domingo, 11 de noviembre de 2012

SE HABLA DE TRAVIS TYGART. EL HOMBRE QUE CAZÓ A ARMSTRONG./ LOS OJOS DE APU CARTE DE LA SEMANA.

TÍTULO: SE HABLA DE TRAVIS TYGART. EL HOMBRE QUE CAZÓ A ARMSTRONG.

Travis Tygart y Lance Armstrong parecen estar hechos en el mismo molde. ... Se habla de... Travis Tygart, el hombre que cazó a Armstrong ...Foto de una bicicleta, etc.

Travis Tygart y Lance Armstrong parecen estar hechos en el mismo molde. Ambos tienen 41 años, gozan de una excelente forma física, hacen deporte diariamente, tienen rasgos angulosos, ojos de pistolero, perfil desafiante. Los dos son tercos y obsesivos. Y ambos son padres de familia, devotos de los suyos. Tygart está casado y tiene tres hijos. Armstrong, cinco. Para entender quién es Tygart, hay que empezar por sus hijos. Los tres hacen atletismo en el colegio. Tygart es un apasionado del deporte escolar. Él mismo fue jugador de baloncesto y béisbol y entrenador. Su misión confesa: hacer del deporte un santuario en el que se recompense a los atletas por su talento y su trabajo, no por sus artimañas.
Proviene de una respetable familia de abogados de Florida. Estaba predestinado a estudiar leyes, aunque primero se graduó en Filosofía. Dio clases en un instituto público durante tres años. Más tarde se licenció en Derecho. «Quería trabajar en algo que conectase el deporte y la ley, mis dos pasiones. La injusticia me pone furioso... en el deporte o en cualquier otra parcela de la vida», cuenta. Tenía que acabar en la Usada, la Agencia Antidopaje de Estados Unidos, que preside desde 2007. Tygart fue acorralando a Armstrong con tenacidad, prometiendo tratos de favor o apretando las tuercas y dedicando a esta tarea buena parte de los recursos de la agencia durante cinco años.
Consiguió así los testimonios de 26 ciclistas y redactó un informe abrumador de mil páginas, donde se dibuja la historia del dopaje más sofisticado y sistemático de la historia. Armstrong lo acusó de caza de brujas, de vendetta y se querelló contra la Usada. Tygart recibió tres amenazas de muerte contra él y contra su familia. «Hay gente a la que no le gusto. Pero yo amo mi trabajo y sé por qué lo hago». No se rindió ni cuando lo hizo el FBI, que después de dos años tras la pista de Armstrong retiró todos los cargos. «Habrá que preguntarles a los federales por qué lo archivaron». La reacción de Tygart fue fulminante: acelerar sus propias pesquisas. ¿Por qué? «Deportistas limpios me han contado cómo se sienten engañados por los ventajistas, cómo se sienten robados. Yo quiero acabar con todo eso. Quiero que al final del día la verdad prevalezca. Es de justicia».  

TÍTULO: LOS OJOS DE APU CARTE DE LA SEMANA.

Debía de correr el año sesenta y cinco o así. No mucho más. Los domingos por la tarde en aquel pueblo -que ya se estaba convirtiendo en ...

Debía de correr el año sesenta y cinco o así. No mucho más. Los domingos por la tarde en aquel pueblo -que ya se estaba convirtiendo en industriosa ciudad- transcurrían lentos como los atardeceres a mano de los que tanto habla Alvite en las memorias melancólicas de sus horizontes gallegos. Mi padre me administraba un duro para subvencionarme el cine del colegio y la correspondiente Pepsi con palomitas del intermedio. Y me adjuntaba un pequeño puro con el que gratificar al portero, Bartolo, que era capaz de conocer por su nombre y apellidos a todos los alumnos que estudiábamos en Valldemía, muchos de los cuales echábamos la tarde entre los patios y la pantalla. Recuerdo fotográficamente la tarde en la que vi aquella película conmovedora de dos niños indios -entonces decíamos «hindúes»-, pobres y desgraciados como pocos. Pasaron años, muchos años y me volvían a la cabeza las escenas de varias desgracias y varias muertes que resultaban conmovedoras para un chaval de pocos años; con ese tiempo no te impresionan la posición de la cámara ni el ritmo narrativo ni las elipsis cinematográficas, solo te muerde la historia, el impacto de un cuento de lamento lejano en el tiempo y el espacio. Mi incultura cinéfila me llevó a preguntarme durante años qué película sería aquella, incluso a preguntárselo a expertos y conocedores de cualquier detalle del mundo del cine, expertos de esos que se saben el nombre del tramoyista de cualquier película menor. Finalmente, un oyente me puso en la pista: la película podía ser Pather Panchali, una cinta de culto rodada en 1955 que se desarrolló en otras dos partes más configurando la trilogía de Apu, el niño protagonista, que vehiculiza la historia. Al cabo de unas semanas recibí un obsequio conmovedor: de visita en Bodegas Santa Cecilia de Madrid con motivo de una de las siempre interesantes catas que organizan estos magníficos bodegueros, Mayte Santa Cecilia me puso en la mano la trilogía india editada en DVD no ha mucho.
Era esa. No hubo que dudar ni mucho ni poco. Un poema fílmico incomparable, despacioso, quedo y sugerente como pocos. Pather Panchali, La canción del camino, es un pequeño prodigio surgido del milagroso tacto de un realizador sin recursos -Satyajit Ray- y de unos actores llenos de buena voluntad, pero desconocidos para la multitud de entonces. Es la India de los años veinte, llena de miseria y de ilusión, retratada con un cierto aire neorrealista -o eso creo yo, que no tengo ni idea de cine- y con un estilo insólito hasta el momento. Es el contraste entre la pureza y la pobreza, la sentimentalidad contenida y la resignación generacional de unos tipos, aun así, indestructibles. La volví a ver una mañana de domingo, tantos años después, mientras tenía unos garbanzos estofándose con chorizo, tocino, cebolla con clavo, una cabeza de ajos, una punta de jamón y un par de hojas de laurel. Luego habría de trocear lo anterior y sofreírlo a la par de las legumbres, a las que habría de añadir comino, pimentón y pimienta. Acompañado de un solomillo de cerdo troceado y macerado durante la mañana con limón, ajo, perejil, pimienta, aceite y sal y debidamente empanado para ser posteriormente frito -el caldo resultante se puede aprovechar para añadir algunos fideos finos y obtener una sopa deliciosa-, configura una comida casera muy agradable para un domingo de otoño.Por mor del filme casi se me seca la cocción. La naturaleza en blanco y negro, la nada en los recursos, la soledad de sus protagonistas -la anciana abuela es manifiestamente conmovedora, arrolladora en su expresión-, la música de Ravi Shankar, lo hostil del devenir de cada cual y la estremecedora y feroz crueldad del destino de todos ellos me encogieron en el sillón de casa mientras protestaban los garbanzos por escasez de agua. Volví a ser aquel chiquillo conmovido por una historia a la que pude añadirle, por fin, la comprensión del método con el que estaba relatada. Visto con ojos de niño o con ojos de adulto, la película consiguió aturdirme en ambos casos. Misterios magistrales del arte. Finalmente los garbanzos devolvieron las cosas a su sitio, pero los ojos del niño Apu aún me siguen cuando cierro los míos, como ocurrió cuarenta y cinco años atrás.

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