Balotelli,-Foto- el personaje, ese que el jueves se colocó en pose musculosa de cómic tras marcarle a Alemania, se entiende a poco que se profundice en su biografía. Los medios se detienen a menudo en sus majaderías, pero la historia de Balotelli, el payasete, es muy seria. Mario Balotelli el cachas es en realidad Mario Barwuah, nacido en Palermo en 1990, hijo de inmigrantes de Ghana, un niño enfermo cuyos padres renunciaron a su custodia. Tenía una grave malformación intestinal que requería costosos cuidados. Sus primeros dos años de vida los pasó en el hospital, hasta que lo adoptó un matrimonio muy normal de un pueblo de Brescia, norte profundo de Italia. Eran los Balotelli, el señor Franco y la señora Silvia.
Mario siempre sufrió el abandono y nunca perdonó a sus padres biológicos. Y peor fue cuando surgieron de la nada al cabo de los años, dando entrevistas cuando se hizo famoso, para decirle que le querían mucho y se acordara de ellos. Les mandó a la porra. Ese notas que llama la atención con sus peinados, se hace expulsar del campo por tonterías o estrella cochazos caros es un niño grandullón necesitado de cariño. Dicen de él que está enfadado con el mundo. En el 'Calcio', desde luego, se pegó con todos y hasta Totti se lió a patadas con él.
«Tenía mucha necesidad de afecto, no se dormía si mamá no le sujetaba la mano. Buscaba siempre la confirmación de nuestro amor. En el colegio era el único de color y para ser aceptado hacía el payaso», ha contado su hermana Cristina. Los Balotelli, que tenían otros tres hijos ya mayores, envolvieron al pequeño Mario en un manto de cariño y normalidad, y aún hoy en su barrio le defienden como «un chico de oro», aunque fuera mostrara un carácter difícil. En condiciones neutras habría salido formal. Sus dos hermanos montaron una empresa y su hermana es periodista. Pero ser negro en algunos lugares del norte de Italia, donde abunda el racismo, no es fácil. Mario lo vio enseguida en cuanto empezó a jugar al fútbol en campos perdidos de juveniles. Los insultos racistas le han seguido hasta hoy.
Pero también le ha seguido su madre. La señora Silvia iba con él a las pruebas para que hiciera los deberes. Hace dos años, siendo ya una figura del Inter, aprobó selectividad, una promesa que le había hecho a sus padres. Pero ya con 15 años se veía que Balotelli era un diamante en bruto para el fútbol y a esa edad debutó en Serie C1, algo inédito que obligó a un permiso especial de la liga. Ha sido el futbolista más joven en esa categoría. Era 2006, anteayer. Ahora tiene 21 años. El chiquillo enclenque se había convertido en un tiarrón de juego espectacular. Llamó la atención de los clubes grandes. El Barcelona le hizo una prueba aquel año, pero no llegó a un acuerdo sobre el dinero. Al final se fue al Inter.
Empatados a chulería
Fue Roberto Mancini quien le dio su primera oportunidad y le hizo saltar al césped de la Serie A con 17 años. Balotelli siempre ha necesitado entrenadores paternales que le educaran, que le conocieran bien para dosificar la severidad y la confianza. Aunque no ha sido fácil. Con Mancini discutió mucho, pero con Mourinho fue una guerra a ver quién era más chulo. Acabaron empatados, y conociendo a Mourinho esto lo dice ya todo de Balotelli. El portugués se tomó a conciencia la disciplina del chaval, con castigos a la mínima estupidez. Chupó mucho banquillo y una vez le sustituyó por no defender en un córner. La puntilla fue en la famosa semifinal de Liga de Campeones que el Inter le ganó al Barcelona en 2010. Balotelli salió al final enfurruñado, no corría, fue pitado y al irse tiró la camiseta. Ahí se acabó su carrera en el Inter. En Italia nadie lo quería, por su fama de intratable, y se fue con Mancini al Manchester City, donde la relación de amor y odio con él y con la afición se ha repetido sin variaciones, salvo que cada vez él juega mejor. Para la prensa británica ha sido un circo, entre broncas, accidentes de tráfico, ligues y sucesos inverosímiles. El más sonado, el incendio de su casa: se puso a tirar cohetes desde la ventana del cuarto de baño y comenzaron a arder las toallas. Aunque también es célebre por hacer regalos e invitar a todo el mundo. Si madura, será un jugador colosal.
En la selección italiana ha sido parecido. Solo un técnico humano y paciente como Prandelli le ha dado por fin su oportunidad. En Italia muchos criticaron que le llevara a la Eurocopa, pues era una baza muy arriesgada. Podía liarla en cualquier momento y los primeros partidos no presagiaban nada bueno. Al final la lió, pero con dos golazos contra Alemania. Su pose provocadora de culturista puede haber sido su forma de decir que ahí estaba Mario Barwuah, el bebé raquítico por el que nadie daba una lira. Se hacía el duro, pero era una caricatura, enseguida rompió a reír. Tras el partido, subió a la tribuna a abrazar a una mujer blanca ya mayor, su madre, la señora Silvia.
TÍTULO: DEBE EL VELO SER OLIMPICO.
TÍTULO: DEBE EL VELO SER OLIMPICO.
Tenía que ser Londres. La ciudad símbolo de la multiculturalidad, con siete millones de habitantes que hablan 300 lenguas y practican todas las confesiones existentes, se ha convertido en el escenario de un turbulento debate que ha soliviantado ya casi todas las capitales europeas. Se trata, claro, de la pertinencia del velo, una cuestión que se ha venido despachando en el terreno de la libertad religiosa versus la aconfesionalidad, o el respeto a otras culturas versus el feminismo, pero que en período olímpico alcanza matices aún más complejos. ¿Cómo contravenir a la minoría religiosa más numerosa de la ciudad, nada menos que un 9% de la población londinense? ¿Se puede asumir el frenazo que supondría el veto del velo para las deportistas religiosas que han superado todo tipo de barreras para practicar, a un buen nivel, deportes olímpicos en sus países de origen? ¿Por qué se centra en la seguridad una discusión que tiene que ver, sobre todo, con la discriminación de la mujer en determinados regímenes político-religiosos?
Unas olimpiadas "religion friendly"
Lo cierto es que la atención de la comunidad internacional se centra estos días en el devenir de un hipotético equipo olímpico musulmán, una especie de difusa nación paralela que viene siendo negada por algunas federaciones olímpicas internacionales, especialmente la FIFA (Federación Internacional de Fútbol), muy empeñada en proteger la seguridad de las jugadoras durante los partidos. En la actualidad, su reglamento establece que los "uniformes de los jugadores no deben llevar ningún signo político, religioso o personal". En 2007, prohibió el uso del hijab ante el peligro de choques entre las contendientes, que veían mermada su visión lateral, y arguyendo el riesgo de lesiones en el cuello o en la cabeza. Debido a este veto, la selección femenina de Irán no pudo completar la fase de clasificación, al negarse a jugar frente a Jordania con la cabeza descubierta. Este año, sin embargo, nuevos y mejorados diseños podrían hacer cambiar de opinión al máximo organismo del fútbol mundial, que debe hacer pública su decisión definitiva el próximo 2 de julio.
En este momento, la presión es máxima, encabezada por el príncipe Alí de Jordania, vicepresidente en Asia de la FIFA, quien ha declarado que "el hijab no debe impedir la participación de las mujeres musulmanas en los Juegos Olímpicos (...) Las olimpiadas serán una gran oportunidad para las mujeres árabes y musulmanas de demostrar sus capacidades". Wilfried Lemke, asesor especial del secretario general de Naciones Unidas (ONU) para el deporte al servicio de la Paz y el Desarrollo, también se ha pronunciado a favor. Seguramente, influye que el fútbol es el deporte que más rápido gana adeptos en el mundo musulmán, hasta el punto de que Catar será al sede de los Mundiales de 2022: será la primera nación árabe en albergarlos. Para entonces, según datos del Pew Research Center’s Forum, 1,9 billones o, lo que es lo mismo, el 24,6% de la población mundial será musulmana. Una audiencia nada despreciable.
Además, este año Catar envía por primera vez a unas olimpiadas a tres de sus deportistas (Doha, su capital, fue candidata a celebrar las de 2020), aunque Arabia Saudí y Brunei se mantienen en su negativa a hacer lo propio. Y durante los pasados Juegos de Pekín, a pesar de que el Gobierno chino prohibió expresamente cualquier símbolo religioso, un buen número de deportistas de Afganistán, Egipto, Irán, Bahrein, Yemen, Emiratos Árabes y Omán compitieron tocadas por el hijab o alguna de sus variantes en las pistas. Taekwondo, atletismo, esgrima, rugby, remo o tiro con arco son los deportes cuyas federaciones admiten la modificación de la indumentaria deportiva femenina para adaptarse al recato extremo que la religión islámica exige a las mujeres.
El comité organizador de Londres 2012 parece especialmente preocupado por convertir estas olimpiadas en las más "religion friendly" (amables con las diferencias religiosas) de la Historia. Como la competición coincide, inoportunamente para los deportistas, con el Ramadán, los comedores de la villa olímpica tendrán que prepararse para dar de comer fuera del horario convencional a los que decidan seguir el ayuno diurno. Además, la organización ha admitido que los atletas sikhs porten durante el desfile inaugural su tradicional daga como símbolos religioso y ha contratado la cifra récord de 193 capellanes de distintas confesiones para atender a los fieles olímpicos. Sin embargo, en todo lo que respecta al velo, la alusión a la confesionalidad aparece solo de manera tangencial. ¿Por qué se reduce el debate a una mera cuestión de seguridad de las mujeres en el campo de juego?
¿Libertad o todo lo contrario?
Al final, en el debate del hijab olímpico, la cuestión sobre la raíz político-religiosa del problema se elude por la misma razón por la que se hace fuera del ámbito deportivo. Excepto en aquellos países donde su uso es obligatorio, en las sociedades occidentales con gran peso de población musulmana, una mujer puede llevar velo como símbolo contracultural, como obligación social o símbolo de lo moralmente correcto, como reivindicación en un medio en el que se percibe rechazo o incluso desde cierto enfoque feminista, como un medio de sustraer el cuerpo a la mirada masculina, mostrando que no se es una mujer objeto.
La libertad de expresión y de culto parece avalar el uso del pañuelo por parte de las mujeres que, efectivamente, libremente así lo eligen. Sin embargo, grupos feministas y pro derechos humanos consideran que es imposible soslayar la violencia que los regímenes islámicos ejercen sobre las mujeres y el carácter simbólico de la vestimenta femenina en los países donde rige la sharia (especialmente en Irán y Arabia Saudí, los únicos donde es obligatorio el uso del velo). Wassyla Tamzali (Argel, 1941), exresponsable del programa de la Unesco sobre los derechos de la mujer, autora de 'Mi tierra argelina' (Saga Editorial) y antigua redactora jefe de Contact, considerada la primera revista magrebí libre, es muy visceral con el tema y se refiere a "la trampa" del velo de la siguiente manera: "Dicen que se ponen el velo por libertad y no saben que es falso y peligroso. El velo no permite liberar a la mujer. Yo puedo libremente pedirle a alguien que me haga daño, puedo renunciar libremente a mi libertad, pero eso no me hará más libre".
Por su parte, Qanta Ahmed, doctora paquistaní afincada en Nueva York y autora de 'En la tierra de las mujeres invisibles' (Ed. Sourcebooks), también se ha referido a la posible aprobación por parte de la FIFA del velo en términos muy críticos: "Coaccionando a la FIFA para que traicione sus principios, manteniendo, falsamente, que el velo es solo un icono cultural inherente a la mujer musulmana, los islamistas neo-ortodoxos se aseguran una colosal victoria, que les permite influir en la construcción de la identidad pública musulmana. Y todo por una bien intencionada pero desafortunada tolerancia que nos lleva a consentir los ideales islámicos, mientras nos vemos imposibilitados para actuar en beneficio de la mujer saudí, cuyo único deseo es participar en unas olimpiadas que su gobierno les niega".
La doctora Ahmed está convencida de que la presencia del velo en el césped traiciona los ideales olímpicos y deportivos: "Estamos a punto de anular el formidable poder del fútbol para unir un mundo cada vez más dividido –afirma la afgana afincada en Estados Unidos–. Y aunque nuestra tolerancia hacia el velo desde occidente nos haga sentir bien, no influye ni una pizca en la más opresiva de las manifestaciones de la ideología islámica. Al final, nos preocupamos solo por el escaparate en vez de comprometernos sinceramente con las atletas musulmanas. Tristemente, decepcionamos a las mujeres musulmanas, que permanecen como testigos pasivos y silenciosos de esta, su lucha".
Unas olimpiadas "religion friendly"
Lo cierto es que la atención de la comunidad internacional se centra estos días en el devenir de un hipotético equipo olímpico musulmán, una especie de difusa nación paralela que viene siendo negada por algunas federaciones olímpicas internacionales, especialmente la FIFA (Federación Internacional de Fútbol), muy empeñada en proteger la seguridad de las jugadoras durante los partidos. En la actualidad, su reglamento establece que los "uniformes de los jugadores no deben llevar ningún signo político, religioso o personal". En 2007, prohibió el uso del hijab ante el peligro de choques entre las contendientes, que veían mermada su visión lateral, y arguyendo el riesgo de lesiones en el cuello o en la cabeza. Debido a este veto, la selección femenina de Irán no pudo completar la fase de clasificación, al negarse a jugar frente a Jordania con la cabeza descubierta. Este año, sin embargo, nuevos y mejorados diseños podrían hacer cambiar de opinión al máximo organismo del fútbol mundial, que debe hacer pública su decisión definitiva el próximo 2 de julio.
En este momento, la presión es máxima, encabezada por el príncipe Alí de Jordania, vicepresidente en Asia de la FIFA, quien ha declarado que "el hijab no debe impedir la participación de las mujeres musulmanas en los Juegos Olímpicos (...) Las olimpiadas serán una gran oportunidad para las mujeres árabes y musulmanas de demostrar sus capacidades". Wilfried Lemke, asesor especial del secretario general de Naciones Unidas (ONU) para el deporte al servicio de la Paz y el Desarrollo, también se ha pronunciado a favor. Seguramente, influye que el fútbol es el deporte que más rápido gana adeptos en el mundo musulmán, hasta el punto de que Catar será al sede de los Mundiales de 2022: será la primera nación árabe en albergarlos. Para entonces, según datos del Pew Research Center’s Forum, 1,9 billones o, lo que es lo mismo, el 24,6% de la población mundial será musulmana. Una audiencia nada despreciable.
Además, este año Catar envía por primera vez a unas olimpiadas a tres de sus deportistas (Doha, su capital, fue candidata a celebrar las de 2020), aunque Arabia Saudí y Brunei se mantienen en su negativa a hacer lo propio. Y durante los pasados Juegos de Pekín, a pesar de que el Gobierno chino prohibió expresamente cualquier símbolo religioso, un buen número de deportistas de Afganistán, Egipto, Irán, Bahrein, Yemen, Emiratos Árabes y Omán compitieron tocadas por el hijab o alguna de sus variantes en las pistas. Taekwondo, atletismo, esgrima, rugby, remo o tiro con arco son los deportes cuyas federaciones admiten la modificación de la indumentaria deportiva femenina para adaptarse al recato extremo que la religión islámica exige a las mujeres.
El comité organizador de Londres 2012 parece especialmente preocupado por convertir estas olimpiadas en las más "religion friendly" (amables con las diferencias religiosas) de la Historia. Como la competición coincide, inoportunamente para los deportistas, con el Ramadán, los comedores de la villa olímpica tendrán que prepararse para dar de comer fuera del horario convencional a los que decidan seguir el ayuno diurno. Además, la organización ha admitido que los atletas sikhs porten durante el desfile inaugural su tradicional daga como símbolos religioso y ha contratado la cifra récord de 193 capellanes de distintas confesiones para atender a los fieles olímpicos. Sin embargo, en todo lo que respecta al velo, la alusión a la confesionalidad aparece solo de manera tangencial. ¿Por qué se reduce el debate a una mera cuestión de seguridad de las mujeres en el campo de juego?
¿Libertad o todo lo contrario?
Al final, en el debate del hijab olímpico, la cuestión sobre la raíz político-religiosa del problema se elude por la misma razón por la que se hace fuera del ámbito deportivo. Excepto en aquellos países donde su uso es obligatorio, en las sociedades occidentales con gran peso de población musulmana, una mujer puede llevar velo como símbolo contracultural, como obligación social o símbolo de lo moralmente correcto, como reivindicación en un medio en el que se percibe rechazo o incluso desde cierto enfoque feminista, como un medio de sustraer el cuerpo a la mirada masculina, mostrando que no se es una mujer objeto.
La libertad de expresión y de culto parece avalar el uso del pañuelo por parte de las mujeres que, efectivamente, libremente así lo eligen. Sin embargo, grupos feministas y pro derechos humanos consideran que es imposible soslayar la violencia que los regímenes islámicos ejercen sobre las mujeres y el carácter simbólico de la vestimenta femenina en los países donde rige la sharia (especialmente en Irán y Arabia Saudí, los únicos donde es obligatorio el uso del velo). Wassyla Tamzali (Argel, 1941), exresponsable del programa de la Unesco sobre los derechos de la mujer, autora de 'Mi tierra argelina' (Saga Editorial) y antigua redactora jefe de Contact, considerada la primera revista magrebí libre, es muy visceral con el tema y se refiere a "la trampa" del velo de la siguiente manera: "Dicen que se ponen el velo por libertad y no saben que es falso y peligroso. El velo no permite liberar a la mujer. Yo puedo libremente pedirle a alguien que me haga daño, puedo renunciar libremente a mi libertad, pero eso no me hará más libre".
Por su parte, Qanta Ahmed, doctora paquistaní afincada en Nueva York y autora de 'En la tierra de las mujeres invisibles' (Ed. Sourcebooks), también se ha referido a la posible aprobación por parte de la FIFA del velo en términos muy críticos: "Coaccionando a la FIFA para que traicione sus principios, manteniendo, falsamente, que el velo es solo un icono cultural inherente a la mujer musulmana, los islamistas neo-ortodoxos se aseguran una colosal victoria, que les permite influir en la construcción de la identidad pública musulmana. Y todo por una bien intencionada pero desafortunada tolerancia que nos lleva a consentir los ideales islámicos, mientras nos vemos imposibilitados para actuar en beneficio de la mujer saudí, cuyo único deseo es participar en unas olimpiadas que su gobierno les niega".
La doctora Ahmed está convencida de que la presencia del velo en el césped traiciona los ideales olímpicos y deportivos: "Estamos a punto de anular el formidable poder del fútbol para unir un mundo cada vez más dividido –afirma la afgana afincada en Estados Unidos–. Y aunque nuestra tolerancia hacia el velo desde occidente nos haga sentir bien, no influye ni una pizca en la más opresiva de las manifestaciones de la ideología islámica. Al final, nos preocupamos solo por el escaparate en vez de comprometernos sinceramente con las atletas musulmanas. Tristemente, decepcionamos a las mujeres musulmanas, que permanecen como testigos pasivos y silenciosos de esta, su lucha".
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