domingo, 2 de diciembre de 2012

TECNOLOGÍA DATA CENTERS,/ ANIMALES Y LA CIENCIA,./ NUESTRAS VIVENCIAS PUEDEN CAMBIAR A LOS DEMÁS,.

TÍTULO: TECNOLOGÍA DATA CENTERS:

Tecnología y Data Center - Servicios apser. Data center es el nombre que reciben los “centros de proceso de datos”: ubicaciones que contienen filas de ...

Tecnologí­a y Data Center - Servicios apser,.

Data center es el nombre que reciben los “centros de proceso de datos”: ubicaciones que contienen filas de armarios cada uno de ellos con servidores y otras “piezas” de la infraestructura TIC de una empresa, con unas óptimas condiciones de suministro de potencia eléctrica y de protección y unas estrictas medida de seguridad. 
Desde esta perspectiva, nos consideramos gestores de infraestructuras tecnológicas y no comercializadores o implantadores de tecnología. Estas tecnologías son sólo uno de los mecanismos por los cuales garantizamos los diferentes niveles de servicio [SLA: Service Level Agreement] pactados con cada cliente. 
Los servicios de gestión de infraestructuras que ofrecemos son independientes tanto del operador de comunicaciones como del proveedor de servicios de data center, dado que estamos prestando servicio a nuestros clientes desde nuestra plataforma propia ubicada en el data center de Telvent en Barcelona, pero tambien desde Amazon para almacenamiento bajo demanda, desde Microsoft Azure para servicios Online de correo, desde la infraestructura de Google para servicios colaborativos, y desde otros datacenters a nivel estatal para proyectos donde los datos necesiten alojarse a nivel nacional.

TÍTULO: ANIMALES Y LA CIENCIA,.

 El uso de animales en experimentación científica,.              
 
Foto de animales los perros buenos amigos del hombre, etc.

Para discutir el uso de animales de experimentación, es imprescindible analizar nuestra relación con ellos, sobre todo en el contexto de nuestra cultura.
Hace unos años, un canal de televisión transmitió una discusión sobre el toreo a la que, para concitar el interés, había invitado a "personalidades", no a científicos y, previsiblemente, pasó lo que tenía que pasar: un señor relampagueante de tics y vacuo en raciocinio "ganaba" la discusión con el simple trámite de elevar su voz e interrumpir cada vez que le disgustaban las opiniones ajenas; otro, cayendo en un festival de antropocentrismo oligofrénico, aseguró que los toros se sienten honrados de morir peleando como guerreros, a pesar de que les destrocen a lanzados los músculos, nervios y vasos del lomo, y no pastando rascuachamente en un potrero; y así, un tercero sostuvo que el toreo debe ser permitido porque es parte de nuestra cultura, es decir, adoptó la misma manera de "justificar" que emplean las dictaduras militares para masacrar disidentes, recurriendo al añejo y cada vez más imbécil "ser nacional". Ese es habitualmente el marco conceptual y el nivel en que luego se discute el uso de animales de experimentación. Pero, dado que Elementos es la revista de, ni más ni menos, la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, el debate que promueve debe superar esa mediocridad, manejarse con información, ahondar en las raíces del problema y recurrir a la ciencia hasta donde sea posible.
Antecedentes culturales de la relación Humanos/Naturaleza.
Aquí conviene recordar dos aspectos de las culturas primitivas. En primer lugar, suponen que el universo opera cíclicamente y al cabo de cierto tiempo todo se volverá a repetir y, en segundo, entienden que la vida misma fluye cíclicamente a través de los diversos organismos, porque los humanos comen animales y vegetales, luego acaban por ser injeridos por animales feroces o gusanos, estos fertilizan la tierra en la que crecen plantas, que a su vez alimentarán a los herbívoros, que acabarán siendo devorados por animales o personas. Ese fluir cíclico es algo más que una simple "cadena trófica", pues también incluye el espíritu, de modo que cuando reverencian al oso y al gamo que cazan, y tienen ceremonias religiosas para la siembra y la cosecha, están reconociendo que esa presa y ese fruto mañana será parte de ellos mismos. Además, muchas de esas culturas creen en la reencarnación, de modo que respetan al oso y al gamo como si reverenciaran a un antepasado.
Pasemos ahora a nuestra civilización.
Los pre-socráticos hablaban de necesidades, no de leyes de la Naturaleza; justamente, la noesis de Platón se refería a una armonía, un balance, una coherencia, no a un reglamento que el universo debiera obedecer. La idea de que estas últimas leyes existen la introdujeron los judeocristianos al proclamar al hombre como un Rey de la Creación, a quien Dios le concedió la Naturaleza para que la domine, explote y haga de ella su sirvienta. San Crisóstomo (Siglo V) llegó a afirmar que los Diez Mandamientos son una codificación de las leyes naturales.
A pesar de que Aristóteles enfatizó la continuidad entre todo tipo de vida, distinguió de una manera artificial entre la inteligencia humana y las de algunos animales que exhiben conductas muy similares. Pero fueron tal vez los estoicos quienes argumentaron tajantemente que los animales no pueden razonar en absoluto. Luego, René Descartes con su "Cogito, ergo sum" encaminó la filosofía por un subjetivismo del que jamás se ha recuperado, y que dejo desprotegido al "mundo-de-ahí-afuera" (al mundo que no podría decir, como él: "Pienso, luego existo"). La división mente/cuerpo cartesiana despojó de valores a la Naturaleza, dió por sentado que los animales no sufren y, cuando se los clava a una mesa, se los viviseca, se los evisera, se les intuba la tráquea y se les tritura los nervios, sus gritos y contorsiones no indican que estén sufriendo, pues son como un carillón que, al golpear sus campanas con un martillo, emiten sonidos sin que necesariamente padezcan dolor alguno. El dar por sentado que los humanos no somos parte de la Naturaleza, ni tenemos el deber de relacionarnos con ella benévolamente, sino que conquistarla y dominarla, desfigura además nuestra identidad humana. La civilización se convierte así en Orden y Bondad, y lo silvestre en Caos y Mal. De modo que para el hombre blanco lo "silvestre" es una tierra "horrible", "infestada" y "salvaje", denominación que también aplica a los animales y a las personas. Las oposiciones binarias civilizado/salvaje, mente/cuerpo, humanidad/naturaleza, llevaron tomar a la identidad como diferencia, y provocaron otras polaridades no menos deplorables, como hombre/mujer, blanco/negro y amo/esclavo.
Por eso es fundamental no perder de vista que los límites entre humano y animal no son naturales, sino culturales, y están sujetos a que cada cultura, cada época histórica, los redefina. Y así como en algunos países ya comenzaron a colapsarse las jerarquías amo/esclavo y hombres/mujeres, esperamos que este debate promovido por Elementos ayude a demoler la nefasta concepción humanos/animales. Pero, insistimos, esa tarea es irrealizable sin revisar primero el marco de la cultura desde la que evaluamos estas cosas.
Algunos antecedentes de la preocupación por la crueldad con los animales.
La ciencia cree que los homínidos de los cuales descendemos, primero aprovecharon los restos que dejaban los carnívoros feroces, luego ellos mismos se hicieron cazadores, y más tarde sus conocimientos y habilidades les permitieron desarrollar la ganadería. De pronto el hombre organizó fiestas para lucir sus destrezas: flechar, lancear, enlazar, bolear. También planteó espectáculos que le permitieran conocer y comparar las características de los animales más aguerridos, haciéndolos combatir entre ellos o con otros seres humanos. Estas actividades fueron deslizándose hacia la caza deportiva, el toreo, la riña de gallos, las peleas de perros, la cetrería, en las que la justificación de la necesidad alimenticia fue siendo suplantada lisa y llanamente por el morbo. Pero la necesidad de manejar animales para comer no dejó de suministrar excusas para la crueldad; algunas industrias de los alimentos continúan confinando a los pollos en jaulas exageradamente estrechas para restringir sus movimientos y conseguir que su carne no se endurezca; también recurre a recortarles o quemarles el pico para que en su desesperación no se lastimen y disminuyan su precio de mercado; es habitual que carencien de hierro a los vacunos para que su carne aparezca más blanca en el comercio, y que se los mate con procedimientos baratos pero chapuceros que, por no ser repentinos, ocasionan horribles sufrimientos. Peor aún, a veces se cuida que el animal no muera súbitamente, para que su lenta agonía permita drenar una cantidad mayor de sangre faenable. Luego claro, para evitar la repugnancia, la gente disimula el origen de su comida, reservando un nombre distinto para el animal vivo y el que ya ha sido transformado en alimento (guajolote y no pavo; pork y no pig).
Ya desde Cicerón y con auge en el Renacimiento, la caza fue denunciada por razones seculares y humanísticas, como cruel, tonta e inculta. Pero todavía quedan países que cometen toreo aunque se digan cristianos, ignorando que lo tienen estricta y específicamente prohibido. Así, Pio V, en su bula "De Salute Gregis" dada en Roma el día de Todos los Santos 1° de noviembre de 1567, estipula:
"…De manera semejante prohibimos a los clérigos, tanto regulares como seculares, a los que detentan beneficios eclesiásticos o estén constituidos en las sagradas órdenes, que asistan a tales espectáculos (se refiere a los taurinos), bajo pena de excomunión." Bien, ahora véase la figura 1. Esta es, precisamente, la cultura desde la que se juzga el uso de animales para la experimentación científica. Avencemos.
¿Qué dice la biología?,etc.
 
TÍTULO: NUESTRAS VIVENCIAS PUEDEN CAMBIAR A LOS DEMÁS,.
 
 No había tenido tiempo hasta ahora de ocuparme de arreglar los papeles para disponer de un lugar adecuado cuando me vaya un rato al otro ...
  No había tenido tiempo hasta ahora de ocuparme de arreglar los papeles para disponer de un lugar adecuado cuando me vaya un rato al otro mundo. Si no me ocupo de ello ahora, con setenta y seis años, ¿cuándo voy a hacerlo?
A todos los que se interesen por mi nuevo ático, me gustaría decirles que se trata de un nicho en el cementerio de Vilella Baixa, un pueblo entonces de trescientos habitantes en el Priorato, en donde pasé la infancia porque mi padre, que e. p. d., ejercía de médico de lo que llamaban entonces asistencia pública domiciliaria (APD).
Recuerdo perfectamente que el primer ruego a los pacientes ubicados en el Río Grande, o bien en el Pequeño -el Riu Petit, como lo llamábamos entonces-, era pedirles que sacaran la lengua para saber alguno de los dos mil síntomas de microbios distintos, que pueden cobijarse en aquel lugar, hoy olvidados por los médicos generalistas.
Montado en un burro, años después en una de las primeras motos, padre recorría sin parar los pueblos de Vilella Baixa que se llamaba 'baja' no porque lo fuera, puesto que estaba en la cima del Montsant, sino porque había otro pueblo muy parecido, incluido en la altura, llamado Vilella Alta, además de Cabacés, Gratallops y La Figuera. En el Río Grande, debajo de las rocas, pescábamos, familiarizándonos con la vida de los peces y del resto de los animales, mucho antes de que conociéramos a las personas.
Las casas de las personas estaban siempre abiertas a los niños, aunque deba confesar que nunca hablábamos de nada con los adultos. Solo con la manada, que era la guardiana celosa de nuestros secretos: dónde estaba el nido de la puput una especie de lechuza con pequeños cuernos, debajo de qué roca se escondían los peces grandes en el río o dónde podíamos encontrar la cebolla cruda que fortalecía los músculos de las aves de rapiña, o el nido de los jilgueros.
En la Vilella Baixa se cumplía este mes el centenario de L Envelat, el verdadero centro cultural y sexual de aquella comarca: los párvulos aprendimos por primera vez a distinguir una roca calcárea de una pizarra o a sentirse arrollado, cuando no embelesado, por el primer baile con alguna hija de anarquistas que habían conservado el nombre de su histórico bautizo: Ilusión, Primavera o Libertad. ¿Qué habrá sido de todas ellas? Algunas debieron cambiar su nombre original para no herir las susceptibilidades del medio más confesional que prevaleció después de la Guerra Civil.
Los primeros organismos que conocimos fueron los del resto de los animales. Sabíamos perfectamente cuándo las perdices cambiaban las plumas, lo que requería reforzar su ingesta proteínica. En cambio, no sabíamos nada del daño que podíamos causar tirando una piedra desde el otro lado del río a la cabeza del contrincante en el juego que llamábamos de Canpitulet, ¡solo Dios sabrá por qué!
A los que tuvimos la suerte de topar primero mucho antes que con los humanos con los animales, como las perdices, los gorriones, los perros, los cuervos, los gatos y las ovejas o las cabras, nos iba a parecer extraordinario que docenas de científicos descubrieran, tras esfuerzos interminables, que primero los homínidos y después los demás animales también tenían emociones. De pequeños aprendimos naturalmente que las emociones básicas y elementales eran lo único con lo que todos veníamos al mundo y que serían para siempre las manipuladoras de todo lo bueno y lo malo.
El gran descubrimiento que está transformando las bases de todos los sistemas educativos del mundo es ahora la llamada 'plasticidad cerebral'. Con nuestra experiencia individual podemos transformar las estructuras genéticas y cerebrales de los demás. Yo tuve la suerte de descubrir con menos de seis años lo que nadie dudaba entonces: la capacidad del resto de los animales para hacer lo mismo.

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