domingo, 31 de marzo de 2013

EL BLOC DEL CARTERO MAESTROS,./ LA CARTA DE LA SEMANA OJEDA Y LA MEMORIA DE JUAN PEDRO,.


TÍTULO:  EL BLOC DEL CARTERO MAESTROS,.

He estado buscando y no he logrado descubrir si Chesterton hizo en alguna ocasión referencia a algún discípulo suyo. Ni siquiera he encontrado consejos que diera a quienes, como él, se embarcaban en la aventura apasionante de la escritura. Lo más probable es que no haya buscado bien, pues Chesterton fue escritor prolífico.
Pero sí que he encontrado a un digno discípulo suyo. Y no lo afirmo por las citas que hace de Chesterton, frases vibrantes que salpican sus artículos de la risa de nuestro maestro. He buscado y he hallado a un chestertoniano español, tan hispánico que es imposible leer sus artículos sin vislumbrar en ellos el pensamiento tradicional de nuestro pueblo.
He estado releyendo “Nadando contra corriente”, recopilación de artículos de Juan Manuel de Prada. Uno de los textos de la variada colección que compone el libro se titula “Un santo de peso” y contiene un pasaje brillante en el que Prada compendia lo que debe a Chesterton:
“Ignoro si mediante su intercesión los tullidos han recuperado el movimiento y los ciegos la vista; pero, desde luego, la lectura de sus libros ha abierto las esplendorosas estancias de la fe para muchas personas que deambulábamos por pasadizos sombríos. Como aquellos pescadores analfabetos que un día abandonaron sus barcas, tras escuchar las prédicas de Jesús, muchos lectores de Chesterton hemos sentido, después de leer uno de sus libros, que en sus delicias paradójicas, en su luminoso afán polemista, en sus piruetas teológicas y en sus malabarismos poéticos se cifraba “una emborrachadora verdad que danza y juega”, la verdad de la fe cristiana. Y el sabor suculento de esa verdad no nos ha abandonado ya nunca”.
En cierta ocasión estuve en una conferencia de Prada. Recuerdo verlo recorrer el pasillo central del auditorio con su voluminosa figura chestertoniana. Reconoció ser un hombre que se precia de que en sus conferencias siempre se duerme alguien. Estuvo atinado en su afirmación, pero también es cierto que mientras el inculto dormía Juan Manuel de Prada desplegó en torno así toda una serie de explicaciones certeras de lo que es la sociedad actual.
Para quienes no tengan ocasión de escucharle en vivo, que sepan que desde su tribuna en el semanario XL Semanal, todos los domingos Juan Manuel de Prada asesta golpes a diestro y siniestro contra la corrupción que asola nuestra época. Reconozco que he pasado buenos ratos leyendo sus artículos y muchos de ellos han contribuido a forjar mi manera de pensar.
El estilo de Prada es abigarrado, pomposo, y entiendo que no guste a todo el mundo. De Chesterton también se ha dicho que por su forma de escribir es demasiado farragoso. Sin quitar su parte de verdad a estar afirmaciones, no se puede negar el magistral uso de la lengua que hacen ambos. Sorprende como dominan las palabras y moldean con habilidad de artesano las frases, encontrando siempre el término concreto y la expresión precisa.
Prada posee también la capacidad de hablar de nuestro tiempo de una forma atemporal, con unas frases que sabemos perdurarán en el paso de los años por estar enraizadas en la verdad. Lo contrario pasará con las afirmaciones relativistas de quienes le atacan. En el Evangelio se dice: “bienaventurados seréis cuando os injurien y persigan y, mintiendo, digan a vosotros todo mal por mi causa”. Este es el destino que le espera a Prada, que, aún sabiéndolo –pues es un católico de los que aún leen el Evangelio- osa desafiar a la tormenta. 

TÍTULO: LA CARTA DE LA SEMANA OJEDA Y LA MEMORIA DE JUAN PEDRO,.

El llorado e inolvidable Juan Pedro Domecq, criador de reses bravas, hacedor del toro que hoy conocemos mayoritariamente en las plazas, ..

El llorado e inolvidable Juan Pedro Domecq, criador de reses bravas, hacedor del toro que hoy conocemos mayoritariamente en las plazas, explicaba de forma muy didáctica alguno de los misterios del toreo. Aseguraba que el difícil trabajo del ganadero había consistido en convertir un animal que arrollaba lo que tenía por delante en otro que metía la cabeza en una muleta haciendo el avión; es decir, convertir en 'comercial' una bravura desmadejada y primitiva.
Tenía razón Domecq. Y también la tenía cuando daba por hecho que el toreo moderno entiéndase de la Guerra hacia acá lo habían cambiado tres toreros, tres: el primero fue Manolete, que se perfiló, retrasó la muleta y le dio un empaque trágico a cada faena como si el que toreara fuese el mismísimo Greco; el segundo, indudablemente, Manuel Benítez El Cordobés, el cual revoluciona socialmente la Fiesta, cambia comercialmente el valor de todos los diestros, moviliza la sociedad española de los años sesenta y maneja la muñeca detalle también importante como nadie hasta la fecha; el tercero, finalmente, no puede ser otro que Paco Ojeda, que pisa un terreno inverosímil hasta la fecha, depura el 'encimismo', se lleva los toros a la cadera y se coloca donde los demás colocan la muleta.
¿Quiere decir eso que no fueron grandes toreros Ordóñez, Dominguín, Camino o Romero? Ni mucho menos. Los mentados y alguno más, como el gran Dámaso González otro que podría estar en esa terna, fueron grandiosas figuras del toreo, pero no lo cambiaron. Coincidí plenamente con Juan Pedro aquel mediodía en Palencia poco antes de lidiar un corrida suya en San Antolín: antes de la Guerra, y con otra cabaña debido a que no había sido aún diezmada por la contienda, Joselito y Juan Belmonte habían asentado el toreo, pero después, siendo aún el toro la gran Fiesta de los españoles de todos los españoles de cualquier parte, Manolete se convierte en el gran drama y la gran referencia de la posguerra. Su muerte trágica lo hizo invencible, como sabemos, y su hueco tardó algunos años en ser cubierto. Hubo de llegar un revolucionario de Córdoba que cambió los órdenes de la Fiesta: el que mandaba era él. Benítez ganó dinero y se lo hizo ganar a sus compañeros de cartel y conmocionó a España con su valor y desparpajo; y algo más: empezó de novillero con la misma edad con la que el gran Manolo González se retiró. Francisco Ojeda, el sanluqueño inverosímil, fue el que puso el corazón en un puño a la afición española durante unos pocos años, no muchos: la máquina no aguanta mucho tiempo toreando en ese sitio. Le ganó la partida al toro y demostró como lo había hecho a su manera el grandioso Dámaso que un toro tiene faena incluso cuando se le roba el terreno.
Detrás de él han llegado magníficos toreros que se han inspirado en su valor y novedad: Tomás es hijo de ese toreo, como lo es Castella o lo es Talavante, por decir tres elementos destacados de los carteles de hogaño. Los tres son singulares, valientes y artistas, pero lo que hacen lo hizo antes Ojeda entre el 82 y el 85, creando una forma de ligar los pases que aún nos sigue motivando a sus seguidores una suerte de alucinación. A Ojeda le ha sido concedido el Premio Nacional de Tauromaquia, de reciente creación, al igual que al Caballero Rejoneador Don Ángel Peralta le han distinguido con la Medalla de las Bellas Artes, cosa justa por sus muchos años en lo alto de un caballo citando al toro para un baile deslumbrante y por haber creado una de las más justas y bellas expresiones acerca de lo que el toreo es: «Torear es engañar al toro sin mentir». Cuando supe del premio a Ojeda me acordé de mi querido amigo Juan Pedro, al que vinieron desde la Administración a darle plenamente la razón.
Hoy, Domingo de Resurrección, Sevilla reabre sus puertas al Toro, a la Fiesta. La Maestranza se dispone, de nuevo, al asombro. No está Ojeda, pero otros dedicarán su tiempo a tratar de pasar a la historia como alguien que cambió esto. Falta hace, por cierto. Que Dios reparta suerte.


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