jueves, 21 de junio de 2012

A NURIA BERMÚDEZ SE LE ACABA EL TIEMPO./ LOS JAPONESES YA NO COMEN BALLENA.

TÍTULO: A NURIA BERMÚDEZ SE LE ACABA EL TIEMPO.

No hay vuelta atrás. Nuria Bermúdez ha luchado con uñas y dientes durante tres años para poder seguir viviendo con su hijo en la casa que Dani Güiza posee en Boadilla del Monte, en Madrid. Pero, finalmente, el Tribunal Supremo ha fallado en su contra y la deja de patitas en la calle: la exmodelo y representante de futbolistas deberá abandonar la vivienda antes del día 9 de agosto.
El litigio entre Nuria y el ahora jugador del Getafe comenzó en 2009, cuando él le pidió por primera vez que dejase la casa. Lo contó entre lágrimas en 'La Noria', pero no consiguió conmover al padre de su hijo y el tema terminó en los tribunales. En un primer momento, en 2011, un juez de Mallorca dio la razón a Bermúdez, una decisión que ahora revoca el Supremo.
Recuerda el Alto Tribunal que la casa madrileña no constó jamás como domicilio familiar y que la misma Nuria reconoció en su día que la residencia habitual de la pareja se encontraba en la localidad mallorquina de Luchmajor. Es más, Güiza es el único propietario que figura en las escrituras de la vivienda. Eso sí, Bermúdez podrá reclamar los costes de las obras de reforma que ha realizado en la misma.
No obstante, Nuria y su pequeño Daniel, de 5 años, no se quedan desamparados. El mismo juzgado que en 2009 le otorgó la custodia de su hijo estableció que el jugador del Getafe debe pasarle una pensión mensual de 4.000 euros., foto Nuria Bermúdez.

TÍTULO: LOS JAPONESES YA NO COMEN BALLENA.

Mientras la flota japonesa se obstina en seguir matando ballenas escudada en supuestos «fines científicos» ante la repulsa de medio mundo, los ciudadanos de Japón parecen haberle dado la espalda a esa industria.
Lo peor no es solo la vergüenza de esa actitud depredadora sino la inutilidad de la cacería. Más de seis millones de kilos de carne de ballena esperan en las cámaras frigoríficas niponas el incierto momento de salir al mercado. Los japoneses han dejado de incluirla en sus platos y el precio ha caído por los suelos. Por eso se ofrecía en los menús escolares de 5.300 escuelas e institutos de todo el país. También podía degustarse como pinchos morunos y en forma de hamburguesa, a la parrilla, con lechuga y mahonesa. Esta especie de MacBallena costaba 3 euros.
Las subastas de carne de ballena suman fracaso tras fracaso en los mercados nipones. El Instituto de Investigación sobre los Cetáceos (IRC) ha admitido que 908 de las 1.211 toneladas capturadas en la anterior campaña y comercializadas en los últimos meses no han encontrado comprador. Y las 300 que pudieron vender lo fueron a un precio muy inferior al esperado. Una cuestión que debería dar que pensar a Kyodo Senpaku, la empresa encargada de las pesquerías niponas. Según Greenpeace, cada campaña ballenera le cuesta a Japón unos 30 millones de euros... dinero que invierte gustoso como manera de estar presente en las aguas de medio mundo. Pero si la carne se pudre, no recuperan ni un yen: el pasado ejercicio se cerró con unas pérdidas de 19 millones de euros.
¿Será este el camino para que Japón abandone sus capturas?
«Está claro que no hay mercado para la carne de ballena en el país. Hace unos años incluyeron ballena en los menús escolares, pero decidieron retirarla por las altas tasas de tóxicos y de mercurio. La industria ballenera japonesa está altamente subsidiada, hoy es una industria que hace aguas», apunta Raúl García, responsable de Pesca de la organización conservacionista WWF.
Pese al establecimiento en 1986 de una moratoria internacional sobre la captura de cetáceos, Japón se ha beneficiado de diversas derogaciones amparadas por la Comisión Ballenera Internacional, siempre bajo la excusa de proceder a «estudios científicos» de las ballenas cazadas en el Pacífico y en aguas de la Antártida.
En la campaña del invierno 2011-2012 la flota japonesa capturó 267 cetáceos, lejos de su objetivo, fijado en 900. Se trataba de ballenas minke, de Bryde y de rorcuales boreales. Por si fuera poco, los buques nipones son hostigados por activistas de la organización proteccionista Sea Shepherd, una práctica que IRC califica de «actos de terrorismo».
2,3 kilos por persona
Antes de la moratoria de 1986, los japoneses consumían una media de 2,3 kilos de carne de ballena por habitante y año. Hoy, no llegan a los 100 gramos. Según una encuesta encargada por Greenpeace Japón, el 88% de los ciudadanos japoneses asegura que no ha comido nunca ballena o que lo hizo hace «muchos años». Y, eso, a pesar de que es una carne tirada de precio. El consumo se mantiene en las regiones de tradición ballenera, como en algunos poblados de la zona norte donde alimentarse de delfines y pequeños rorcuales es una costumbre centenaria.
La flota ballenera japonesa nació tras la II Guerra Mundial en una jugada maestra del general norteamericano Douglas MacArthur, comandante supremo de las Fuerzas Aliadas en el Frente del Pacífico Sur: ordenó armar dos buques balleneros para proporcionar proteína barata a la población japonesa tras la ocupación. Por un lado, se ahorraba el coste del transporte de reses y latas de conserva desde EE UU; por otro, suscribió un contrato con los armadores: Japón se quedaría con la carne y entregaría la grasa a EE UU. MacArthur gastó 800.000 dólares en combustible y, a cambio, se embolsó 4 millones de dólares por la venta del aceite de ballena. Un negocio redondo.
Cuando la precaria situación alimenticia del país pasó a mejor vida, la industria ballenera japonesa siguió arponeando cetáceos en los mares antárticos ante el estupor del mundo. ¿Habrá llegado el día en que pongan fin a esa caza?

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