sábado, 29 de diciembre de 2012

Diálogo de verdad El balance del Gobierno de Mariano Rajoy demanda cambios de fondo y formas./ ¿Cómo ser filósofo hoy en día?

TÍTULO: Diálogo de verdad,.

El balance del Gobierno de Mariano Rajoy demanda cambios de fondo y formas,.

En el balance que hizo de su primer año de Gobierno, Mariano Rajoy apeló ayer a la “comprensión y solidaridad de los ciudadanos” ante las duras medidas que ha tenido que tomar para evitar “la quiebra de España”. Es un cambio de tono que se agradece: muestra que es consciente del sufrimiento que esas medidas están causando. Rajoy insistió en que eran inevitables, dada la grave situación heredada. El problema es que cuanto más tiempo pasa, menos creíble resulta apelar a la herencia. El balance de un Gobierno tiene que basarse en los logros alcanzados en relación no solo a lo heredado, sino a los compromisos electorales. Y desde ese punto de vista, los resultados no son positivos. Con razón habló el presidente de 2013 como año muy difícil.
España está de nuevo en recesión y se han perdido otros 800.000 puestos de trabajo. Es cierto que el Gobierno recibió un déficit público del 9% hace un año y es creíble que, de no haber aplicado drásticos recortes, ahora podría ser, como dijo el presidente, del 11%, lo que sería insostenible. Pero la situación no ha mejorado como para encarar con tranquilidad la refinanciación de los 230.000 millones de deuda que vencerán en 2013. Y la resistencia a pedir un rescate obliga a las empresas a arrostrar un sobrecoste financiero que afecta a su competitividad y, en muchos casos, a su supervivencia. Con una política económica basada casi únicamente en la reducción del gasto, las Administraciones están abocadas a nuevos recortes que agravarán la crisis y que sufrirán con especial crudeza las autonomías. Rajoy fue tajante al afirmar que no tiene “ninguna intención” de suavizar los objetivos de déficit, lo que agravará otro frente que ha empeorado: la relación con el Gobierno de Cataluña y su órdago soberanista.
El líder socialista, Alfredo Pérez Rubalcaba, reiteró ayer su oposición firme y de resistencia al cambio de modelo que, dijo, se está aplicando en educación y sanidad. Pero también ofreció su colaboración para afrontar la cuestión territorial. Rajoy se mostró dispuesto a dialogar con el presidente catalán, y lo propio hizo el portavoz de la Generalitat. Es urgente que todos lo hagan, pero sabiendo que dialogar es algo más que hablar: es estar dispuesto a ceder para llegar a encuentros. España afronta una crisis económica, un deterioro institucional y una fractura territorial que exigen algo más que retórica. El plazo de tres meses que ayer se dio Rajoy para consensuar cambios en el sistema de pensiones es un nuevo banco de pruebas en ese sentido.
Rajoy ha recurrido en exceso al decreto ley para eludir debates parlamentarios incómodos. La comparecencia de ayer no sustituye el debate de la nación que debería haberse celebrado en el Parlamento. Son demasiados, y demasiado graves, los problemas que afronta el país como para que el Gobierno pueda ignorar al resto de las fuerzas políticas. No es admisible que Gobierno y oposición sigan transitando por caminos paralelos que nunca o casi nunca se encuentran.



TÍTULO: ¿Cómo ser filósofo hoy en día?

A pesar de que la búsqueda socrática de la verdad se considera hoy una pérdida de tiempo, lo cierto es que la filosofía es más útil que nunca, porque trata constantemente de insuflar libertad en la vida política,.

Vivimos en una época de generalizado relativismo ético, que entre las nuevas generaciones ha creado una actitud de «todo vale», y también en una época caracterizada por un profundo escepticismo público respecto al papel crítico de la filosofía (algo no ajeno a esa actitud). Ahora, gran parte de la población cree que el compromiso socrático con la búsqueda de la verdad es una pérdida de tiempo y una forma de vivir idealista en un mundo globalizado. A los filósofos se los presenta como insignificantes inventores de conceptos cuyo único objetivo en la vida es luchar por asegurarse un puesto fijo en una universidad norteamericana o europea. Por lo tanto, es probable que la afirmación de que la filosofía es una actividad liberadora se acoja con cinismo y desdén.
Es interesante señalar que hace dos mil quinientos años, Aristófanes, en su obra Las nubes, retrataba a Sócrates como a un sofista amoral que enseñaba a la juventud ateniense a engañar mediante arteras argumentaciones. Sin embargo, en su sombría comedia Aristófanes no disuadía a los filósofos de abordar y cuestionar algunas de las creencias fundamentales en las que se basa la existencia del hombre en el mundo. Entre las principales preocupaciones de la filosofía ha figurado el desafío planteado por el concepto de libertad y su plasmación social y política. ¿Por qué a los filósofos les ha preocupado el problema de la libertad? ¿Por qué la libertad es la cuestión más importante que debe tratar un filósofo? La mejor manera de responder con claridad a esas preguntas es examinar las consecuencias que comporta dejar de lado el tema de la libertad.
Debe mantenerse la función del pensador cívico que observa las injusticias del mundo
No hace falta decir que la libertad es la fuerza creadora que subyace tras el pensamiento filosófico, del mismo modo que la filosofía contribuye a la comprensión y la evolución del concepto de libertad. En consecuencia, los filósofos han intentado comprender la libertad de la forma más exhaustiva y crítica que han podido, no solo haciendo una aportación a su definición, sino a su propia materialización. "De ninguna idea se sabe de manera tan general que es indeterminada, ambigua y susceptible de los más grandes malentendidos (de los que, por tanto, es realmente víctima) como de la idea de libertad, y ninguna otra circula con tanta inconsciencia". Esta afirmación de Hegel es tan certera hoy en día como cuando él la hizo, hace casi 200 años.
El concepto de libertad no solo se ha entendido deficientemente sino que también se ha utilizado de manera enormemente abusiva. Esta doble problemática de la libertad pone sobre el tapete de cualquier debate filosófico tanto la idea de que la propia filosofía constituye una lucha por la libertad como la de que una parte importante del hecho de ser libre radica en pensar de manera filosófica. Como se puede ver, el problema de la libertad se plantea siempre que se aborda la propia naturaleza del cuestionamiento filosófico. Si el objetivo de la naturaleza de dicho cuestionamiento es reflexionar sobre el concepto de libertad, para que los seres humanos puedan avenirse a ella, de alguna manera habrá que explicar que estos hayan llegado a abandonar ese cuestionamiento y cómo sería posible recuperarlo. Dicho de otro modo, la filosofía no es solo una forma de cuestionar el concepto de libertad y sus aplicaciones sociales y políticas, también es una forma de pensar y de interrogarse sobre la falta de libertad. El hecho de que el problema de la libertad y el del cuestionamiento filosófico se enmarquen mutuamente apunta a la posibilidad de que ambos sean elementos complementarios de un problema más profundo: ¿de qué manera la acción humana o la experiencia humana de la política se ven determinadas por ese entrecruzamiento entre filosofía y libertad?
Quizá, en lugar de coincidir con Kant y con Sartre en que nuestra humanidad reside en nuestra libertad, debamos reconocer que la creación política comporta una tensión permanente entre la institucionalización de la libertad y el cuestionamiento filosófico. De este modo, seremos libres para pensar en tanto en cuanto podamos optar por un examen más amplio del propio proceso intelectual. En consecuencia, en el proyecto que nos lleva a cuestionar y desafiar la realidad imaginable y materializable, podemos decir que la libertad es un gemelo no idéntico de la filosofía.
No puede haber una sociedad democrática sin un cuestionamiento democrático
Postular que la filosofía es un conocimiento terminado y exhaustivo sería como definir y practicar la libertad desde ese mismo postulado. El encubrimiento del cuestionamiento filosófico por parte de la teología va unido a la pérdida de la naturaleza creadora y revolucionaria de la libertad. No cabe duda de que un individuo que ya haya accedido al cuestionamiento filosófico no podrá evitar la práctica abierta y libre que supone postular otros tipos de pensamiento y otras formas de lo imaginable. Es fascinante señalar que el cuestionamiento filosófico es una forma de pensar que puede producir fisuras en los muros que rodean el pensamiento establecido. En consecuencia, la filosofía, en tanto que interrogación crítica, se desarrolla en el espacio que separa el pensamiento libre que aspira a establecerse y el pensamiento ya propiamente establecido. Aquí es donde podríamos comenzar a comprender por qué la filosofía es la tarea constante de insuflar libertad en la vida política, en forma de correctivo empírico para la vida teológica.
La filosofía tiene la labor cívica de resistirse a la idea de que existe una teoría total de la realidad. En consecuencia, exigir que la organización política de una sociedad se base en una teoría total y completa equivale a proclamar que la política es algo inimaginable y a poner fin a la libertad de pensar de otra manera, de pensar en algo nuevo. Dicho de otro modo, no puede haber una sociedad democrática sin un cuestionamiento democrático o, dicho con más claridad, sin un cuestionamiento cívico de la naturaleza de la democracia. No tiene mucho sentido hablar o escribir sobre filosofía si no hay que reflexionar sobre la naturaleza de la propia filosofía. Esta es la razón de que se deba mantener la función del filósofo cívico, en tanto persona cuyo intelecto observa las inhumanidades e injusticias del mundo (casi siempre en nombre de la filosofía), a pesar de que el concepto haya perdido hoy en día su vigor político. Aunque el carácter de los tiempos así lo sugiera, el académico en busca de plaza fija no puede sustituir al filósofo, que sigue teniendo mucho que aportar a la democratización de la sociedad. Sin duda los filósofos serán socialmente útiles mientras los seres humanos continúen creyendo que la palabra filosofía no es baladí. En cierto modo, la tarea cívica de la filosofía actual radica en la pugna entre pensamiento crítico y fanatismo. Sea cual sea el precio que los filósofos hayan de pagar por tener las manos vacías en su batalla contra tiranías irreflexivas y dominaciones hegemónicas, podemos esperar la victoria de un pensamiento democrático incluyente.

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