El detective duro y de pocas palabras ha pasado a la historia. Sus herederos son seres originales, llamativos, atormentados y extraordinarios.
Solo soy una persona» Lo dice Philip Marlowe al comienzo de 'El Confidente', el relato en el que Raymond Chandler le hizo aparecer por primera vez. Corría el año 1934 y la novela negra vivía una época dorada y fundacional. Sus grandes personajes, como Marlowe y el innominado Agente de la Continental de Dashiell Hammet, eran tipos de pocas palabras y biografías escasas, gente estoica que parecía sobrellevar la derrota como quien lleva un traje viejo, cómodo y discreto.
Han pasado 77 años y los descendientes de aquellos detectives no podrían decir, como Marlowe, que solo son personas. No parece quedar demasiado espacio para la gente normal en la narrativa criminal del momento. Los protagonistas de hoy deberían presentarse de un modo distinto. Algo como: «Soy solo una persona extraordinaria desde el punto de vista étnico, sexual, físico, psicológico, psiquiátrico y profesional. Arrastro un pasado doloroso y bastante increíble. Ah, se me olvidaba: también soy un rato vidente.»
Pensemos en Marlowe. Era un cínico, un bebedor y una máquina de expender sentencias. Poco más. Él mismo se describe en un pasaje famoso de 'El largo adiós' y lo que hace no es anotar singularidades, sino quitarse importancia: «Tengo algo de lobo solitario, no estoy casado, ya no soy un jovencito y carezco de dinero (...) Me gustan el whisky y las mujeres, el ajedrez y algunas cosas más. Soy de California, padres muertos, ni hermanos ni hermanas y cuando acaben conmigo en un callejón, si es que sucede, como le puede ocurrir a cualquiera en mi oficio, y a otras muchas personas en cualquier oficio, o en ninguno en los tiempos que corren, nadie tendrá la sensación de que a su vida le falta de pronto el suelo».
Ahora viajemos en el tiempo y pensemos por ejemplo en Charlie Parker, el detective de John Connolly, uno de los grandes personajes de la literatura negra del momento. Se trata de un expolicía ultraviolento y atormentado. Alcohólico y conocedor de la poesía del Conde de Rochester, tiene aspecto de «levantador de pesas». Sus mejores amigos son una pareja de asesinos a sueldo homosexuales: Angel, un latino desastrado, y Louis, un negro republicano que viste como un dandi. Un psicópata mató a la mujer y a la hija de Parker. Desde entonces, éste siente la presencia de las personas que han sido asesinadas. De algún modo, los muertos le transfieren su dolor y transforman sus cabeza en una versión muy concreta del infierno. Charlie Parker es, en resumen, una acumulación de peculiaridades extraordinarias. No le cabe una rareza más.
Más Allá
Por supuesto, Parker no es el único investigador de nuestra época que mantiene contactos con el Más Allá. Incluso es probable que a estas alturas sea de los más discretos en ese campo. El éxito de la extravagancia parapsicológica es sin duda una de las claves de la ficción popular reciente. Ahí están series de televisión como 'Expediente X', 'Médium' o 'Entre fantasmas'. Y aquí están ciclos novelescos como el que Stephen Woodworth ha puesto en pie alrededor de Natalie Lindstrom, una vidente que forma parte del CCUN, el Cuerpo de Comunicaciones Ultraterrenas Norteamericano, grupo de «investigadores de élite» que pueden llegar a conseguir, atención, que los asesinados testifiquen contra sus asesinos.
También el comisario Ricciardi de Maurizio de Giovanni mantiene alguna clase de comunicación con los muertos. En este caso el investigador napolitano se muestra capaz de percibir el último pensamiento de quien ha sido asesinado. Según parece, su extraño poder proviene de un terrible descubrimiento infantil. Siendo niño, Ricciardi se topó en el bosque con un cadáver. Por si eso fuera poco, el comisario fue un huérfano temprano. Es la significativa superposición del trauma: una de las características de la ficción del momento.
Que se lo pregunten al comisario Frank Sharko, el policía protagonista de las novelas del francés Franck Thilliez. En su caso, el trauma adquiere dimensiones patológicas y explica por qué el investigador se pasa el día tomando antipsicóticos. Ocurre que, además de fuerte y astuto, Sharko es un hombre enfermo. Sufre esquizofrenia y en sus ataques paranoicos suele aparecérsele una niña llamada Eugénie que ha sido asesinada.
Las conversaciones entre Sharko y la niña inexistente son uno de los rasgos distintivos de las novelas de Thilliez. Por si fuera poco, la vida personal del comisario es también un auténtico drama. Su esposa e hija murieron en un accidente de tráfico. Los desastres familiares son otra de las constantes en la narrativa criminal contemporánea.
Comienza a ser difícil encontrar a un protagonista que no arrastre alguna clase de enorme tragedia que ataña a sus seres queridos. Y no hablamos, como ocurría con los protagonistas clásicos, de alguna clase de separación sentimental más o menos dolorosa (al viejo Smiley su mujer le dejaba por un piloto de carreras cubano), sino de alguna catástrofe de gran calibre. Piensen como poco en la matanza a manos de un asesino en serie o en la abducción extraterrestre.
Sádica misoginia
Otra de los rasgos que caracteriza a mucho de los investigadores de nuestra época es su peculiar relación con la violencia. Hay pasajes en las novelas de John Connolly en los que Charlie Parker y sus adláteres se manejan como si acabasen de escapar de una película de Sam Peckinpah. Tampoco Val McDermid escatima en sus novelas las cantidades de sangre derramada. Los niveles de violencia que alcanzan los libros de la popular novelista británica han llegado a escandalizar a algunos lectores. También a algunos críticos. En 2009 Jessica Martim renunció públicamente a seguir reseñando novela negra por el incremento del «derrame de sádica misoginia» que advertía en el género.
A Val McDermid ha llegado a acusársele de «glorificar» la violencia, un poco en la línea cinematográfica de Quentin Tarantino. Ella suele responder que lo que escandaliza es que sea una mujer quien se encarga del reparto de las vísceras. En cualquier caso, la fascinación por la brutalidad está presente en la narrativa contemporánea, al menos desde 1991, cuando Bret Easton Ellis publicó 'American Psycho', novela que describía en primera persona, y con todo detalle, los asesinatos cometidos por un 'yuppie' de Manhattan llamado Patrick Bateman.
Diez años antes, el estadounidense Thomas Harris había dado a la estampa una novela que pasó desapercibida titulada 'El dragón rojo'. En ella presentaba a un sofisticado, cruel e inteligentísimo asesino en serie llamado Hannibal Lecter. El doctor Lecter ayudaba en aquel libro al FBI a atrapar a un criminal apodado 'El hada de los dientes'. Fue el comienzo de una peculiar relación del Lecter con el FBI, que culminaría en 'El silencio de los corderos', donde el asesino se encuentra con la agente Clarice Sterling, formando una de las parejas más influyentes de toda la historia de la ficción criminal.
Con permiso del memorable Nick Carey de '1280 almas', la obra maestra de Jim Thompson', y de algunas otras honrosas excepciones, Lecter fue el primer protagonista del género criminal a quien uno no sabía si odiar o admirar abiertamente. Desde entonces, este perfil paradójico ha vuelto a repetirse con frecuencia. De pronto, el delincuente se pone temporalmente del lado de la ley o al menos se dispone a hacer justicia a su manera. Es algo que sería impensable en los orígenes del género, cuando los protagonistas podían ser más o menos ortodoxos, pero presentaban un corte moral generalmente intachable.
Para entender cómo han cambiado los personajes del género negro pensemos por ejemplo en Jeff Lindsay. El dramaturgo y novelista americano publicó en 2004 'El oscuro pasajero', novela protagonizada por un forense de la Policía de Miami especializado en los análisis de sangre. Se trata de un joven brillante y prometedor que lleva una vida ordenada y aparentemente aburrida. Su nombre es Dexter Morgan. Y, bueno, además de un gran investigador, es un asesino en serie, aunque solo se ocupa de matar a criminales que no hayan pagado por sus delitos,etc.,
TÍTULO: AFORISMOS PEQUEÑOS PERO MATONES.
TÍTULO: AFORISMOS PEQUEÑOS PERO MATONES.
Es famoso el verso de «la poesía es un arma cargada de futuro». En una hipotética guerra compuesta por ejércitos de géneros literarios, la poesía y la novela tendrían sin duda un papel fundamental en el frente, aunque la alianza con los batallones de relato y los escuadrones de microrrelato serían de gran ayuda. Pero probablemente la brigada de los aforismos, punzante, aguda e incisiva, sería usada como elemento decisorio de la campaña bélica.
Esta vuelta hacia una de las formas literarias que popularizó Ramón Gómez de la Serna, con sus greguerías (metáfora+humor, en apenas una línea) se da en un momento de buena salud del relato tradicional, y del microrrelato. Podría pensarse que en cuestión de literatura 'el tamaño no importa', si pensamos en el impulso editorial del relato y microrrelato, pero también en la apuesta por publicar libros dedicados íntegramente al aforismo.
Llega el tuit
Tan cerca de filosofía como de la poética, el diccionario de la Real Academia define el aforismo como «sentencia breve y doctrinal que se propone como regla en alguna ciencia o arte». Latigazos de genialidad que hoy llegan más que nunca a los lectores gracias a los estados de Facebook y a los textos de menos de 140 caracteres que se publican en Twitter. Dos libros coinciden en las librerías esta primavera, con el aforismo, también conocido como epigrama, como principal contenido. Allanaron el camino, desde Internet, blogs como el de Luis Bardamú, nombre probablemente ficticio, con sus famosas 'mínimas' y también el cotidiano goteo de aforismos que Carlos Marzal comparte en Facebook: «El ajetreo es el sistema mediante el cual hallan la calma los ajetreados».
La editorial El Gaviero ha decidido recoger muchos de los epigramas de Camilo de Ory (Segovia, 1970) en un volumen con cubiertas de hule negro que lleva por título '300'. Es el número de microtextos que ahí se exponen, pero que en realidad son más, si se suman los 106 que incluye la parte precedente, titulada, con humor, 'Golpe de Estado' (en referencia a los estados de Facebook en que se publicaron esas sentencias). Explica su autor que los aforismos de la parte general del libro fueron surgiendo de manera encadenada, y que abordan temas clásicos, como la muerte, el amor, Dios...
También reflexiones en torno al arte, en lo que De Ory define como «una especie de mosaico, o imagen poliédrica del mundo vista a través del objetivo, por necesidad desenfocado, del autor».
Empezó Camilo de Ory este proyecto hace unos tres años, por una motivación que confiesa con un punto de ironía, la de «ser autor de frases célebres», pero sin necesidad de generar el párrafo que las rodea: a pelo, a saco, de raíz. Su librillo de maestrillo le recomienda evitar en todo momento el soniquete a chiste. Hay que incorporar humor, en la senda ramoniana, pero sin caer en el chiste, el aforismo es otra cosa, más ambiciosa. El epigrama que inaugura el libro podría reflejar ese equilibrio: «Tengo un canario divino que dice: Soy uno y trino». O «El hombre sin techo tiene oportunidad de crecer hasta el infinito». O «Llueva café en el campo, esperemos que no hirviendo». El humor impregna la primera parte del libro, en 'Golpe de Estado', pero también hay epigramas con otros tonos, de vocación poética: «Luna tan culpable que se oculta tras los edificios».
Con una influencia que no reniega de clásicos como Gómez de la Serna, Cioran o Carlos Edmundo de Ory, con quien no tiene parentesco, el autor de '300' cita como referencia contemporánea a Lorenzo Oliván, un poeta cántabro que cuenta en su currículo con premios como el de la Fundación Loewe (2001). Cultivadores de nuevo cuño de una forma literaria de gran tradición que vive con las redes sociales un nuevo caldo de cultivo. «Brindan el formato idóneo y una posibilidad de difusión instantánea y bastante amplia», comenta.
También Facebook
Quien se suma ahora a esta manifestación literaria es Benjamín Prado (Madrid, 1961), que reúne en 'Pura lógica' (Hiperión) un total de 500 aforismos, recopilados por Julio César Galán. Una de las peculiaridades de este libro es que también ha intervenido Facebook en su gestación, pero gracias a la participación de los lectores. Ellos han sido los encargados de seleccionar aforismos entre la obra de Prado, sobre todo de los artículos que lleva publicando en un periódico nacional desde hace quince años. Un tipo de frase sentenciosa extraída de un contexto que convive con otras creadas para la ocasión.
Y si Camilo de Ory tiene la vocación de crear frases célebres, Prado busca que lo breve se eternice en la memoria del lector. Además, «un buen aforismo puede descubrir algo nuevo o decir algo conocido de una manera distinta, que lo convierte en otra cosa», lo que tiene una incidencia en la visión de la realidad, a veces empobrecida por las convenciones. «El empate es el reparto de la derrota» o «Qué gente tan lejana, los vecinos». Reconoce este poeta y novelista que buena parte de su obra, e incluso su manera de hablar, está siempre merodeando el aforismo. Unas sentencias breves que tienen tres vertientes claras: «Una parte de ellos quiere ir al cerebro del lector, otra a sus ojos y otra a su corazón».
Finalmente, uno de los maestros del género, Jorge Wagensberg, nos lanza 1116 aforismos «para navegar por la realidad» en su libro 'Más árboles que ramas' (Tusquets) en el que ejercita el placer de la pregunta sobre todo.
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