domingo, 13 de enero de 2013

TIM BURTOM EN EL DIVÁN EN PRIMER PLANO /Cristina Iglesias "La única salida a los recortes es hacer cosas buenas"Entrevista,.

TÍTULO: TIM BURTOM EN EL DIVÁN EN PRIMER PLANO.

En primer plano

Tim Burton en el diván: "Dicen que mis películas son demasiado oscuras para los niños. No estoy de acuerdo"

El chico introvertido y solitario que se convirtió en director de cine nos revela en esta charla íntima con 'XLSemanal' algunos de sus lugares más desconocidos y divertido
Se llamaba Pepe y murió cuando el pequeño Tim Burton tenía apenas nueve años. Fue la primera vez que el niño de Burbank que mataba el tiempo dibujando monstruos, rodando películas en Súper 8, leyendo a Edgar Allan Poe o Dickens y venerando al actor Vincent Price se enfrentó a la muerte.
La de su perro pepe. Luego encontró en ella una forma creativa de alimentar el universo gótico que lo ha hecho famoso y que le ha servido de terapia sin diván para superar los traumas infantiles que los cuestionables métodos educativos de sus padres le infligieron, como tapiar las ventanas de su habitación que daban al jardín. A sus casi 55 años, Tim Burton continúa fiel a sí mismo, viste de negro de pies a cabeza y oculta la mirada tras unas gafas oscuras sobre las que cae esa característica mata de pelo canoso y despeinado. Pero su hábito despista. Simpático, agudo y mucho más extrovertido de lo que cabría esperar, no es un tipo corriente y moliente, pero tampoco es el ser excéntrico que cuenta su leyenda urbana. He aquí sus confesiones íntimas a XLSemanal.
La oscuridad y los niños. Cada vez que hago una película dicen que es demasiado oscura para los niños, pero yo no me lo trago. Cuando era pequeño, veía películas como Sweeney Todd, el barbero diabólico de la calle Fleet [de 1936]. Yo era ese tipo de niño. Por eso, no paso ni pasaré por ese aro. También decían lo mismo cuando hice Batman. «Oh, va a ser demasiado oscura». Ahora, mi Batman parece una cursilada comparada con el resto.
El amor y la muerte a los nueve años. De niño, yo tuve un perro llamado Pepe, un chucho, una mezcla de razas. Tenía una enfermedad y, supuestamente, no iba a vivir mucho, pero aguantó varios años. Murió cuando yo tenía nueve años y para mí fue una especie de amor completamente incondicional. La primera vez que experimentas esa pureza es algo de una fuerza tremenda. Luego, te pasas la vida buscando ese mismo vínculo con las personas. Esa fue la primera vez que tuve que lidiar con la muerte. Supongo que tuve la fantasía de resucitar a Pepe, pero nunca lo hice. Muchos niños eran horribles con sus mascotas y hacían experimentos poco afortunados con ellos, pero yo jamás le he hecho daño a un animal.
Las personas y los perros. Lo que ocurre con los perros es que sales de casa, te das cuenta de que te has dejado las llaves, vuelves a entrar y, aunque han pasado solo tres segundos, te reciben como si hubieran pasado tres años. ¡La gente no hace eso! Si yo me olvido las llaves y vuelvo a entrar, es como: «¿Tú otra vez?» [risas].
El escape mexicano. Soy de Los Ángeles, donde hay mucha influencia mexicana. Crecí en un entorno muy puritano, en Burbank, un suburbio de clase media donde no se podía hablar de la muerte; algo que eché en falta siendo un niño. Nunca me pareció una buena forma de enfrentarse a las cosas. Era una cultura muy reprimida. Por suerte, ahora no tengo problemas con la idea de la muerte, aunque, claro, preferiría que no fuera esta tarde [risas]. A mí me atraía México y la noche de los muertos. En mi vecindario, todo era insulso; en cambio, los mexicanos tenían un sentido más arraigado de la diversión y de la vida. Aun así, tengo buenos recuerdos de Burbank. De no vivir allí, igual nunca me habría puesto a dibujar. Aunque jamás tendría allí mi residencia.
Perdido en mi habitación. Todavía hoy sigo sin saber por qué lo hicieron, pero mis padres tapiaron las dos ventanas de mi cuarto que daban al jardín y me encerraban dejando apenas una hendidura, hasta donde tenía que escalar para ver el exterior. Ambos han muerto, así que se llevaron la respuesta a la tumba. Mi cuarto era muy Edgard Allan Poe. Me fascinaban los filmes de terror y de monstruos como Frankenstein, Drácula, Godzilla... Me gustaba rodar películas de Súper 8 con mis amigos, quemar cosas... Muchos niños hacen eso y, por fortuna, la mayoría no terminamos siendo unos pirómanos [risas]. Y me gustaba dibujar. Tuve un profesor que me dijo: «No dibujes así, dibuja así». Puede que esa persona tuviera sus razones, pero también puedes decir: «Voy a dibujar como a mí me dé la gana». A veces, reaccionar contra lo que ciertas personas te dicen que tienes que hacer funciona.
La soledad se lleva dentro. Cuando has tenido ese tipo de sentimientos dentro de ti, puedes hacerte mayor, tener una familia, un millón de amigos y mucho éxito, pero siempre puedes acceder a ese niño que fuiste, nunca te abandona. Puedes tenerlo todo y ser bastante feliz, pero es fácil volver a ese lugar. Todo lo que te pasa en la vida te afecta y ciertas cosas son más traumáticas que otras. Al final, nos pasamos el resto de nuestra vida enfrentándonos a los conflictos de nuestra infancia.
El optimista oscuro. Soy lo que llamaría un optimista pesimista. Soy capaz de ver las dos caras de todo; por eso, me gustan las cosas divertidas que, al mismo tiempo, dan miedo. La gente piensa que soy raro y oscuro, pero no: soy míster normal. Nadie es solo una cosa.
Monstruos en la familia. Lo que más me asusta son las personas reales. Tengo familiares que... ¡Dios mío! ¿Quién no ha tenido un tío o una tía que era un monstruo? Y aquel dentista... Tenía los agujeros nasales enormes y podía ver todos los pelos de su nariz cada vez que iba a su consulta. Solo recuerdo eso de él, pero lo visualizo con toda nitidez.
El Más Allá. Creo que esto es todo. No hay un Dios. Probablemente, lo último que vea antes de morirme será el orificio nasal de mi dentista. Luego entraré por una especie de agujero oscuro y esa será la última imagen que me llevaré de este mundo [risas].
El corto que me transformó. En 1984 filmé para Disney un cortometraje titulado Frankenweenie. Fue todo un reto para mí porque me obligó a interaccionar con otras personas. Me obligó a abandonar el cascarón en el que vivía, ya que tenía que dirigir a todo un equipo, tratar con actores y todo eso. Siempre me preguntan si me despidieron porque aquella película era demasiado oscura para el público infantil, pero eso es algo que habría que preguntar a la gente de Disney. Creo que me despidieron por dos razones. Primero, por ser un pésimo animador. Y segundo, yo les gustaba como concepto, pero no sabían qué demonios hacer conmigo. Aguanté lo que pude, pero no me fui resentido. Me dieron oportunidades que nadie me habría dado.
Películas en mi cabeza. Me encanta la idea de que quizá una simple imagen en la que pensé un día pueda convertirse en una película. Según te haces mayor y cambias como persona, miras las cosas de manera diferente. Por ejemplo, no creo que hubiera podido hacer un filme como Big fish hasta que mi padre se murió.
Planes de boda. Casarse siempre es una posibilidad, claro. ¿Quién sabe? Tal vez si nuestros hijos nos lo piden... No lo sé. En nuestra casa reina el caos, la anarquía. Nadie lleva el control de nada. Mi cuarto, por ejemplo, se diría que allí vive un vagabundo [risas]. Helena [Bonham Carter] y yo tenemos nuestros momentos. Cada uno tiene su parcela. Ella es mejor que yo con ciertas cosas y buscamos el equilibrio.
De tal palo, tal astilla. Estoy muy contento porque mi hijo [Billy-Ray, de nueve años] tiene muchos monstruos y le encantan los dinosaurios. Estamos moviéndonos en la dirección correcta [risas]. Mis hijos [tiene también una niña, Nell, de cinco años] me inspiran a la hora de imaginar mis películas. No lo puedo evitar. Les enseño cosas y, a veces, vienen a los rodajes. La clase entera de mi hijo vino a ver cómo trabajaban los animadores de Frankenweenie y fue increíble. Ese día, cuando volví a casa, mis hijos habían hecho una pequeña película de stop motion. Eso me inspiró muchísimo. Como ve, apuntan maneras. ¡Cuanto más jóvenes, mejor! [risas].
Las redes sociales atosigan. Hoy en día tienes que luchar contra la tecnología para disfrutar de un momento en el que no tengas que hacer absolutamente nada. Por eso, no tengo ni Facebook ni Twitter. Hay que proteger esos pequeños instantes en los que te quedas mirando el mar o una nube. Esos son los momentos en los que recargas tu alma o lo que sea. Necesitas tiempo en el que no tengas que estar reaccionando ante nada. En todo caso es difícil. Cuando estoy rodando, pienso: «No puedo esperar a terminar de trabajar y ver a mis hijos». Pero luego llego a casa y me digo: «Dios mío, devuélveme al trabajo» [risas].
Tim 'Almodovarton'. Admiro mucho a Pedro Almodóvar. Es un tipo estupendo, una de esas personas que hace su propio tipo de películas. Solo hay que conocerlo para entender el porqué de su éxito. Los directores no solemos juntarnos, somos gente solitaria y no tengo amigos cineastas, pero con él hay un entendimiento mutuo. Ambos sabemos lo mucho que cuesta hacer nuestro trabajo.


TÍTULO: Cristina Iglesias "La única salida a los recortes es hacer cosas buenas"Entrevista

Charlamos con la escultora vasca sobre los símbolos de sus obra, su visión del mercado artístico o los recortes en política cultura, cuando está a punto de inaugurarse la más importante retrospectiva de su obra en el Museo Nacional Reina Sofía.
Cristina Iglesias (San Sebastián, 1956) habla con precaución, a veces entre largos silencios. Como si se escondiera entre las frases, tratando de no desvelar nada que perjudique su secreto de artista o su intimidad. Los resguarda como la entrada al estudio de su casa madrileña, rodeada de bambús y escoltada por cuatro esculturas de Juan Muñoz, su marido, fallecido repentinamente en 2001. Decenas de maquetas de su inminente exposición en el Museo Nacional Reina Sofía de Madrid, que se inaugura el 5 de febrero, se vislumbran en la penumbra cuando cruzamos el umbral de la planta baja.
La niña Cristina Iglesias era una lectora compulsiva a la que, además, le encantaba el cine. En segundo de carrera abandonó Químicas, los mismos estudios que había hecho su padre, y se marchó a Barcelona a estudiar cerámica y dibujo. Corría el año 1977. Luego voló a Londres, donde se matriculó en la Chelsea School of Arts. Allí se le abrió el mundo del arte internacional, una generación volcada en la escultura que la fascinó, y conoció al escultor madrileño Juan Muñoz, que se convertiría en su marido y padre de sus dos hijos, Lucía y Diego, hoy dos jóvenes que estudian cine e Ingeniería en los Estados Unidos.
La retrospectiva del Museo Nacional Reina Sofía de Madrid es la mayor que se le ha dedicado hasta la fecha. Cincuenta piezas elaboradas para el ámbito privado y para el público recorren el trabajo de tres décadas. Coincide con la inauguración de dos piezas construidas en Toledo, la Torre del Agua y una intervención en el convento de Santa Clara, que forman parte de la celebración del Año del Greco, que se inaugura oficialmente en abril de 2014. Además, la esperan varias exposiciones en Miami, Londres o Berlín o un proyecto para el nuevo Centro Botín de Arte de Santander.
XLSemanal. ¿Tiene la sensación quizá de que en España se la conoce poco?
Cristina Iglesias. De hecho hay gente que cree que he estado fuera de España prácticamente todos estos años y que entre finales de los ochenta y finales de los noventa no he hecho casi nada. Pero Juan [Muñoz] y yo hemos vivido siempre aquí y seguíamos trabajando. Es cierto que mi carrera es más internacional. Pero no, no me quejo.
XL. Con el tiempo ¿siente un artista una mayor responsabilidad?
C.I. Puede ser. Pero yo siempre la he sentido. Cuando trabajo en una intervención en el espacio público, la siento porque quiero hacer una obra que el ciudadano sienta suya, que no lo incomode, y a la vez que sea significativa. Lo mejor es que ese espectador piense que esa obra ha estado siempre ahí y que incluso pueda tener una relación activa con ella, como puede pasar con las puertas del Prado en Madrid. En este tipo de obras debes tener en cuenta muchísimas cosas: la seguridad, por dónde se acerca la gente... Lo cual hace que sean obras, en cierto modo, limitadas. Pero esas limitaciones mismas son las que te provocan cosas interesantes.
XL. Comentaba que le inquieta que este momento tan fecundo de su carrera le dé una visibilidad excesiva...
C.I. Son momentos difíciles y hay que considerar a los que no tienen. La cuestión es que voy a tener visibilidad, y la clave es ver cómo la manejo. Se debe tener en cuenta no gastar demasiado, gastar lo que es justo, procurar que el dinero privado también aporte a los lugares públicos...
XL. ¿Qué salida le ve a la política de recortes en la cultura?
C.I. La única salida es hacer un buen trabajo, hacer cosas buenas. Hay que poner el listón muy alto y, en la medida en que se pueda, apoyar desde el Estado. Creo que se debe hacer un esfuerzo. Es difícil hablar de estas cosas en un momento en el que hay un paro bestial y gente que no tiene para comer. Se ha de buscar un equilibrio.
XL. ¿Es quizá el momento de desarrollar el mecenazgo?, ¿de que las empresas se impliquen más en proyectos?
C. I. Sí, es que no queda otra. Las empresas deben ayudar y entender que van a obtener un beneficio y se las va a mirar con mejores ojos. Y creo que tiene que haber una reducción de impuestos por parte del Estado para este mecenazgo. No para dar, sin más, sino para dar en el momento oportuno y en lo que es justo. Es un momento de cambio absoluto, una nueva era, y tenemos que aprender a trabajar así.
XL. ¿Cómo nace la vocación de ser escultor?
C.I. Yo nunca pensé «quiero ser escultora», sino que me interesaban las ciencias, la arquitectura, el arte, la pintura... Pero no me resultaban suficientes. A la escultura me acerqué de una manera muy natural, porque vengo de San Sebastián y allí tenía un peso y una presencia.
XL. Abandonó la carrera de Ciencias Químicas para irse a estudiar cerámica a Barcelona...
C.I. Lo que yo buscaba era hacer algo en un terreno en el que pudiese fabricar un lenguaje, y no sabía todavía cuál iba a ser. A mí me interesa la escultura porque tiene una presencia física y produce una experiencia que despierta los sentidos y te cambia en ese instante en el que estás ahí. Solo el hecho de que una pieza te haga pararte y quedarte ahí un rato, y te des cuenta de que te ha cambiado el ritmo... Hacer algo que te sorprenda, o que te corte la respiración, o que te la agite.
XL. Todos sus hermanos eligieron profesiones artísticas. ¿Cómo era el ambiente familiar?
C.I. Compartíamos lecturas, música, hablábamos durante horas... Y luego, a lo largo del tiempo, hemos seguido manteniendo un diálogo rico entre nosotros.
XL. ¿Sus padres no se asustaron cuando les anunció que dejaba su carrera?
C.I. No fue fácil, pero mi padre no se sorprendió. Ya se imaginaba que iba a hacer algo así, y estaba preparado. De hecho, él ha sido muy creativo en el mundo científico y siempre defendió el buscar tu lugar. Para mí, eso ha sido una máxima. Mis padres eran personas sensibles e inteligentes y se daban cuenta de que lo que hacíamos cada uno de nosotros era serio, que no era un capricho.
XL. Luego se marchó a Londres.
C.I. Fue una época fascinante, el ser extranjera, tener esa distancia que me daba la lengua al principio, ya que yo hablaba mejor alemán que inglés. Lo añoro porque compartí un tiempo importante con mi hermano pequeño, Pepe Lu, que murió y el cual estudió cine conmigo en Londres. Y conocí allí al que luego fue mi marido, Juan [Muñoz]... Sobre todo fue un encuentro con una generación de artistas en un momento de gran atención al nuevo lenguaje de la escultura.
XL. ¿Cómo es la relación de pareja cuando dos personas se dedican a esa creatividad tan intensa?
C.I. Me imagino que será como la de [los pintores] Jaspers Johns y Rauschenberg. Dos creadores que están juntos y son amigos y conversan, y comparten todo, y eso te conforma como persona y como artista. Fue muy rico.
XL. ¿Le preocupó en algún momento que pesara la figura de Juan Muñoz en la suya, el hecho de ser 'la viuda de'?
C.I. Pues no, me ha cogido trabajando, como decía aquel [risas]. Simplemente.
XL. Pero hay mucha gente que se acerca a usted para conocer las claves de su trabajo.
C.I. Sí, pero eso es otra cosa. Es que yo también soy la viuda de Juan Muñoz, y no te voy a decir que me encanta porque me gustaría que siguiese vivo, y seguro que hubiese seguido haciendo un arte interesantísimo. Y desde luego ayudo y colaboro para difundir su trabajo, que es inmenso.
XL. Usted siempre ha tratado de que no la clasificaran en un movimiento o en una generación, pero forma parte de esa explosión artística que hubo en España a principios de los ochenta, los primeros años de Arco...
C.I. Claro que sí, pero eso es distinto a decir que te ves englobado en un '-ismo' o una generación concreta. Es una pena que de ese momento hayan quedado solo individualidades. Recuerdo ese sentido festivo de aquellos momentos. Fue una explosión, y también el Estado ayudó mucho en algunas manifestaciones como las documentas o las bienales o en exposiciones que fueron muy importantes, históricas. Fue un momento hiperactivo. Además, en la plástica, o en la arquitectura, empezaron a disolverse algunas fronteras, y fue muy enriquecedor.
XL. ¿Cómo ve ahora el mundo del arte?
C.I. Están pasando muchas cosas y algunas no tan buenas, aunque que te enseñan mucho. Antes había más distancia entre el creador y los mercados y ahora eso se ha contaminado, pero también se ha contaminado de inteligencia. Está habiendo una criba, la gente no compra tan alegremente. Es un momento mucho más austero, pero eso provoca que haya mucha gente pensando en nuevas maneras de expresarse sin hacer gastos que antes eran excesivos. Yo soy muy optimista. Bueno, más que optimista, soy constructiva.
XL. ¿No cree que el arte moderno es complicado porque para entenderlo a menudo es necesaria una explicación previa?
C.I. En las mejores piezas, no; absolutamente no. Hay un espectador culto y otro que no lo es, pero como creadora yo construyo pensando tanto en el espectador entrenado como en uno que está despistado y lo enganchas. Pero, además de la educación, es importante querer ver. Hay gente que entra en los sitios y no quiere ver nada.
XL. ¿Cuáles diría que son sus referentes, sus maestros?
C.I. Uf, es que mis referencias son múltiples. No te podría dar una lista de todas. No me coloco al lado de nadie; si acaso, al lado de un cineasta o de un pintor. Me interesan las obras buenas, los autores buenos. No creo que pertenezca a una escuela determinada, no estoy libre de influencias, pero no sé quién quiero ser.
XL. ¿Tiene algún significado en su obra el hecho de ser mujer escultora? ¿Hay algún lenguaje femenino en ella?
C.I. Soy quien soy, claro, porque soy mujer. Seguramente hay un lenguaje femenino en el trabajo que realizo y, de hecho, alguna gente piensa así, pero nunca ha sido intencionado. Solo intento ser yo misma.
XL. ¿Cómo imagina el futuro como artista?
C.I. Primero, ojalá lo pueda vivir, estar aquí con mis hijos. Yo creo que vienen años de esfuerzo, pero también muy dinámicos, de un mundo nuevo, y estoy muy motivada para ser parte de él y para construir en él.
Privadísimo. Decidió estudiar ciencias porque le parecían más serias que el arte. Dejó la carrera de Químicas después de dos años. Todos sus hermanos se dedican a actividades artísticas; entre ellos el compositor Alberto Iglesias. De pequeña era una gran lectora y le encantaba el cine, sobre todo el del director Andrei Tarkovsky.

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