sábado, 5 de mayo de 2012

ENRÉDATE CON UN JUDOKA QUE NO VE EL FINAL./ LOS QUE SE CREYERON DIOS DEBEN PAGAR:

TÍTULO: ENRÉDATE CON UN JUDOKA QUE NO VE EL FINAL.

A sus 57 años el pacense Javier de la Marta, vigilante de seguridad, ha obtenido la medalla de plata en el campeonato de España de veteranos .

A este judoka le va la marcha. Lo reconoce él mismo y ni su mujer ni el médico que le diagnosticó serios problemas de espalda hace siete años pueden desmentirlo. En 2005 se celebraba el campeonato del Mundo de Judo para policías y bomberos en Canadá y durante el reconocimiento previo le aconsejaron que lo dejara, que no tenía el cuerpo para seguir trotando por los tatamis pues varias hernias amenazaban seriamente su columna vertebral.
«A mi familia le daba miedo que viajara solo tan lejos, cogiera tres aviones, disputara los combates y me lesionara, con el riesgo que supondría después tener que regresar por mi cuenta». El extremeño Javier de la Marta llegó al combate final, ganó a un ruso y se trajo a Badajoz la medalla de oro ante el asombro de sus allegados.
Entonces este pacense acababa de cumplir 51 años y ahora, con 57, el mes pasado acaba de conseguir la medalla de plata en el Campeonato de España para veteranos celebrado en Vitoria, lo que le da acceso al campeonato de Europa de veteranos que se celebra el día 12 de mayo en Polonia. «No podré acudir porque con la crisis -dice- nadie te ayuda a financiar el viaje. En estos momentos si no tienes dinero no puedes ir a las competiciones», lamenta este padre de tres hijos que empezó en el judo cuando tenía 13 años. En la actualidad compagina su trabajo con clases a niños en un gimnasio y la actividad de árbitro nacional.
Preguntado sobre hasta qué edad piensa seguir peleando, cuenta que la última competición en Vitoria le dio una pista, cuando vio a un judoka con 74 años y el kimono puesto dispuesto a combatir. «Ante él, me quito el sombrero».
«Corazón de luchador»
«Mi esposa -prosigue- me dice que lo deje, pero mi espíritu me dice que siga peleando. Yo tengo corazón de luchador, el judo es mi vida», declara este vigilante de seguridad que ahora custodia transporte de fondos como escolta pero también ha ejercido de portero en pubs y discotecas, donde admite que en alguna ocasión se ha visto a obligado a reducir a algún cliente que seguramente, por su avanzada edad, desconfiaba de sus habilidades.
No obstante, recalca que no le gusta ensañarse con nadie y solo usa su técnica de judoka cuando es estrictamente necesario, como el día que vio cómo intentaban forzar con un destornillador el coche de Jorge, un conocido zapatero de Badajoz, enfrentándose al delincuente hasta que le arrebató el arma y lo tumbó.
Aunque compite bajo las señas del gimnasio de Montijo Corpore, que junto a la Federación Extremeña de Judo le ha ayudado en los gastos de su última competición, Javier de la Marta imparte clase a jóvenes en el gimnasio Aikikan de Badajoz.
«El problema que tengo es que no hay gente de mi edad para entrenar con ellos, por eso lo hago con mi hijo, de 29 años, con más de veinte medallas en campeonatos nacionales y 81 kilos. Yo peso 66, por eso llegué hecho un toro a Vitoria».
 
TÍTULO: LOS QUE SE CREYERON DIOS DEBEN PAGAR:



YOLANDA-foto- NUNCA SUPO decir qué era lo que no encajaba, pero alguna pieza no estaba puesta en su sitio. Era algo que comenzó a sentir coincidiendo con su primera comunión. Ahora, viendo las fotos familiares, cree descubrir el porqué: todos estilizados, todos guapos, menos ella; una bolita redonda que estallaba por las costuras del traje, más de novia que de niña, que llevaba ese día. Un día, ya con veintimuchos años, llamó al Registro Civil de Cádiz para pedir su partida de nacimiento, la necesitaba para casarse. Pero la funcionaria no lograba dar con ella. "¡Qué raro! ¿No tienes la página de tu inscripción? Por tus apellidos y fecha de nacimiento no encuentro nada, pero déjame tu teléfono y veo qué ha podido pasar". Dos días después, Yolanda recibe la llamada que pone su vida del revés: no encontraban su inscripción porque sus apellidos constaban en una anotación al margen bajo el epígrafe de "adoptada por".


SU FAMILIA no era de esas de posibles, pero, ¿pagaron por ella? ¿Es una niña robada? No se atreve a preguntar a sus padres, ya muy mayores. Le da miedo hacerles daño, y eso que teme estar haciendo un daño mayor: a esa madre biológica que puede que la esté buscando. Sabe que es cobarde, pero tiene tanto miedo que a veces querría morirse. Miedo de su vida y de la que le habría tocado. Ve a Sor María en televisión, tan anciana y consumida, y está a punto de sentir compasión. Pero recuerda lo que tantas mujeres dicen que ha hecho. Robar bebés, decirles a sus madres que habían muerto y entregarlos a otra familia. Sor María no la robó a ella porque nació en Cádiz. Pero otra Sor, u otra enfermera, u otro ginecólogo, u otro sacerdote decidieron su destino, como el de decenas de miles de niños. Deberían pudrirse en la cárcel, piensa, y que la gente supiera que cometieron uno de los peores crímenes del ser humano, para que nunca más tuvieran paz.

A YOLANDA LE ATORMENTA
estar viviendo una vida que no le pertenece por culpa de esa persona que, creyéndose Dios, la asignó a una familia diferente a la suya y cambió su destino y el de toda la gente de sus dos vidas. Es el colegio al que no fue, los amigos que no hizo, los primos con los que nunca jugó, la enfermedad que nunca tuvo, el primer novio al que nunca besó, el marido que no fue, o los hijos que deberían haber nacido con ese hombre pero nunca existieron. La vida que podría haber sido, pero que no fue.


EN CAMBIO, en la vida que le tocó, Yolanda suplió el lugar de una persona en la silla de la escuela y le quitó a otra una plaza en el instituto público. También hirió a un amigo en un accidente de coche y dejó de amar a un compañero de universidad que luego se suicidó. Además, ocupó un importante puesto de trabajo que hubiera sido para otro, se casó con un hombre al que nunca habría conocido, y tuvo los hijos (lo único que no cambiaría) que no le había tocado tener.


P. D.: Y si quien la entregó se la hubiera dado a otro matrimonio, ¿qué sería de ella ahora? ¿Habría estudiado lo mismo? ¿Sería más o menos feliz? ¿Tendría hijos? ¿Trabajo? Decenas de miles de personas en España están viviendo esas vidas impostadas. Un crimen contra la humanidad que no puede quedar impune.


Ve a sor María en televisión, tan anciana, y casi siente compasión, pero recuerda lo que tantas mujeres dicen que ha hecho robar bebés.

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