Un buen partido dirigida por Gabriele Muccino y protagonizada por Gerard Butler
Después de haber alcanzado en Europa un gran éxito profesional y mediático, un exjugador de fútbol (Butler) viaja a los Estados Unidos con la intención de reconciliarse con su exmujer (Biel) y con su hijo. Para empezar, decide entrenar al equipo infantil en el que juega el niño.
TÍTULO: SOLIDARIOS DE BATA BLANCA,.
Con vocación y con conciencia, miles de profesionales de la salud trabajan como voluntarios para no dejar sin cobertura a los que menos ..
Con vocación y con conciencia, miles de profesionales
de la salud trabajan como voluntarios para no dejar
sin cobertura a los que
menos tienen.
Muchos de ellos dedican sus vacaciones a practicar la medicina de forma altruista en los países menos favorecidos.
Pero también en España obran pequeños milagros paliando el dolor de
quienes no pueden acudir a un centro público o pagarse sus medicinas. Y
eso implica que para ellos no hay horarios y que el trabajo no termina
cuando acaba su turno. “El fin de cualquier profesional relacionado con
la medicina es ayudar a sanar y a vivir en las mejores condiciones.
Eso dice el juramento hipocrático –cuenta Mabel, doctora voluntaria en
el centro sanitario de la asociación Karibu, que atiende a subsaharianos
sin papeles–. No recibimos contraprestación económica, pero
a mí no me parece que estemos haciendo nada excepcional”.
Sin embargo, para personas como Manuel, angoleño afincado en España
desde hace 19 años, esos sanitarios voluntarios sí son excepcionales.
“Yo estoy cotizando a la Seguridad Social y puedo acudir a mi médico de cabecera y al especialista... Pero acabo de traer a mi madre y ella no tiene de esos derechos, por eso estoy muy agradecido a quienes atienden a los pacientes a cambio de nada”, dice mientras aguarda su turno en la sede madrileña de Karibu.
Irregulares
Vilma es una de esas profesionales que decidió poner sus conocimientos al servicio de todos. La razón es que vivió en primera persona lo que significa estar en situación irregular en un país distinto al de su nacimiento. “Entonces no tenía derecho a casi nada –cuenta esta odontóloga boliviana que llegó a España hace ocho años–. Al no tener los papeles en regla no podía ejercer, pero me enteré de la existencia de una ONG, la Fundación Odontología Solidaria, donde empecé a colaborar como auxiliar voluntaria”, cuenta.
Allí vio todo tipo de casos de pacientes que apenas llegaban a fin de mes y buscaban una salida a sus problemas dentales. Por eso, una vez obtenidos los papeles, se colegió y abrió su propia consulta. Aunque no se embarcó sola en esta aventura: un amigo abogado, que ya había sido voluntario en otras ONG para inmigrantes, también quiso participar. “Abrimos la clínica entre los dos porque creemos que privar a otros de su salud es lo mismo que quitarles su dignidad –explica Chema Vega–. Jamás me habría imaginado montando una clínica dental, pero al conocer de cerca el problema y contar con Vilma, no me lo pensé. Entre los dos la estamos llevando adelante. Aunque cuesta mantenerla, tenemos muchas ganas de seguir”.
Otros, como Juan Manuel López Serrano, coordinador médico de Karibu y uno de los socios fundadores de esta ONG, simplemente querían facilitar la integración de decenas de miles de subsaharianos que al llegar a España pierden su identidad y con ella, la mayoría de sus derechos. Por eso la asociación creó un servicio sanitario, además de proporcionar ayuda humanitaria, actividades formativas, servicio jurídico o alojamiento temporal. Y ahora, él y otros 59 profesionales de la salud prestan su tiempo a los excluidos del sistema.
Sanidad paralela
“Lo que no queremos, ni podemos, es convertirnos en una sanidad paralela. Además, carecemos de financiación y no tenemos medios suficientes. Este servicio nació como ayuda puntual –dice mientras señala los materiales con los que cuenta la consulta, como una vieja camilla, que consiguieron cuando una consulta renovó su mobiliario–. De momento, estamos afrontando una afluencia de pacientes mucho mayor por la situación en la que ha dejado a muchas personas la reforma sanitaria, pero llegará un momento en que se desbordará y no estamos preparados”. Precisamente esa reforma sanitaria es la que ha llevado a otros muchos profesionales a plantearse su vocación, declarándose objetores para continuar atendiendo a las más de 150.000 personas –otras estimaciones hablan de 500.000– sin permiso de residencia.
Tras la campaña iniciada por Médicos del Mundo, la Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria (Semfyc) ha elaborado un registro de objetores al que se han apuntado más de 2.000 médicos, enfermeros, trabajadores sociales, psicólogos, farmacéuticos y administrativos que trabajan en la Sanidad. “Aunque el Real Decreto se está aplicando de forma más o menos restrictiva según las comunidades, la reforma ya está afectando a cientos de miles de personas, especialmente a las mujeres –explica Ramón Esteso, coordinador de los proyectos de inclusión social de Médicos del Mundo–.
Se están viendo afectadas las víctimas de violencia de género, porque muchos casos han dejado de detectarse en consulta, como venía siendo habitual, ya que han dejado de tener acceso al médico de familia; también las mujeres en situación de prostitución, que en su mayoría se encuentran de forma irregular, al igual que las víctimas de trata o las que han sufrido mutilación genital femenina. Ellas son las más vulnerables y no las podemos dejar atrás”.
Testimonio de algunos profesionales que trabajan de forma altruista
Mabel Gómez, 47 años, médico especialista en gestión y admisión clínica. Voluntaria en el centro sanitario de la asociación Karibu.
“Mi primer día en Karibu, donde se atiende gratuitamente a subsaharianos excluidos de la atención sanitaria pública, me impactó tanto lo que vi, que cuando volví a casa pensé que no era para mí. Pero después de darle vueltas, decidí que si esta es la situación que hay en España había que hacer algo por cambiarla. Me acordé de lo que nos decían en la facultad, “si te implicas, no curas”, y me presenté procurando ser profesional. Llevo ya más de cuatro años aquí y cada vez hay más pacientes. Solo el año pasado por este centro pasaron más de 3.500 pacientes y, aunque demos cubrir todas las patologías, procuramos atender las necesidades más acuciantes, teniendo en cuenta que la mayoría es población joven y sus patologías suelen estar relacionadas o ser mentales, ya que muchos han pasado por situaciones tremendas hasta llegar a España. Lo que no podemos es sustituir a un sistema sanitario central, por eso la reforma sanitaria está siendo tan contraproducente”.
Beatriz Gutiérrez, 36 años, enfermera. Trabaja como voluntaria en el centro sanitario de la asociación Karibu.
“Me gusta la práctica del voluntariado, por eso, cuando un compañero médico me comentó que llevaba muchos años atendiendo a africanos en situación irregular en el centro sanitario de Karibu, decidí acompañarlo y ver lo que hacían. Bastó un día para que dijera que sí. Como tenía tiempo por las tardes, pensé que estaría bien emplearlo en algo útil. Las enfermeras cuidamos de la gente, así que ya tenemos cierta predisposición porque nos motiva el hacer sentir bien a los demás. Y quizá eso es más importante que una nómina. Que no te paguen no quiere decir que tú no te sientas pagada, porque la verdad es que recibes mucho de los pacientes, mucho más de lo que ellos mismos creen. Ya estuve de voluntaria con pacientes de sida hace años en el hospital Carlos III y me gustó mucho la experiencia, así que ahora en Karibu echo una mano en lo que sea, y si a alguien le sirve de ayuda, estupendo”.
Teresa García de Herreros, 46 años, médico de familia en el centro médico de salud de Villalba y objetora.
“Recuerdo que, cuando empecé a colaborar con Médicos del Mundo hace ya 15 años, ejercía como voluntaria pasando consulta para inmigrantes porque entonces no tenían derecho a la sanidad. Poco después, España avanzó en ese sentido y ahora volvemos para atrás. A pesar de la reforma sanitaria, sigo viendo a pacientes que han perdido su tarjeta sanitaria, porque creo que hacer lo contrario no sería ético. Sin embargo, no puedo derivarlos al especialista ni prescribirles recetas porque han sido borrados del sistema y el ordenador no da opción a hacerlo. Así que nos estamos encontrando con problemas de gente que, o bien no puede acudir al especialista que le hace falta, o bien no se puede pagar los medicamentos. La única opción es pedirles que vayan a Urgencias, porque si se trata de un problema urgente o de salud pública sí deberían ser atendidos, intentamos buscar el hueco, pero no siempre funciona. La sensación entre la mayoría de los compañeros es la misma: que si seguimos la ley estamos incumpliendo el juramento hipocrático, y de hecho la Organización Médica Colegial ha recomendado la objeción. También tenemos el apoyo de sociedades científicas y de medicina interna. La reforma rompe la universalidad de la asistencia sanitaria y deja fuera precisamente a la población más vulnerable. Pero, además, no creo que vaya a resultar efectiva: la única opción que deja es acudir a Urgencias, donde la atención es más cara”.
Vilma Díaz, 36 años, odontóloga. En su clínica atiende a pacientes sin recursos.
“Además de trabajar en la Fundación Odontología Solidaria por las mañanas, hace un año que abrí mi propia clínica, Dentalneat, donde atendemos a pacientes con recursos, pero también a muchos inmigrantes sin acceso al sistema público de salud. La mayoría de ellos son derivados de los centros de refugiados y de la asociación Karibu. ¿Por qué lo hago? Creo que tienen todo el derecho a ser atendidos, porque la sanidad es un derecho, no un privilegio, y aunque no tengan posibilidad de pagar, si lo necesitan realmente, ¿cómo les voy a dejar ir? Creo que es una pena que tengamos que ser los organismos privados los que ofrezcamos este servicio, pero de momento es lo que hay. Como todo el mundo sabe, un dolor de muelas puede llegar a ser insoportable. Desde la reforma sanitaria, quien no tenga sus papeles en regla ni siquiera tiene derecho a una extracción dental. Aunque hace pocos meses que entró en funcionamiento, nosotros ya lo hemos notado, tenemos bastantes más pacientes. Desgraciadamente, en el estado en que vienen muchos de ellos, lo único que podemos hacer es recurrir a la extracción, pero siempre es el último recurso; si es posible salvar la pieza, hacemos lo que esté en nuestra mano. Muchas veces trabajamos los fines de semana para poder atender la demanda, y, aunque resulte cansado, es muy gratificante. Me siento útil cuando veo que se van tan contentos, con su problema solucionado, y tan agradecidos”.
“Yo estoy cotizando a la Seguridad Social y puedo acudir a mi médico de cabecera y al especialista... Pero acabo de traer a mi madre y ella no tiene de esos derechos, por eso estoy muy agradecido a quienes atienden a los pacientes a cambio de nada”, dice mientras aguarda su turno en la sede madrileña de Karibu.
Irregulares
Vilma es una de esas profesionales que decidió poner sus conocimientos al servicio de todos. La razón es que vivió en primera persona lo que significa estar en situación irregular en un país distinto al de su nacimiento. “Entonces no tenía derecho a casi nada –cuenta esta odontóloga boliviana que llegó a España hace ocho años–. Al no tener los papeles en regla no podía ejercer, pero me enteré de la existencia de una ONG, la Fundación Odontología Solidaria, donde empecé a colaborar como auxiliar voluntaria”, cuenta.
Allí vio todo tipo de casos de pacientes que apenas llegaban a fin de mes y buscaban una salida a sus problemas dentales. Por eso, una vez obtenidos los papeles, se colegió y abrió su propia consulta. Aunque no se embarcó sola en esta aventura: un amigo abogado, que ya había sido voluntario en otras ONG para inmigrantes, también quiso participar. “Abrimos la clínica entre los dos porque creemos que privar a otros de su salud es lo mismo que quitarles su dignidad –explica Chema Vega–. Jamás me habría imaginado montando una clínica dental, pero al conocer de cerca el problema y contar con Vilma, no me lo pensé. Entre los dos la estamos llevando adelante. Aunque cuesta mantenerla, tenemos muchas ganas de seguir”.
Otros, como Juan Manuel López Serrano, coordinador médico de Karibu y uno de los socios fundadores de esta ONG, simplemente querían facilitar la integración de decenas de miles de subsaharianos que al llegar a España pierden su identidad y con ella, la mayoría de sus derechos. Por eso la asociación creó un servicio sanitario, además de proporcionar ayuda humanitaria, actividades formativas, servicio jurídico o alojamiento temporal. Y ahora, él y otros 59 profesionales de la salud prestan su tiempo a los excluidos del sistema.
Sanidad paralela
“Lo que no queremos, ni podemos, es convertirnos en una sanidad paralela. Además, carecemos de financiación y no tenemos medios suficientes. Este servicio nació como ayuda puntual –dice mientras señala los materiales con los que cuenta la consulta, como una vieja camilla, que consiguieron cuando una consulta renovó su mobiliario–. De momento, estamos afrontando una afluencia de pacientes mucho mayor por la situación en la que ha dejado a muchas personas la reforma sanitaria, pero llegará un momento en que se desbordará y no estamos preparados”. Precisamente esa reforma sanitaria es la que ha llevado a otros muchos profesionales a plantearse su vocación, declarándose objetores para continuar atendiendo a las más de 150.000 personas –otras estimaciones hablan de 500.000– sin permiso de residencia.
Tras la campaña iniciada por Médicos del Mundo, la Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria (Semfyc) ha elaborado un registro de objetores al que se han apuntado más de 2.000 médicos, enfermeros, trabajadores sociales, psicólogos, farmacéuticos y administrativos que trabajan en la Sanidad. “Aunque el Real Decreto se está aplicando de forma más o menos restrictiva según las comunidades, la reforma ya está afectando a cientos de miles de personas, especialmente a las mujeres –explica Ramón Esteso, coordinador de los proyectos de inclusión social de Médicos del Mundo–.
Se están viendo afectadas las víctimas de violencia de género, porque muchos casos han dejado de detectarse en consulta, como venía siendo habitual, ya que han dejado de tener acceso al médico de familia; también las mujeres en situación de prostitución, que en su mayoría se encuentran de forma irregular, al igual que las víctimas de trata o las que han sufrido mutilación genital femenina. Ellas son las más vulnerables y no las podemos dejar atrás”.
Testimonio de algunos profesionales que trabajan de forma altruista
Mabel Gómez, 47 años, médico especialista en gestión y admisión clínica. Voluntaria en el centro sanitario de la asociación Karibu.
“Mi primer día en Karibu, donde se atiende gratuitamente a subsaharianos excluidos de la atención sanitaria pública, me impactó tanto lo que vi, que cuando volví a casa pensé que no era para mí. Pero después de darle vueltas, decidí que si esta es la situación que hay en España había que hacer algo por cambiarla. Me acordé de lo que nos decían en la facultad, “si te implicas, no curas”, y me presenté procurando ser profesional. Llevo ya más de cuatro años aquí y cada vez hay más pacientes. Solo el año pasado por este centro pasaron más de 3.500 pacientes y, aunque demos cubrir todas las patologías, procuramos atender las necesidades más acuciantes, teniendo en cuenta que la mayoría es población joven y sus patologías suelen estar relacionadas o ser mentales, ya que muchos han pasado por situaciones tremendas hasta llegar a España. Lo que no podemos es sustituir a un sistema sanitario central, por eso la reforma sanitaria está siendo tan contraproducente”.
Beatriz Gutiérrez, 36 años, enfermera. Trabaja como voluntaria en el centro sanitario de la asociación Karibu.
“Me gusta la práctica del voluntariado, por eso, cuando un compañero médico me comentó que llevaba muchos años atendiendo a africanos en situación irregular en el centro sanitario de Karibu, decidí acompañarlo y ver lo que hacían. Bastó un día para que dijera que sí. Como tenía tiempo por las tardes, pensé que estaría bien emplearlo en algo útil. Las enfermeras cuidamos de la gente, así que ya tenemos cierta predisposición porque nos motiva el hacer sentir bien a los demás. Y quizá eso es más importante que una nómina. Que no te paguen no quiere decir que tú no te sientas pagada, porque la verdad es que recibes mucho de los pacientes, mucho más de lo que ellos mismos creen. Ya estuve de voluntaria con pacientes de sida hace años en el hospital Carlos III y me gustó mucho la experiencia, así que ahora en Karibu echo una mano en lo que sea, y si a alguien le sirve de ayuda, estupendo”.
Teresa García de Herreros, 46 años, médico de familia en el centro médico de salud de Villalba y objetora.
“Recuerdo que, cuando empecé a colaborar con Médicos del Mundo hace ya 15 años, ejercía como voluntaria pasando consulta para inmigrantes porque entonces no tenían derecho a la sanidad. Poco después, España avanzó en ese sentido y ahora volvemos para atrás. A pesar de la reforma sanitaria, sigo viendo a pacientes que han perdido su tarjeta sanitaria, porque creo que hacer lo contrario no sería ético. Sin embargo, no puedo derivarlos al especialista ni prescribirles recetas porque han sido borrados del sistema y el ordenador no da opción a hacerlo. Así que nos estamos encontrando con problemas de gente que, o bien no puede acudir al especialista que le hace falta, o bien no se puede pagar los medicamentos. La única opción es pedirles que vayan a Urgencias, porque si se trata de un problema urgente o de salud pública sí deberían ser atendidos, intentamos buscar el hueco, pero no siempre funciona. La sensación entre la mayoría de los compañeros es la misma: que si seguimos la ley estamos incumpliendo el juramento hipocrático, y de hecho la Organización Médica Colegial ha recomendado la objeción. También tenemos el apoyo de sociedades científicas y de medicina interna. La reforma rompe la universalidad de la asistencia sanitaria y deja fuera precisamente a la población más vulnerable. Pero, además, no creo que vaya a resultar efectiva: la única opción que deja es acudir a Urgencias, donde la atención es más cara”.
Vilma Díaz, 36 años, odontóloga. En su clínica atiende a pacientes sin recursos.
“Además de trabajar en la Fundación Odontología Solidaria por las mañanas, hace un año que abrí mi propia clínica, Dentalneat, donde atendemos a pacientes con recursos, pero también a muchos inmigrantes sin acceso al sistema público de salud. La mayoría de ellos son derivados de los centros de refugiados y de la asociación Karibu. ¿Por qué lo hago? Creo que tienen todo el derecho a ser atendidos, porque la sanidad es un derecho, no un privilegio, y aunque no tengan posibilidad de pagar, si lo necesitan realmente, ¿cómo les voy a dejar ir? Creo que es una pena que tengamos que ser los organismos privados los que ofrezcamos este servicio, pero de momento es lo que hay. Como todo el mundo sabe, un dolor de muelas puede llegar a ser insoportable. Desde la reforma sanitaria, quien no tenga sus papeles en regla ni siquiera tiene derecho a una extracción dental. Aunque hace pocos meses que entró en funcionamiento, nosotros ya lo hemos notado, tenemos bastantes más pacientes. Desgraciadamente, en el estado en que vienen muchos de ellos, lo único que podemos hacer es recurrir a la extracción, pero siempre es el último recurso; si es posible salvar la pieza, hacemos lo que esté en nuestra mano. Muchas veces trabajamos los fines de semana para poder atender la demanda, y, aunque resulte cansado, es muy gratificante. Me siento útil cuando veo que se van tan contentos, con su problema solucionado, y tan agradecidos”.
Cuando hablamos de las dificultades para
concebir, casi siempre nos remitimos al punto de vista femenino. Pero,
¿qué pasa con los hombres ...
Hace ahora justo cuatro años que me diagnosticaron teratozoospermia. En cristiano: una afección en los espermatozoides que altera su morfología, de
manera que una gran cantidad de ellos (en mi caso, más del 90%)
presentan un aspecto monstruoso. Nada más ilustrativo para entenderlo
que los dibujos que me enseñaron en la clínica, según los cuales los
espermatozoides que corretean por mi interior son bicéfalos o tricéfalos
o exageradamente filiformes. Como es natural, ninguno de ellos es apto en términos de fertilidad y
ello, hasta hace no demasiado, me hubiera colocado sin lugar a dudas la
etiqueta de estéril. Hoy (ya lo cantaba la zarzuela), las ciencias
adelantan que es una barbaridad: el porcentaje exiguo de material salvable puede ser suficiente para lograr el objetivo anhelado. Solo
hay que ponerse en manos de especialistas, cruzar los dedos... y
armarse de paciencia y valor cada vez que el proceso se trunca
insatisfactoriamente y debe ser reanudado.
El cuarto luminoso
Yo voy ya por la quinta. Pero, como dice el refrán, a la quinta va la vencida (¿o era a la tercera?). En lo que me he referido como proceso, la participación estrictamente masculina se reduce a la donación de esperma. No es que luego te desentiendas, como si no te atañera cada uno de los traumáticos pasos por los que ha de pasar una mujer: extracción ovárica, generación de embriones, transferencia embrionaria... Lo que ocurre es que, a diferencia de ella, la presencia del hombre es requerida solo para una actividad: facilitar en un vaso clínico una muestra suficiente para la inseminación. Si no puedes traerlo desde casa porque la clínica dista de tu hogar más de lo prudente (se recomienda que no hayan pasado más de 20 minutos desde la eyaculación), no tienes más remedio que hacerle una visita al cuarto luminoso.
El protocolo es siempre el mismo. Tras un rato de espera en una sala en la que finges que lees un periódico o una revista, irrumpe una enfermera y, con modales exquisitos, te dice: “Acompáñame, por favor”. Obedeces con gesto sumiso, caminas junto a ella unos pocos metros, doblas una esquina y ahí está. La enfermera abre con llave la puerta de un cuarto, tras el cual se ofrece un considerable festín de pornografía. “Cuando estés listo, me avisas pulsando este botón”, te informa antes de dejarte solo. A partir de ese momento, y por más que te convenzas de que esta vez no será así, vas a pasar más tiempo del que tu paciencia es capaz de soportar entregado a un puro acto de onanismo, aunque sin placer alguno. De hecho, una clínica de fertilidad probablemente sea el único lugar donde un hombre tarde más de 10 minutos en masturbarse. En gran medida, porque se opera una reducción absoluta a la condición de varón que ha de eyacular en un vaso (y lo antes posible, gracias). La responsabilidad pesa, ahoga y, en alguna ocasión, asfixia.
La habitación, el cuarto (que no tiene nada de oscuro, ya que su iluminación recuerda más bien a la lámpara intraoral de los dentistas) tiene unas dimensiones que lo asemejan más a un zulo que a un cuarto de baño o de estar. De hecho, es admirable que en tan poco espacio quepamos un lavabo, un inodoro, un mueblecito con una pantalla y revistas, y un servidor. Si la operación se dilata (cosa que, en conversaciones con otros hombres, he constatado que es más frecuente de lo que se podría pensar), la estancia empieza a estrecharse más aún y a extremar sus angulosidades como un cuadro expresionista. Lo idóneo, claro está, para lograr una erección. Por más que se prescriban tres o cuatro días de abstinencia antes de la cita en sí, la presión se impone. “No fallaré, esta vez no fallaré”, te repites durante esos días previos (en los que, por cierto, supongo que por la monomanía, sufres erecciones en los momentos más inoportunos). Fallas. Ya lo creo que fallas. Al menos a la primera. Otra vez a permanecer un buen rato aislado en este cuarto tan (literalmente) hospitalario.
Porno justificado
Mi récord de permanencia está, si mal no recuerdo, en 45 minutos. A falta de otra diversión, me dediqué a analizar con cierto esmero la textura formal de la película porno con la que me obsequiaban: escala de planos, fotografía, intensidad dramática... Es lo que tiene la descontextualización: encerrarte a ver pornografía legal (o, al menos, tolerada por el sistema sanitario) tiene tanto de estimulante como emborracharte con tus padres en plena adolescencia. Si lo desposeemos de su aura perversa (pecaminosa, si queremos), el porno se vuelve inocuo. Lo obsceno y lo decente son convenciones que tienen mucho que ver con su puesta en escena, como bien supo verlo Buñuel, quien, en 'El fantasma de la libertad', le dio la vuelta a dos hábitos muy cotidianos: comer e ir al baño. Y una última consideración sobre la parrilla televisiva del cuarto luminoso, a modo de humilde sugerencia: a todos los hombres heterosexuales no nos complace exclusivamente el género lésbico (que, en ocasiones, puede resultar muy aburrido).
Será injusta, impertinente y hasta cruel, pero la sensación de culpabilidad que arrastramos los hombres con problemas de esterilidad es como una mancha que no termina de saltar nunca. En parte es por eso por lo que nos ponemos tan nerviosos el día de autos y más parece que vamos camino del paredón que hacia un cuarto donde, sencillamente, tenemos que depositar nuestra semilla en un vaso clínico.
Tampoco ayuda mucho esa cierta robotización del macho que rodea el proceso: ahora te excitas, ahora te masturbas, ahora eyaculas, ahora te vas, muchas gracias. Seguramente no haya otra forma de articular las donaciones, pero se comprenderá –espero– el mal trago del donante. Por no hablar de cuando el fracaso no tiene paliativo alguno. Servidor, en otra ocasión, vivió lo que podríamos llamar un gatillazo con una probeta (el vaso aquel día era más estirado y cuneiforme). En realidad, solo supe que el recipiente estaba vacío cuando, según mi impresión errónea, había terminado de evacuar, tras de lo cual abrí los ojos y me fijé. “Me parece que he tenido lo que, si no me equivoco, se llama eyaculación oriental”, le comenté azorado a la enfermera. Y ante su mirada a medio camino entre la suspicacia y la estupefacción, aclaré: “Creo que he eyaculado hacia dentro”.
Miró el vaso, comprobó que no le estaba tomando el pelo y, tras respirar profundamente, me aconsejó diligente: “¿Por qué no sales fuera, te fumas un cigarro y vuelves a intentarlo?”. ¿Volver a intentarlo? Si a mi edad (más cerca de los 40 que de la década anterior) ya cuesta un mundo conseguir el doblete en carne y hueso, ni qué decir con una probeta. (En realidad, nunca desde la adolescencia había pasado tanto tiempo encerrado en el baño. Entonces, por explorar, descubrir, conocer mi cuerpo. Y hoy, más bien por lo contrario). Así pues, salí a la calle, me fumé no uno, sino 10 cigarros, regresé al cuarto y... me fui a mi casa con la promesa de que, al día siguiente volvería más concentrado.
Y lo logré. Logré volver más concentrado, quiero decir. Fue la última ocasión que visité el cuarto, hará un par de meses. Conseguí llegar al final en un tiempo aceptable (un cuarto de hora, más o menos). Lo siguiente también forma parte de un protocolo inalterable. Pulsas el botón. Aparece, a los pocos minutos, la enfermera, a quien miras estúpidamente avergonzado mientras te sonríe con educación. Le entregas el vaso con la muestra en su interior, perfectamente cerrado y etiquetado. “No te preocupes. Me sé el camino. No hace falta que me acompañes”, le dices, al tiempo que te pasas un pañuelo de papel por la frente con la vana esperanza de interrumpir el sudor. “De acuerdo. Os llamamos en cuanto estén los resultados”, responde ella. “Por favor: que sea esta vez; que lo logremos esta vez”, musitas para tus adentros cuando franqueas la puerta de la clínica y echas a andar a paso lento, cabizbajo y un tanto avejentado.
El otro 50%
La infertilidad masculina ha sido siempre un tabú. Pero las dificultades para concebir no son un tema exclusivo de mujeres, sino de pareja, y afecta a ambos sexos por igual. Se calcula que en un 30% de los casos la esterilidad obedece a causas masculinas, otro 30% a femeninas y en el resto se desconoce el origen. Las anomalías a las que se enfrenta un hombre infértil son la disfunción eréctil, la ausencia de eyaculación y las alteraciones en el semen. Cada año se realizan en España 50.000 ciclos de fecundación in vitro: al menos 24.700 de ellos van precedidos de tratamientos contra la infertilidad masculina.
El cuarto luminoso
Yo voy ya por la quinta. Pero, como dice el refrán, a la quinta va la vencida (¿o era a la tercera?). En lo que me he referido como proceso, la participación estrictamente masculina se reduce a la donación de esperma. No es que luego te desentiendas, como si no te atañera cada uno de los traumáticos pasos por los que ha de pasar una mujer: extracción ovárica, generación de embriones, transferencia embrionaria... Lo que ocurre es que, a diferencia de ella, la presencia del hombre es requerida solo para una actividad: facilitar en un vaso clínico una muestra suficiente para la inseminación. Si no puedes traerlo desde casa porque la clínica dista de tu hogar más de lo prudente (se recomienda que no hayan pasado más de 20 minutos desde la eyaculación), no tienes más remedio que hacerle una visita al cuarto luminoso.
El protocolo es siempre el mismo. Tras un rato de espera en una sala en la que finges que lees un periódico o una revista, irrumpe una enfermera y, con modales exquisitos, te dice: “Acompáñame, por favor”. Obedeces con gesto sumiso, caminas junto a ella unos pocos metros, doblas una esquina y ahí está. La enfermera abre con llave la puerta de un cuarto, tras el cual se ofrece un considerable festín de pornografía. “Cuando estés listo, me avisas pulsando este botón”, te informa antes de dejarte solo. A partir de ese momento, y por más que te convenzas de que esta vez no será así, vas a pasar más tiempo del que tu paciencia es capaz de soportar entregado a un puro acto de onanismo, aunque sin placer alguno. De hecho, una clínica de fertilidad probablemente sea el único lugar donde un hombre tarde más de 10 minutos en masturbarse. En gran medida, porque se opera una reducción absoluta a la condición de varón que ha de eyacular en un vaso (y lo antes posible, gracias). La responsabilidad pesa, ahoga y, en alguna ocasión, asfixia.
La habitación, el cuarto (que no tiene nada de oscuro, ya que su iluminación recuerda más bien a la lámpara intraoral de los dentistas) tiene unas dimensiones que lo asemejan más a un zulo que a un cuarto de baño o de estar. De hecho, es admirable que en tan poco espacio quepamos un lavabo, un inodoro, un mueblecito con una pantalla y revistas, y un servidor. Si la operación se dilata (cosa que, en conversaciones con otros hombres, he constatado que es más frecuente de lo que se podría pensar), la estancia empieza a estrecharse más aún y a extremar sus angulosidades como un cuadro expresionista. Lo idóneo, claro está, para lograr una erección. Por más que se prescriban tres o cuatro días de abstinencia antes de la cita en sí, la presión se impone. “No fallaré, esta vez no fallaré”, te repites durante esos días previos (en los que, por cierto, supongo que por la monomanía, sufres erecciones en los momentos más inoportunos). Fallas. Ya lo creo que fallas. Al menos a la primera. Otra vez a permanecer un buen rato aislado en este cuarto tan (literalmente) hospitalario.
Porno justificado
Mi récord de permanencia está, si mal no recuerdo, en 45 minutos. A falta de otra diversión, me dediqué a analizar con cierto esmero la textura formal de la película porno con la que me obsequiaban: escala de planos, fotografía, intensidad dramática... Es lo que tiene la descontextualización: encerrarte a ver pornografía legal (o, al menos, tolerada por el sistema sanitario) tiene tanto de estimulante como emborracharte con tus padres en plena adolescencia. Si lo desposeemos de su aura perversa (pecaminosa, si queremos), el porno se vuelve inocuo. Lo obsceno y lo decente son convenciones que tienen mucho que ver con su puesta en escena, como bien supo verlo Buñuel, quien, en 'El fantasma de la libertad', le dio la vuelta a dos hábitos muy cotidianos: comer e ir al baño. Y una última consideración sobre la parrilla televisiva del cuarto luminoso, a modo de humilde sugerencia: a todos los hombres heterosexuales no nos complace exclusivamente el género lésbico (que, en ocasiones, puede resultar muy aburrido).
Será injusta, impertinente y hasta cruel, pero la sensación de culpabilidad que arrastramos los hombres con problemas de esterilidad es como una mancha que no termina de saltar nunca. En parte es por eso por lo que nos ponemos tan nerviosos el día de autos y más parece que vamos camino del paredón que hacia un cuarto donde, sencillamente, tenemos que depositar nuestra semilla en un vaso clínico.
Tampoco ayuda mucho esa cierta robotización del macho que rodea el proceso: ahora te excitas, ahora te masturbas, ahora eyaculas, ahora te vas, muchas gracias. Seguramente no haya otra forma de articular las donaciones, pero se comprenderá –espero– el mal trago del donante. Por no hablar de cuando el fracaso no tiene paliativo alguno. Servidor, en otra ocasión, vivió lo que podríamos llamar un gatillazo con una probeta (el vaso aquel día era más estirado y cuneiforme). En realidad, solo supe que el recipiente estaba vacío cuando, según mi impresión errónea, había terminado de evacuar, tras de lo cual abrí los ojos y me fijé. “Me parece que he tenido lo que, si no me equivoco, se llama eyaculación oriental”, le comenté azorado a la enfermera. Y ante su mirada a medio camino entre la suspicacia y la estupefacción, aclaré: “Creo que he eyaculado hacia dentro”.
Miró el vaso, comprobó que no le estaba tomando el pelo y, tras respirar profundamente, me aconsejó diligente: “¿Por qué no sales fuera, te fumas un cigarro y vuelves a intentarlo?”. ¿Volver a intentarlo? Si a mi edad (más cerca de los 40 que de la década anterior) ya cuesta un mundo conseguir el doblete en carne y hueso, ni qué decir con una probeta. (En realidad, nunca desde la adolescencia había pasado tanto tiempo encerrado en el baño. Entonces, por explorar, descubrir, conocer mi cuerpo. Y hoy, más bien por lo contrario). Así pues, salí a la calle, me fumé no uno, sino 10 cigarros, regresé al cuarto y... me fui a mi casa con la promesa de que, al día siguiente volvería más concentrado.
Y lo logré. Logré volver más concentrado, quiero decir. Fue la última ocasión que visité el cuarto, hará un par de meses. Conseguí llegar al final en un tiempo aceptable (un cuarto de hora, más o menos). Lo siguiente también forma parte de un protocolo inalterable. Pulsas el botón. Aparece, a los pocos minutos, la enfermera, a quien miras estúpidamente avergonzado mientras te sonríe con educación. Le entregas el vaso con la muestra en su interior, perfectamente cerrado y etiquetado. “No te preocupes. Me sé el camino. No hace falta que me acompañes”, le dices, al tiempo que te pasas un pañuelo de papel por la frente con la vana esperanza de interrumpir el sudor. “De acuerdo. Os llamamos en cuanto estén los resultados”, responde ella. “Por favor: que sea esta vez; que lo logremos esta vez”, musitas para tus adentros cuando franqueas la puerta de la clínica y echas a andar a paso lento, cabizbajo y un tanto avejentado.
El otro 50%
La infertilidad masculina ha sido siempre un tabú. Pero las dificultades para concebir no son un tema exclusivo de mujeres, sino de pareja, y afecta a ambos sexos por igual. Se calcula que en un 30% de los casos la esterilidad obedece a causas masculinas, otro 30% a femeninas y en el resto se desconoce el origen. Las anomalías a las que se enfrenta un hombre infértil son la disfunción eréctil, la ausencia de eyaculación y las alteraciones en el semen. Cada año se realizan en España 50.000 ciclos de fecundación in vitro: al menos 24.700 de ellos van precedidos de tratamientos contra la infertilidad masculina.
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