Algunos adivinos van a sentir el próximo viernes esa
extraña sensación, mezcla de desencanto y alivio, que vivió el modisto
Paco Rabanne hace 14 años al fallar su profecía de que París quedaría
destruido por el impacto de la estación espacial rusa MIR. Aquel 11 de
agosto de 1999 forma ya parte de una larga lista de fechas marcadas con
el rojo más alarmante, fruto de las interpretaciones fallidas de todo
tipo de señales sobrenaturales: las profecías de Nostradamus, los
papiros del Mar Muerto, los secretos de la virgen de Fátima, los
jeroglíficos egipcios de la gran pirámide de Giza, el oráculo de Delfos,
el Séptimo Sello, el libro del Apocalipsis... Y, por supuesto, los
mayas, cuyo calendario se acaba el 21 de diciembre de 2012. Los agoreros
no dudaron en sacar conclusiones de esta falta de previsión de los
sabios precolombinos: no reserven mesa para el próximo sábado en su
restaurante favorito porque el viernes, a las 21.45 horas, llegará el
fin del mundo.
Sería ciertamente preocupante si no fuera porque los
científicos no ven señales de peligro por ninguna parte, y por la escasa
credibilidad del colectivo de adivinos, que no dan una:
indefectiblemente, lo que pasa no lo ven, y lo que ven no pasa. Y, sin
embargo, todos llevan razón en algo: está escrito que nuestro mundo
desaparecerá. El cómo no está claro. Puede ser el impacto de un
asteroide como el que hace 65 millones de años acabó con los dinosaurios
y dejó a los mamíferos el paso expedito hacia el 'top' de la cadena
evolutiva. No es para tomárselo a broma: los astrónomos calculan que,
por término medio, cada cien mil años cae a la Tierra un cometa de
dimensiones respetables. Y, según cálculos de la NASA, por el universo
vagan 4.700 asteroides potencialmente peligrosos para nuestro planeta.
Sin ir más lejos, el próximo 15 de febrero cruzará nuestra órbita 2012
DA14, una roca del tamaño de medio campo de fútbol cuyo hipotético
impacto provocaría efectos comparables a la catástrofe de Tunguska, en
la tundra siberiana, en 1908. Más seria parece la amenaza proveniente de
Apophis, que el 13 de abril del 2029 pasará a una distancia de 37.000
kilómetros, y siete años más tarde se acercará aún más a nuestro mundo.
Sin embargo, tranquilizan los científicos, la posibilidad de un choque
es «insignificante».
El mundo, condenado
Los catastrofistas mencionan otros posibles finales:
desde una eyección de partículas solares que nos achicharre súbitamente
hasta una inversión de los polos magnéticos de la Tierra -cuyas
consecuencias no tienen por qué ser dañinas, matizan los expertos-,
pasando por una alineación cósmica que provoque erupciones de lava,
terremotos, tsunamis y, ya que estamos, tormentas solares.
Es más probable, sin embargo, que seamos nosotros mismos
quienes acabemos con nuestro mundo, ya sea mediante la bomba atómica, la
sobrexplotación de recursos o la destrucción de la capa de ozono, entre
otras alternativas suicidas. Serían, en cualquier caso, formas de
adelantar un desenlace inevitable. Dentro de 5.000 millones de años, día
arriba, día abajo, el consumo de hidrógeno en el núcleo del Sol habrá
calentado nuestra estrella hasta convertirla en una 'gigante roja'. Unos
2.000 millones de años más tarde alcanzará su máximo fulgor y tamaño,
brindando al universo un bello espectáculo al que nuestro planeta
contribuirá derritiéndose entre llamaradas de gases en expansión. Claro
que mucho antes, dentro de 'sólo' 1.100 millones de años, el Sol se
habrá caldeado lo suficiente para aumentar la temperatura media en el
planeta azul hasta los 50ºC, lo que hará parecer una broma nuestro
actual cambio climático. Los océanos se evaporarán, la flora se
agostará, la fauna se extinguirá y hasta los organismos más resistentes
se tostarán cual turistas nórdicos en Fuerteventura.
Si para entonces hay vida inteligente en nuestro planeta
-y es muy improbable que ésta adopte la forma humana, teniendo en cuenta
que casi el 99,9% de las especies que alguna vez habitaron la Tierra se
han extinguido ya para dar paso a otras-, haría bien en plantearse la
conveniencia de emigrar a un mundo más hospitalario.
¿A cuál?, se preguntarán los más previsores. Un estudio
de la Universidad de Puerto Rico en Arecibo ha evaluado los lugares más
habitables del sistema solar para distintos microorganismos terrestres .
El biofísico Abel Méndez, principal autor de la investigación, concluyó
que Encelado, un pequeño satélite de Saturno dotado de una tenue
atmósfera y de una desconocida fuente de calor que lo hace más acogedor,
tendría la puntuación más alta, aunque está demasiado lejos de nuestro
planeta y del Sol para realizar la mudanza. En el ránking le siguen
nuestro vecino Marte, situado a tiro de piedra -apenas dos años de viaje
con nuestra actual tecnología-, y el satélite jupiteriano Europa.
Sálvese quien pueda
La idea de conquistar nuevos mundos es recurrente en el
género de la ciencia-ficción, tanto literario como cinematográfico. Ya
en 1930, el autor británico Olaf Stapledon describía un éxodo humano a
Venus, y más tarde a Neptuno, cuando la Tierra se hiciera inhabitable.
Pero también ha sido considerada seriamente por eminentes científicos
como Stephen Hawking, que ha suscrito la idea de establecer colonias en
la Luna u otros planetas como 'reservorio' de nuestra raza frente a
cualquier desastre que aniquilase la vida en la Tierra.
El canal televisivo National Geographic se ha sumado a
este juego y el próximo viernes, con la excusa de la supuesta profecía
maya, emitirá el documental 'Evacuar la Tierra', donde recrea cómo se
llevaría a cabo el éxodo de nuestro planeta si conociéramos, con 75 años
de adelanto, que éste está condenado a desaparecer. Expertos en
distintos campos analizan en él las posibles opciones de construir una
nave espacial capaz de llevarnos a un mundo lejano y de crear en él las
condiciones para la supervivencia de la raza humana.
Al margen de los formidables retos de ingeniería, la
evacuación de la Tierra presentaría otros dilemas, algunos de carácter
ético: transportar a los actuales 7.000 millones de habitantes de
nuestro mundo requeriría el lanzamiento de mil millones de lanzaderas
espaciales. Incluso si pudiésemos lanzar un millar al día, se
necesitarían 2.700 años para sacar a toda la población del planeta. La
opción más realista, pues, pasa por seleccionar a una pequeña
representación humana encargada de perpetuar la especie, condenando al
resto a la extinción. Dado nuestro natural apego a salvar el pellejo, es
improbable que la mayoría se muestre conforme con la elección, por más
que se utilicen criterios objetivos. Además, ¿cuáles deberían ser
éstos? ¿La inteligencia, fortaleza, salud, capacidad procreativa,
juventud? ¿Los conocimientos, la bondad, sociabilidad, valentía? Más
probable parece que, una vez más, se impusiera el oportunismo salvaje,
la ley del más fuerte que impera desde el origen de los tiempos.
Se calcula que una nave tripulada con destino Marte en
una misión de exploración, para una duración de dos años, deberá pesar
unas 100 toneladas, pero si el objetivo fuera colonizador su peso y
tamaño se multiplicarían necesariamente. Al margen de las dificultades
técnicas de construir una cápsula capaz de afrontar la singladura, otras
disciplinas entrarían en liza para buscar soluciones a los múltiples
desafíos tecnológicos que plantearía la epopeya.
Y si se pretende salvar a otras especies, además de la
humana, ¿qué dimensiones debería tener tal arca de Noe? Calculen, a modo
de aproximación, el espacio que haría falta para albergar no una sino
varias parejas -para evitar la consanguineidad- de las 4.300 especies de
mamíferos, 9.700 de aves, 6.300 de reptiles, 4.200 de anfibios, 19.000
de peces, 1.085.000 de insectos, 270.000 de plantas, 72.000 de hongos,
400.000 de bacterias y 5.000 de virus identificadas en la Tierra, junto
con el alimento necesario para mantenerlos y el ecosistema
imprescindible para que sobrevivan. Requerirían bastante más que los 135
metros de largo por 22,5 de ancho y 13,5 de alto que, dice la Biblia,
medía la embarcación que afrontó el diluvio universal. Por no hablar de
las dificultades de poner orden en tamaño zoo.
TÍTULO: PASTOR, LA MINISTRA APAGAFUEGOS,.
Mientras que hay ministros del Gobierno que parece que prefieren alimentar los incendios, Ana Pastor ha optado por templar ánimos y sofocar ...
Mientras que hay ministros del Gobierno que parece que
prefieren alimentar los incendios, Ana Pastor ha optado por templar
ánimos y sofocar pacíficamente las huelgas prenavideñas. La estrategia
es sencilla: «No me levantaré de la mesa hasta que no logremos un
acuerdo». Lo ha hecho. Varias veces. El resultado ha sido bueno para
evitar más conflictos laborales, que perjudican la marca España y serían
demoledores para la imagen del Gobierno. Y, efectivamente, en poco más
de un mes Ana Pastor ha afrontado tres duras negociaciones y en todas
hubo fumata blanca: servicios mínimos acordados con los sindicatos para
el transporte público el 14 de noviembre y sendas huelgas desconvocadas
en Iberia, por un lado, y en Renfe y Adif, por otro. No es mal balance
como pacificadora.
Pero la titular de Fomento tiene abiertos muchos otros
frentes aún no resueltos. Por ejemplo: la liberalización total del
transporte ferroviario, con la entrada de competencia privada en
viajeros; la privatización de Aena, donde ya se ha reducido el horario
de apertura de diecisiete aeropuertos y se va a prescindir de más de
1.600 trabajadores; el drástico recorte de las inversiones en
infraestructuras; la política de vivienda, para la cual quiere que las
ayudas públicas se orienten a fomentar el alquiler y no la adquisición
de vivienda; y la decisión sobre si imponer o no peajes en las autovías.
Reformas todas ellas de calado, aunque el PSOE critica que no busca el
diálogo político para ello.
A su llegada al ministerio, la escandalizó el nivel de
endeudamiento acumulado: Adif, 14.600 millones de euros; Renfe, 5.200;
FEVE, 530; Aena, 14.943 y Puertos del Estado, 2.600. Es decir: el
Ministerio con más golosinas, el que ha tenido otros titulares que
recorrían el país en loor de multitudes con su maná de grandes
inversiones, estaba en barbecho, sin dinero. Así que no ha tenido otro
remedio que hacer de la austeridad su estandarte, en parte por carácter
-le parece un «bochorno» inaugurar ampulosas estaciones de tren que van a
tener pocos o ningún pasajero-, y en parte porque no le queda otra. Por
eso también repite en público la letanía de «no hay que gastar lo que
no se tiene», a pesar del terrible daño que esta filosofía -la
licitación oficial de obras públicas se ha reducido un 56% en los diez
primeros meses del año- ha supuesto para las empresas constructoras y
para el empleo.
El sector maneja unas cifras macroeconómicas sobre las
que hay consenso: la historia reciente de España -durante los años de
bonanza- demuestra que por cada millón de euros invertido en
infraestructuras se generan entre 25 y 35 puestos de trabajo nuevos. Y
de cada cien euros que el Estado gasta en ellas, sesenta retornan a las
arcas públicas en impuestos y cotizaciones sociales. Pero esas teorías
no han bastado para que el nuevo plan de infraestructuras del Gobierno
caiga por debajo del 1% del PIB durante los próximos doce años. Toda una
eternidad de recortes. Un horizonte previsiblemente conflictivo y duro,
que exigirá de Pastor toda su capacidad de negociación.
Para compensar el efecto de los recortes, la ministra y
su equipo han emprendido una intensa labor de apoyo a la
internacionalización de las empresas constructoras y del transporte
españolas. En los últimos meses, ha viajado a la India, a Brasil y a
Panamá, entre otros países, para abrir puentes y facilitar la obtención
de contratos. Ahora buscan que a los proyectos internacionales se
presente un único consorcio español, integrado por empresas privadas y
públicas, con el fin de concentrar esfuerzos e intentar repetir el
contrato del siglo, el del AVE La Meca-Medina.
Pastor cuenta con la plena confianza de Rajoy, al que le
une un vínculo de amistad desde que eran jóvenes y una relación de
trabajo cimentado a lo largo de muchos años en que fue su mano derecha
como subsecretaria en los ministerios de Educación, Interior y
Presidencia. Exigente y perfeccionista, llega al ministerio a las ocho y
media y no es raro que se vaya la última. Tiene un equipo de confianza
formado en su mayoría por funcionarios, en el que destaca el secretario
de Estado de Infraestructuras, Transporte y Vivienda, Rafael Catalá, al
que todos reconocen su capacidad. Por confianza y por austeridad, la
ministra ha aglutinado en él lo que antes desarrollaban tres secretarios
de Estado.
Sus colaboradores aseguran que la ministra contesta
personalmente todas las llamadas de empresarios, presidentes
autonómicos, alcaldes o sindicalistas preocupados. Y son muchas. Ahora,
tendrá que volver a exigir que nadie se levante de la mesa hasta que se
apague su fuego más urgente: el plan de ajuste de Iberia.
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