TÍTULO: Michelle adora el Body Fitness-AS-.
Michelle adora el Body Fitness.
Michelle Lewin pasará la Navidad en su Venezuela natal, pero pronto
se instalará en Miami. Su sueño es competir en el IFBB Body Fitness,
tras cerrar doce portadas en las principales revistas de Europa y
América. Dice que es el del Barcelona, pero admira a José Mourinho,.
TÍTULO: "Talavante apuesta fuerte,.TOROS,.
Victorino y el gesto del torero,.
Victorino pondera el gesto del torero
'Talavante ha apostado fuerte'
'Siempre estamos diciendo que las figuras deben hacer este tipo de gestos. Le ayudaremos en todo cuanto necesite', asegura el ganadero.
'Es un gesto muy de agradecer' Son las primeras palabras que
pronuncia Victorino Martín García cuando se le pregunta por el
ofrecimiento de Alejandro Talavante de lidiar seis toros de su ganadería
el año próximo en la plaza de Las Ventas. El ganadero explica es
consciente de la responsabilidad que entraña cruzar en solitario el
ruedo de Las Ventas para enfrentarse a seis toros de su ganadería, algo
que sólo han hecho cinco matadores en la historia de la vacada.
'No se trata de matar una corrida nuestra, se trata de seis toros y además en Madrid. Siempre estamos diciendo que las figuras deben hacer este tipo de gestos y eso es jugar muy fuerte'. El torero extremeño, además del agradecimiento del ganadero, contará con su apoyo y su aliento en la preparación de tan importante compromiso: 'Talavante ha apostado muy fuerte y le ayudaremos en todo cuanto necesite. Todo lo que esté en nuestras manos se lo vamos a poner a su disposición'.
Victorino desvela un dato además que invita al optimismo en esta gesta 'Sólo cinco toreros han sido capaces de encerrarse con seis toros de casa en Madrid, Andrés Vázquez, Ruiz Miguel, El Niño de la Capea, Roberto Domínguez y Manuel Caballero, y los cinco han salido en hombros. Para nosotros supone un reto enorme, pero estamos muy agradecidos de que haya contado Victorino para proponer un acontecimiento como de estas características', concluye.
'No se trata de matar una corrida nuestra, se trata de seis toros y además en Madrid. Siempre estamos diciendo que las figuras deben hacer este tipo de gestos y eso es jugar muy fuerte'. El torero extremeño, además del agradecimiento del ganadero, contará con su apoyo y su aliento en la preparación de tan importante compromiso: 'Talavante ha apostado muy fuerte y le ayudaremos en todo cuanto necesite. Todo lo que esté en nuestras manos se lo vamos a poner a su disposición'.
Victorino desvela un dato además que invita al optimismo en esta gesta 'Sólo cinco toreros han sido capaces de encerrarse con seis toros de casa en Madrid, Andrés Vázquez, Ruiz Miguel, El Niño de la Capea, Roberto Domínguez y Manuel Caballero, y los cinco han salido en hombros. Para nosotros supone un reto enorme, pero estamos muy agradecidos de que haya contado Victorino para proponer un acontecimiento como de estas características', concluye.
TÍTULO: Ian McKellen, el gran mago de la interpretación,.
El actor vuelve al cine con su papel más popular, Gandalf, en 'El hobbit'.
Ian McKellen, el gran mago de la interpretación
El actor y caballero británico vuelve a encarnar su personaje más popular, Gandalf, en la película 'El Hobbit'
Tras una vida dedicada al teatro, conoció el éxito a los 56 años gracias a 'Ricardo III',.
Es curioso pensar que hace tan
solo 15 años este titán de la actuación era un absoluto desconocido,
excepto para aquellos acostumbrados a frecuentar los teatros del West
End londinense. Ian McKellen (Lancashire, Inglaterra, 1939) vio como el
éxito le abrazaba cuando cumplía los 56 años de edad (gracias a Ricardo III)
y su carrera en la pantalla grande era –por aquel entonces– solo una
anécdota: “Yo tenía un montón de experiencia, llevaba muchos años
haciendo teatro, cine y televisión, pero la cuestión es que hasta ese
momento mis trabajos en el mundo del séptimo arte no habían gozado de
demasiada fortuna. No es que me afectara demasiado: esa era la realidad,
simplemente”, dice el británico de aquellos tiempos.
Probablemente por eso este
actor, un hombre tan relajado que es imposible no sentirse a gusto en la
misma habitación que él, se ha tomado su estrellato como el que se bebe
un té a las cinco de la tarde: una costumbre que no pasa de ser un
bonito recordatorio de lo dulce que puede ser el mundo. Estrecha la mano
con la fuerza justa y sonríe, pero no es hasta que empieza a hablar
cuando se atisba la auténtica naturaleza del actor, una cadencia
inconfundible que grita a los cuatro vientos que por las cuerdas vocales
de este mago han pasado Shakespeare, Beckett, Chéjov o Molière.
Sir Ian McKellen nació en un
pueblecito llamado Burnley, aunque pronto sus padres, Denis y Margerie
(ingeniero y ama de casa), se trasladaron a Wigan. Allí, y durante los
primeros cuatro años de su vida, él y su hermana Jean, cinco años mayor,
soportaron los bombardeos nazis sobre el país. Los padres del pequeño
Ian eran grandes aficionados al cine, y allí fue donde él empezó a
plantearse lo de ser actor. “Me atraía la idea de meterme en los zapatos
de otras personas, de poder ser quien yo quisiera, sin ningún límite”.
Aun así, la chispa se produjo cuando su hermana actuó en una
representación de Shakespeare en la escuela femenina donde estudiaba.
McKellen quedó fascinado por “la magia” y se propuso ser actor, costase
lo que costase. Sin embargo, no fue hasta que su padre se trasladó a
Bolton después de la muerte de su madre cuando empezó a forjar su
carrera, ayudando en producciones de la compañía de teatro local y
familiarizándose con las bambalinas, los decorados, el vestuario y todo
lo que convertía las noches de función en una auténtica fiesta. Más
adelante cursaría estudios de arte dramático en la Universidad de
Cambridge, y de allí daría el salto a las tablas, convertido en joven
actor de sólida formación clásica. Innumerables obras después, Ian
McKellen ya era un nombre habitual en el circuito teatral londinense
que de cuando en cuando tocaba alguna tecla en televisión o el cine.
“Aunque siempre volvía. En ningún sitio me sentía tan a gusto como sobre
el escenario de un teatro”.
“¿Que si me ayudó que esto de
la fama me cogiera ya mayor? Pues sí. La primera película que funcionó
de verdad, y por la que el público empezó a hablar de mí, fue Ricardo III, una obra absolutamente personal
en la que yo lo hacía todo: escribir, dirigir, actuar… Lo cierto es que
me convertí en alguien famoso poco a poco, me iba bien en el teatro y
pensaba dedicarme a ello en cuerpo y alma hasta que el cuerpo me lo
permitiera. Con las películas, obviamente, es distinto. Todo cambió a
partir de cierto punto y me siento agradecido por ello. Lo que sí voy a
decirle es que me alegro de estar en mis 70 y no en mis 20. Porque si
todo esto me hubiera pasado cuando era joven, me habría estado
preguntando cosas como ¿podré hacerlo la próxima vez?, ¿qué pasará a
partir de ahora? Esa presión me hubiera sido francamente incómoda, de
eso puede estar seguro”, proclama McKellen, piernas cruzadas, acomodado
en un mullido sillón rojo de la suite de un hotel de lujo en el Soho londinense.
El británico recibe a El País Semanal a cuenta de su última película, El hobbit.
Luce camiseta de la película, negra; un gigantesco colgante con una
piedra de jade sin pulir (“neozelandesa”, aclara el actor), y unos
calcetines chillones que destacan junto a unos zapatos oscuros,
lustrosos, larguísimos. El pelo de McKellen, una mata blanca que parece
tener vida propia y que el intérprete se mesa con frecuencia, destaca
sobre unos ojos diminutos y una nariz rotunda. Es su primera entrevista
de lo que se convertirá en un largo día de promoción. El intérprete sabe
lo que le espera: “No es que sea lo peor, es simplemente otra parte de
mi trabajo”, suelta sir Ian cuando se le pregunta si aquello de atender a
la prensa es lo peor de su profesión.
A McKellen se le puede recordar por sus maravillosos papeles en Ricardo III, Dioses y monstruos o la franquicia de X-Men, pero por lo que todo el mundo reconoce su rostro es por ese mago
que nació de la pluma de J. R. R. Tolkien y de nombre Gandalf. “Yo no
soy Gandalf; me encanta el personaje, pero no soy Gandalf. Es solo un
papel más. Espero que cuando no esté me recuerden no solo por él, sino
por otras muchas cosas”. La cuestión es que después de interpretar a
Mithrandir (el nombre que los elfos otorgan a Gandalf), el líder de la
Comunidad del Anillo, en tres ocasiones distintas y a las órdenes de Peter Jackson,
McKellen vuelve a enfundarse las ropas del mago para protagonizar otra
trilogía. “¿Que si tuve dudas? Pues claro que tuve dudas, no una vez,
sino muchas. Ahora bien, digamos que el proceso fue… confuso. Primero,
un día Peter [Jackson] me llamó para decirme que pensaba hacer El hobbit.
[Sonríe] Eso no fue una oferta; más bien una llamada de cortesía.
Después me dijo que no iba a dirigirla, que iba a dejar que la dirigiera
otro. Después que sí, que iba a dirigirla él, y luego, más adelante,
que no, que no iba a hacerla. Así que todo el rato yo me preparaba para
que –finalmente– no pasara nada. ‘¿Puedo leer el guion?’, le pregunté.
‘Sí, pero que sepas que yo no lo voy a hacer’, me contestó él. ‘Oye,
¿recuerdas que te dije que no lo voy a hacer? Pues ahora sí que lo voy a
hacer’. Y así todo el rato. Hubo un momento, cuando pensé que no iba a
pasar nada, en que me dije a mí mismo: ‘Oh, Dios, menos mal, no tengo
que volver allí, lejos de mi familia, por no sé cuánto tiempo’. Pero,
dicho todo esto, había en ello partes muy positivas. ¿Quería que otro
representara a Gandalf? Pues no, la verdad es que no”. McKellen muestra
una sonrisa y apoya la nuca en el respaldo del sofá, como si el mero
hecho de recordar los dimes y diretes del proyecto le hubieran agotado.
Así ha sido como McKellen ha
vuelto a la Tierra Media. En principio, para dos películas que han
acabado siendo tres (“Cuando Peter me lo dijo, le solté: ‘Seguro que lo
sabías desde el principio”), lo que le va a obligar a volver a Nueva
Zelanda “para seis semanas más de rodaje” a reencontrarse con “la
familia”. “Volver allí fue como volver a casa… Realmente te deslizas en
ello, te pones el traje y estás de nuevo allí. Todo el equipo técnico
era el mismo, las caras eran conocidas, y por otro lado había un montón
de actores nuevos, un montón de comediantes como Billy Connolly, Stephen
Fry o Martin Freeman, y la misma atmósfera del filme es mucho más
luminosa, porque el tono del libro de Tolkien es absolutamente distinto
del que tenía El señor de los anillos y Peter quería que fuera
todo más suave, más divertido. Eso se notó también en el set. En cierto
modo, y si lo pienso bien, lo peor es tener que hacer 20 tomas de cada
escena, eso le quita algo de espontaneidad. No es que no me guste, pero a
veces es más divertido tener que hacer las cosas a la carrera, tener
que estar con tu personaje todo el tiempo… Recuerdo cuando hice Dioses y monstruos,
que fue a San Sebastián, ¿lo recuerda? Pues rodando esa película, Bill
[Condon, el director del filme] se me acercó un día y dijo: ‘Ian, van a
desenchufarnos hoy mismo, el dinero se ha acabado y paran la producción.
Así que no pares. Si te equivocas, simplemente sigue desde el inicio.
Pero no te pares. Si lo haces, no tendrás otra oportunidad de hacer la
toma’. Aquel día yo tenía que hacer un monólogo larguísimo, y allí
estaba el director, diciéndome que solo tenía una toma. Esa es la clase
de presión con la que tiene que lidiar un actor en muchas ocasiones y
esa es la clase de presión con la que lidié yo aquel día. Sin embargo,
al final, la experiencia fue realmente buena. Esa intensidad es la que
hace que te sientas muy cerca del personaje que interpretas. Con algo
como El señor de los anillos o El hobbit tienes una
gran cantidad de elementos que pueden interferir en tu trabajo
–empezando por estar en Nueva Zelanda–, y por eso creo que a veces puede
ser más difícil el trabajo en una producción tan grande que el que
desarrolles en una película pequeña, donde realmente las cosas dependen
más de ti y de lo que hagas”.
McKellen, talento aparte, también se ha significado como uno de los más distinguidos representantes de la comunidad homosexual, siendo uno de los pocos actores que ha hablado abiertamente de su sexualidad
sin trabas de ningún tipo, ya fuera con la prensa o con sus colegas de
profesión. Para el británico, este es un tema especialmente sensible,
sobre todo en pleno siglo XXI: “Afortunadamente, cuando voy a ver una
película solo pienso si el actor es bueno o no, nada más, no me planteo
cómo será su vida privada o qué hará cuando llegue a casa. Entiendo que
el hecho de que el actor trabaja consigo mismo como instrumento, al
contrario que un escritor, por ejemplo, que trabaja con las palabras,
puede provocar cierta curiosidad. Así que puedo entender que la gente se
intrigue. Ahora bien: si tú hablas de ser gay, el asunto es distinto.
Si alguien es homosexual y no quiere que nadie lo sepa, creo que lo que
hace en realidad con esa actitud es hacerse daño a sí mismo, porque de
alguna manera se avergüenza de lo que es. Que yo sepa, no hay ningún
heterosexual que se avergüence de serlo, eso no tiene sentido para mí.
Así que siempre animo a todos a que digan lo que son, porque serán más
felices. A los heteros les gusta presumir de su condición
sexual, así que no veo por qué los homosexuales deberíamos ser
distintos. Por eso creo que la mejor política es decidir cuándo quieres
que sepan de ti, te ahorrarás muchos disgustos. Lo que no me parece bien
es que mientas, que te pregunten si eres gay y digas que no. Eso creo
que es realmente malo. Es mejor que cuando te pregunten algo digas que
no quieres contestarlo: ¿Color favorito? Sin comentarios. ¿Animal
favorito? Sin comentarios. ¿Ciudad favorita? Sin comentarios”. [Risas].
El actor tiene una curiosa
visión de su dilatada trayectoria sobre las tablas, que empezó en la
localidad de Coventry en 1961 y que sigue aún vigente, con McKellen
sumándose a los proyectos que le apetecen sin alejarse demasiado del
cuadrante londinense. Militó en la legendaria Royal Shakespeare Company
y hasta fundó en 1972 su propia compañía teatral, la Actors Company.
“Es cierto que el teatro ha sido una gran parte de mi vida y en realidad
hubiera sido imposible crecer como actor sin todos esos años frente al
público noche tras noche. Ahora bien, no estoy de acuerdo cuando algunos
tratan de poner distancia entre el teatro y el cine, como si fueran
cosas distintas. La verdad es que son lo mismo, lo único que cambia es
la escala. Es decir, uno puede actuar en un teatro pequeño para un
centenar de personas o en un teatro inmenso para 3.000. Lo mismo pasa
con el cine, uno puede tener una cámara o 100, hacer una toma o 30, pero
el proceso de preparación para el actor y la ejecución –por supuesto–
son exactamente los mismos en un medio que en el otro”, cuenta el que
fuera nombrado sir por la mismísima Margaret Thatcher en 1990: “Fue algo
curioso: unos años antes intentó implantar una ley que prohibía hablar
de la homosexualidad en las escuelas de la Gran Bretaña [el conocido
como artículo 28] y después me llaman para decirme que quieren nombrarme
sir. Cosas de la vida, supongo”.
Después de Gandalf, McKellen no tiene prisa por volver al tajo. Será
que, a sus 72 años, pocas cosas le quitan el sueño. “Estoy en una edad
en la que me siento muy a gusto no trabajando, así que puedo ser
perfectamente feliz sin hacer absolutamente nada, algo que antes no me
pasaba. ¿Qué hago cuando no trabajo? Leo los periódicos, miro la tele,
no viajo porque ya lo hago suficiente cuando trabajo, veo amigos y a
veces, solo para divertirme, voy a ver a otra gente trabajando. Esto
último siempre me ha parecido especialmente reconfortante”. [Risas].
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