sábado, 9 de marzo de 2013

ICONOS SONIA RYKIEL- DISEÑADORA DE MODA,./ VIDAS PRIVADAS, MADRES A DISTANCIA,.

TÍTULO : ICONOS SONIA RYKIEL- DISEÑADORA DE MODA:

EL PARKINSON ES UNA PESADILLA,PERO TAMBIÉN UN DESAFÍO,.

Foto de la Revista Mujer donde viene esta gran entrevisa de la diseñadora Sonia Rykiel,.

Sonia Rykiel, diseñadora de moda: "El Parkinson es una pesadilla, pero también un desafío"

  • Con 82 años, la excéntrica diseñadora del pelo rojo sigue disfrutando del arte, el amor, la moda, el vino, el tabaco y el chocolate. Durante más de una década, ha mantenido en secreto su enfermedad, pero ahora habla de ella con humor y crudeza. ¿Y se arrepiente de algo? “Claro, porque he vivido”.

El apartamento de Sonia Rykiel ocupa la última planta de un elegante edificio parisino, muy cerca de su tienda insignia, en el Boulevard Saint Germain. Las paredes del salón están cubiertas de fotografías y los dos retratos que le hizo Warhol dominan la sala. El escenario es caótico, pero Rykiel logra captar toda la atención. Es una mujer de 82 años, pero sigue tan atractiva como siempre. Viste de negro y sus ojos verdes, maquillados con dramatismo, brillan bajo su pelo, teñido de un desafiante tono rojizo. Sin embargo, a pesar de su buen aspecto, cuando se sienta cae desplomada sobre el sillón y advierto que disimula su bastón. Ocasionalmente, cuando habla, sus hombros se convulsionan, sus manos se agitan o se tropieza en una de sus palabras. Se nota el esfuerzo para conquistar el control sobre su cuerpo y el motivo es que Rykiel tiene Parkinson. De hecho, lleva padeciendo la enfermedad desde hace 15 años. Se la diagnosticaron a los 66 y no se lo contó a nadie, ni siquiera a su familia. Ahora ya no se puede esconder, así que ha escrito un libro titulado “N’oubliez pas que je joue”, que se podría traducir como “No olvidéis que sigo jugando”.

Como un vino caro


 “Quería explicarlo –cuenta con voz delicada y rota–, porque no me oculto. Y la verdad es que tengo momentos en los que me siento muy bien y otros en los que no”. En su libro bromea y dice que “Parkinson suena a algo grande, como un vino caro o un castillo”. Pero la realidad que ella describe es dolorosa. “Este puñetero Parkinson hace que parezcas exhausta, te da una especie de fiebre... es una pesadilla”. ¿Fue duro saberlo? “Claro que mi diagnóstico fue deprimente pero, al mismo tiempo, empujó mi moral. Era un desafío y yo soy una persona que se levanta cuando tiene un reto”. Cambia de tema abruptamente, empujando una bandeja de pastas con una mano pecosa que tiembla y dice: “Por favor, sírvete”. Aunque Rykiel sigue estando profundamente comprometida con la casa que lleva su nombre, admite que en este momento le resulta difícil. “La moda es una disciplina que requiere una enorme cantidad de energía. No puedes hacer un vestido sin ningún coste personal. La moda tiene que ver con la política y la ecología; y está tan ligada a lo que está pasando en el mundo como a ti misma”.

Ese ha sido su mantra desde que abrió su primera tienda en el París del mayo del 68, produciendo ropas que eran también revolucionarias (costuras por fuera, sin dobladillos, pantalones cortos y de pata ancha...). Pero ahora que pasa más tiempo en su casa, ¿no será más difícil encontrar la inspiración del exterior? Rykiel habla sobre cómo salir menos le ha obligado a pensar más. Explica que es la misma persona que hace 20 años. Pero no estoy muy segura de que sea verdad. “Esto no es lo que yo había soñado, eso seguro –concluye, aterrizando de repente–. Lo que espero es poder vivir con la enfermedad, separándome de ella todo lo posible. Odio ser vieja, claro que sí. La vejez hace que pares de caminar y de bailar. La vejez te para. Siempre pensé que pasaría mi vejez en marcha. Ahora no lo sé”.

Vida bulliciosa


En cualquier caso, su estilo de vida suena muy animado para cualquier octogenaria, más allá del Parkinson. Se levanta a las seis para trabajar, almuerza con amigos, o con su hija Nathalie, o con sus tres nietas. Lee, sale a caminar y va al teatro. Antes de conocerla me preguntaba si sería una mujer solitaria, pero su casa está llena de gente, entre ellos, su pareja de toda la vida, Jaques Merle, pero también entran y salen del apartamento su jefe de prensa, un mayordomo y su asistente personal. “Son muchas las cosas que me alegran”. Le gusta el vino, el tabaco, el chocolate. “Soy muy glotona. Solo me gusta lo dulce”.

También le gusta el reconocimiento público: hace unos meses recibió el nombramiento de Comandante de la Orden de las Artes y las Letras de manos de Pierre Bergé, el cofundador de YSL; y la Medalla de la Ciudad de París, de las del alcalde de la capital francesa. “Me las merecía”, dice secamente. Pero su mayor alegría es la que le proporciona el acto mismo de crear. Aparte del su producción para su casa de modas, escribe compulsivamente y las pasadas navidades publicó otro libro. De procedencia rusa y rumana, Sonia Flis creció en el confort burgués de Neuilly, uno de los barrios residenciales más bellos de París. “Yo era una niña terrible,” dice con una sonrisa.

Cuando nació, su pelo era tan rojo que los médicos pensaron que estaba sangrando. “Los niños pelirrojos son muy violentos o muy reservados
. Yo siempre fui violenta, así que estaba convencida de que podría explotar”. Fue la mayor de cinco hermanas, era un poco chicazo y totalmente ajena a la moda. A los 18 aceptó un trabajo como escaparatista de unos grandes almacenes y uno de sus montajes quedó tan elegante que Henri Matisse entró a felicitarla. Pero no fue hasta después de casarse con Sam Rykiel, que acababa de heredar la boutique de sus padres, cuando le picó el interés. “La moda de la época no era para mí. Pero no encontraba qué ponerme y por eso empecé a hacer la mía”. Durante su primer embarazo, del que nació Nathalie, empezó a diseñar sus ropas premamá. Hoy, aunque Fung Brands –un fondo de inversión en lujo con base en Hong Kong– ha comparado una participación mayoritaria de la marca Sonia Rykiel, su hija Nathalie sigue siendo vicepresidenta de la marca. Su hijo, Jean-Philippe, que es ciego, es un compositor de éxito.

La suerte de un suéter


La carrera de Rykiel despegó a principios de los 60, cuando encargó un diminuto suéter al proveedor italiano de la tienda de su marido y ese jersey, o una versión de él, acabó en la portada de la edición francesa de Elle. De repente, un montón de mujeres querían compartir la versión excéntrica del glamour que proponía Rykiel, incluyendo a Catherine Deneuve y Audrey Hepburn, que compraron varias versiones del icónico suéter. En 1972, Women’s Wear Daily, calificaba a Rykiel –por entonces ya divorciada– como “la reina del punto”. Karl Lagerfeld se convirtió en íntimo de la diseñadora y, en 1975, hizo su primer desfile. “No creo que Karl y yo hayamos hablado jamás de moda –dice con ironía–. Karl tiene una habilidad fenomenal para trabajar. Es muy, muy bueno en tantas cosas... Su memoria es prodigiosa”. También conoció a Yves Saint Laurent. De hecho, en una ocasión, ella se inclinó para besarle, una vela prendió su cabello y él lanzó su pañuelo sobre la cabeza.

Sonia también alternó con Dalí y con Fellini...
Vaya un increíble círculo creativo, le digo. “Era un círculo infernal”, bromea. Pero, para ella, la “modernidad” ha sido siempre su santo y seña, por eso es difícil encontrarla rememorando viejas glorias. ¿Por qué debería, si estos días viste a Michelle Obama y a Gwyneth Paltrow?

Todavía arde

Intento convencerla para que despotrique de la moda contemporánea, pero no hay ningún look actual que le moleste. “Lo que detesto es que las mujeres no estén de acuerdo con sus cuerpos. Creo que una mujer debe pasar una hora, o dos, o tres frente a su espejo, buscando sus atractivos y sus fallos para mostrar lo que es bello y ocultar lo que no lo es. La clave es que tienes que idear un look. Elegir tus colores, y siempre llevar el mismo tipo de prendas. Debes ser la estrella de tu propia película. Es muy importante. La edad y la talla no importan. Todo lo que necesitas es adaptar tus ropas al cuerpo que tienes y ponerte lo que te sienta mal”. ¿Son las francesas mejores en esto que las inglesas o las españolas? “No, depende de cada una. Siempre pensé que era muy importante ser diferente”. Quiero escuchar más pero claramente se está fatigando, la voz se le está acallando, las pausas entre respuestas son cada vez más largas. ¿Se arrepiente de algo? “Claro, he vivido y tengo muchas cosas de las que arrepentirme. He hecho cosas mal, pero no puedo empezar de nuevo, así que acepto lo que haya hecho de malo. Y no estoy segura de que hubiera podido hacerlo de manera diferente”. ¿Y cuál querría que fuese su epitafio? Suspira, piensa un momento, llama a Merle, su pareja, que anda haciendo algo al fondo. “Todavía arde”, sugiere él. “Sí, ¿por qué no?”, contesta Sonia.

Sus diez mandamientos

1. Mírate al espejo y sé sincera contigo. Tienes que tener claro tus puntos fuertes para potenciarlos y los débiles, para esconderlos.

2. El negro es color perfecto. Si dudas, elígelo siempre.

3. Ilumina tu look con los complementos.
Un bolso, un detalle en el pelo, un broche... Y si es brillante, mejor que mejor.

4. Inspírate en ti misma. La moda se respira en la calle, pero tu modo de vestir también está es tu cabeza.

5. Prepara un comodín.
Es ese look que te salva cuando te falta tiempo o no tienes un día inspirado.

6. Planea tus maletas.
Chaquetas y pantalones que combinen entre sí y que sean intercambiables.

7. Dale protagonismo a tus pies.
Los zapatos de colores llamativos y con diseños atrevidos o son la guinda perfecta para cualquier estilismo.

8. No te disfraces.
Ten en cuenta las tendencias y los dictados de la moda, pero no dejes de ser tú misma.

9. No te fíes de los consejos ajenos.
Conócete a ti misma y desoye la opinión de los demás.

10. Para sentirte seductora, apuesta por la naturalidad...
y por ese largo, ese escote o ese color que sabes que te sientan tan bien. 

TÍTULO: VIDAS PRIVADAS, MADRES A DISTANCIA,.

Añoran la rutina familiar, pero el trabajo manda. Y, en su caso, han puesto cientos de kilómetros entre ellas y sus hijos.

Merece la pena? ¿Estaré haciendo lo correcto? ¿Se resquebrajará mi vida familiar? Miles de dudas rondan la cabeza de las madres que, por motivos laborales, se han visto obligadas a separarse de sus hijos. Pero solo físicamente, porque su cabeza sigue pendiente sus colegios, sus amigos, sus enfados, sus constipados...

Según los últimos datos oficiales, casi 400.000 españoles han salido de nuestro país en los últimos años en busca de un empleo.
Pero son miles –aunque las estadísticas no los registren– los que han tenido que trasladarse dentro de nuestro país para poder trabajar. En muchos casos, toda la familia se mueve con ellos. En otros, los hijos y uno de los cónyuges quedan atrás.

Cuando son las mujeres quienes dan ese paso, tras su decisión siempre sobrevuela un sentimiento de culpa, que suele resultarle ajeno a los hombres cuando viven una situación similar. Es un sentimiento que hay que combatir, según el psicólogo clínico Esteban Cañamares: “En la mayoría de los casos es injustificado e injusto para ellas. Si no han tenido otra opción mejor para conciliar vida familiar y trabajo, no deberían sentirse culpables. Además, los hijos se quedan al cuidado del padre, no están abandonados, como tampoco lo estarían si la situación fuera al revés”.

A Lililana Maguregui le ofrecieron, hace 10 años, trasladarse a Madrid, desde el País Vasco, para desarrollar un proyecto muy atractivo: “Una oportunidad que me ha aportado muchísimo en el ámbito profesional y en el personal”, dice. Su única condición para aceptarlo fue que debía contar con el apoyo de su marido y su hija, que entonces tenía nueve años. Y recibió un sí rotundo: “Sin su aprobación, no lo habría hecho”, admite.

Ese es el factor clave para que una familia a distancia funcione. Virginia Cagigal de Gregorio, terapeuta de familia y pareja y profesora de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid, lo explica así: “Sea una opción voluntaria o porque no queda más remedio, la situación es sostenible siempre que se cuente con el apoyo mutuo de padre y madre. Si la pareja lo aborda con naturalidad, los hijos lo integran como algo normal y se adaptan, aunque las circunstancias no sean las que habrían deseado”.

Unidos por Skype

Indira García conoce bien la impotencia de no poder consolar a un hijo cuando tiene un mal día y confiesa que esa inquietud nunca la abandona. Lo dice con doble conocimiento de causa. Cuando era pequeña, su madre trabajó durante un tiempo en Barcelona y volvía a Madrid los fines de semana. Hoy, ella vive entre Mérida y Madrid. “Se pasa mucho peor en el papel de madre”, comenta. Aunque las nuevas tecnologías logran el espejismo de acercarles, como cuenta Rosa Rosado, que tuvo que cerrar su empresa en Cádiz y se ha trasladado a Edimburgo en busca de trabajo. Atrás ha dejado a su hijo de 16 años en Madrid, al cuidado de su hermana. “Skype es un gran aliado para no perder contacto diario, pero también te pone triste, porque no hay nada que supla el contacto físico”, comenta esta mujer optimista, que se divorció cuando su hijo tenía un año y que, desde entonces, no se había separado nunca de él. “De todo se puede sacar una enseñanza. A él le va a hacer madurar y hacerse fuerte, y eso es muy importante en la vida”.

La doctora Cagigal corrobora este aspecto: “Esta situación exige reajustes, reequilibrio, flexibilidad y capacidad de adaptación. Pero, al mismo tiempo, es una oportunidad para que los hijos desarrollen capacidades que a veces se nos olvida promover cuando todo es más fácil: responsabilidad, autonomía, sentido de esfuerzo, valor del trabajo, cooperación entre hermanos y con los padres, capacidad para demorar recompensas...”, apunta.

Esteban Cañamares puntualiza que “si la madre mantiene contacto telefónico o por la Red con frecuencia con su hijo y está al corriente de lo que le ocurre, no tiene por qué haber consecuencias graves. Lo principal es no reducir la calidad de la relación madre-hijo, aunque baje la cantidad, y que siga habiendo normas claras, disciplina y apoyo”.

Pese a todo, las madres coinciden en que hay algo que no se supera: la soledad impuesta, la que te acompaña desde las nueve de la noche. “A esa todavía no le he ganado la batalla después de 10 años”, reconoce Liliana. 
Liliana Maguregui“Nos echamos mucho de menos, pero la distancia nos ha unido más”
Liliana es directora comercial de Suplementos y Revistas de CM Vocento. Vive en Madrid desde hace 10 años y su marido y su hija, en Getxo (Vizcaya)
“Al principio, lo que más me preocupaba era la relación con mi marido y con mi hija y si podríamos seguir siendo una familia normal y unida, como habíamos sido hasta aquel momento. La adaptación no fue fácil, pero me ayudaron mucho para que yo no sufriera. Mi hija me dio fuerzas, cuando vi que reaccionaba bien al cambio y que seguía contando con todo el cariño y la orientación que ella necesitaba. 
A pesar de eso, durante años, cuando me preguntaban dónde vivía, yo respondía que en Getxo, aunque de lunes a viernes trabajaba en Madrid; me hacía esa componenda para seguir manteniendo atados los lazos que nos unen y para soportar los 395 kilómetros que nos separan. Porque es una situación dura, pero no quiero compadecerme; hay personas que tienen que emigrar a otro país porque no les queda más remedio.

Ese no fue mi caso, nosotros lo decidimos libremente y, aunque nos echamos mucho de menos, lo cierto es que vivimos con mucha más intensidad el tiempo que compartimos. Separarse cada lunes a primerísima hora de la mañana sigue resultando difícil, pero estoy orgullosa de que haya funcionado, de ver que mi hija se está convirtiendo en una chica madura y responsable, con los problemas de cualquier joven de su edad, pero sin verse afectada porque su madre viva fuera. Siempre he tenido claro que ella era mi prioridad. En los momentos en que me ha necesitado, he cogido un avión y me he plantado en Getxo.  Pero, no todo son inconvenientes.

Para admitir esta situación tiene que haber una compensación, si no, no lo harías. En mi caso, ha sido una realización personal muy valiosa; y eso, el desarrollo del individuo, también forma parte de la familia. Nos planteamos el reencuentro al año de mi llegada a Madrid, pero mi hija dijo que prefería no renunciar a su vida, a su grupo de amigos y a su colegio. A veces, ella ha sido la más valiente de todos. Hoy vivimos felices y creo que esta situación nos ha unido más. Pero hay algo a lo que no he logrado acostumbrarme: llegar a casa el lunes y no poder abrazar a mis seres queridos, ni charlar o cenar con ellos”.


Rosa Rosado“He sacado un billete solo de ida y me duele...”
Rosa, 52 años y un hijo de 16. Vivía en El Puerto de Santa María (Cádiz) y se ha mudado a Edimburgo (Reino Unido)
“He sido jefa del departamento comercial de Aquopolis, relaciones públicas, gerente de varios touroperadores, he llevado el marketing de numerosos campos de golf, he creado mi propia empresa y he vivido en más de una docena de ciudades del mundo. Esto me ha servido para hacerme a mí misma y desarrollarme profesionalmente. Pero nada me ha preparado para estar alejada de mi hijo. Somos uña y carne, y esta es la primera vez que no vivimos juntos en 16 años.  
Él es muy maduro, sabe que estamos en un momento crítico, y lo está llevando bien. Yo tengo una mezcla de sentimientos: por una parte, una gran motivación para conseguir un trabajo en el extranjero que nos permita vivir y, tal vez, traérmelo conmigo; por otra, siento una gran tristeza por no estar a su lado. Y, al mismo tiempo, estoy tranquila porque sé que él, en Madrid, está en las mejores manos, con mi hermana y mi cuñado, y en un ambiente familiar y escolar buenos. Sé que mi hermana actuará con mi hijo de la misma manera en que lo haría yo misma, y esa seguridad me reconforta.

Mi objetivo es sacarle adelante, que estudie y que siga formándose. Hasta que no tenga un presente, me es imposible hacer planes de futuro. Pero, aunque soy fuerte, también soy una “madraza” y me da mucha pena que haya empezado en un nuevo instituto, con nuevos amigos, y no haber participado en esa parte de su vida. Me duele no saber cuándo podremos vernos y haber tenido que sacar solo un billete de ida. Me falta una parte de mi vida, pero no quiero ser víctima. Tengo que concentrarme en que las cosas salgan bien y transmitirle a mi hijo esa fortaleza; algo que, tarde o temprano, va a adquirir con experiencias como esta”.


Indira García: 
“Les dedico tiempo de calidad, pero esas horas se pasan en un suspiro”
Indira, de 45 años, es subdirectora de informativos de Canal Extremadura Televisión. Vive en Mérida y,  los fines de semana, en Madrid.
“Tras 22 años en el mismo puesto, comprobé lo difícil que es encontrar trabajo. Así que, cuando me ofrecieron una oportunidad en Mérida, no pude rechazarlo. Las primeras semanas fueron más fáciles porque había un desafío que me requería concentración. Pero, con el tiempo, ves que no puedes cubrir esas ausencias.

Lo peor es que te llamen un día y te digan que una de las niñas, de 13 y seis años, tiene fiebre, y no poder estar allí. Mi marido viaja y tengo toda la intendencia preparada: una canguro, mi hermana y mis tías, que viven cerca... Pero duele no poder atenderlas. Aun así, hay muchas personas que salen de casa temprano, que no pueden ni llevar a los niños al colegio y que regresan cuando ya están dormidos. A mí me pasaba muchos días, cuando vivía en Madrid. Ahora, les doy tiempo de calidad. El viernes hago la compra semanal en el súper y salgo pitando para Madrid. Cuando ellas llegan del colegio, ya tengo la nevera repleta y todo planificado. Las horas que pasamos juntos se van en un suspiro.

El domingo, antes de marcharme, dejo los uniformes preparados, comida para la semana y la casa recogida. Es mi legado y una forma de sentirme bien, porque el trayecto se me hace muy cuesta arriba y se me saltan las lágrimas en ciertos momentos. Las madres siempre tenemos la sensación de estar descuidando a nuestros hijos, ya sea porque los dejemos en la guardería o porque tengamos un viaje de trabajo. Internet y el móvil permiten una comunicación mayor, pero a veces prefiero no hablar tanto con mis hijas, porque me quedo peor y ellas también.

De momento, tengo la suerte de estar en una ciudad maravillosa y con gente que me arropa. Con todo, es cierto que se trata de una situación desequilibrante y llena de renuncias... y no solo por mi parte. Mi marido tiene tanto mérito como yo, o más, porque esto afecta a la vida de pareja. Y también a la relación con las hijas. Pierdes el contacto físico y, además, están en edades difíciles. No pierdo la esperanza de que pronto volvamos a vivir todos juntos”.

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