jueves, 21 de junio de 2012

EL FABRICANTE DE ESPADAS./ CUANDO LLEGUÉ METÍ UN CHULETÓN.

TÍTULO: EL FABRICANTE DE ESPADAS.

José Pérez González-foto-, de 63 años, hacía de niño lo que otros muchos vecinos de Belvís de Monroy, jugar en el interior del castillo medieval que preside el casco urbano de esta pequeña población próxima a Navalmoral de la Mata. Los chavales excavaban buscando tesoros, que algunos encontraban en forma de restos de flechas o espadas. De alguna manera esos juegos y esas armas le marcaron de pequeño, puesto que lleva buena parte de su vida construyendo espadas, escudos o mallas, en la mayoría de los casos para regalar o conservar.
El artesano belviso explica que su abuelo tenía un horno de pan al lado de la fragua de Fausto y su hermano, «los herreros de toda la vida de Belvís». De ellos aprendió, de pasar muchas horas en la fragua viendo como trabajaban el hierro. Ahora mismo cree que debe ser el último artesano de la herrería que queda en el Campo Arañuelo.
De su atracción infantil por el hierro pasó, con los años, a querer aprender a manejar los metales para dedicarse a ellos como profesión. «Aprendí muchísimas cosas del tratamiento de los metales y de la forma que tenían de forjar los primeros hombres, y así empecé a hacerlo -recuerda- Era muy sencillo y muy rústico, pero conseguían cosas muy buenas a base de golpeo. Lumbre, fuego y martillo. Era únicamente eso. Y dentro de mi trabajo en la fragua empecé a trabajar el hierro a la antigua».
Así forjó su primera espada, después de experimentar con armas más pequeñas, como puñales o dagas. Fue con trozos de hierro que iba pegando hasta tener la espada, que asegura dejó tal cual, al tiempo que la muestra con orgullo. Pesa cerca de 4 kilos y mide 1,30 metros. «Está hecha de un acero muy bueno. Y es durísima, afirma. No está rematada, porque quería demostrar que a golpeo se podía hacer una cosa tan fina como puede ser un cuchillo».
Esa primera espada es del tipo 'tizona', como José Pérez detalla con precisión. «Es la clásica tizona, con la misma distancia delante que detrás, fina y gorda en el centro, ligera y muy resistente». Ahí marca las diferencias con la otra más conocida, la toledana, «que es ancha de atrás y fina de adelante».
Después de tantos años dedicado a esta afición ha perdido la cuenta de las espadas que ha hecho, además de mallas, cascos, escudos o corazas. Pueden ser 400 o 500, si bien reconoce que cada vez hace menos. Curiosamente la mayoría las ha hecho para regalarlas, «a gente que le interese ésto lógicamente, porque si no no tiene sentido».
Entre quienes poseen algunas de sus espadas están muchos de los alumnos de las escuelas taller en las que trabajó durante una década como monitor de forja, tanto en Belvís como en Navalmoral. O su propia hija, para la que elaboró una espada más pequeña para que cortara la tarta de la Comunión, con su nombre y la fecha grabados.
Porque ese, el grabado, es otro de los aspectos que destaca de su hobby, que aprendió de unos artesanos árabes en un viaje a Marruecos y Argelia.
«Una vez que empecé a manejar el hierro quería hacer otras cosas. En ese viaje vi a artesanos como trabajaban grabando en metal. Seguían un método muy antiguo que empecé a practicar. Se coge la chapa, se echa encima cera de abeja, se deja enfriar y luego se raspa toda la cera con el dibujo que se quiere sacar. Una vez que está bien raspada debajo tiene el metal. Entonces se echa sal muy fina y ácido. El ácido penetra en el metal y se lo come y cuando se quita todo tenemos el grabado. Salen cosas maravillosas».

TÍTULO: CUANDO LLEGUÉ METÍ UN CHULETÓN.
 
Ha comido mono, gusanos y 'chicha', una masa de yuca que se elabora masticando y escupiendo la planta. No es la mejor de las experiencias que uno se pueda imaginar, pero para Carlos Codina ha sido «única e indescriptible». Él, su mujer Marisol y los hijos de ésta han convivido durante un mes con los Shiwiar, una tribu que habita en lo más profundo de la selva amazónica y de la que ya son cinco miembros más. La familia Merino es una de las ganadoras de la edición más extrema de 'Perdidos en la tribu' (Cuatro), que cerró el martes temporada con un 8,1% de audiencia media.
- Si algo tiene el programa es que al no ser en directo pueden seguirlo desde casa. ¿Cómo se han visto los Merino?
- Nos hemos vistos raros. Allí nadie nos traducía, ni nos explicaba nada, así que al ver el programa ahora nos estamos enterando de muchas cosas. Nos sentimos un poco tontos y nos decimos: '¡Mira que no entenderles eso!'.
- ¿Y no da vergüenza verse en la tele, además, en una situación como esa?
- Después de tanto rodaje y tanta cámara, pues no mucha... Lo que si nos da vergüenza a Marisol y a mí es que nos paren por la calle para hacernos comentarios y preguntarnos cosas sobre el programa.
- La relación con los hijos de su mujer no era buena. ¿Pero hacía falta viajar hasta el Amazonas para arreglarlo?
- Sí, allí la convivencia es extrema y te apoyas más los unos en los otros, por lo que la relación se afianza.
- ¿Y qué ha quedado a la vuelta?
- Son chicos ya mayores y ya tienen su independencia. Cuando vuelves cada uno tiene su vida. Pero el respeto ahora es otro. Todo va mejor.
- Sus chavales se pensaban que iban de vacaciones.
- Es que no pensábamos que iba a ser tan duro. Se pasa muy mal. Para adelgazar once kilos... ¡Imagínate! Pero, pese a que la primera impresión fue chocante, al final, mira, no hay un solo día que no nos acordemos de aquello.
- ¿No pasaron miedo?
- No, la tribu trata de cuidarte y de defenderte, como si fuéramos sus niños. Con todo lo que creemos que sabemos aquí, en lo que llamamos civilización... allí te encuentras indefenso.
- ¿Le gustaría volver?
- Vista la situación de España... Allí que no tienen estos problemas. Te dan ganas de coger unos zapatos y unos pantalones y marchar con ellos. Son más felices que nosotros con diferencia. Allí no tienen problemas de IVA, ni de Hacienda, ni de nada de nada.
75.000 euros para cinco
- ¿Recuerda su primera comida a la vuelta?
- Cuando llegué a Madrid me metí un chuletón de buey. Tengo eso presente.
- No habrán venido nada mal los 75.000 euros del premio. ¿Cómo los han repartido?
- Pues en cinco partes.
- Esto no tiene por qué haber terminado. ¿Aceptarían que los Shiwiar entrasen en su casa en la nueva edición de 'Perdidos en la ciudad'?
- Por supuesto que sí. Son como nuestra familia, y para ellos nosotros creo que también lo somos. Así que encantados. Son personas de las que te acuerdas por la mañana, por la tarde, a la hora de acostarte... Les echamos mucho de menos.
- ¿Cómo se adaptarían a León?
- Les pasaría como a nosotros allí. Estarían indefensos y nos tocaría a nosotros defenderlos, pero en una jungla más dura que aquella.

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