domingo, 31 de marzo de 2013

LA SEGUNDA PIEL DEL TORERO,./ ODIO A MUERTE EN LA CATALUÑA RURAL

TÍTULO; LA SEGUNDA PIEL DEL TORERO,.

Suenan clarines y timbales, se abre la puerta del patio de cuadrillas y arranca el paseíllo. Los aficionados, al ritmo de pasodoble, ...

TOROS

Suenan clarines y timbales, se abre la puerta del patio de cuadrillas y arranca el paseíllo. Los aficionados, al ritmo de pasodoble, se acomodan en sus asientos y disfrutan observando a los diestros envueltos en sus capotes de paseo, luciendo sus trajes, lo primero que los espectadores ven de los actuantes al inicio de un festejo. Un atuendo fuera de lo común, una vestimenta extraordinaria a la que Luis Miguel Dominguín calificaba como 'la segunda piel del torero'.
De blanco y oro por tradición el día de alternativa, de grana que tradicionalmente se ha considerado el color de los valientes, el lila el del triunfo... Siempre bordados con flores, jarrones, a veces con los cabos en negro... Existen miles de trajes de luces, cada uno con su personalidad y con un bordado y color que lo distingue del resto.
En todas estas cuestiones ha querido profundizar el escritor Francisco Delgado que acaba de publicar 'Colores del toreo', un libro editado por Edicions Bellaterra que profundiza en la historia del traje de luces y en su significado cultural y antropológico. Con prólogo en español y francés de François Zumbiehl, la obra está ilustrada con las instantáneas del fotógrafo Juan Pelegrín.
El traje de luces, tal y como se concibe hoy en día, es el resultado de una evolución estrechamente ligada a la propia historia de la tauromaquia. En los albores de la fiesta, la gente que se ponía delante de un morlaco lo hacía vestida de calle, con las ropas que habitualmente usaba.
El primer elemento que distinguía al torero contratado para lidiar del resto de la gente que estaba en el ruedo, con intención de dar un capotazo o hacer un recorte, eran unas bandas de colores que empezaron a emplearse en Sevilla. Ese fue el primer signo distintivo del diestro.
El atuendo comenzó a evolucionar, al ser conscientes de la necesidad de diferenciar al torero en la plaza. Se le fue dotando de mayor riqueza pero quien le dio un impulso significativo fue el espada Costillares (Sevilla, 1743 - Madrid, 1800). El diestro, conocido por sus innovaciones en la tauromaquia, modificó el vestido introduciendo la chaquetilla bordada en oro para el matador y el plata para los subalternos, además de incluir el calzón de seda y la faja de colores.
El cambio se hizo más notorio con Paquiro (Chiclana de la Frontera, 1805 - 1851), que marca y fija los cánones del traje de torear, que básicamente y en lo fundamental ha llegado hasta nuestros días como él lo diseñó.
Siendo apenas un niño, los franceses ocuparon Chiclana de la Frontera y le deslumbraron con los bordados de los trajes de los oficiales franceses. Quizás eso pudo influir en su diseño, pues hay cierta similitud con los adornos, los machos y las hombreras. No obstante, no es la única teoría sobre las similitudes con el atuendo militar. Francisco Delgado comenta que en sus inicios, el toreo era una actividad para señores, caballeros y reyes, teniendo el pueblo su participación mermada a un mero papel subalterno.
«Cuando la tauromaquia se va arraigando y se normaliza, los toreros también trataban de emular en su vestimenta a la que usaban los militares, de ahí que guarde cierta similitud con el atuendo de los caballeros cuando se enfrentaban a los toros», asevera el autor de 'Colores del toreo'.
Además de sus modificaciones en el traje, Paquiro incluyó también la montera, pues al principio el torero iba tocado con el sombrero de la época, ya fuese el de candil o el de medio queso.
Con Paquiro el tocado adquiere una significación especial, incluso se le atribuye una cierta parte de leyenda o metáfora al considerar algunos estudiosos que por su color y consistencia acerca al toro y al torero. «Los cazadores cuando salen de caza se intentan camuflar adaptándose a la forma del animal que quieren cazar y la montera no dejaría de ser también un cierto recuerdo del toro», afirma el autor, Francisco Delgado.
Sin embargo, el Cossío indica que según el Archivo Municipal de Madrid, en una fiesta celebrada en la Plaza Mayor de la capital el 7 de agosto de 1619
Desde las aportaciones de Paquiro, el traje de luces se ha modificado en algunas cuestiones. Por ejemplo, la chaquetilla se ha acortado y también ha disminuido el tamaño de los alamares. Las bandas de la taleguilla se han estrechado ligeramente y sobre todo ha cambiado el tejido. «En el siglo XIX y hasta bien entrado el XX, estaban confeccionados en seda. Eran muy bonitos, pero se estropeaban con facilidad. Tras tres o cuatro tardes había que cambiarlos. Ahora, con los nuevos tejidos sintéticos, los vestidos se pueden usar durante más tiempo y siempre que no haya un percance y el cuidado sea correcto, pueden aguantar unas cien puestas», explica Delgado.
Color y bordado
En la actualidad, lo que distingue un traje de otro es su color y el bordado. Los toreros suelen elegirlo por modas, manías e incluso por comodidad. Algunos, como Enrique Ponce, suelen ser fieles a un mismo diseño a lo largo de los años y ha lucido los jarrones durante casi toda su trayectoria. El bordado, se realiza en oro, plata o azabache, también puede ser de corazones, piñas, conchas, con motivos religiosos... Algunos diestros como José Tomás innovaron presentando medias lunas en un vestido. En concreto el que lució en su reaparición en Valencia en 2011, tras su grave percance en Aguascalientes. Sebastián Castella también suele caracterizarse por la originalidad de sus bordados.
Con respecto al color, algunos tradicionalmente apenas se han empleado al considerar que traen mala suerte a quien los viste. «Desde que Moliere murió en el escenario interpretando una obra en la que iba vestido de amarillo, siempre se ha interpretado como un color nefasto. Los artistas lo han evitado y los toreros, como artistas que son, también», expone Francisco Delgado, que aún así recuerda que espadas como Luis Francisco Esplá o Jesulín de Ubrique lo han usado en algunas ocasiones.
Domingo Ortega o Luis Miguel Dominguín no querían vestir de verde, algo que también le pasa a Esplá, aunque por motivos diferentes. Mientras los primeros no lo usaban al haber tenido malas experiencias vistiendo ese color, el torero alicantino lo evitaba al considerar que era un tono discordante, que no «pegaba nada en una plaza de toros», argumenta el autor que recuerda que Esplá es un matador muy vinculado a la cuestión del color al ser licenciado en Bellas Artes.
«Con respecto a la fama de 'gafe' del color amarillo hay un dato que desmiente totalmente esa teoría y es que en los últimos 30 o 40 años el color predominante en todas las tragedias ha sido el azul. Si repasas la lista, más del 90% iban vestidos con trajes de tonos azules», subraya Delgado.
Junto al traje y la montera, otro de los elementos significativos es el capote de paseo, con el que se envuelven los toreros antes del paseíllo. Suelen llevar bordado la imagen del santo favorito o la Virgen de su devoción buscando su protección para el festejo. «Hay otros que prefieren los motivos florales e incluso los geométricos», indica Delgado, que añade que el norteamericano John Fulton puso de moda los motivos aztecas. Diseñó una serie de bordados que se emplearon después en capotes de paseo de algunos matadores mexicanos.
A través de las páginas de este libro y gracias a los textos y las ilustraciones de Pelegrín es posible conocer de cerca uno de los aspectos más poco conocidos pero a la vez más curiosos de la historia de la tauromaquia. 

TÍTULO:  ODIO A MUERTE EN LA CATALUÑA RURAL,.


Los cuervos vacían los ojos del mutilado cadáver de Jaime Bernat, el mayor terrateniente del valle de la Cerdaña, en el pirineo catalán.
 ras dos décadas en la empresa, debuta con una novela negra sobre la ambición que sitúa en el microcosmos humano de la Cerdaña
Los cuervos vacían los ojos del mutilado cadáver de Jaime Bernat, el mayor terrateniente del valle de la Cerdaña, en el pirineo catalán. Así arranca 'Ojos de hielo' (Planeta), una intriga enraizada en bellos parajes montañosos de huraños habitantes y prometedor debut narrativo de Carolina Solé (Sabadell, 1966). Directiva durante dos décadas de una empresa textil, de tardía vocación narrativa, cambió entusiasmada despacho, juntas y viajes por la ficción. Ambición, odios enquistados, corrupción y venganza rodean al crimen que arma la novela. Ofensas y agravios agigantadas por el tiempo, el reflejo en la vida adulta de la niñez y la inexcusable necesidad de perdonar, son temas de una intriga «cultivada» en el 'humus humano' del valle de la Cerdaña, un microcosmos en la Cataluña rural.
«La novela negra es un fiel espejo de la sociedad, de modo que hay paro, corrupción, víctimas y un asesino que, en cierto modo, es otra víctima. Tiene voz y necesita explicarse», dice Solé, que tras una «fallida» novela histórica pulió sus armas narrativas en la escuela de escritura del Ateneo de Barcelona. Es el mismo taller literario del que salió Ildefonso Falcones y que Solé reivindica como «uno de los mejores del mundo». El premio a su tesón llegó con el sí de sus editores a una novela «tan negra como mediterránea» que se apunta al resurgir del 'thriller' rural por el que apuestan sus editores.
Investigadores
El núcleo de la trama está «en un pueblo muy real de cuyo nombre no quiero acordarme». Según el esquema clásico, ha creado Solé una pareja de investigadores no tan clásica. Una abogada de Barcelona, Kate Salas, egoísta, ambiciosa y marrullera, adicta al trabajo y originaria del valle, y un policía, el sargento Juan Bruno Silva, J. B., que purga su turbio pasado en Pugicerdá, capital de la comarca de la Cerdaña, separada de Barcelona por tres horas de carretera, la montaña y el túnel del Cadí.
«No se tienen ninguna simpatía; chocan como trenes. Ambos quieren resolver con urgencia el asesinato del terrateniente más poderoso de la comarca en un entorno opresivo al que pesan viejas historias y demonios de las familias que dominan este valle de los Pirineos», explica Solé. «Ella se saltará las normas para esclarecer el crimen cuanto antes. Él, exbebedor, consumidor compulsivo de caramelos Solano, con un pronto irrefrenable, querría tomar atajos pero no puede; está defenestrado por saltarse unas reglas que ahora cumple a rajatabla para no volver a ser suspendido». Ambos quieren resolver el crimen y regresar a la ciudad. «La abogada para medrar en el despacho en el que acaban de nombrarla socia y el policía para volver a la normalidad que le hurtaron».
Pero les ata el valle, un zoo humano en el que todos los personajes tienen raíces y fuertes conexiones. «No serían creíbles en un medio urbano», plantea Solé. «Los enclaves fronterizos y cerrados son muy particulares, los pecados no prescriben, la memoria es eterna y la gente no se olvida nunca de las cosas», enumera. «Puedes enterrar un trapo sucio muy hondo pero siempre habrá alguien dispuesto a desenterrarlo y airearlo tres generaciones después», apunta Solé.
El germen de la novela fue una conversación de vecinas de un pueblo del valle sobre una familia de ojos grises y mirada gélida -de ahí el título- cuyo patriarca murió dejando una herencia endiablada. «Era el trébol de cuatro hojas que buscaba», se ufana. «Hice crecer la historia, subí el tono de los personajes en un enclave geográficamente fantástico y humanamente complejo en el que se entrecruzan odios e inquinas», explica. «La abogada no quiere regresar a la tierra donde se crió y a un pasado doloroso, pero lo hará para ayudar a Dana Prats, veterinaria, amiga de la infancia y sospechosa del asesinato del empresario por el litigio generacional sobre un asunto de tierras que su familia mantiene con los Bernat», explica la autora.
También el policía odia su entorno. «Su apellido es un homenaje explícito a mi admirado Lorenzo Silva, un espejo para mí de cómo deben armarse las intrigas policiales», explica una ávida consumidora de novela negra. «Como cualquier aficionado devoré las intrigas nórdicas y añoré una parte más personal y cercana de los protagonistas». De ahí su apuesta por «la novela negra mediterránea, con toques costumbristas, con entorno familiar y los personajes más próximos». ¿Un 'Falcon Crest' del los Pirineos? «Podría ser. Es una fórmula muy interesante como herramienta para mostrar a los personajes», concede risueña.

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