domingo, 16 de diciembre de 2012

EVACUAR LA TIERRA,./ PASTOR, LA MINISTRA APAGAFUEGOS,.

TÍTULO: EVACUAR LA TIERRA:



Algunos adivinos van a sentir el próximo viernes esa extraña sensación, mezcla de desencanto y alivio, que vivió el modisto Paco Rabanne hace 14 años al fallar su profecía de que París quedaría destruido por el impacto de la estación espacial rusa MIR. Aquel 11 de agosto de 1999 forma ya parte de una larga lista de fechas marcadas con el rojo más alarmante, fruto de las interpretaciones fallidas de todo tipo de señales sobrenaturales: las profecías de Nostradamus, los papiros del Mar Muerto, los secretos de la virgen de Fátima, los jeroglíficos egipcios de la gran pirámide de Giza, el oráculo de Delfos, el Séptimo Sello, el libro del Apocalipsis... Y, por supuesto, los mayas, cuyo calendario se acaba el 21 de diciembre de 2012. Los agoreros no dudaron en sacar conclusiones de esta falta de previsión de los sabios precolombinos: no reserven mesa para el próximo sábado en su restaurante favorito porque el viernes, a las 21.45 horas, llegará el fin del mundo.
Sería ciertamente preocupante si no fuera porque los científicos no ven señales de peligro por ninguna parte, y por la escasa credibilidad del colectivo de adivinos, que no dan una: indefectiblemente, lo que pasa no lo ven, y lo que ven no pasa. Y, sin embargo, todos llevan razón en algo: está escrito que nuestro mundo desaparecerá. El cómo no está claro. Puede ser el impacto de un asteroide como el que hace 65 millones de años acabó con los dinosaurios y dejó a los mamíferos el paso expedito hacia el 'top' de la cadena evolutiva. No es para tomárselo a broma: los astrónomos calculan que, por término medio, cada cien mil años cae a la Tierra un cometa de dimensiones respetables. Y, según cálculos de la NASA, por el universo vagan 4.700 asteroides potencialmente peligrosos para nuestro planeta. Sin ir más lejos, el próximo 15 de febrero cruzará nuestra órbita 2012 DA14, una roca del tamaño de medio campo de fútbol cuyo hipotético impacto provocaría efectos comparables a la catástrofe de Tunguska, en la tundra siberiana, en 1908. Más seria parece la amenaza proveniente de Apophis, que el 13 de abril del 2029 pasará a una distancia de 37.000 kilómetros, y siete años más tarde se acercará aún más a nuestro mundo. Sin embargo, tranquilizan los científicos, la posibilidad de un choque es «insignificante».
El mundo, condenado
Los catastrofistas mencionan otros posibles finales: desde una eyección de partículas solares que nos achicharre súbitamente hasta una inversión de los polos magnéticos de la Tierra -cuyas consecuencias no tienen por qué ser dañinas, matizan los expertos-, pasando por una alineación cósmica que provoque erupciones de lava, terremotos, tsunamis y, ya que estamos, tormentas solares.
Es más probable, sin embargo, que seamos nosotros mismos quienes acabemos con nuestro mundo, ya sea mediante la bomba atómica, la sobrexplotación de recursos o la destrucción de la capa de ozono, entre otras alternativas suicidas. Serían, en cualquier caso, formas de adelantar un desenlace inevitable. Dentro de 5.000 millones de años, día arriba, día abajo, el consumo de hidrógeno en el núcleo del Sol habrá calentado nuestra estrella hasta convertirla en una 'gigante roja'. Unos 2.000 millones de años más tarde alcanzará su máximo fulgor y tamaño, brindando al universo un bello espectáculo al que nuestro planeta contribuirá derritiéndose entre llamaradas de gases en expansión. Claro que mucho antes, dentro de 'sólo' 1.100 millones de años, el Sol se habrá caldeado lo suficiente para aumentar la temperatura media en el planeta azul hasta los 50ºC, lo que hará parecer una broma nuestro actual cambio climático. Los océanos se evaporarán, la flora se agostará, la fauna se extinguirá y hasta los organismos más resistentes se tostarán cual turistas nórdicos en Fuerteventura.
Si para entonces hay vida inteligente en nuestro planeta -y es muy improbable que ésta adopte la forma humana, teniendo en cuenta que casi el 99,9% de las especies que alguna vez habitaron la Tierra se han extinguido ya para dar paso a otras-, haría bien en plantearse la conveniencia de emigrar a un mundo más hospitalario.
¿A cuál?, se preguntarán los más previsores. Un estudio de la Universidad de Puerto Rico en Arecibo ha evaluado los lugares más habitables del sistema solar para distintos microorganismos terrestres . El biofísico Abel Méndez, principal autor de la investigación, concluyó que Encelado, un pequeño satélite de Saturno dotado de una tenue atmósfera y de una desconocida fuente de calor que lo hace más acogedor, tendría la puntuación más alta, aunque está demasiado lejos de nuestro planeta y del Sol para realizar la mudanza. En el ránking le siguen nuestro vecino Marte, situado a tiro de piedra -apenas dos años de viaje con nuestra actual tecnología-, y el satélite jupiteriano Europa.
Sálvese quien pueda
La idea de conquistar nuevos mundos es recurrente en el género de la ciencia-ficción, tanto literario como cinematográfico. Ya en 1930, el autor británico Olaf Stapledon describía un éxodo humano a Venus, y más tarde a Neptuno, cuando la Tierra se hiciera inhabitable. Pero también ha sido considerada seriamente por eminentes científicos como Stephen Hawking, que ha suscrito la idea de establecer colonias en la Luna u otros planetas como 'reservorio' de nuestra raza frente a cualquier desastre que aniquilase la vida en la Tierra.
El canal televisivo National Geographic se ha sumado a este juego y el próximo viernes, con la excusa de la supuesta profecía maya, emitirá el documental 'Evacuar la Tierra', donde recrea cómo se llevaría a cabo el éxodo de nuestro planeta si conociéramos, con 75 años de adelanto, que éste está condenado a desaparecer. Expertos en distintos campos analizan en él las posibles opciones de construir una nave espacial capaz de llevarnos a un mundo lejano y de crear en él las condiciones para la supervivencia de la raza humana.
Al margen de los formidables retos de ingeniería, la evacuación de la Tierra presentaría otros dilemas, algunos de carácter ético: transportar a los actuales 7.000 millones de habitantes de nuestro mundo requeriría el lanzamiento de mil millones de lanzaderas espaciales. Incluso si pudiésemos lanzar un millar al día, se necesitarían 2.700 años para sacar a toda la población del planeta. La opción más realista, pues, pasa por seleccionar a una pequeña representación humana encargada de perpetuar la especie, condenando al resto a la extinción. Dado nuestro natural apego a salvar el pellejo, es improbable que la mayoría se muestre conforme con la elección, por más que se utilicen criterios objetivos. Además, ¿cuáles deberían ser éstos? ¿La inteligencia, fortaleza, salud, capacidad procreativa, juventud? ¿Los conocimientos, la bondad, sociabilidad, valentía? Más probable parece que, una vez más, se impusiera el oportunismo salvaje, la ley del más fuerte que impera desde el origen de los tiempos.
Evacuar la TierraSe calcula que una nave tripulada con destino Marte en una misión de exploración, para una duración de dos años, deberá pesar unas 100 toneladas, pero si el objetivo fuera colonizador su peso y tamaño se multiplicarían necesariamente. Al margen de las dificultades técnicas de construir una cápsula capaz de afrontar la singladura, otras disciplinas entrarían en liza para buscar soluciones a los múltiples desafíos tecnológicos que plantearía la epopeya.
Y si se pretende salvar a otras especies, además de la humana, ¿qué dimensiones debería tener tal arca de Noe? Calculen, a modo de aproximación, el espacio que haría falta para albergar no una sino varias parejas -para evitar la consanguineidad- de las 4.300 especies de mamíferos, 9.700 de aves, 6.300 de reptiles, 4.200 de anfibios, 19.000 de peces, 1.085.000 de insectos, 270.000 de plantas, 72.000 de hongos, 400.000 de bacterias y 5.000 de virus identificadas en la Tierra, junto con el alimento necesario para mantenerlos y el ecosistema imprescindible para que sobrevivan. Requerirían bastante más que los 135 metros de largo por 22,5 de ancho y 13,5 de alto que, dice la Biblia, medía la embarcación que afrontó el diluvio universal. Por no hablar de las dificultades de poner orden en tamaño zoo.


TÍTULO:  PASTOR, LA MINISTRA APAGAFUEGOS,.

Mientras que hay ministros del Gobierno que parece que prefieren alimentar los incendios, Ana Pastor ha optado por templar ánimos y sofocar ...
 
Mientras que hay ministros del Gobierno que parece que prefieren alimentar los incendios, Ana Pastor ha optado por templar ánimos y sofocar pacíficamente las huelgas prenavideñas. La estrategia es sencilla: «No me levantaré de la mesa hasta que no logremos un acuerdo». Lo ha hecho. Varias veces. El resultado ha sido bueno para evitar más conflictos laborales, que perjudican la marca España y serían demoledores para la imagen del Gobierno. Y, efectivamente, en poco más de un mes Ana Pastor ha afrontado tres duras negociaciones y en todas hubo fumata blanca: servicios mínimos acordados con los sindicatos para el transporte público el 14 de noviembre y sendas huelgas desconvocadas en Iberia, por un lado, y en Renfe y Adif, por otro. No es mal balance como pacificadora.
Pero la titular de Fomento tiene abiertos muchos otros frentes aún no resueltos. Por ejemplo: la liberalización total del transporte ferroviario, con la entrada de competencia privada en viajeros; la privatización de Aena, donde ya se ha reducido el horario de apertura de diecisiete aeropuertos y se va a prescindir de más de 1.600 trabajadores; el drástico recorte de las inversiones en infraestructuras; la política de vivienda, para la cual quiere que las ayudas públicas se orienten a fomentar el alquiler y no la adquisición de vivienda; y la decisión sobre si imponer o no peajes en las autovías. Reformas todas ellas de calado, aunque el PSOE critica que no busca el diálogo político para ello.
A su llegada al ministerio, la escandalizó el nivel de endeudamiento acumulado: Adif, 14.600 millones de euros; Renfe, 5.200; FEVE, 530; Aena, 14.943 y Puertos del Estado, 2.600. Es decir: el Ministerio con más golosinas, el que ha tenido otros titulares que recorrían el país en loor de multitudes con su maná de grandes inversiones, estaba en barbecho, sin dinero. Así que no ha tenido otro remedio que hacer de la austeridad su estandarte, en parte por carácter -le parece un «bochorno» inaugurar ampulosas estaciones de tren que van a tener pocos o ningún pasajero-, y en parte porque no le queda otra. Por eso también repite en público la letanía de «no hay que gastar lo que no se tiene», a pesar del terrible daño que esta filosofía -la licitación oficial de obras públicas se ha reducido un 56% en los diez primeros meses del año- ha supuesto para las empresas constructoras y para el empleo.
El sector maneja unas cifras macroeconómicas sobre las que hay consenso: la historia reciente de España -durante los años de bonanza- demuestra que por cada millón de euros invertido en infraestructuras se generan entre 25 y 35 puestos de trabajo nuevos. Y de cada cien euros que el Estado gasta en ellas, sesenta retornan a las arcas públicas en impuestos y cotizaciones sociales. Pero esas teorías no han bastado para que el nuevo plan de infraestructuras del Gobierno caiga por debajo del 1% del PIB durante los próximos doce años. Toda una eternidad de recortes. Un horizonte previsiblemente conflictivo y duro, que exigirá de Pastor toda su capacidad de negociación.
Para compensar el efecto de los recortes, la ministra y su equipo han emprendido una intensa labor de apoyo a la internacionalización de las empresas constructoras y del transporte españolas. En los últimos meses, ha viajado a la India, a Brasil y a Panamá, entre otros países, para abrir puentes y facilitar la obtención de contratos. Ahora buscan que a los proyectos internacionales se presente un único consorcio español, integrado por empresas privadas y públicas, con el fin de concentrar esfuerzos e intentar repetir el contrato del siglo, el del AVE La Meca-Medina.
Pastor cuenta con la plena confianza de Rajoy, al que le une un vínculo de amistad desde que eran jóvenes y una relación de trabajo cimentado a lo largo de muchos años en que fue su mano derecha como subsecretaria en los ministerios de Educación, Interior y Presidencia. Exigente y perfeccionista, llega al ministerio a las ocho y media y no es raro que se vaya la última. Tiene un equipo de confianza formado en su mayoría por funcionarios, en el que destaca el secretario de Estado de Infraestructuras, Transporte y Vivienda, Rafael Catalá, al que todos reconocen su capacidad. Por confianza y por austeridad, la ministra ha aglutinado en él lo que antes desarrollaban tres secretarios de Estado.
Sus colaboradores aseguran que la ministra contesta personalmente todas las llamadas de empresarios, presidentes autonómicos, alcaldes o sindicalistas preocupados. Y son muchas. Ahora, tendrá que volver a exigir que nadie se levante de la mesa hasta que se apague su fuego más urgente: el plan de ajuste de Iberia.

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