sábado, 29 de septiembre de 2012

AJUSTES DE CUENTAS:/ LA OSCURA TRASTIENDA;

TÍTULO; AJUSTES DE CUENTAS:

La novela de Irene Némirovsky pone el foco en la figura de la madre, descrita con mucha dureza,.
Fue deportada desde la Francia de Vicky y murio en Auschwitz en el año 1942,.

La novela habla de una mujer madura, Gladys, sentada en el banquillo acusada de asesinato,.
La película es la siguiente sipnosis o lo de antes es el libro de Ajustes de Cuentas,.

Una banda de delincuentes de París se hizo famosa por llevar a cabo una serie de asaltos a bancos y otros robos delante de las narices de la policía, usando disfraces y consiguiendo evadir a la justicia durante años.

TÍTULO: LA OSCURA TRASTIENDA;

Una investigación sobre traficantes espías y mercado negro en el París de la II Guerra Mundial,.

No era, aunque sus amigos nunca la creyeran, el llegar a ninguna parte lo más
importante de la aventura nocturna. La cinta de asfalto se extendía velozmente a
sus pies, bajo la presión recién comprobada de los neumáticos del Porsche. La luna,
porque solamente acudía a la cita cuando la luna estaba al completo de luz, desde
lo alto ejercía de voyeur alucinado, y las curvas se repetían, una tras otra, como un
ejercicio preparatorio para la experiencia definitiva. Se pasó los dedos por la
melena lacia, oscura, y se quedó un instante con los ojos clavado en el retrovisor
que, y no por casualidad, devolvía los mismos ojos en vez de la carretera que
andaba, con la mayor de las lentitudes, en la parte trasera del automóvil azul. Se
desabrochó el sujetador bajo la liviana blusa y se desprendió, tras levantarse la
falda a cuadros escoceses, de las bragas transparentes que, no sabía porqué,
siempre sustituían, en una noche como esta, a las habituales, negras, ribeteadas de
una puntilla del mismo color. Las curvas acabarían enseguida y ante ella se
extendería la recta inmensa iluminada por el yodo. Y en el centro de la calzada la
línea blanca de separación de los carriles, intermitente, clavándose a cada tramo
hasta lo más hondo conforme la aguja del velocímetro alcanzaba casi los
trescientos sesenta grados de la esfera iluminada. Ahí está ya y el acelerador se
achica bajo el pie tembloroso de excitación. Los ojos, fuera ya del espejo, se
centran en la raya de luz, el pecho, libre de ataduras, sube y baja, la nariz aletea
estallando, finalmente, en el grito alucinante del placer, una y otra vez, a cada
penetración incruenta de la línea central, discontinua, hasta que la humedad se
escapa, poco a poco, desde la vulva temblorosa, para inundar el terciopelo rojo de
los asientos del bólido. Luego, el descenso suave, en silencio, y la contemplación
hermosa de la luna mezclada con la noche,etc,.

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