TÍTULO: Elogio de la perfección:
Contemplo una foto en blanco y negro (aunque por la época podría ser en color). Es de 2007 o de 2008.
Ella tiene noventa y ocho o noventa y nueve años; él, tiene noventa y nueve o cien. Ella es una médica (a veces veo con pena que esporádicamente todavía se usa la expresión «una médico») especializada en neurología; él es un médico cirujano. No es extraña la vacilación en la denominación profesional. En este rincón de mundo hace no tantos años, pero suficientes para que parezca que en ningún momento haya sido posible, no podía haber médicas, estaba prohibido que estudiaran la carrera; luego, «tolerado»; en este momento, me parece que es una carrera con más porcentaje femenino que masculino.La carrera profesional tanto de ella como de él es espléndida y rebosante de reconocimiento y satisfacciones. Ella fue premio Nobel de Medicina en 1986. Él es un profesional altamente reconocido y no sólo porque Ernest Hemingway lo describiera como un médico pequeño y valiente en las páginas de Por quién doblan las campanas. Tanto ella como él tuvieron que lidiar con tiempos brutales y embrutecedores, con una inacabable época de miseria moral e intelectual, con un entorno más que hostil. Ella, judía, en la Italia fascista; él, la guerra civil y la muy incivil posguerra. Lo consiguieron. Su personalidad y obra van mucho más allá del cultivo de la medicina y la investigación. Son referentes éticos, políticos y cívicos. Escribieron hasta bien el final de sus vidas (en la Wikipedia te puedes hacer una idea; en el caso de ella, mejor consultar la página en inglés; también en la red hay grano y paja, oro y plata, y chatarra).
Ella se llama Rita Levi-Montalcini y murió a los ciento tres años el pasado 30 de diciembre, él se llama Moisés Broggi y murió al día siguiente con ciento cuatro.
Vuelvo a mirar la foto: son dos figuras pequeñas y extremamente pulidas en la plenitud de su vejez. La foto es de medio cuerpo. Ella aparece a la izquierda, ligeramente escorada, seguramente a instancias de quien realizó la fotografía; él, un poquito atrás. En la serenísima cara muestran una mirada atenta, comprensiva y vivaz, básicamente sabia. De ella se ve una mano cargada de experiencia; de él, no. Ella dibuja un sutil sonrisa, más con la comisura de los ojos que con la boca, él tiene el semblante más serio. Aquí, pues, se cumpliría el tópico de que las mujeres sonríen más.
Hay más diferencias. La necrológica de él habla de mujer, hijas e hijos, nietos y nietas, biznietas y biznietos... La de ella, no. Decidió estudiar medicina a pesar del padre-patrón. Esta decisión la llevó a renunciar a casarse y a tener descendencia. No seré yo quien diga que fue una mala elección, incluso aunque no hubiera sido el precio para poder estudiar una carrera, sino porque sí, porque es una opción como otra (para cualquier persona). No parece tampoco que la elección la hiciera infeliz o la viviera como una carencia, simplemente fue así, una consecuencia lógica en el momento que lo decidió. Él no se lo tuvo que plantear, no tuvo que elegir. Tanto para una como para el otro es una circunstancia configuradora de su personalidad y su quehacer.
Como no en todos los países es fácil para una chica estudiar medicina (o cualquier otra cosa), además de «mendigar», como decía ella, hasta el final de su vida los noventa mil euros anuales para poder continuar las investigaciones neurológicas en el instituto que presidía, además de firmar para que el Gobierno de Mario Monti continuara asignando fondos a la joven investigación, además de aguantar los insultos de la derecha italiana (era senadora vitalicia) capitaneada por Silvio Berlusconi que la tildaba -no se lo creerán- de vieja. Además de todo ello y mucho más, en 1994 Levi-Montalcini creó una fundación, que nunca dejó de presidir, dedicada a ayudar a la educación de jóvenes, especialmente africanas. Gracias a ella seguro que a muchas ni se les pasará por la cabeza la dicotomía carrera de medicina/matrimonio y/o criaturas.
Por mi parte, y como siempre es bueno tener un as en la manga, me permito recomendar -no como medicina sino como perfecto placer- la lectura de su libro Elogio de la imperfección,.
TÍTULO: Oda al fetichismo.
Lencería de cuero, sujetadores con correas, medias de fantasía, corsets de otro tiempo… las tendencias fetichistas inundan pasarelas y alfombras rojas. Las prendas más extremas y atrevidas llegan al gran público.Y es que en moda, lo que empieza siendo underground siempre acaba absorbido por la industria. Es el caso de la moda con reminiscencias fetichistas y sadomasoquistas que, aunque dulcificada, se impone como una de las tendencias esta temporada.
Influencias y actualización. El fetichismo aplicado al deseo sexual se lo inventó Freud y luego lo explotaron la literatura y el cine erótico de los 70. En los últimos años, parecía olvidado en pos de otras tendencias, pero Lady Gaga se ha encargado de revitalizarlo. La diva luce medias de rejilla, lencería y gorras de cuero y demás parafernalia fetish. Nada nuevo, pero sí muy llamativo. Tanto, que otras como Rihanna no han dudado en aparecer en versión dominatrix o atada con cuerdas (bondage) en vídeos musicales tan explícitos como,.
El gran salto mainstream. Pero si el sado y el fetichismo han saltado a la palestra de nuevo ha sido también gracias al éxito de '50 Sombras de Grey', de E.L James. La novela es todo un manual de sadomasoquismo para principiantes: relaciones de sumisión, descripciones de ropa interior, juegos de bondage, que han puesto estas prácticas sexuales en boca de las personas más insospechadas.
Chicas buenas reconvertidas. Si Lady Gaga y Rihanna abrieron el camino, muchas celebrities se han lanzado a incluir guiños festish en su indumentaria. Kristen Stewart, la Bella de 'Crepúsculo', ha apostado por trajes ceñidos de cuero; Anne Hathaway, ex princesa Disney, también ha vestido parafernalia de aire sadomaso en la alfombra roja. Otra empeñada en pasarse el lado oscuro ha sido Miley Cirus, sujetador de cintas y pelo corto mediante.
Moda sadomaso. Y en esto llegó la industria de la moda y el gran fundido a negro. En la pasada Semana de la Moda de Nueva York, Jason Wu o Max Azria, entre otras firmas, hicieron guiños a encaje, cuero y transparencias. No son los únicos. Wolford, la marca austriaca de ropa interior, presenta medias interminables y llenas de fantasía. Otro rastro inconfundible de esta fiebre por lo extremo se puede ver en la campaña de Agent Provocateur, en la que Mónica Cruz luce ropa interior a base de correas mientras se aferra a unas cadenas de hierro. Puro fetiche.
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