Suenan clarines y timbales, se abre la puerta del patio de cuadrillas y arranca el paseíllo. Los aficionados, al ritmo de pasodoble, ...
Suenan clarines y timbales, se abre la puerta del patio de
cuadrillas y arranca el paseíllo. Los aficionados, al ritmo de
pasodoble, se acomodan en sus asientos y disfrutan observando a los
diestros envueltos en sus capotes de paseo, luciendo sus trajes, lo
primero que los espectadores ven de los actuantes al inicio de un
festejo. Un atuendo fuera de lo común, una vestimenta extraordinaria a
la que Luis Miguel Dominguín calificaba como 'la segunda piel del
torero'.
De blanco y oro por tradición el día de alternativa, de
grana que tradicionalmente se ha considerado el color de los valientes,
el lila el del triunfo... Siempre bordados con flores, jarrones, a veces
con los cabos en negro... Existen miles de trajes de luces, cada uno
con su personalidad y con un bordado y color que lo distingue del resto.
En todas estas cuestiones ha querido profundizar el
escritor Francisco Delgado que acaba de publicar 'Colores del toreo', un
libro editado por Edicions Bellaterra que profundiza en la historia del
traje de luces y en su significado cultural y antropológico. Con
prólogo en español y francés de François Zumbiehl, la obra está
ilustrada con las instantáneas del fotógrafo Juan Pelegrín.
El traje de luces, tal y como se concibe hoy en día, es el
resultado de una evolución estrechamente ligada a la propia historia de
la tauromaquia. En los albores de la fiesta, la gente que se ponía
delante de un morlaco lo hacía vestida de calle, con las ropas que
habitualmente usaba.
El primer elemento que distinguía al torero contratado para
lidiar del resto de la gente que estaba en el ruedo, con intención de
dar un capotazo o hacer un recorte, eran unas bandas de colores que
empezaron a emplearse en Sevilla. Ese fue el primer signo distintivo del
diestro.
El atuendo comenzó a evolucionar, al ser conscientes de la
necesidad de diferenciar al torero en la plaza. Se le fue dotando de
mayor riqueza pero quien le dio un impulso significativo fue el espada
Costillares (Sevilla, 1743 - Madrid, 1800). El diestro, conocido por sus
innovaciones en la tauromaquia, modificó el vestido introduciendo la
chaquetilla bordada en oro para el matador y el plata para los
subalternos, además de incluir el calzón de seda y la faja de colores.
El cambio se hizo más notorio con Paquiro (Chiclana de la
Frontera, 1805 - 1851), que marca y fija los cánones del traje de
torear, que básicamente y en lo fundamental ha llegado hasta nuestros
días como él lo diseñó.
Siendo apenas un niño, los franceses ocuparon Chiclana de
la Frontera y le deslumbraron con los bordados de los trajes de los
oficiales franceses. Quizás eso pudo influir en su diseño, pues hay
cierta similitud con los adornos, los machos y las hombreras. No
obstante, no es la única teoría sobre las similitudes con el atuendo
militar. Francisco Delgado comenta que en sus inicios, el toreo era una
actividad para señores, caballeros y reyes, teniendo el pueblo su
participación mermada a un mero papel subalterno.
«Cuando la tauromaquia se va arraigando y se normaliza, los
toreros también trataban de emular en su vestimenta a la que usaban los
militares, de ahí que guarde cierta similitud con el atuendo de los
caballeros cuando se enfrentaban a los toros», asevera el autor de
'Colores del toreo'.
Además de sus modificaciones en el traje, Paquiro incluyó
también la montera, pues al principio el torero iba tocado con el
sombrero de la época, ya fuese el de candil o el de medio queso.
Con Paquiro el tocado adquiere una significación especial,
incluso se le atribuye una cierta parte de leyenda o metáfora al
considerar algunos estudiosos que por su color y consistencia acerca al
toro y al torero. «Los cazadores cuando salen de caza se intentan
camuflar adaptándose a la forma del animal que quieren cazar y la
montera no dejaría de ser también un cierto recuerdo del toro», afirma
el autor, Francisco Delgado.
Sin embargo, el Cossío indica que según el Archivo
Municipal de Madrid, en una fiesta celebrada en la Plaza Mayor de la
capital el 7 de agosto de 1619
Desde las aportaciones de Paquiro, el traje de luces se ha
modificado en algunas cuestiones. Por ejemplo, la chaquetilla se ha
acortado y también ha disminuido el tamaño de los alamares. Las bandas
de la taleguilla se han estrechado ligeramente y sobre todo ha cambiado
el tejido. «En el siglo XIX y hasta bien entrado el XX, estaban
confeccionados en seda. Eran muy bonitos, pero se estropeaban con
facilidad. Tras tres o cuatro tardes había que cambiarlos. Ahora, con
los nuevos tejidos sintéticos, los vestidos se pueden usar durante más
tiempo y siempre que no haya un percance y el cuidado sea correcto,
pueden aguantar unas cien puestas», explica Delgado.
Color y bordado
En la actualidad, lo que distingue un traje de otro es su
color y el bordado. Los toreros suelen elegirlo por modas, manías e
incluso por comodidad. Algunos, como Enrique Ponce, suelen ser fieles a
un mismo diseño a lo largo de los años y ha lucido los jarrones durante
casi toda su trayectoria. El bordado, se realiza en oro, plata o
azabache, también puede ser de corazones, piñas, conchas, con motivos
religiosos... Algunos diestros como José Tomás innovaron presentando
medias lunas en un vestido. En concreto el que lució en su reaparición
en Valencia en 2011, tras su grave percance en Aguascalientes. Sebastián
Castella también suele caracterizarse por la originalidad de sus
bordados.
Con respecto al color, algunos tradicionalmente apenas se
han empleado al considerar que traen mala suerte a quien los viste.
«Desde que Moliere murió en el escenario interpretando una obra en la
que iba vestido de amarillo, siempre se ha interpretado como un color
nefasto. Los artistas lo han evitado y los toreros, como artistas que
son, también», expone Francisco Delgado, que aún así recuerda que
espadas como Luis Francisco Esplá o Jesulín de Ubrique lo han usado en
algunas ocasiones.
Domingo Ortega o Luis Miguel Dominguín no querían vestir de
verde, algo que también le pasa a Esplá, aunque por motivos diferentes.
Mientras los primeros no lo usaban al haber tenido malas experiencias
vistiendo ese color, el torero alicantino lo evitaba al considerar que
era un tono discordante, que no «pegaba nada en una plaza de toros»,
argumenta el autor que recuerda que Esplá es un matador muy vinculado a
la cuestión del color al ser licenciado en Bellas Artes.
«Con respecto a la fama de 'gafe' del color amarillo hay un
dato que desmiente totalmente esa teoría y es que en los últimos 30 o
40 años el color predominante en todas las tragedias ha sido el azul. Si
repasas la lista, más del 90% iban vestidos con trajes de tonos
azules», subraya Delgado.
Junto al traje y la montera, otro de los elementos
significativos es el capote de paseo, con el que se envuelven los
toreros antes del paseíllo. Suelen llevar bordado la imagen del santo
favorito o la Virgen de su devoción buscando su protección para el
festejo. «Hay otros que prefieren los motivos florales e incluso los
geométricos», indica Delgado, que añade que el norteamericano John
Fulton puso de moda los motivos aztecas. Diseñó una serie de bordados
que se emplearon después en capotes de paseo de algunos matadores
mexicanos.
A través de las páginas de este libro y gracias a los
textos y las ilustraciones de Pelegrín es posible conocer de cerca uno
de los aspectos más poco conocidos pero a la vez más curiosos de la
historia de la tauromaquia.
TÍTULO: ODIO A MUERTE EN LA CATALUÑA RURAL,.
Los cuervos vacían los ojos del mutilado cadáver de Jaime Bernat, el mayor terrateniente del valle de la Cerdaña, en el pirineo catalán.
ras dos décadas en la empresa, debuta con una novela negra sobre la ambición que sitúa en el microcosmos humano de la Cerdaña
Los cuervos vacían los ojos del mutilado cadáver de Jaime
Bernat, el mayor terrateniente del valle de la Cerdaña, en el pirineo
catalán. Así arranca 'Ojos de hielo' (Planeta), una intriga enraizada en
bellos parajes montañosos de huraños habitantes y prometedor debut
narrativo de Carolina Solé (Sabadell, 1966). Directiva durante dos
décadas de una empresa textil, de tardía vocación narrativa, cambió
entusiasmada despacho, juntas y viajes por la ficción. Ambición, odios
enquistados, corrupción y venganza rodean al crimen que arma la novela.
Ofensas y agravios agigantadas por el tiempo, el reflejo en la vida
adulta de la niñez y la inexcusable necesidad de perdonar, son temas de
una intriga «cultivada» en el 'humus humano' del valle de la Cerdaña, un
microcosmos en la Cataluña rural.
«La novela negra es un fiel espejo de la sociedad, de modo
que hay paro, corrupción, víctimas y un asesino que, en cierto modo, es
otra víctima. Tiene voz y necesita explicarse», dice Solé, que tras una
«fallida» novela histórica pulió sus armas narrativas en la escuela de
escritura del Ateneo de Barcelona. Es el mismo taller literario del que
salió Ildefonso Falcones y que Solé reivindica como «uno de los mejores
del mundo». El premio a su tesón llegó con el sí de sus editores a una
novela «tan negra como mediterránea» que se apunta al resurgir del
'thriller' rural por el que apuestan sus editores.
Investigadores
El núcleo de la trama está «en un pueblo muy real de cuyo
nombre no quiero acordarme». Según el esquema clásico, ha creado Solé
una pareja de investigadores no tan clásica. Una abogada de Barcelona,
Kate Salas, egoísta, ambiciosa y marrullera, adicta al trabajo y
originaria del valle, y un policía, el sargento Juan Bruno Silva, J. B.,
que purga su turbio pasado en Pugicerdá, capital de la comarca de la
Cerdaña, separada de Barcelona por tres horas de carretera, la montaña y
el túnel del Cadí.
«No se tienen ninguna simpatía; chocan como trenes. Ambos
quieren resolver con urgencia el asesinato del terrateniente más
poderoso de la comarca en un entorno opresivo al que pesan viejas
historias y demonios de las familias que dominan este valle de los
Pirineos», explica Solé. «Ella se saltará las normas para esclarecer el
crimen cuanto antes. Él, exbebedor, consumidor compulsivo de caramelos
Solano, con un pronto irrefrenable, querría tomar atajos pero no puede;
está defenestrado por saltarse unas reglas que ahora cumple a rajatabla
para no volver a ser suspendido». Ambos quieren resolver el crimen y
regresar a la ciudad. «La abogada para medrar en el despacho en el que
acaban de nombrarla socia y el policía para volver a la normalidad que
le hurtaron».
Pero les ata el valle, un zoo humano en el que todos los
personajes tienen raíces y fuertes conexiones. «No serían creíbles en un
medio urbano», plantea Solé. «Los enclaves fronterizos y cerrados son
muy particulares, los pecados no prescriben, la memoria es eterna y la
gente no se olvida nunca de las cosas», enumera. «Puedes enterrar un
trapo sucio muy hondo pero siempre habrá alguien dispuesto a
desenterrarlo y airearlo tres generaciones después», apunta Solé.
El germen de la novela fue una conversación de vecinas de
un pueblo del valle sobre una familia de ojos grises y mirada gélida -de
ahí el título- cuyo patriarca murió dejando una herencia endiablada.
«Era el trébol de cuatro hojas que buscaba», se ufana. «Hice crecer la
historia, subí el tono de los personajes en un enclave geográficamente
fantástico y humanamente complejo en el que se entrecruzan odios e
inquinas», explica. «La abogada no quiere regresar a la tierra donde se
crió y a un pasado doloroso, pero lo hará para ayudar a Dana Prats,
veterinaria, amiga de la infancia y sospechosa del asesinato del
empresario por el litigio generacional sobre un asunto de tierras que su
familia mantiene con los Bernat», explica la autora.
También el policía odia su entorno. «Su apellido es un
homenaje explícito a mi admirado Lorenzo Silva, un espejo para mí de
cómo deben armarse las intrigas policiales», explica una ávida
consumidora de novela negra. «Como cualquier aficionado devoré las
intrigas nórdicas y añoré una parte más personal y cercana de los
protagonistas». De ahí su apuesta por «la novela negra mediterránea, con
toques costumbristas, con entorno familiar y los personajes más
próximos». ¿Un 'Falcon Crest' del los Pirineos? «Podría ser. Es una
fórmula muy interesante como herramienta para mostrar a los personajes»,
concede risueña.
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