Las fotografías dieron la vuelta al
mundo: Verdaderos salvajes apuntando el arco y la flecha contra un helicóptero
de la expedición. Quedaban fotogénicos los guerreros pintados de rojo y la mujer
barnizada de negro. Un título de Der Spiegel (revista alemana, la red.),
sugiere una semejanza bíblica con los primeros capítulos del Génesis:
"Revolución en el Edén". Muchos occidentales cansados de la civilización
proyectan añoranzas no alcanzadas en las profundidades del Amazonas. Desnudos e
"inocentes", los indígenas son como niños pequeños. ¿Corresponde esto a la
realidad de estos aborígenes? Libres, según el lema: "Los indígenas son felices,
los indígenas están gozosos…"
¿Zoológico humano? De hecho, es trágico
cuando se crean verdaderas áreas de zoológicos humanos, para dejar a los
indígenas donde están. En parte, sin embargo, también en comprensible; porque si
los hombres civilizados abortan, una y otra vez se entregan a la lujuria y a la
satisfacción sexual, y cada vez respetan menos los votos matrimoniales, ¿qué
queda para ofrecerles a los indígenas? Pero, ¿qué creen los antropólogos y los
"protectores de los indígenas", de características mayormente ateas, místicas y
románticas? ¿Será que el indígena no necesita medicinas contra los parásitos
intestinales o contra los piojos de la arena que se juntan debajo de las uñas de
los pies? ¿Será que no necesitan lentes, no necesitan un dentista o una partera?
¿Será que todo lo que sabemos hoy en día es perjudicial para el indígena,
superfluo o incomprensible? Por ejemplo, ¿con respecto a la higiene, la
agricultura, la pesca, o el cuidado de los animales útiles?
¿Otra cultura? ¿Tenemos claro por
qué la tribu de los Yanomami, por ejemplo, en la selva brasilera, realizan una
agricultura muy superficial? La tradición relata que, en el pasado, una parte
del cielo se derrumbó (recuerdo del primer pecado, la maldición de Dios, y la
conciencia de las amenazas de la vida?). Cuando eso sucedió, una parte de la
población de la tierra fue aplastada y se convirtieron en monstruos. Por esa
razón, los indígenas no deben cavar hondo, ni plantar profundo, ¡por que sino
estos monstruos salen de la tierra! Un bebé recién nacido se convierte en ser
humano recién cuando su madre lo toma en sus brazos. Antes de eso, a un niño no
deseado se le puede llenar la boca con tierra y hojas para asfixiarlos. Los
shamanes (pajés) declaran que el rapé (droga en polvo) sería la alimentación de
los espíritus. Esta droga le es soplada al otro por la nariz por medio de una
caña hueca y constituye el puente al mundo de los espíritus.
¿Es correcto que el aborigen,
dirigido por sus instintos, no tenga palabras para gracias o por favor, no
reconozca la culpa, y se presente en forma arrogante y amedrentadora para
conseguir lo que quiere? ¿Por qué es posible que un indígena mayor pueda
reservarse una segunda esposa siendo ésta de temprana edad, a menudo aún una
niña, y pueda llevarse a la pequeña niña a su casa? En nuestro país la pedofilia
es duramente castigada, ¿y entre los indígenas se supone que eso es normal?
Por otro lado: El aborigen, ¿no
tiene derecho a un mínimo de privacidad? Pero, ¿qué "romanticismo selvático" es
éste, si los indígenas para construir chozas buscan la espesura de la selva para
no ser vistos por los espíritus malignos? El hecho es que muchos de los, en
total 150, espíritus quieren matar personas y niños, y por eso la vida entera es
determinada por un círculo vicioso de temor a los espíritus y muchos rituales.
¿Qué pensamos de personas que están convencidas que el rocío matutino en
realidad es la orina del espíritu del alba, que corre detrás de sus dos hijas
para acostarse con ellas? No conocen una palabra para cuñado o cuñada, todos se
llaman sencillamente "esposo" o "esposa". Pero, por otro lado, no se puede mirar
a la cara a la suegra por nada del mundo, ya que eso sería el peor de los
incestos…
Cesto mortuorio y polvo de huesos:
Una
de las costumbres más repulsivas es el cesto mortuorio, en el cual el difunto es
guardado en el bosque en alturas seguras para protegerlo de los animales.
Después de un cierto tiempo, un hombre escogido para eso, debe sacar los huesos
del cadáver, que entretanto se encuentra en descomposición, y los debe llevar a
la choza. Allí, los mismos son carbonizados en el fuego. Según la dirección en
la que se dirige el humo, allí se encuentran los culpables de la muerte del
indígena. Después de todo, en la cosmovisión animista del indígena, no existen
las enfermedades. Todo es inspirado o causado por los espíritus, o causado por
seres humanos con la ayuda de los espíritus. Los vengadores pintados de negro,
entonces, tratarán de matar a alguien en la aldea declarada culpable, con
preferencia a un brujo de edad avanzada. Los huesos carbonizados son molidos a
polvo, mezclados con puré de banana, y consumidos entre todos en la fiesta de
los muertos. Un círculo vicioso de venganza y desquite – en parte por medio de
la magia negra – y el permanente temor por la supervivencia. De noche, en la
choza comunal, los indígenas temen que algún vengador pueda soplar polvo
venenoso a través de las rendijas de la precaria vivienda.
De los pajés, se dice una y otra
vez que las diferentes partes del cuerpo de un niño aun no nacido son
engendradas por diversos hombres, y que los más jóvenes entregan a sus mujeres.
Pura manipulación, porque a los mayores también les gusta desquitárselas alguna
vez con muchachas jóvenes. Descubrimos allí a los mismos pecadores y libertinos
que también tenemos en nuestra sociedad occidental decadente.
Debemos preguntarnos con seriedad:
¿Se trata aquí de primitivos o de ignorantes, de "los verdes que quieren escapar
de la civilización", o de grupos que cuanto más avanzaron en la selva tanto más
perdieron (como ser cerámica, fabricación de hierro, trabajos en piedra y
producción textil)? Es significativo que los indígenas al entrar en contacto con
el blanco, inmediatamente quieren el machete, el deportivo corto y reluciente,
las chinelas y los fósforos, y muchas cosas más… Ellos no dicen: "Nosotros de
veras no necesitamos nada de ustedes, porque somos la gente más feliz de la
tierra…".
El así llamado aborigen tiene, como
todo ser humano, el derecho de poder elegir por sí mismo. Tiene el derecho de
escuchar las buenas nuevas del Dios Creador y del Dios Salvador. También debe
tener la posibilidad de salir del laberinto de espíritus, de ejercer amor y
misericordia, y de escapar de la esclavitud del pecado a través de Jesús. En
algunos aspectos, al indígena, incluso, le es más fácil que a nosotros: Él no
duda de la realidad del mundo invisible. Sólo que él no conoce el buen Espíritu
de Dios, llamado también Espíritu Santo, quien transforma a las personas, quien
afila la conciencia sobre la base de la Palabra de Dios, y quien equipa con
dignidad y responsabilidad, trasmitiendo algo que el indígena no conoce: paz en
el corazón, paz entre los unos y los otros, y paz con Dios.
Confesión de un
indígena: "Escuchamos que el hombre blanco
piensa que nosotros no tendríamos ruido en nuestro pecho (es decir, que nosotros
tendríamos paz), que entre nosotros no habría conflictos y que nosotros
estaríamos cuidando la selva. Eso es lo que piensan y hablan, ¡pero en realidad
ellos no nos conocen en absoluto! Nosotros no nos amamos, nos odiamos entre
nosotros y luchamos ‘rompiéndonos’ el tórax unos a otros. Nosotros mismos no
podemos dominar nuestra propia malicia. Tenemos enemigos, las esposas son
robadas y, a través de la magia de los chamanes, los niños mueren (…)
¡Nosotros, los indígenas, somos
pecadores y no logramos controlarnos a nosotros mismos (…)!"
¿Será que el evangelio destruye la
cultura de los indígenas? En el extremo oeste de la región
del Amazonas, en la así llamada Reserva Cabeza de Perro, cerca de la frontera
colombiana, se estudió a los indígenas y su cultura. Allí viven un total de
30.000 habitantes de la selva, divididos en dos etnias: Banivas y Curipacos. El
semanario brasilero VEJA, el 11 de febrero de 1998, publicó un artículo
digno de mención sobre ese tema. Aquí algunas citas:
"La coexistencia pacífica del mundo
nuevo con el viejo, es tanto más incomprensible cuando se tiene en cuenta que
eso se hizo posible a través de Jesucristo, el ‘Dios de los blancos’, quien
antiguamente siempre significó una amenaza para la cultura indígena. Pero ahora,
la Biblia garantiza la supervivencia (…) Una sorpresa que estremece fuertemente
a muchas de las teorías antropológicas, las cuales siempre olfateaban algo
extraño y hostil en la evangelización de los indígenas, porque la misma
desarraigaría culturalmente a esta gente (…) Hace alrededor de 70 años atrás,
misioneros norteamericanos trajeron el mensaje revolucionario: ‘Nocaweñaweotsa
picuento ni nodietaro pia Dios isso.’ (Traducción: ‘¡Porque yo soy Dios y no hay
otro!’) Hubo tiempos en que la capacidad de trabajo de los indígenas era
verdaderamente esclavizada por comerciantes y estancieros, a cambio de
vestimenta y comestibles. Pero a través de la Palabra de Dios, la "religión de
los blancos", ellos conocieron su propia postura, llegaron a tener conciencia de
su propia etnia y, con eso, surgió el deseo de preservar su propia tradición. Lo
que inmediatamente llama la atención en esas aldeas es, por ejemplo, que ahora
son los hombres quienes realizan el duro trabajo de campo, y que se plantan más
árboles frutales. Otro aspecto que llama poderosamente la atención es la
limpieza, el orden y la organización, un problema enorme en otras tribus
(…)."
Este reportaje habla por sí solo:
Las mujeres ya no son castigadas, maltratadas y aprovechadas. Los hombres
realizan el duro trabajo de campo. Se cuida de la higiene y de las instalaciones
sanitarias, porque, después de todo, la tenia (parásito intestinal, la red.) no
es trasmitida por los espíritus, ¿o sí?
¡Hasta el fin del
mundo! ¿Quizás entre nosotros, en el
occidente, hayamos olvidado lo que la cosmovisión judeo-cristiana nos ha
trasmitido en cuanto a adelanto, seguridad y amor al prójimo? Cuando en la
actualidad se habla de que en las escuelas otra vez se deberían trasmitir
valores verdaderos, y que los niños otra vez deberían aprender a obedecer a las
autoridades y a atenerse a los límites, entonces esto suena como burla, porque
de Dios, como Creador, se burlan hasta en los círculos más altos, y acerca de la
muerte en la cruz de Jesús, sólo menean la cabeza. ¡Los Banivas y Curipacos han
experimentado directamente como han sido liberados y transformados por el Dios
de Israel, y por la muerte salvadora de Jesús! ¿Por qué? Por que Jesús profetizó
hace 2000 años atrás, que el evangelio sería predicado en el mundo entero –
hasta "los fines de la tierra", hasta la jungla más lejana de Brasil. Eso ahora
se cumple sin poder ser detenido, ya sea con el permiso oficial de las
autoridades responsables de la protección de los indígenas y del gobierno, o sin
él.
Entretanto, no solamente hay contactos de indígenas con misioneros, sino también con la población del río que, en parte, es creyente y, en parte, mezclada, los así llamados "ribeirinhos". Y más allá de eso, actualmente muchos indígenas salen ellos mismos a evangelizar. ¡Y con el "comercio de fósforos y machetes", las Buenas Nuevas llegan también a aquellas regiones que, según opinión de los ‘expertos’, deberían permanecer intocadas por siempre! Un conocedor del "infierno verde" nos dijo muy personalmente: "¡Bienaventurado el indígena cuyo primer contacto con los blancos es logrado a través de misioneros y cristianos, y no a través de leñadores, buscadores de oro, aventureros, prostitutas, o comerciantes de droga!" Dios ama a los indígenas, y Jesús vino para todas las "naciones, tribus, lenguas y pueblos", para salvar personas de entre cada uno de ellos.
TÍTULO: LA CARTA DE LA SEMANA CARTERISTAS ATRACADORES Y SEMÁFOROS,.
Carteristas, atracadores y semáforos
Imaginen una ciudad donde los conductores que se saltaran los semáforos en
rojo no fueran sancionados. Donde los ciudadanos honorables circulasen según las
reglas, pero los desaprensivos lo hicieran a su aire, sin respetar nada y con
absoluta impunidad. Dejando aparte el caos resultante, está claro que quienes no
respetaran los semáforos tendrían ventaja sobre los otros. Llegarían antes a
todas partes y acabarían siendo amos de las calles, aparte de causar
innumerables víctimas entre quienes, confiados en el correcto funcionamiento de
los semáforos y el respeto a las normas, se vieran atrapados en tan absurda y
peligrosa situación.
Algunos sucesos recientes hacen que me pregunte si no es lo que, en algunos aspectos, ocurre con las leyes y la Justicia en España. La indefensión de los ciudadanos honorables y la impunidad de quienes basan su forma de vida en saltarse esos semáforos con los que a costa de tiempo, esfuerzo y sensatez, hemos organizado nuestras ciudades: normas de conducta, derechos y libertades basados en el respeto y la convivencia. Víctimas de un buenismo excesivo enraizado en hondos complejos históricos, sociales y políticos, aquí nos hemos pasado de rosca legislando para un mundo ideal, angelical a ratos, que no resiste los embates del lado oscuro e inevitable de la condición humana. Eso nos ha convertido en rehenes de un Estado maniatado por su propia estupidez, incapaz de defender a quienes le cedieron el monopolio de la violencia legítima. Presa ideal para quienes viven de saltarse semáforos. Rebaño de ovejas a merced de lobos sin escrúpulos.
Les pongo un par de ejemplos. A cinco carteristas bosnias, que acumulan 330 arrestos por robar en el Metro, un juez ha prohibido entrar en cualquier boca del suburbano. Aparte lo absurdo de esperar que una carterista sistemáticamente detenida y puesta en libertad a las pocas horas respete órdenes como ésa, lo interesante son las especulaciones que al respecto hacen fuentes judiciales. En caso de incumplimiento, señalan, podría aumentarse la medida cautelar, prohibiéndoles acercarse a cien metros de una boca del Metro -las bosnias temblarán, impresionadas-. Pero ojo. Si quebrantasen esta segunda y enérgica medida, entonces cabría la posibilidad de prohibirles residir en Madrid una temporada. El colmo del rigor, como ven. Disuasión bestial. En cuanto a la posibilidad de meter a esas cinco individuas en la cárcel, o subirlas a un avión y mandarlas de vuelta a Bosnia, ni se plantea. Sería impropio de una democracia ejemplar como la nuestra, naturalmente. Un rigor desproporcionado y fascista.
Desproporcionada puede ser también, según el juez que toque, la respuesta de un joyero madrileño a dos atracadores -esa vez eran serbios- que entraron en su tienda navajas en mano, lo rociaron con un spray lacrimógeno y le sacudieron leña a su hija hasta que el joyero, sacando una pistola, les pegó unos tiros a bocajarro. Los atracadores fueron al hospital; y el joyero, a comisaría detenido y puesto luego en libertad con cargos por intento de homicidio. El tiempo que pasarán los atracadores en la cárcel cuando salgan del hospital pueden ustedes calcularlo fácilmente con el baremo ejemplar del Niño Sáez: un atracador con 39 antecedentes policiales, puesto en libertad en esas mismas fechas por un juez a las 72 horas de ser detenido por intento de robo en otra joyería. En cuanto al pazguato que les endiñó cinco plomazos a los dos serbios, es de suponer que podrá librarse tras el habitual calvario judicial de declaraciones, comparecencias, abogados y papeleo que arruinarán su vida unos cuantos años. Siempre y cuando, claro, las familias de los heridos no lo demanden y pidan indemnización por dejar a los cabezas de familia incapacitados para ganarse el jornal atracando. O que la eximente de legítima defensa no se vea alterada por la antes citada desproporción en la respuesta; ya que, según las leyes españolas, pegarle un tiro a quien te amenaza con una navaja, aunque las dos cosas maten igual, es una especie de abuso. Para que todo sea irreprochable, el joyero tendría que dejar la pistola en el cajón y defenderse con una navaja. No se sorprendan: mi amigo Tito, en cuya casa entraron unos albanokosovares que los apalearon y torturaron a él y a su mujer, y pudo liberarse, y con una pistola que tenía en toda regla se lió a tiros, estuvo años de juicio en juicio, empapelado hasta las cejas por darle matarile a uno de ellos en el salón de su casa. Calculen si se lo llega a cargar en el jardín. O en la calle.
Así que tengo curiosidad por ver qué les caerá a los atracadores del joyero cuando salgan del hospital. Por rigor, que no quede: orden de alejamiento de cien metros de una joyería, al menos. Y si reinciden, doscientos.
Algunos sucesos recientes hacen que me pregunte si no es lo que, en algunos aspectos, ocurre con las leyes y la Justicia en España. La indefensión de los ciudadanos honorables y la impunidad de quienes basan su forma de vida en saltarse esos semáforos con los que a costa de tiempo, esfuerzo y sensatez, hemos organizado nuestras ciudades: normas de conducta, derechos y libertades basados en el respeto y la convivencia. Víctimas de un buenismo excesivo enraizado en hondos complejos históricos, sociales y políticos, aquí nos hemos pasado de rosca legislando para un mundo ideal, angelical a ratos, que no resiste los embates del lado oscuro e inevitable de la condición humana. Eso nos ha convertido en rehenes de un Estado maniatado por su propia estupidez, incapaz de defender a quienes le cedieron el monopolio de la violencia legítima. Presa ideal para quienes viven de saltarse semáforos. Rebaño de ovejas a merced de lobos sin escrúpulos.
Les pongo un par de ejemplos. A cinco carteristas bosnias, que acumulan 330 arrestos por robar en el Metro, un juez ha prohibido entrar en cualquier boca del suburbano. Aparte lo absurdo de esperar que una carterista sistemáticamente detenida y puesta en libertad a las pocas horas respete órdenes como ésa, lo interesante son las especulaciones que al respecto hacen fuentes judiciales. En caso de incumplimiento, señalan, podría aumentarse la medida cautelar, prohibiéndoles acercarse a cien metros de una boca del Metro -las bosnias temblarán, impresionadas-. Pero ojo. Si quebrantasen esta segunda y enérgica medida, entonces cabría la posibilidad de prohibirles residir en Madrid una temporada. El colmo del rigor, como ven. Disuasión bestial. En cuanto a la posibilidad de meter a esas cinco individuas en la cárcel, o subirlas a un avión y mandarlas de vuelta a Bosnia, ni se plantea. Sería impropio de una democracia ejemplar como la nuestra, naturalmente. Un rigor desproporcionado y fascista.
Desproporcionada puede ser también, según el juez que toque, la respuesta de un joyero madrileño a dos atracadores -esa vez eran serbios- que entraron en su tienda navajas en mano, lo rociaron con un spray lacrimógeno y le sacudieron leña a su hija hasta que el joyero, sacando una pistola, les pegó unos tiros a bocajarro. Los atracadores fueron al hospital; y el joyero, a comisaría detenido y puesto luego en libertad con cargos por intento de homicidio. El tiempo que pasarán los atracadores en la cárcel cuando salgan del hospital pueden ustedes calcularlo fácilmente con el baremo ejemplar del Niño Sáez: un atracador con 39 antecedentes policiales, puesto en libertad en esas mismas fechas por un juez a las 72 horas de ser detenido por intento de robo en otra joyería. En cuanto al pazguato que les endiñó cinco plomazos a los dos serbios, es de suponer que podrá librarse tras el habitual calvario judicial de declaraciones, comparecencias, abogados y papeleo que arruinarán su vida unos cuantos años. Siempre y cuando, claro, las familias de los heridos no lo demanden y pidan indemnización por dejar a los cabezas de familia incapacitados para ganarse el jornal atracando. O que la eximente de legítima defensa no se vea alterada por la antes citada desproporción en la respuesta; ya que, según las leyes españolas, pegarle un tiro a quien te amenaza con una navaja, aunque las dos cosas maten igual, es una especie de abuso. Para que todo sea irreprochable, el joyero tendría que dejar la pistola en el cajón y defenderse con una navaja. No se sorprendan: mi amigo Tito, en cuya casa entraron unos albanokosovares que los apalearon y torturaron a él y a su mujer, y pudo liberarse, y con una pistola que tenía en toda regla se lió a tiros, estuvo años de juicio en juicio, empapelado hasta las cejas por darle matarile a uno de ellos en el salón de su casa. Calculen si se lo llega a cargar en el jardín. O en la calle.
Así que tengo curiosidad por ver qué les caerá a los atracadores del joyero cuando salgan del hospital. Por rigor, que no quede: orden de alejamiento de cien metros de una joyería, al menos. Y si reinciden, doscientos.
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