En cuestión de amores se dice que allí donde hubo una hoguera, siempre quedará un rescoldo. Como los buenos oráculos, este refrán funciona siempre, con independencia del resultado de nuestra relación. Porque si a veces echamos de menos a esa persona con la que compartimos tan buenos momentos, en otras el escozor se transforma en un combinado de vergüenza y horror. ("¿Cómo pude besarle a él?"; "¿Qué pude ver en ese tipo que solo hablaba de coches y comía hamburguesas con la boca abierta como si no hubiera un mañana?"). Al final, el desprecio es una pasión tan intensa como la atracción primera. ¿Quién no guarda cadáveres en el armario sentimental del pasado? El problema es recordar con rencor (porque al fin y al cabo, el odio es un sentimiento tan fuerte como el amor). Y aún peor es el reencuentro, una trampa para certificar que, efectivamente, aquel tipo sigue siendo igual de "monstruoso" que en nuestras pesadillas. O no. Que tal vez nos equivocamos.
¿Hablan las mujeres de sus ex? Depende. Allí donde los hombres utilizan a todas sus conquistas, a veces mintiendo descaradamente, para alimentar su propia leyenda sentimental, las mujeres suelen tomar la vía opuesta. Con unos mínimos de discreción: solo presumen (o se quejan) entre ellas o con amigos de confianza. Es decir: la mujer suele colocar a aquel héroe de los inicios, el la sedujo hasta atontar su perspectiva racional, en una lista de errores anecdóticos de su vida, meros pies de página a modo de broma pesada con la que divertir a las íntimas durante una cena de amigas. Digamos que, a medida que se nos acumulan los ex, vamos variando no solo nuestros gustos, sino que borramos sin piedad cualquier rastro de lo anterior. Un nuevo amor eclipsa al pasado y, por comparación, ese pasado puede parecernos algo cuanto menos risible, o bien, incluso atroz.
Cambio de registro
Eterno turista sexual y (en teoría) siempre dispuesto, el hombre se nos presenta habitualmente como un nostálgico de su historial amoroso, fascinado por cada nuevo ejemplar añadido a la lista. Sin embargo, las mujeres suelen ser hipercríticas con el pasado (y con ellas mismas). Ese constante maquillar el presente, que es un arma de supervivencia emocional para muchas mientras dura la relación, se torna en implacable visión con el paso del tiemp. Y así el guapísimo y audaz motero de antaño se transforma en ese peligroso vago y maleante de hoy, o el misterioso intelectual tímido que tanto nos atraía pasa a la categoría de aburrido petulante.
¿Existe alguna explicación científica para todo esto? El terreno de los sentimientos es una farragosa materia dada a la especulación. Lo que no quita que hasta prestigiosos filósofos hayan tratado de aclarar su funcionamiento. Quizá la interpretación aún vigente sea la del siempre agudo Roland Barthes, que en su ensayo 'Fragmentos de un discurso amoroso' (Ed. Siglo XXI) establecía lo que él llamaba "el punto de corrupción": y es que, en todo proceso puede darse un reverso, ese terrible momento en que todo se va al traste. "Una palabra, un gesto, una mirada o una prenda de ropa" puede llevarnos por una pendiente de desamor, donde nuestra idealizada imagen "se altera y se invierte" dejándonos, primero, "atontados" y, luego, "horrorizados". Es el juego del amor, más aún en una sociedad que ha pasado rápidamente, con los consiguientes traumas, de las relaciones eternas a las llamadas "líquidas". Es decir, de la perdurabilidad inalterable del matrimonio a la monogamia sucesiva o hasta el "poliamor".
Más lejos llega un especialista en el estudio del fenómeno, el sociólogo italiano Francesco Alberoni, cuyos más de 30 años de dedicación al tema, en ensayos como 'Enamoramiento y amor' o 'Te amo' (ambos de Gedisa), le han permitido establecer las diferencias entre lo que es el sentimiento real y lo que es pseudo-enamoramiento. Ambos comienzan igual, con una especie de shock (o electroshock) amoroso recíproco que nos "saca de la monotonía del presente" y que comprende, desde el principio, una negación de la realidad, un chute de endorfinas, una idealización visual capaz de elevar a elegante la presencia más hortera, además de cambios de comportamiento y hasta de fisionomía (acicalamiento permanente, vocecitas ridículas en nuestras conversaciones). Es decir, un proceso de atontamiento que raya en la estupidez. Una vez superada esta fase, lo demás puede convertirse en un lento (o veloz) descenso a la realidad, con todas sus desilusiones. A la primera parte del proceso, Alberoni la ha llamado el "principio del estado naciente", un momento en que la percepción de la realidad está alterada y en el que resulta más sencillo y plausible que la relación se aborte. Alberoni, que cree que "en tiempos de Freud, lo peligroso era tener relaciones sexuales; ahora el peligro está en desarrollar sentimientos". O como dice Zygmunt Bauman sobre el amor en tiempos posmodernos: "Eros no ha desaparecido –escribe el pensador-, lo hallarás en cualquier parte, pero en ninguna se quedará mucho tiempo".
Facebook o el olvido imposible
El fenómeno del reencuentro con esos amantes y novios que creíamos enterrados en el pasado se ha disparado en los últimos años con la llegada de las redes sociales. Si antes podía pasar una vida sin que tropezáramos con un ex, ahora es de lo más habitual que observemos que nos ha localizado en Facebook, o que no nos resistamos a una búsqueda para saciar nuestra curiosidad: cómo será ahora, cómo le habrán ido las cosas, quién será su nueva pareja... Pese a que cualquier psicólogo nos avisa de lo peligroso de todo esto (tanto si es para llevarnos un desagradable chasco cuando parece estar estupendo, como para certificar nuestra victoria si se ha convertido en el monstruo que intuíamos), lo cierto es que estos rastreos proliferan. Es el caso de algunos blogs como Sorry, Mom (Lo siento, mamá); I Bang the Worst Dudes (Me lo he montado con los peores tíos) o Disgustin People I Made Out With (Tíos desagradables con los que me he enrollado), donde las blogueras se despachan a gusto con todos sus ex. Malévolos hasta lo sangrante o inocuamente desternillantes, lo cierto es que esta proliferación de post ha bastado para que se desarrollen negocios alternativos, como páginas de autoayuda, con consejos sobre qué hacer, tipo http://www.blogger.com/www.dontdatehimgirl.com (No te cites con él, chica) donde reconocer señales sobre comportamientos que nos conducirán al desamor. Pero ojo: toda esta paranoia on line puede convertirte en una desconfiada crónica o en una antipareja idónea, condenada a una perpetua soltería. Así que resulta más recomendable utilizar esa herramienta que siempre hemos tenido para estos casos: un pertinente y eterno olvido.
SAPOS Y PRINCESAS
Luisa Svallingson, 21 años, estudiante. Error: el mantenido celoso que buscaba una madre
"Soy sueca y nunca había salido con un chico latino. Me dejé llevar por esa forma pasional y algo desatenta de actuar. Acababa de llegar a España y eso hacía más intensa la experiencia. Vestía bien, era delgado, pero fuerte, y miraba muy fijamente y tenía algo de misterioso. Luego comprendí que esa apariencia misteriosa escondía en realidad una ausencia total de cosas que aportar. Era mayor que yo: tenía 30 años. Se supone que trabajaba, pero nunca tenía un duro. En mi país no damos importancia a quién paga en un bar. Luego me di cuenta que aquí no funciona así y que los hombres se sienten mal si los invitas todo el rato. A este no parecía importarle: nunca me invitó a nada, siempre ponía una excusa. Luego entendí que ni trabajaba ni buscaba trabajo. Se pasaba el día de resaca y yo, encima, lo cuidaba. Lo que una hace por alguien que le gusta, sin preocuparse, se convirtió en una especie de deber maternal. Y tampoco es que me valorase o me devolviese, en cariño o en respeto lo que yo hacía por él. Cuando aparecieron los celos, le dejé. Además, este sentimiento solo fluía en una dirección: él se citaba con otras chicas, no sé si para ligar, pero, desde luego, sin ningún problema moral. Ahora lo veo y, aunque sigo creyendo que es guapo, sé que eso es solo un gancho. No busca una novia, busca un combinado entre madre, financiera y amante fija, pero sin auténtico compromiso. Y eso es pedir demasiado ofreciendo tan poco".
Sonia Úbeda, 36 años, secretaria. Error: el deportista ególatra sin idea de seducir.
"Lo conocí en Meetic, una web para conocer gente, justo cuando iba a quitar mi perfil, porque los hombres que me contactaban eran un cuadro. Hay mujeres a las que les da igual el físico: a mí no. Para que me guste alguien, tiene que estar cachas. Él, por aquel entonces, era fotógrafo y hacía paracaidismo, surf… Era alto y fuerte. Quedamos. La foto que había puesto era de unos cuantos años antes, pero no me importó. Estuvimos un año juntos, pero solo nos veíamos los fines de semana. Desde los primeros días me di cuenta de que la relación no iba a funcionar, pero creo que, por no estar sola, me dejé llevar. Era muy egoísta y solo hablaba de sí mismo. Un soberano aburrimiento. Y, además, me creaba inseguridad, siempre poniendo en duda lo que decía o cómo me vestía. Y su cuerpo prometía mucho, pero luego el sexo era algo insípido. No tenía sentido del erotismo y era muy aburrido. Me lo encontré por casualidad hace unos meses. Estaba muy desmejorado físicamente y completamente calvo. Aún hoy no entiendo qué pude ver él. Intuyo que era algo que me tenía que pasar para poder madurar".
María de la Guardia, 26 años, euxiliar. Error: el señor patético que va de joven
"Me entró en una discoteca. Era un cuarentón rubio y de ojos azules, enorme y seductor. Lo que en principio tenía que haber sido un ligue de una noche, se convirtió en una relación más o menos seria, de un año. Pensaba que era interesante y, aunque físicamente se le notaba la edad, eso al principio no me importaba. Pero muy pronto las cosas cambiaron. Tenía unos pies hinchados horribles, como por falta de circulación, y los tobillos como columnas jónicas. Y flaccidez. Totalmente antimorbo. Luego empecé a notar la diferencia de edad, a todos los niveles. Al principio, me parecía bien que vistiera de forma tan juvenil. Luego, me di cuenta de que se resistía a asumir la edad que tenía. Y eso me fue pareciendo patético, forzaba las expresiones para parecer un chaval. Además, le gustaban los coches y me comparaba con ellos. Lo vi hace poco y me percaté de que vestido parece que lleva muy bien la edad que tiene, pero no vuelvo a picar. Y jamás volveré a salir con un hombre que me compare con un Ford o un Cadillac. Vamos, ni aunque piense que tengo un chasis de Masseratti".
Amanda Tjan, 23 años, profesora de inglés. Error: el falso emprendedor que espera que lo hagas todo
"Él era de Milán. Nos conocimos en un bar aquí, en España. Al principio, todo fue muy correcto. Íbamos muy despacio, como si realmente estuviéramos enamorados. Era muy alto, guapo, con una personalidad muy abierta. Su aspecto era muy rudo. Y parecía emprendedor. Ese año se iba a estudiar un máster en negocios internacionales a Buenos Aires. Siete meses sin vernos. Hablábamos por Skype y nos decíamos "te quiero" todos los días. ¡Incluso hablamos de boda y de hijos! Al cabo de un tiempo, y de imprevisto, me soltó que estaba perdiendo sus oportunidades de ligar en Buenos Aires y que lo dejábamos. Me dejó destrozada. Pero luego me di cuenta de muchas cosas. Por ejemplo: era demasiado tranquilo, pero no de forma sana. Más bien era un vago terrible. Me enteré de que se pasaba el día fumando porros y ahí comprendí por qué nunca se enfrentaba a las cosas. No afrontaba los problemas, intentaba escabullirse. También descubrí que, mientras estaba conmigo, salía con otras. Ahora lo veo y pienso en un orangután: siempre panza arriba, esperando que tú lo hagas todo, rascándose y muy incapaz. Suerte que me dejó. Mi vida con él hubiera sido un infierno. Y yo merezco mucho más".
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