Dani el Rojo-foto- "Lo que yo robé no es nada comparado con lo delos banqueros y la crisis"
He estado en prisión 16 de mis 49 años. Atraqué 500 bancos y ahora hago de escolta para gente como Rosario o Calamaro. He publicado El gran golpe del gángster de Barcelona (Ediciones B), una novela autobiográfica.
XLSemanal. Atracos, secuestros, tiroteos, drogas, sexo... ¿Qué lo animó a escribir semejante confesión?Dani el Rojo. En mi libro hay 150 personajes y 140 hoy están muertos. Pertenezco a una generación perdida Ha sido un exorcismo.
XL. ¿Ha pedido perdón a sus víctimas?
D.R. ¿He de pedir perdón por haber sobrevivido? No he matado a nadie. Aprendí de mis errores, vencí a las drogas, pero ese es mi pasado. No me arrepiento de nada.
XL. Secuestró a la familia del director de un banco. Imagine que ellos leyeran su libro, ¿cómo cree que se sentirían?
D.R. Podrían reconocer el episodio, aunque ese modus operandi no se hizo solo una vez. Hice varios atracos así. Pero, repito, yo ya pagué mi condena.
XL. Si yo trabajara en un banco y lo viera entrar, le daría todo el dinero sin dudar un momento...
D.R. Medir 1,90 y pesar más de 100 kilos ayuda. Un atraco es intimidación. El atraco perfecto es poco tiempo, mucho dinero y cero daños. Piensa que te llevas el dinero del banco, que está asegurado, no el de los clientes.
XL. Ya que lo menciona, ¿cómo ve esto de reflotar bancos con dinero público?
D.R. Para cagarse. No tengo autoridad para hablar, lo sé, pero lo que me llevé es una minucia comparado con lo que se levantan algunos banqueros con la crisis.
XL. En su caso, ¿de cuánto hablamos?
D.R. No lo sé, pero Hacienda me reclama 900 millones de pesetas.
XL. Pues qué quiere que le diga, Hacienda somos todos...
D.R. Ya, pero mire, fui un delincuente, drogadicto durante 25 años; estoy limpio desde hace 15. La reinserción es voluntaria; cambiar no es fácil, créame. Salí en libertad, me casé, tengo dos hijos y no puedo tener nada a mi nombre. Si quiero hacer vida normal, ¿cómo pago eso? ¿Acaso no he pagado ya? Es incongruente, no ayuda a la reinserción.
XL. Se pulía un millón de pesetas por semana; 5 gramos de heroína al día; 20 de cocaína... Exagera usted, ¿no?
D.R. Me quedo corto, eran dos millones por semana. Pesetas de los 80, ¡ojo!XL. ¿Se siente en deuda con alguien?D.R. Sin los psicólogos y terapeutas de las cárceles no lo habría conseguido.
XL. Loquillo le dio su primer empleo. De no ser por él ¿qué habría hecho?
D.R. Jamás habría podido estar en una oficina o de funcionario. Loquillo me abrió las puertas, luego, he hecho seguridad para Calamaro, Rosario, Paulina, Bunbury, Messi...
Su desayuno. Secuelas de mala vida «Soy insomne; ceno cuatro veces antes de dormir y, al despertar, no tengo hambre. Un refresco de cola es mi café y el agua para los fármacos, por los anticuerpos del VIH».
TÍTULO: DOS HISTORIAS SOBRE LA HIPOCRESÍA.
La ley y las frutas
En el desierto, las frutas eran raras. Dios llamó a uno de sus profetas y le dijo:
-Cada persona solo puede comer una fruta por día.
La costumbre se obedeció durante generaciones, y el ecosistema del lugar fue respetado. Como las frutas restantes daban semillas, otros árboles fueron surgiendo. En poco tiempo, toda aquella región se transformó en un terreno fértil, envidiado por otras ciudades.
Las personas de aquel pueblo, sin embargo, continuaban comiendo una fruta por día, fieles a la recomendación que un antiguo profeta transmitiera a sus ancestros. Además, no permitían que los habitantes de otras aldeas se aprovechasen de la abundante producción que se daba todos los años.
Como resultado, las frutas se pudrían en el suelo.
Dios llamó a un nuevo profeta y le dijo:
-Permíteles que coman las frutas que quieran. Y pídeles que compartan su abundancia con sus vecinos.
El profeta llegó a la ciudad con el nuevo mensaje, pero acabó siendo apedreado, ya que la costumbre estaba arraigada en el corazón y en la mente de cada uno de los habitantes.
Con el tiempo, los jóvenes de la aldea empezaron a cuestionar aquella bárbara costumbre.
Pero, como la tradición de los mayores era intocable, decidieron apartarse de la religión. De esta manera podían comer cuantas frutas quisieran y entregar el resto a los que necesitaban alimento.
En la iglesia local solo quedaron los que se consideraban santos, pero que en realidad eran personas incapaces de percibir que el mundo se transforma y que nosotros debemos transformarnos con él.
El profeta y los tigres
El falso profeta llegó a la aldea y aterrorizó a todo el mundo con amenazas de males que vendrían del bosque. Las personas, asustadas, reunieron una enorme cantidad de dinero y se la entregaron a este hombre con el objetivo de que alejase de ellos aquellos peligros de los que hablaba.
El hombre compró algunos panes viejos y empezó a arrojarlos a trozos alrededor del bosque, recitando palabras incomprensibles. Un muchacho se lo acercó:
-¿Qué está usted haciendo?
-Estoy salvando a tus padres, a tus abuelos y a tus amigos de la amenaza de los tigres.
-¿Tigres? ¡Pero si no hay tigres en este país!
-Gracias a mi magia dijo el falso profeta, que, como puedes ver, funciona siempre.
El muchacho aún quiso replicar alguna cosa, pero los habitantes decidieron expulsarlo de la ciudad, pues estaba estorbando el trabajo de aquel hombre santo.
La reflexión
Dice el monje benedictino Steindl-Rast:
«Por la mañana debemos comportarnos como si fuésemos a cruzar una calle: parar, mirar a los lados y seguir adelante».
«Antes de lanzarnos a la actividad frenética del día, primero nos paramos. Esto nos permite reflexionar sobre nuestras prioridades, sobre las actitudes posibles frente a un problema y sobre las decisiones que debemos tomar».
«A continuación miramos a los lados. De nada sirve parar si no observamos lo que ocurre a nuestro alrededor. Es necesario entender que, al tomar una decisión, estamos influyendo y siendo influidos por todo lo que sucede en nuestro entorno».
«Por último avanzamos. De nada sirve parar y mirar a los lados si no tenemos un objetivo definido. El hecho de actuar es lo que lo justifica todo y lo que nos permite mostrar, a través del trabajo, la inmensa gloria de Dios. Y para que todo eso salga bien, basta con actuar como si estuviéramos cruzando una calle»
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