TÍTULO: LOS PIES DEL DESTINO:
Me llamo Frederick Van Der Market, y luego de muchos años de guardar
silencio, me dispongo a quebrantarlo y contar la historia que mi señora
me confió aquella noche, la que contrariamente a lo que todos piensan –
gracias a uno de los cuentos de amor más famosos- fue una de las más
dichosas de su vida. Pues aquel día, aquella joven famosa del cuento,
escapó del destino del que ella misma, no pudo liberarse. Si aún no se
han dado cuenta de quién les hablo, yo, Frederick Van Der Market, su
mayordomo y confidente durante cuarenta y cinco años, les narraré la
historia secreta de la madrastra de Cenicienta.
Comencé a servir a mi señora a la temprana edad de once años, cuando
ella era una joven de dieciséis, que como cualquier mujer de su edad,
soñaba con un día encontrar el amor verdadero.
La primera vez que me percaté de su espíritu rebelde fue una tarde de
verano. Como era costumbre en la familia, luego de compartir el té con
un grupo de amigas, mi señora, su madre y su hermana, ocupaban el tiempo
en labores de jardinería. En ello estaban cuando el cielo se pobló de
nubes, rayos y truenos y una fuerte lluvia cayó sobre nosotros. Fue en
ese instante que observé con claridad que ella no era otra joven más de
su tiempo. En vez de entrar en la casa y cambiarse la ropa apenas
mojada, eligió correr por el jardín y dejar que la lluvia la empapara.
Horrorizada ante ese comportamiento, su madre se enfureció y la
castigó encerrándola en su habitación durante un mes entero. ¿A qué se
debió semejante enojo materno? Pues a que el vestido empapado y ceñido
al cuerpo hacía resaltar lo obvio: que mi señora era una hermosa mujer.
Detalle que no había pasado desapercibido para el joven vecino que desde
esa tarde quedó enamorado por completo.
Pero por una jugarreta del destino, el joven, llamado Esteban, hijo
de un importante comerciante, no pudo ver con claridad el rostro de su
enamorada. Sólo pudo ver su cabello largo, liso y castaño. Igual que el
de su hermana. Una muestra más del asombroso parecido entre las dos.
Durante los días siguientes, de regreso de sus tareas en el negocio
de su padre, el joven Esteban paseaba su mirada por las ventanas de
nuestra casa, tratando de averiguar cuál sería la de su amada. Pues
gracias a su mayordomo personal, muy amigo mío, se había enterado de la
penitencia que purgaba mi señora. Fue en una de esas cotidianas
inspecciones oculares que ella lo vio y supo con certeza que al fin
había encontrado el amor verdadero. Un diario intercambio de cartas y
citas a la distancia fueron el capítulo siguiente a aquel decisivo
encuentro. Día a día veía cómo crecía el amor en su corazón y una
inmensa felicidad llenaba todo su cuerpo. Pero una mañana, su destino se
torció y una seria enfermedad la postró durante mucho tiempo en cama.
Durante esas tardes, su lugar en la ventana fue ocupado por su hermana,
quien la visitaba para hacerle compañía y leerle alguna de las novelas
que tanto le gustaban.
Una de esas tardes, su hermana reparó en el joven que durante un buen
rato se detenía para contemplar aquella ventana. Enseguida reconoció al
hijo del rico comerciante a quien su madre había elegido para ella como
el candidato ideal para concertar un matrimonio que la encumbraría en
lo más alto de la sociedad.
Sí, la hermana de mi señora era la niña preferida de su madre. Quizás
el origen de esta preferencia se hallaba en el hecho de que mi señora
tenía un carácter muy parecido al de su padre difunto, a quien su esposa
nunca le perdonó dilapidar casi toda la fortuna familiar en aventuras
como aquella de tratar de construir un aparato que un día nos permitiría
volar como los pájaros. Así que insertar a Nadia –esa era el nombre de
su hermana- en la alta sociedad se convirtió en la razón de vivir de la
madre.
Notificada por Nadia de las diarias visitas del joven Esteban, su
madre poco tardó en averiguar, a través de bien recompensados contactos
en la casa vecina, que el hijo del comerciante estaba perdidamente
enamorado de la hija equivocada. A la que -como le informaron sus
fuentes domésticas- nunca le pudo ver el rostro con claridad. Sólo podía
distinguir a su amada por ese hermoso cabello castaño. Para desgracia
de mi señora, Esteban se había enamorado perdidamente de una visión.
Lejos de dar por tierra con su plan, este hecho le daba a la madre la
gran oportunidad de hacer realidad el sueño alimentado durante tantos
años.
Ahora que llego a este momento de mi relato, al amparo del cálido
fuego que emana de mi chimenea, sonrío al recordar que aquella vez fue
la única ocasión en su vida en que madre e hija no discutieron. En honor
a la verdad, fue la única vez en que la madre de mi señora no rechazó
un pedido de su hija menor. Pues ya recuperada de su enfermedad le pidió
dar un baile para celebrar su recuperación y que el pequeño viñedo de
la familia había dado una cosecha muy buena.
Dicho y hecho, la casa recuperó el ajetreo de días más felices, y un
ejército de mayordomos, sirvientas, cocineros y jardineros invadió
nuestra casa para preparar la noche en que mi señora por fin podría
estar junto a su amado, la razón por la que su madre había accedido a
su petición. Ya que como sabía que el joven Esteban no podría saber cuál
de sus hijas era la joven de pelo castaño de la que estaba enamorado,
le sugirió a sus dos hijas lucir en el baile el mismo vestido, el mismo
peinado, y sólo diferenciarse por los zapatos. Así que la madre
recomendó –más bien impuso- que las dos llevaran un vestido de color
celeste y mientras Nadia calzaría unos zapatos blancos, mi señora
llevaría puestos unos zapatos plateados.
Astuta como pocas, la madre sabía que mi señora le enviaría a Esteban
un mensaje en el que le diría cómo reconocerla, pues él también quería
saber cual de las dos jóvenes hermanas, que durante tantas tardes había
contemplado sentadas en la misma ventana, era la mujer de la que se
había enamorado una lluviosa tarde de verano.
Luego de varias jornadas de intensos preparativos, la noche tan
anhelada llegó por fin a la casa y lo más selecto de la sociedad de
nuestra ciudad entró en el salón de baile. Desde los aposentos de mi
señora, dos plantas más arriba, se oía el ir y venir de los carruajes y
cómo el murmullo de las voces de los invitados inundaba cada rincón de
la vivienda. Eran las ocho y media de la noche, la hora en que el
malvado plan de su madre echó a andar.
Estaba de pie a la puerta de su dormitorio, atento a su llamado,
cuando un grito de angustia me sobresaltó. Sin pedir permiso entré en la
habitación. Alí estaba, de rodillas ante su armario, las lágrimas
empañando su hermoso rostro.
- Frederick, no están –decía-. Los zapatos plateados no están. ¿Cómo me reconocerá Esteban?
Entonces, apareció ella.
- Los zapatos plateados los está luciendo tu hermana- dijo secamente.
TÍTULO: EL VIERNES PARECE EL MOMENTO DE SER MAÑANA SÁBADO:
ero así Esteban creerá que Nadia soy yo… Madre, no. No puedes hacerme
esto. ¡Oh, mi amado Esteban!- alcanzó a decir antes de que el llanto
ahogara su voz.
- Soy tu madre y sé lo que tengo y puedo hacer. A Esteban lo he
elegido para tu hermana. Para ti ya tengo seleccionado al esposo
apropiado. Ahora, ponte cualquier par de zapatos, arréglate y baja, que
los invitados empezarán a preguntar por ti – dijo y cerró la puerta.
Como si la espada del verdugo no hubiese partido en dos su corazón,
mi señora se levantó, se arregló y tristemente bella descendió las
escaleras hacia una fiesta que ya no era suya. A las puertas del salón
de baile, escuchó las palabras que le dolerían el resto de su vida.
- Mi amada Nadia. Al fin estamos juntos, hoy y para siempre – le dijo
Esteban a la mujer que creía era de la que se había enamorado.
A pesar del paso de los años me invaden el mismo dolor y la misma
rabia que sentí en ese momento, así que sabrán disculparme si no cuento
nada más de lo que sucedió esa amarga noche. Sólo diré la gran
admiración que sentí y siento por la dignidad con la que ella enfrentó
el día más triste de su vida.
Seis meses después, y luego de ver que su amor se casaba con su
hermana, mi señora contrajo matrimonio con un próspero banquero que
tenía una hija, Cenicienta. A pesar de saber que no era amado, él trató
de hacerla feliz y dos hijas fueron el fruto de su relación. Las dos
hermanas,como todos saben, maltrataban a Cenicienta, quien quedó a
merced de ellas y de mi señora, luego de que su padre muriera
repentinamente.
Después de su fallecimiento, una furia dormida despertó en el alma de
mi señora y, sin piedad, se descargó sobre Cenicienta. Furia que estuvo
a punto de arruinarlo todo la mañana en que la joven iba demostrar que
ella era la dueña del famoso zapato de cristal.
Era cerca del mediodía cuando el carruaje real se detuvo a la puerta
de nuestra casa, y el enviado de su majestad reclamó la presencia de
todas las jóvenes que vivieran allí. Como todos ustedes ya saben, una
gran emoción se adueñóde Cenicienta, pues veía cercana la hora en que su
sueño se haría realidad. Fue en ese instante que el dolor reprimido
durante tanto tiempo cegó la mente y el corazón de mi señora. Y ocurrió
lo que todo el mundo conoce. Al menos, una parte.
Estaba presenciando cómo las hermanastras de Cenicienta trataban de
forzar las leyes de la física, intentando que sus enormes pies entraran
en el zapato de cristal, cuando mi señora me llamó aparte, me contó lo
que había hecho, me dio unas llaves y me dijo que liberara a Cenicienta a
tiempo, para que probara que era la dueña del zapato de cristal y la
misteriosa joven de la que el príncipe estaba enamorado con locura, al
punto de cumplir el sueño de su padre de sentar cabeza y casarse.
Cuando me disponía a cumplir con su encargo, me pidió con una sutil
sonrisa que procurara no ser visto y que soltara a los ratones a los que
Cenicienta había convertido en sus mascotas; así ella y el mundo
creerían que las dos pequeñas criaturas habían sido sus salvadores.
- ¡Pero mi señora! – le dije sorprendido y apenado –. Entonces
Cenicienta y el mundo nunca sabrán la verdad y lo de los ratones no creo
que nadie se lo…
Con un suave gesto de su mano me interrumpió y me dijo aquellas
palabras que con tanta emoción recordaré hasta el fin de mi historia.
- Mi querido Frederick. En todo cuento de hadas suceden cosas increíbles; y siempre, siempre, debe haber un villano.
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