y
la falsa limonada y el descubrimiento del amor. Se llamaba Ota y era un
chico mayor que Helga, del que, tras su traslado a otro campo, jamás
volvió a saber nada hasta que descubrió su nombre inscrito en las
afueras de la sinagoga Pinkas, de Praga, junto al de otros 90.000 judíos
asesinados.
«Nunca perdí la esperanza», responde a las preguntas de
este periódico Helga Weiss. «Lo único que nos ayudó a sobrevivir en
aquellos años fue creer que vendrían tiempos mejores», indica. No
obstante, en el diario Helga tampoco oculta sus momentos de
desesperación, momentos que le llevaron a pensar en quitarse la vida.
«Hoy será la sexta noche en el tren, una semana en Triebschitz. Ya no
aguanto más. Cada noche me lo quito de la cabeza, pero hoy lo haré.
Saltaré bajo el tren en marcha, me suicidaré. No aguanto otra noche
así...», escribe. Sin embargo, la obligación de atender a su madre,
Irena, que la acompañó durante todo el cautiverio, le hizo desistir de
la idea.
Uno de los episodios más insólitos del paso de Helga por
Terezín sucedió tras la llegada al campo de 500 judíos daneses. La Cruz
Roja internacional pidió visitar la ciudad y los nazis se dedicaron a
maquillar el campo de exterminio. «Es ridículo, pero parece como si
Terezín se tuviera que convertir en una ciudad balneario», escribe
Helga. Se cuelgan rótulos, se pinta una escuela («se ve bonito, solo
faltan los profesores y los alumnos»), se plantan rosales, quienes
sirven el rancho usan gorros y delantales blancos, se ponen cortinas
azules en los barracones y edredones acolchados... «En una habitación
hay juguetes, caballitos mecedores... También hay una piscina, un
tiovivo y hasta columpios...» Todo, claro, era mentira. El gigantesco
decorado engañó a los inspectores y ha dado pie a un documental filmado
por Claude Lanzmann, autor de la monumental 'Shoah', y presentado en el
Festival de Cannes.
«No había un rastro de bondad entre los 'kapos' y los SS.
Eran malos, crueles, sádicos... Nunca les olvidaré ni les perdonaré.
Entiendo los deseos de venganza. Aún hoy, hay muchas escenas de la vida
cotidiana que me hacen volver la vista hacia aquellos días: cada vez que
veo un tren pienso en los penosos traslados en los vagones de ganado,
la visión fugaz de un bosque, de una cantina con alimentos: un sueño
para nosotras, que nos moríamos de hambre... Creo que mi deber, mi
misión, es mantener viva esa memoria, hablar de ello a los jóvenes para
que algo así no se pueda repetir», apunta Helga Weiss. Una tarea más que
necesaria hoy cuando, asegura la mujer, las teorías negacionistas de la
Shoah tratan de hacerse un sitio entre las mentes más crédulas.
La lotería de Auschwitz
Por eso es bueno recordar con un testigo tan directo como
Helga que un hombre, un hombre solo, decidía entre la vida y la muerte
de los deportados judíos que llegaban a Auschwitz. Ella fue víctima de
esa lotería macabra. Los que aún servían para trabajar iban a la
derecha. Los que no, los que como su padre llevaban gafas o tenían
cicatrices de la Gran Guerra, eran enviados a la izquierda, a las
cámaras de gas. «Con papá nos prometimos que pensaríamos los unos en los
otros siempre a las siete de la tarde», recuerda una de las últimas
escenas compartidas. Helga vio las chimeneas del crematorio, sintió el
hedor del campo y las amenazas de las guardianas que le increpaban:
«¡Mañana tú serás ceniza!»
De allí también salió con vida. Al igual que de Freiberg y
del campo de Mauthausen, donde, desnutrida y enferma, aprendió a
remachar alas para los últimos aviones del III Reich. «Hedor, suciedad,
piojos, enfermos, muertos...», salpican las páginas de un diario donde
Helga también describe las figuras resecas como sarmientos, de ojos
hinchados y mirada ausente, que les recibieron en las literas de
Mauthausen, donde asistió al final de la guerra y al comienzo de su
vida.
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