TÍTULO: TERREZAS DEL INVIERNO O VERANO:
Aterrizar en una alfombra verde, plana y absolutamente inmaculada.
Las horas de luz borradas a un invierno tenaz aún explotan al viajero
en la memoria. Quizá porque lejos de los clichés que encorsetan a la
imagen transportada de los veranos nórdicos, todo era de repente un
excelente territorio virgen. Copenhague fue el destino elegido, una
exótica ciudad ubicada en la isla de Selandia y catalogada por una
revista cuyo nombre no lograba recordar como una de las veinte mejores
para vivir. La primera imagen que pudo luego transmitir a los que
quisieron escucharle fue la de un ejército de bicicletas encadenadas que
volaban raudas por la ciudad. La segunda, la de unos canales
acaudalados por los que navegaban embarcaciones diversas acostumbradas a
enfrentarse a un clima hostil y que ahora mostraban su mejor cara,
iluminadas por una luz pálida como de cristal. La tercera, la de una
quietud asombrosa que congelaba el estado de ánimo embargando a
cualquiera hasta un estado de tranquilidad permanente. La cuarta, la de
un país que bailaba majestuosamente sobre el agua.
No fue fácil sin embargo para el visitante distribuir las horas,
acoplarlas a su medida de tal forma que llegaran a materializarse luego
en una fuente útil de recuerdos. Primero, una visita obligada, la
inevitable Sirenita, tan oscura, tan enigmática, con un halo de misterio
en su mirada, en su porte, incluso en su diminuto tamaño, para asombro
de los fotógrafos arremolinados como moscas a su alrededor. Le
comentaron que la escultura que simboliza a la capital era fruto de la
imaginativa mente del quizá más famoso danés internacional: Hans
Christian Andersen. La sombra de este cuentista se palpaba con mayor
fuerza aún en su ciudad natal Odense, lugar al que acudió el viajero
movido como por un resorte mágico. La tercera ciudad más grande del
país disponía en su centro de trece cubos de granito grabados que
marcan los sitios relacionados directamente con el escritor. Fue fácil
perderse en su casa familiar y en su increíble Museo testigo de su
intensa y apasionante vida y más sencillo aún le supuso al viajero
imaginarse su acomodada existencia al final de sus días en el Puerto de
Nyhavn refugio en su época de pescadores y aventureros de todo tipo y
hoy convertido en zona de esparcimiento repleta de terrazas y bares
donde degustar cualquier cerveza, por ejemplo una Carlsberg, probar una
bebida muy especial, un vino dulce muy caliente preparado con clavo y
canela y regado con un poco de vodka, ó degustar un snaps, el
tradicional aguardiente danés.
Fueron precisamente aquellas terrazas las que llamaron poderosamente
la atención al viajero. Arremolinadas en perfecta armonía y junto a las
sillas, se situaban unas coloridas mantas previsoras ante una más que
probable bajada de temperaturas en aquel verano escandinavo cuya luz
parecía no acabar de declinar. Pero no fueron sólo las mantas las que
sorprendieron al visitante, también la existencia de unas hamacas
estratégicamente situadas para absorber cualquier rayo de claridad en
aquellas tierras privadas tan a menudo de sol.
Un camarero le animó entonces a probar lo que se consideran las más
auténticas especialidades danesas y que consistían en un gran buffet con
mezcla de platos fríos y clientes. En todos los escaparates también
pudo comprobar la popularidad de su “smorebrod” o lo que es lo mismo, un
sándwich abierto untado con abundante mantequilla y adornado con carne
ahumada, pescado, verdura o queso. Tampoco le fue indiferente la
repostería danesa, plagada de pastas, almendra, hojaldre e infinidad de
cremas.
La ruta continuaba y el viajero contagiado por un brío impetuoso,
deseaba conocer aún más a fondo el alma de aquella ciudad. Un guía local
le habló de un misterioso Cementerio situado en uno de los barrios más
populares de la ciudad. Allí pudo comprobar entre sus lápidas cómo una
perfecta naturaleza daba cobijo a algunas de las personalidades más
importantes de la historia del país, además de observar con curiosidad
una zona destinada exclusivamente a difuntos homosexuales. Buscando otro
tipo de luz, y muy cerca de la estación y casi en el mismo centro de la
ciudad, el viajero accedió a los Jardines de Tivoli, un legendario y
anciano parque de atracciones fuente de inspiración en su momento para
Walt Disney del mítico Disneylandia y un oasis repleto de estanques,
bombillas y puestos callejeros, lugar ideal para perderse una tarde de
verano y en el que le fue muy fácil volver a sentirse como un niño.
Absolutamente diferente fue el ambiente que pudo respirar en el
poblado comunitario de Christiania, uno de los últimos reductos hippies
de Europa y que dejó en el visitante el sabor más agridulce entre el
contraste entre la sociedad consumista de uno de los países más
avanzados de Europa y los sueños idealistas de los años sesenta.
Rodeando grandes parques, el sueño de una sociedad alternativa dejó paso
a otra necesidad más acuciante: visitar la cercana Suecia y sobre todo a
una de sus perlas más preciadas, su capital Estocolmo, conocida como La
Venecia del Norte, y meca de la novela negra debido al éxito de sus
escritores en los últimos años. Lo que allí se encontró fue una gran
metrópoli disfrazada de una infinita algarabía, canales y turistas,
absolutamente señorial y regia. El viajero incluso pudo fantasear con
las personas con las que se cruzó al recordar aquellas lecturas, cuyo
encanto le hizo ansiar recorrer las entrañas de la gran ciudad. La
Ciudad Vieja, la parte más antigua de la ciudad, le fascinó por su sabor
añejo, y sus infinitos canales le fascinaron flanqueados por
majestuosos árboles.
Al visitante le costó muchísimo abandonar un Estocolmo que brillaba
con una espacialísima luz pero aún tuvo tiempo para realizar otro
viaje, esta vez en tren. Fue Malmo, una ciudad puerto la que se le
mostró casi desnuda, y en la que pudo apreciar la obra de las furiosas
torres retorcidas del genial Calatrava. Una extraña sensación le embargó
al pisar la arena casi gris, casi negra, de su singular playa aunque lo
que más llegó a impactarle fue la imagen de una antigua Casa de Baños
situada al final de un embarcadero. Una amabilísima empleada chilena de
dicha casa le explicó su peripecia vital: había nacido en aquella ciudad
aunque conservaba todo su porte latino y jamás había pisado su país.
Abandonando ya la cercana Suecia, el viajero se acordó de la escritora
Karen Blixen, autora de la obra “Lejos de Africa” y motivo de
inspiración de la entrañable película. Visitó su pueblo natal con su
pequeño museo dedicado a su memoria en Rungsted y pudo sentarse en su
jardín impoluto e imaginar, saboreando una exquisita taza de café,
cuán lejos quedaría de su realidad el exótico mundo africano que tanto
le fascinó.
Entre todos los contrastes, aciertos y sorpresas, el visitante sentía
que su tiempo se acababa y fue el momento en que su mente empezó a
dispararse a toda velocidad. ¿Qué más podía hacer? Se había topado con
un país sorprendente, cálido con sus visitantes y orgulloso de su
herencia vikinga, pero sobre todo absolutamente concienciado con su
conciencia ecológica.
Lo último que hizo el viajero antes de regresar fue conocer el museo
de Louisiana, experto en colección de arte moderno y ubicado en Zealand
con una espectacular vista a la misteriosa bahía de Oresund. Esta
cercanía siempre del mar, tan presente siempre en este viaje, fue lo que
más recordaría el visitante días después a su llegada a destino. Cuando
el inteligente pájaro metálico veloz le depositó en el aeropuerto
madrileño, pudo comprobar con gran alegría, que alguien le esperaba en
la terminal de salida. Provisto de un inmenso equipaje, tanto físico
como emocional, y mucho más pesado el segundo que el primero, tuvo la
oportunidad de volver a revivir su viaje una vez más a través de la
atenta mirada de su amigo. Luego, esos recuerdos quedarían grabados para
siempre en su memoria, aquella que siempre constituye el viaje más
definitivo.
TÍTULO: KARINA CUMPLE 50 AÑOS EN LA MÚSICA,.
Este año,-foto- Karina cumple 50 años en su profesión, y lo va a celebrar con una gira por España. En la revista Pronto, hace balance de su vida profesional y personal.
Karina valora como sus mejores recuerdos
profesionales, la época de “El baúl de los recuerdos” y “Las flechas del
amor”, cuando tenía 19 años “era todo maravilloso. Después, las cosas se torcieron un poco”. Aunque lo más difícil es mantenerse y tener un nombre, y ella lo ha conseguido “veo que la gente me quiere, que no me olvida”.
La cantante ha sufrido muchos desamores “esas relaciones fueron fallos míos, forman parte del lado oscuro de mi vida. Yo acepto los aciertos y los errores” y afirma sin dudar que el hombre de su vida ha sido el actor Carlos Díaz, el padre de su hija mayor, Azahara “el más serio de todos, con el tengo una excelente relación” aunque también tiene una buena relación con Juan Miguel, el padre de su hija Rocío “además, tenemos un nieto y se nos cae la baba con él”.
Karina sigue teniendo un aspecto juvenil “es cosa de los genes, esta piel tan agradecida es herencia de mi padre. Y no bebo ni fumo”. El peor momento de su vida fue la muerte de su madre, de la que su hija Azahara, azafata de vuelo, ha heredado el carácter
“si yo hubiese sido así, las cosas me habrían ido mucho mejor en la
vida y en el amor. Pero, si miro en mi baúl de los recuerdos, también
encuentro muchas cosas buenas”.
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