Julián Bravo se fue de Don Benito a los siete años y se convirtió en toda una estrella del cine mexicano de los 60 y 70, etc.
La historia del niño pródigo.
Un funcionario de Pekín contó esta historia que se hizo muy popular.Cuando trabajaba en la capital, volvía a mi pueblo natal a visitar a mis padres cada dos o tres años. Era un viaje largo y penoso de un mes entero por el Gran Canal, a través de casi dos mil kilómetros. En las reuniones con la familia, me contaban muchas cosas interesantes del pueblo, de la prosperidad o decadencia de las grandes familias, de los casamientos de mis amigos de infancia, del cambio de costumbres y del mantenimiento de las tradiciones milenarias. Una de las cosas que me maravillaron fue el caso de un niño superdotado.
Se llamaba Zhong Yong y tenía siete años. Sus padres eran analfabetos sin ninguna preparación cultural, como la mayoría de los campesinos. La pequeña parcela de tierra que cultivaban les permitía una vida sencilla, sin mucha holgura. Sucedió que cuando su hijo, que no había demostrado ningún prodigio, empezó a pedirles que le enseñaran a leer cuando apenas tenía cuatro años, en su casa el único libro que había era el Calendario Lunar, con las recomendaciones y prohibiciones de cada uno de los días del año. Al principio pensaban que era un capricho infantil pasajero. Pero como el niño les pedía llorando todos los días que le enseñaran a leer, se vieron obligados a pedir auxilio a un hermano suyo que vivía al lado para que le enseñara algo. Pidieron prestados unos libros de poesía y otros de historia para salir del paso. No eran adecuados para un niño de cuatro años, pero algo les servía para tranquilizar al muchacho.
Para su gran sorpresa, vieron cómo a fuerza de memoria el niño lo aprendía todo con mucha facilidad. A los pocos meses dominaba ya una buena cantidad de caracteres chinos y empezaba a escribir versos con una rítmica correcta. A los cinco años podía recitar muchos poemas antiguos, incluso componía poemas cortos él mismo. Asombrados por el prodigio del infante, lo llevaron a un señor ilustrado, quien quedó totalmente sorprendido por la inteligencia precoz del niño. Sugirió que lo llevaran a un buen colegio para desarrollar su capacidad intelectual. Al despedirse les regaló una docena de libros y unas monedas de plata. El padre guardó con gran alegría el inesperado regalo y regresaron muy contentos a casa.
No podían seguir el consejo del letrado, ya que la austeridad de su economía no permitía tal lujo. Además, pensaba su padre, si el niño podía aprender prácticamente solo con un resultado totalmente satisfactorio, ¿por qué mandarlo a la escuela? Alentado por el buen resultado de la primera experiencia, el padre lo llevó a los parientes y amigos para mostrar los prodigios del niño. El comportamiento del muchacho no podía ser mejor. Podía componer un poema sobre cualquier tema que le indicaran. Además, la rapidez con que lo hacía era sorprendente. Tanto la imaginación y la rítmica, como el repertorio lingüístico del niño, dejaban perplejos a los oyentes. Los recitales siempre terminaban en encendidos elogios y generosa donación en especies o en metálico. El mismo alcalde del pueblo lo recibió un día para premiarlo y alentarlo en el esfuerzo de ensalzar el pueblo. El padre nunca había esperado que el talento de su hijo le pudiera traer inesperadamente la fama y un notable ingreso, suficiente para mejorar sustancialmente la economía familiar.
En víspera de mi partida, pude admirar en un recital público la fantástica memoria del niño recitando páginas enteras de los Anales de Primavera y Otoño, componiendo algunos poema espontáneamente con una inspiración poco usual en un joven de tan corta edad. Emocionado, me fui del pueblo con la esperanza de encontrarlo a mi vuelta con progresos más sorprendentes.
Dos años más tarde, volví otra vez a mi pueblo. Una de mis primeras preguntas fue:
—¿Qué tal marcha el niño prodigio? Contadme algo de él.
No se animaron mucho por el tema, más bien se aburrían. Y para mi sorpresa me dijeron:
—Su padre lo está explotando. No lo ha enviado a la escuela. El pobre chico no ha avanzado nada. Repite siempre lo mismo. Pero su padre no se cansa de llevarlo a los parientes y amigos, que ya han perdido todo interés por el asunto. El alcalde siempre ha rechazado recibirlos de nuevo. Ahora nadie le da nada. Los recitales de la calle se convierten en monólogos de mendicidad sin ningún espectador.
Una gran desilusión me desolaba el corazón. Lamenté que el niño no pudiera ir al colegio para recibir una preparación adecuada. El joven parecía como esas estrellas que antes de alcanzar pleno esplendor han empezado a apagarse por falta de una oportunidad para fomentar sus cualidades.
Al día siguiente salí a la calle para dar una vuelta, y allí lo encontré dando un recital con una ausencia total de público. Los versos que componía eran desgastados, carentes de inspiración alguna. Repetía una y otra vez lo mismo de hacía dos años. Le di una moneda de plata que su padre se apresuró a guardar ávidamente. Probablemente hacía meses que no recibía nada. Sentí una profunda desolación en el alma por la decadencia de un prodigio que podría haberse convertido en el talento del imperio.
Esa vez me fui del pueblo con el espíritu abatido. Cuando tres años más tarde volví a encontrar la vida estática de la provincia sureña, ni siquiera oí hablar del prodigio infantil. Ese niño que había mostrado dotes maravillosos a los cinco o seis años, decayó totalmente. No se veía ni rastro suyo en las calles. Ayudaba a su padre a cultivar la tierra de sol a sol. Por la tarde, cuando volvía a casa muerto de cansancio, se acostaba enseguida tras engañar el estómago con una cena somera. Nunca volvió a tocar libro alguno. Lo que aprendió en su infancia lo olvidó casi por completo. Tampoco tenía inspiración alguna para escribir poemas porque las labores del campo eran monótonas y muy poco inspiradoras.
¡Ay, cómo es la vida! Si naces con unas buenas dotes intelectuales, no desperdicies tu condición privilegiada. Lucha por desarrollar tu inteligencia. De lo contrario, te enterrará el polvo.
TÍTULO: PULSO DEL PLANETA: MODA SWING BERLINESA.
Berlín, fiel a su historia de rebeldía estética, experimenta con una resurreción del swing y de las modas y los estilos de los 30 años.
Rebeldes del swing (Thomas Carter, 1993), película con muy buenas intenciones en la que, si bien ni guión ni interpretaciones destacaron en su momento, sí se convirtió en un film reconocido, tanto por la historia que nos explica, basada en hechos reales, como, por supuesto, por su célebre música: swing. Del bueno.
Los "chicos swing" fueron jóvenes alemanes, en su mayoría berlineses de clase media-alta, que encontraron en el swing, la música de moda -un estilo de jazz- en los Estados Unidos de la época (mediados-finales de los treinta), una forma de reivindicar la existencia de una forma de vida distinta a la que ya empezaba a imponerse: la nueva y jerarquizada cultura nazi.
Su estilo era fácilmente reconocible: vestidos con abrigo, sombrero y paraguas, lloviese o hiciese sol. Pelo largo, palabras propias (el 'slang') y, por supuesto, casi siempre con un vinilo bajo el brazo, llevando lo último de Benny Goodman (judío) o Django Reinhart (gitano). Claro está, al incipiente régimen no le parecía que este tipo de música, que pronto asociaron también con la raza negra y, por tanto, inferior, fuese beneficiosa para los oídos de su juventud, pilar para el desarrollo y expansión de las ideas de Hitler. Pronto relacionados con la libertad sexual, la rebeldía y la falta de sentimiento patriótico, el movimiento musical se transformó en político, iniciando a finales de la década su cruel persecución, liderada por las SS y puesta como ejemplo a los muchachos de las juventudes hitlerianas, y acabando con la exterminación literal de sus integrantes en campos de concentración. Rebeldes del swing nos narra, a través de la historia de dos amigos, Peter (Robert Sean Leonard) y Thomas (Christian Bale), cómo se pasó del auge del movimiento swing (cuando aún la guerra no era una amenaza, pero sí sus dirigentes) a su estrepitosa e injusta prohibición.
El sing, sing, sing (with a swing) de Louis Prima abre tanto el film como el disco de la banda sonora, introduciéndonos en el alegre mundo de estos chicos que se sienten los más populares, los más cultos... los invencibles. Pero poco a poco, y gracias a la combinación de música instrumental creada específicamente para el film y que se diluye entre el pegadizo jazz, nos damos cuenta de que todo no va a ser tan idílico como parece. Melodías como el Nothing to report, The letter o Swing Heil acompañan los pasajes más tristes del film, y nos "ayudan" a olvidar los momentos alegres, que han sido amenizados con canciones del tipo It don't man a thing (if it ain't got that swing) de Billy Banks, Swingtime in the rockies de Benny Goodman o la emocionante final Bei Mer Bist du schon (interpretada por Janis Siegel)... poniéndonos los pies de nuevo en la tierra.
Es James Horner (famoso por componer las bandas sonoras de Willow -Ron Howard, 1988- o Leyendas de Pasión -Edward Zwick, 1994-, pero sobre todo por las más que similares Titanic y Avatar -James Cameron, 1997 y 2009), quien se encarga de aportar el contrapunto instrumental justo para los momentos más reflexivos del film. A diferencia de sus últimas bandas sonoras, Horner aún conservaba ese aporte innovador que le encumbró, encontrando una composición reconocible que aparece en varias de las melodías, y que convierte la BSO de Rebeldes del Swing en un clásico imprescindible, tanto por supuesto para amantes del swing, como para aquéllos que encuentren en la música una forma de descubrir y reconocer pasajes de nuestra historia reciente.
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