Cual laboriosa hormiga, el periodista gallego Xavier Valiño ha escudriñado los archivos del franquismo para reunir en el libro Veneno en ...
El periodista Xavier Valiño desvela
en un libro cerca de 150 portadas de álbumes modificadas y 4.343
canciones prohibidas durante la dictadura franquista
Cual laboriosa hormiga, el periodista gallego Xavier
Valiño ha escudriñado los archivos del franquismo para reunir en el
libro 'Veneno en dosis camufladas' (Editorial Milenio) una muestra
escrita y gráfica de los desmanes censores de la dictadura franquista en
el terreno de la música pop-rockera. Ésta es la cuarta obra de este
autor, que inicialmente planteó este trabajo como una tesis doctoral.
«Desde que compré el primer disco, que intuía podía estar censurado,
tuve la idea de estudiar el tema. El libro me servía además para
completar un Doctorado que, si lo hacía, debía ser algo que me gustase,
que no me importara invertir tiempo y recursos».
El título elegido para este libro se refiere al cantaor
Manuel Gerena. «Hice trampa porque es flamenco, pero el parte del censor
era muy bueno. Desconfiaba de un disco, no encontró nada y escribió:
'En estas y en casi todas las letras hay una sibilina alusión vengativa
contra algo: ¿Los políticos? ¿Los que mandan? ¿Los patrones? El veneno
va en dosis camufladas'».
Una década ha invertido Xavier Valiño en el Archivo
General de la Administración para poder confeccionar un trabajo pionero.
«Tuve obstáculos. Me enviaban de un organismo a otro. Y una vez en el
Archivo, tuve que pedir cajas de sus kilométricas estanterías sin
resultado. Hasta que apareció el primer parte de un censor. Después, fue
más fácil, aunque ahí empezó mi trabajo. Fui el primero en desempolvar
esos documentos».
La estadística es cruda: 4.343 canciones vetadas como no
radiables, 564 'amnistiadas', cerca de 150 ilustraciones censuradas
(portadas, contraportadas, hojas interiores, libretos, etiquetas),
canciones publicadas con pitidos, discos que sortearon al aparato censor
o los que se editaron fuera. «No ha quedado casi nada fuera, salvo
alguna portada en la que no haya conseguido ver algo y partes de los
censores que se repetían: aparecía 'inmoral' una y otra vez».
No guardaron portadas de LPs censurados porque no cabían
en las cajas de archivo. «Pasaron por el Ministerio de Información y
Turismo, pero no se conservaron porque no entraban en las cajas AZs en
las que se archivó todo. Lo más probable es que se deshicieran de ellas.
Aprobada y editada la versión final de un disco, ¿para qué archivar la
portada?».
El periodista de Cospeito localizó al único censor vivo.
«En los partes aparecían cuatro nombres y llamé a todos los teléfonos de
Madrid con esos apellidos. Quedaba uno vivo. Se prestó a hablar, aunque
no quiso repetirlo con una segunda persona que me pidió sus datos. El
encuentro fue en 2003, en la Biblioteca Nacional, donde trabajaba a un
año de jubilarse. Me trató bien y contestó a todo. No eran funcionarios
sino cuatro personas contratadas por su dominio de los idiomas que
censuraban libros por las mañanas y a las que ofrecieron dinero extra
por hacerlo con los discos».
Cuatro apartados censores
La labor censora era caprichosamente burocrática. «No
hubo un criterio claro, su trabajo era arbitrario, interpretaban lo que
se esperaba de ellos. Uno censuraba una canción y otro la autorizaba en
otro disco. El superior podía eliminar algo a lo que el censor había
dado el visto bueno. Los cuatro tenían que intuir qué se pretendía de
ellos, les preocupaba más que los superiores les llamasen la atención
por haber dejado pasar algo censurable que ser pilares del régimen».
El estudio ha detectado una jerarquía de valores en la
labor censora. «He dividido los partes de las letras de las canciones y
las portadas modificadas o prohibidas en cuatro apartados: moral
(erotismo, relaciones íntimas, pornografía, masturbación, masoquismo,
prostitución, homosexualidad, palabras malsonantes, desnudos,
actividades indecorosas.), político (antimilitarismo, críticas a las
fuerzas de seguridad y los poderes del Estado, a la política española y
estadounidense, canciones subversivas, comunismo, anarquismo.), social
(drogas, movimiento hippy, marginación, delincuencia, racismo, buen
gusto, crítica social, imagen inapropiada.) y religioso. El primero de
ellos gana en proporción a los otros.
Un gallego, Manuel Fraga Iribarne, presidía el ministerio
censor y ahora otro gallego ha sido el encargado de revolver los
cajones. «Se te olvida el jefe de Fraga. ¿Quiénes son los gallegos más
conocidos ? ¡Julio Iglesias y Franco! Puedes añadir a Fraga. Tenemos
mala suerte, sí. Y poco a lo que agarrarse que pueda servir de
contrapeso. Tal vez Manu Chao, medio gallego, medio vasco».
La creatividad censora mejoraba incluso el original. No
había 'photoshop', pero eran hábiles. «En la censura de portadas hay
verdaderas joyas (o tropelías, según se quiera ver), otras en las que se
tapan partes del cuerpo con ropa interior, bikinis, letras o lo que
fuera, se convierten textos en garabatos ininteligibles. Hay muchas,
variadas y de imaginación desbordada».
Bob Dylan, 'homosexualista'
Se prohibió, por ejemplo, el 'Blonde on Blonde' de Dylan
por ser «disco ligero y homosexualista» cuando contenía unas largas y
enrevesadas letras. «Solía ocurrir. No entender nada, dejar pasar algo
muy claro, censurar algo que no tenía nada, confundirse... El 'I'm
Waiting for the Man', de Lou Reed, hablaba de un adicto a las drogas que
espera al camello; el censor escribió: «se refiere a una chica que
espera a su hombre 'veintiséis dólares en la mano'... Los otros la
'pinchan', pero él tiene un dulce sabor».
¿Qué artistas más conocidos sufrieron persecución?
«Dylan, Bowie, Zappa, Lennon, The Who, Stones, Cohen, Lou Reed. No hubo
ensañamiento especial, todo era censurable y arbitrario. La sorpresa ha
sido descubrir que, proporcionalmente, hubo más censura en el rock que
con los cantautores. Desde 1966 hubo una cierta apertura, pero en la
música fueron estrictos».
¿Se enteraban los censurados de lo que ocurría? «Los
artistas internacionales, no. Pero no les importaría mucho, era asunto
de las discográficas, sus sellos en España permitían las tropelías. Los
artistas de aquí sí que se enteraron, claro. La censura no era
exclusivamente española, pero aquí se extendió a todas las artes, en
proporción exagerada y de forma muy burocrática. Ha seguido existiendo,
pero en proporción ridícula respecto al franquismo y sin censores
pagados por la Administración. Ahora, son los medios de comunicación
quienes destapan los escándalos. Y nos enteramos de que ocurren; antes
sólo se intuía que algo pasaba».
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