Yo siempre había afirmado que me habían robado a mi hija e incluso se lo conté a la ASÍ ME ROBARON A MI HIJA María Luisa Torres mayor.
Hace 30 años le robaron a su hija. Ella no olvida y esta misma semana ha comenzado a ver cómo los presuntos culpables testifi can ante el juez. En esta entrevista exclusiva, la primera madre que ha denunciado a sor María relata a nuestra psicóloga Isabel Menéndez el infi erno que ha vivido.
María Luisa Torres y su hija, antes de declarar ante el juez.foto.
Paseaba a su perro Lolo por la calle, cerca de su casa, cuando nos encontramos por primera vez. La sentí cercana, con ganas de hablar, con deseo de entender lo que sentía. Me fue muy fácil realizar esta entrevista, se dejaba llevar por mis preguntas, empujada por su deseo de entender la montaña de afectos que sentía. Yo escuchaba y seguía el relato de su vida, de lo que había sufrido, de cómo había alimentado su secreto esperando el momento oportuno para sacarlo a la luz. Es una mujer fuerte, pero cálida que guarda sus fuerzas para seguir luchando, para que la verdad de su historia sea conocida.
Mujer hoy. Quería darle la enhorabuena porque ha destapado la caja de los truenos y está muy bien que por fi n haya estallado la tormenta. María Luisa Torres. Ya está bien de tener miedo. Yo, desde hace dos años, soy la más valiente del mundo.
¿Cómo se descubrió su caso? Yo siempre había afirmado que me habían robado a mi hija e incluso se lo conté a la ASÍ ME ROBARON A MI HIJA María Luisa Torres mayor, Inés, cuando cumplió 18 años. Por su parte, Pilar también me estaba buscando. Una periodista vio las coincidencias, fuimos a la televisión y allí descubrimos, gracias al ADN, que éramos madre e hija.
¿Qué hizo que su hija Pilar la buscara? Que sus padres adoptivos se separaron. Ella se quedó con el padre. Por lo que tengo entendido, la madre se desentendió. Creo que pensaba que Pilar estaría mejor con él y, de paso, se quitaba un peso de encima. Yo creo que esta señora la adoptó por estatus, porque era lo que le faltaba, pero nunca desarrolló el sentimiento de madre. En la televisión, cuando reencontré a Pilar, lloró hasta la presentadora, y esa mujer no se dignó ni a abrazarnos.
Entonces, con 15 años, ante la separación de sus padres adoptivos su hija empieza a buscarla... Necesita una madre.
Sí, ella comienza su búsqueda. Va a ver a la monja que la robó y esta le dice que para qué va a buscarme, que se puede llevar un disgusto porque puedo ser una prostituta o una drogadicta, y que, además, era difícil localizarme. Tan difícil que en la documentación estaba mi nombre, el de mi madre, mi dirección...
Desde el punto de vista psicológico, eso es una crueldad. Al ocultarle su historia provoca una mutilación en la subjetividad adolescente de su hija.
La monja que le dice que no me busque es sor María Gómez Valbuena. No me cansaré nunca de decir su nombre. Yo tengo lagunas de cuando me robaron a Pilar. No recuerdo las caras del médico ni de las enfermeras. Pero tengo grabado el rostro y el nombre de sor María. Creo que la mente es selectiva y te avisa “quédate con esta cara, porque es la persona que te está robando”.
¿Qué edad tenía cuando nació Pilar? Tenía 24 años, pero no de los de ahora, antes era como tener 19.
Usted, en aquel momento, sentía que no podía cargar a su madre con más trabajo porque cuidaba de sus tres hermanos...
Así es. Por eso estaba buscando una guardería, y acudí a esta monja, que, en principio, ofrecía eso. Yo trabajaba desde los 15 años, porque no quería estudiar y mi madre se llevó el disgusto del siglo porque los profesores decían que era muy buena. Pero la cosa de la juventud, de salir y eso... bueno, de salir... Tenía un padre demasiado estricto, de los de a las nueve en casa.
¿Se casó muy joven?
Sí, con 19 años, porque se dieron una serie de circunstancias. Mi novio se libró de la mili y yo pensé: “Esta es la mía, me caso y así nadie me controla”. Una tontería. Me separé de mi marido cuando mi hija Inés tenía un año y medio. Después me quedé embarazada de Pilar, de un novio que tuve. Dos años más tarde volví con mi marido. Estuve con él 20 años más.
¿Y le contó lo que le había sucedido?
Sí, se lo expliqué. Me quiso ayudar y le expliqué que, según la monja, se habían llevado a la niña a Francia.
¿Quién le puso el nombre a su hija?
Pues se iba a llamar Sheila, pero sor María decidió que ese nombre no era cristiano y que la iba a poner María como ella y Pilar por otra monja amiga suya.
Desde el punto de vista psicoanalítico, parece que esas dos monjas tenían la fantasía de ser las “madres” de los bebés que robaban. ¿Dónde vivía en aquel momento?
En una pensión. Y esto quiero dejarlo claro. Tenía un piso en la Ciudad de los Ángeles, un barrio de Madrid, en propiedad, pero me fui a vivir cerca del trabajo. Por eso vivía en ese piso, que no estaba ni tutelado por la monja, ni por el hospital, ni por nadie. Yo pagaba mi alquiler. Lo quiero dejar claro porque, según esta señora, yo estaba en un piso tutelado y eso lo va a tener que demostrar porque jamás he vivido en un piso de acogida como ella dice.
¿Para qué diría eso?
Para justificar los gastos ante los padres adoptivos. Aunque ellos afirman que no han pagado por la niña.
¿Cómo han vivido usted y su hija todo esto?
Debemos estar hechas de una pasta especial porque hemos estado en un psiquiatra y nos ha dicho que no necesitamos ayuda de nadie, que lo hemos superado muy bien. Yo sé que todavía no nos lo terminamos de creer. Ha sido bonito y emocionante, pero no ha sucedido de la mejor forma.
Fue como pudo ser.
Si veo el vídeo de cuando nos reencontramos... se me doblan las piernas.
¿Recuerda cómo se la quitaron? Con amenazas. Hubo una discusión entre sor María y yo. Yo estaba medio atontada porque me pusieron anestesia general.
¿Tuvo un parto natural?
Sí, pero me pusieron anestesia porque así me podían quitar a mi niña. Sabían que era joven, que tenía carácter, y que despierta no hubieran podido conmigo.
¿Qué sucedió entonces?
Para mí es una pesadilla. Tengo la imagen de esa mujer delante de mí, una persona altiva. Si la ves ahora, cuando sale de los juzgados, es todo un paripé. Tras dar a luz le pregunté: “¿Y mi niña?”. Y me dijo: “Tú no has tenido nada”. “¿Cómo que no he tenido nada?”, le contesté. Y ella repitió: “Que se ha muerto”. Como no la creí, insistí: “¿Cómo que se ha muerto?”. Y me contestó: “No sigas preguntando porque se la van a llevar a Francia. La voy a dar en adopción a una familia francesa”. Entonces creo que nos insultamos, que la agarré, pero como estaba medio dormida no lo tengo claro, pero si no la agarré la tendría que haber agarrado. Se fue, pero dándome de lado. Y me veo yendo detrás de ella, dando tumbos, llego hasta el nido y estaban todas las cunitas vacías, pero justo a mi lado había una niña y ponía María en un cartel blanco. Era mi hija.
¿Qué ocurrió después?Me quedé mirando su cara y, de repente, vi muy claro que me la iba a quitar. Me fijé en que tenía los ojitos azules abiertos de par en par. Tenía puestas unas ventosas en la cabeza y una sondita por la nariz, pero mi niña estaba bien, respiraba con un poco de dificultad, pero se la veía bien. Y, de repente, noté una presión en el brazo, alguien me agarró muy fuerte, me llevó a empujones hacia la habitación y me tiró en la cama. ¿Por qué decidió esa monja que mi hija iba a estar mejor con Alejandro y Juanita que conmigo? Yo solo era una chica trabajadora a la que no le gustaba estudiar.
¿No volvió a ver a la niña?
Desapareció. La monja me amenazó con que si hablaba me quitaría no solo a esta, sino también a Inés, de dos años y medio, y que además iría a la cárcel por adúltera.
Sufrió la mentalidad de esa mujer, cruel y enferma, pero también padeció algo que tenía que ver con el propio sistema social, porque resulta increíble que pudiera tratarse así a una mujer en aquella época.
Mi madre le preguntó a la monja: “¿Qué le ha hecho usted a mi hija, que no se despierta?”. En el informe pone anestesia general y oxitocina, y ahora me he enterado de que con la cantidad que me pusieron me podría haber desangrado. Me “cuidaron”, porque estaba mi madre allí; si llego a ir solita, estoy muerta.
Durante estos años, cuando pensaba en ello, ¿cómo lo vivía? Fue muy duro. Yo iba por la calle mirando fijamente a todos los bebés y pensaba: “Alguna madre llama a un guardia”.
Su hija Inés, la mayor, que es la que más habla, piensa que Pilar se agobia...
Pilar no se agobia porque esto nos quede grande, sino porque ve la casa de su madre y se imagina jugando con sus hermanas. Se ha perdido a su familia biológica, pero algo habrá conseguido de la otra... Ella dice que, hasta los 15 años, ha estado bien, pero a partir de entonces, no tanto.
A esa edad buscó la verdad y le respondieron con una mentira. Pero ahora que se han reencontrado no habría que pensar tanto en lo que perdieron, sino en lo que pueden ganar. Yo estoy resentida con su padre adoptivo desde el momento en que vi que había pagado para que me anestesiaran. Eso no se lo puedo perdonar en la vida.
Y su propio padre, el abuelo de Pilar, ¿cómo se tomó todo lo que había sucedido? Mi padre, pobrecito, se fue al otro barrio hace siete años sin enterarse de nada.
¿Su madre no le contó nada? No, cuando yo me puse de parto, ella me acompañó, pero en casa ni se enteraron.
Pero si no se lo contaron... estaban solas.
Mi madre apoyaba mi decisión de buscar una guardería. Por eso fuimos a la entrevista con sor María las dos juntas. Pero supo que estaban solas. Mi madre era más joven que ella. A ella también la engañó. Yo, hasta hace poco, he pasado miedo. Cada vez que alguien se acercaba a mí pensaba que venía a robarme a mis hijas. Mi familia me dice que ahora entienden por qué he sobreprotegido a Marina, mi hija pequeña, a la que he cuidado por las dos. No cuidaba a una niña, cuidaba de gemelas. Si compraba algo para Marina no era solo para ella, era como si se lo estuviera comprando a Pilar también.
La cantidad de fantasías e ideas que ha debido tener desde que Pilar desapareció hasta que la ha vuelto a encontrar. Ahora tiene que elaborar lo que le hicieron.
Tú eres psicóloga. Tú me puedes entender. Yo tengo sed de venganza. Cuando vi salir a esa mujer de los juzgados me dio un subidón. Ahora me digo: “Con Luisa habéis topado, no sabéis lo que puedo dar de sí”. Me indigno cuando veo a esa mujer protegida por policías, haciéndose la víctima mientras yo voy sola, con la cabeza alta. Además, sé que estoy ayudando a otras familias. Toda la vida he pensado que había sido “la elegida”. Pero ahora sé que hay más casos como el mío.
¿Volvió a ver a sor María después del parto y la desaparición de Pilar?
Sí, en noviembre del año pasado. Sentía la necesidad de hablar con ella, de ver si era la misma persona que me había quitado a la niña. Fui al comedor social y pregunté por ella. Me preguntaron de parte de quién y de carrerilla me salió: “De la madre de Pilar Alcalde”. Al final, bajó. Cuando la vi aparecer, me vino a la cabeza aquel momento: cuando me dijo que me iba a quitar a mis hijas. Se acercó a mí, me dio dos besos. Sentí repugnancia.
¿Sor María la reconoció?
Me preguntó por la niña, por Alejandro y por Juanita y me dijo: “Y tú hija, ¿qué tal? ¿Tienes pareja?”. No sé cómo pude contenerme, actuaba como si fuéramos amigas. Me preguntó si Pilarcita trabajaba. “Sí, madre, es auxiliar de enfermería como yo”, le contesté. “Ah –dijo ella–, es que vino Alejandro y me dijo que a ver si la buscaba algo porque no la gusta trabajar de nada”. O sea, que los padres adoptivos tenían confianza con ella.
Resulta extraño que el padre adoptivo le llevara tanto a la niña para que la viera.
Él le estaba muy agradecido porque le consiguió a Pilar en una semana. Eso lo dijo en televisión. Está todo grabado.
Su profesión, auxiliar de enfermería, tiene un poco de función materna, pero con los mayores. Los ancianos están más cerca de lo que puede ser un padre.
¿Cree que le hubiera gustado estar más cerca de su padre? ¿Que puedo, al cuidar a los mayores, estar cuidando a mi padre y a mi madre? Me encanta mi trabajo. Y, sin embargo, con los niños me agobio. Como he estado protegiendo tanto a mis propias hijas, no quiero tener la responsabilidad de cuidar de otros.
Como si pensara que si está con ellos siempre va a pasar algo terrible o angustioso...
Sí. No sé por qué, ahora recuerdo un sueño que tuve. Soñé que una mano enorme me tapaba la boca y no me dejaba respirar.
Quizá lo que lo que no le dejaba respirar era el secreto que tenía escondido durante toda su vida. La mano delante de la cara lo que impide es hablar no respirar.
Sí, sí, yo quería gritar y no podía.
Pero ahora, por fi n, está gritando su historia y hace bien, porque así está reparando su historia.
Estoy muy contenta. Pilar antes me llamaba “Marisa mamá”, y ahora “mamá mamá”, ya soy su madre. La otra es Juanita. Dice que se va a tatuar el nombre de Sheila: “Me voy a poner el nombre, el de mi madre y mis hermanas, y el mío”. Yo le pregunto: “¿Dónde te vas a poner tanto?”. Como tiene tan poco cuerpo, me dice: “Aquí, mamá, en la espalda”.
Lo que les sucedió ha sido determinante. A mí me ha marcado para toda la vida. Hace poco alguien me dijo: “¿No tienes miedo?”. Lo he tenido durante 30 años, pero ya no. ¿Qué van a hacer? ¿Pagar a un sicario para que me pegue tres tiros?
Parece que estamos hablando de la mafi a. Hay tantas cosas oscuras en esta historia...
Sí, como por ejemplo, si ya estaba de parto, ¿qué necesidad había de oxitocina y de dormirme? Pues porque el padre que se iba a quedar con mi hija había pagado por ello. Además, a mí me sonaba la cara de ese señor. Cuando le vi tras reencontrar a Pilar, le dije: “Yo a ti te he visto antes”. Se puso verde, amarillo, tartamudeaba y todo. Y añadí: “Te voy a hacer una pregunta y tú, honradamente, contéstame, porque yo ya no puedo sufrir más. Cuando yo salía de dar a luz con mi saquito vacío, ¿tú entrabas con tu mujer con un saquito de mimbre rosa con lazos a los lados?”. Vi entrar a ese matrimonio cuando salía de la clínica.
La mirada psicológica
El fantasma de la hija perdida Por Isabel Menéndez (psicóloga)
Una mujer a la que roban su bebé es una mujer rota. Destrozada por una herida que padece en lo más profundo de su mundo emocional. Una lesión que la atraviesa y que sangra constantemente, provocando fantasías y preguntas. ¿Dónde estará?, ¿con quién?, ¿cómo será? El daño psicológico causado a una madre por el robo de su hijo no se puede suturar y la hemorragia emocional persiste a lo largo de los años. Esto le ocurre a María Luisa cuando habla de su hija Pilar, pues se refiere a ella como si siguiera siendo una niña, aquella que le robaron. Durante la infancia de su hija menor, Marina, el fantasma de la que le fue arrebatada seguía allí. Confiesa que cuidaba de dos niñas, no de una. A Pilar lo que le robaron fue, además de a su madre, el derecho a conocer la verdad sobre su propio origen, algo que rompe su proceso histórico y la posibilidad de historiar su existencia. Por otro lado, este tipo de mentiras afecta a más de una generación. Esta herida solo puede cicatrizar cuando esa hija perdida vuelve a los brazos de su madre biológica y la verdad sobre lo ocurrido sale a la luz. Una verdad que podrá ayudar a tejer la historia de sus propias vidas y que verá la luz pública durante el juicio que ha comenzadoesta semana, como así desea María Luisa. La sociedad que permite que se roben los hijos a sus madres está gravemente deshumanizada. Y trata a la mujer como a un pedazo de carne que produce objetohijos que se pueden vender. Las víctimas de este tipo de crimen psicológico deben ser ayudadas y se deben poner todos los medios posibles para que algo así no vuelva a ocurrir:
Mujer hoy. Quería darle la enhorabuena porque ha destapado la caja de los truenos y está muy bien que por fi n haya estallado la tormenta. María Luisa Torres. Ya está bien de tener miedo. Yo, desde hace dos años, soy la más valiente del mundo.
¿Cómo se descubrió su caso? Yo siempre había afirmado que me habían robado a mi hija e incluso se lo conté a la ASÍ ME ROBARON A MI HIJA María Luisa Torres mayor, Inés, cuando cumplió 18 años. Por su parte, Pilar también me estaba buscando. Una periodista vio las coincidencias, fuimos a la televisión y allí descubrimos, gracias al ADN, que éramos madre e hija.
¿Qué hizo que su hija Pilar la buscara? Que sus padres adoptivos se separaron. Ella se quedó con el padre. Por lo que tengo entendido, la madre se desentendió. Creo que pensaba que Pilar estaría mejor con él y, de paso, se quitaba un peso de encima. Yo creo que esta señora la adoptó por estatus, porque era lo que le faltaba, pero nunca desarrolló el sentimiento de madre. En la televisión, cuando reencontré a Pilar, lloró hasta la presentadora, y esa mujer no se dignó ni a abrazarnos.
Entonces, con 15 años, ante la separación de sus padres adoptivos su hija empieza a buscarla... Necesita una madre.
Sí, ella comienza su búsqueda. Va a ver a la monja que la robó y esta le dice que para qué va a buscarme, que se puede llevar un disgusto porque puedo ser una prostituta o una drogadicta, y que, además, era difícil localizarme. Tan difícil que en la documentación estaba mi nombre, el de mi madre, mi dirección...
Desde el punto de vista psicológico, eso es una crueldad. Al ocultarle su historia provoca una mutilación en la subjetividad adolescente de su hija.
La monja que le dice que no me busque es sor María Gómez Valbuena. No me cansaré nunca de decir su nombre. Yo tengo lagunas de cuando me robaron a Pilar. No recuerdo las caras del médico ni de las enfermeras. Pero tengo grabado el rostro y el nombre de sor María. Creo que la mente es selectiva y te avisa “quédate con esta cara, porque es la persona que te está robando”.
¿Qué edad tenía cuando nació Pilar? Tenía 24 años, pero no de los de ahora, antes era como tener 19.
Usted, en aquel momento, sentía que no podía cargar a su madre con más trabajo porque cuidaba de sus tres hermanos...
Así es. Por eso estaba buscando una guardería, y acudí a esta monja, que, en principio, ofrecía eso. Yo trabajaba desde los 15 años, porque no quería estudiar y mi madre se llevó el disgusto del siglo porque los profesores decían que era muy buena. Pero la cosa de la juventud, de salir y eso... bueno, de salir... Tenía un padre demasiado estricto, de los de a las nueve en casa.
¿Se casó muy joven?
Sí, con 19 años, porque se dieron una serie de circunstancias. Mi novio se libró de la mili y yo pensé: “Esta es la mía, me caso y así nadie me controla”. Una tontería. Me separé de mi marido cuando mi hija Inés tenía un año y medio. Después me quedé embarazada de Pilar, de un novio que tuve. Dos años más tarde volví con mi marido. Estuve con él 20 años más.
¿Y le contó lo que le había sucedido?
Sí, se lo expliqué. Me quiso ayudar y le expliqué que, según la monja, se habían llevado a la niña a Francia.
¿Quién le puso el nombre a su hija?
Pues se iba a llamar Sheila, pero sor María decidió que ese nombre no era cristiano y que la iba a poner María como ella y Pilar por otra monja amiga suya.
Desde el punto de vista psicoanalítico, parece que esas dos monjas tenían la fantasía de ser las “madres” de los bebés que robaban. ¿Dónde vivía en aquel momento?
En una pensión. Y esto quiero dejarlo claro. Tenía un piso en la Ciudad de los Ángeles, un barrio de Madrid, en propiedad, pero me fui a vivir cerca del trabajo. Por eso vivía en ese piso, que no estaba ni tutelado por la monja, ni por el hospital, ni por nadie. Yo pagaba mi alquiler. Lo quiero dejar claro porque, según esta señora, yo estaba en un piso tutelado y eso lo va a tener que demostrar porque jamás he vivido en un piso de acogida como ella dice.
¿Para qué diría eso?
Para justificar los gastos ante los padres adoptivos. Aunque ellos afirman que no han pagado por la niña.
¿Cómo han vivido usted y su hija todo esto?
Debemos estar hechas de una pasta especial porque hemos estado en un psiquiatra y nos ha dicho que no necesitamos ayuda de nadie, que lo hemos superado muy bien. Yo sé que todavía no nos lo terminamos de creer. Ha sido bonito y emocionante, pero no ha sucedido de la mejor forma.
Fue como pudo ser.
Si veo el vídeo de cuando nos reencontramos... se me doblan las piernas.
¿Recuerda cómo se la quitaron? Con amenazas. Hubo una discusión entre sor María y yo. Yo estaba medio atontada porque me pusieron anestesia general.
¿Tuvo un parto natural?
Sí, pero me pusieron anestesia porque así me podían quitar a mi niña. Sabían que era joven, que tenía carácter, y que despierta no hubieran podido conmigo.
¿Qué sucedió entonces?
Para mí es una pesadilla. Tengo la imagen de esa mujer delante de mí, una persona altiva. Si la ves ahora, cuando sale de los juzgados, es todo un paripé. Tras dar a luz le pregunté: “¿Y mi niña?”. Y me dijo: “Tú no has tenido nada”. “¿Cómo que no he tenido nada?”, le contesté. Y ella repitió: “Que se ha muerto”. Como no la creí, insistí: “¿Cómo que se ha muerto?”. Y me contestó: “No sigas preguntando porque se la van a llevar a Francia. La voy a dar en adopción a una familia francesa”. Entonces creo que nos insultamos, que la agarré, pero como estaba medio dormida no lo tengo claro, pero si no la agarré la tendría que haber agarrado. Se fue, pero dándome de lado. Y me veo yendo detrás de ella, dando tumbos, llego hasta el nido y estaban todas las cunitas vacías, pero justo a mi lado había una niña y ponía María en un cartel blanco. Era mi hija.
¿Qué ocurrió después?Me quedé mirando su cara y, de repente, vi muy claro que me la iba a quitar. Me fijé en que tenía los ojitos azules abiertos de par en par. Tenía puestas unas ventosas en la cabeza y una sondita por la nariz, pero mi niña estaba bien, respiraba con un poco de dificultad, pero se la veía bien. Y, de repente, noté una presión en el brazo, alguien me agarró muy fuerte, me llevó a empujones hacia la habitación y me tiró en la cama. ¿Por qué decidió esa monja que mi hija iba a estar mejor con Alejandro y Juanita que conmigo? Yo solo era una chica trabajadora a la que no le gustaba estudiar.
¿No volvió a ver a la niña?
Desapareció. La monja me amenazó con que si hablaba me quitaría no solo a esta, sino también a Inés, de dos años y medio, y que además iría a la cárcel por adúltera.
Sufrió la mentalidad de esa mujer, cruel y enferma, pero también padeció algo que tenía que ver con el propio sistema social, porque resulta increíble que pudiera tratarse así a una mujer en aquella época.
Mi madre le preguntó a la monja: “¿Qué le ha hecho usted a mi hija, que no se despierta?”. En el informe pone anestesia general y oxitocina, y ahora me he enterado de que con la cantidad que me pusieron me podría haber desangrado. Me “cuidaron”, porque estaba mi madre allí; si llego a ir solita, estoy muerta.
Durante estos años, cuando pensaba en ello, ¿cómo lo vivía? Fue muy duro. Yo iba por la calle mirando fijamente a todos los bebés y pensaba: “Alguna madre llama a un guardia”.
Su hija Inés, la mayor, que es la que más habla, piensa que Pilar se agobia...
Pilar no se agobia porque esto nos quede grande, sino porque ve la casa de su madre y se imagina jugando con sus hermanas. Se ha perdido a su familia biológica, pero algo habrá conseguido de la otra... Ella dice que, hasta los 15 años, ha estado bien, pero a partir de entonces, no tanto.
A esa edad buscó la verdad y le respondieron con una mentira. Pero ahora que se han reencontrado no habría que pensar tanto en lo que perdieron, sino en lo que pueden ganar. Yo estoy resentida con su padre adoptivo desde el momento en que vi que había pagado para que me anestesiaran. Eso no se lo puedo perdonar en la vida.
Y su propio padre, el abuelo de Pilar, ¿cómo se tomó todo lo que había sucedido? Mi padre, pobrecito, se fue al otro barrio hace siete años sin enterarse de nada.
¿Su madre no le contó nada? No, cuando yo me puse de parto, ella me acompañó, pero en casa ni se enteraron.
Pero si no se lo contaron... estaban solas.
Mi madre apoyaba mi decisión de buscar una guardería. Por eso fuimos a la entrevista con sor María las dos juntas. Pero supo que estaban solas. Mi madre era más joven que ella. A ella también la engañó. Yo, hasta hace poco, he pasado miedo. Cada vez que alguien se acercaba a mí pensaba que venía a robarme a mis hijas. Mi familia me dice que ahora entienden por qué he sobreprotegido a Marina, mi hija pequeña, a la que he cuidado por las dos. No cuidaba a una niña, cuidaba de gemelas. Si compraba algo para Marina no era solo para ella, era como si se lo estuviera comprando a Pilar también.
La cantidad de fantasías e ideas que ha debido tener desde que Pilar desapareció hasta que la ha vuelto a encontrar. Ahora tiene que elaborar lo que le hicieron.
Tú eres psicóloga. Tú me puedes entender. Yo tengo sed de venganza. Cuando vi salir a esa mujer de los juzgados me dio un subidón. Ahora me digo: “Con Luisa habéis topado, no sabéis lo que puedo dar de sí”. Me indigno cuando veo a esa mujer protegida por policías, haciéndose la víctima mientras yo voy sola, con la cabeza alta. Además, sé que estoy ayudando a otras familias. Toda la vida he pensado que había sido “la elegida”. Pero ahora sé que hay más casos como el mío.
¿Volvió a ver a sor María después del parto y la desaparición de Pilar?
Sí, en noviembre del año pasado. Sentía la necesidad de hablar con ella, de ver si era la misma persona que me había quitado a la niña. Fui al comedor social y pregunté por ella. Me preguntaron de parte de quién y de carrerilla me salió: “De la madre de Pilar Alcalde”. Al final, bajó. Cuando la vi aparecer, me vino a la cabeza aquel momento: cuando me dijo que me iba a quitar a mis hijas. Se acercó a mí, me dio dos besos. Sentí repugnancia.
¿Sor María la reconoció?
Me preguntó por la niña, por Alejandro y por Juanita y me dijo: “Y tú hija, ¿qué tal? ¿Tienes pareja?”. No sé cómo pude contenerme, actuaba como si fuéramos amigas. Me preguntó si Pilarcita trabajaba. “Sí, madre, es auxiliar de enfermería como yo”, le contesté. “Ah –dijo ella–, es que vino Alejandro y me dijo que a ver si la buscaba algo porque no la gusta trabajar de nada”. O sea, que los padres adoptivos tenían confianza con ella.
Resulta extraño que el padre adoptivo le llevara tanto a la niña para que la viera.
Él le estaba muy agradecido porque le consiguió a Pilar en una semana. Eso lo dijo en televisión. Está todo grabado.
Su profesión, auxiliar de enfermería, tiene un poco de función materna, pero con los mayores. Los ancianos están más cerca de lo que puede ser un padre.
¿Cree que le hubiera gustado estar más cerca de su padre? ¿Que puedo, al cuidar a los mayores, estar cuidando a mi padre y a mi madre? Me encanta mi trabajo. Y, sin embargo, con los niños me agobio. Como he estado protegiendo tanto a mis propias hijas, no quiero tener la responsabilidad de cuidar de otros.
Como si pensara que si está con ellos siempre va a pasar algo terrible o angustioso...
Sí. No sé por qué, ahora recuerdo un sueño que tuve. Soñé que una mano enorme me tapaba la boca y no me dejaba respirar.
Quizá lo que lo que no le dejaba respirar era el secreto que tenía escondido durante toda su vida. La mano delante de la cara lo que impide es hablar no respirar.
Sí, sí, yo quería gritar y no podía.
Pero ahora, por fi n, está gritando su historia y hace bien, porque así está reparando su historia.
Estoy muy contenta. Pilar antes me llamaba “Marisa mamá”, y ahora “mamá mamá”, ya soy su madre. La otra es Juanita. Dice que se va a tatuar el nombre de Sheila: “Me voy a poner el nombre, el de mi madre y mis hermanas, y el mío”. Yo le pregunto: “¿Dónde te vas a poner tanto?”. Como tiene tan poco cuerpo, me dice: “Aquí, mamá, en la espalda”.
Lo que les sucedió ha sido determinante. A mí me ha marcado para toda la vida. Hace poco alguien me dijo: “¿No tienes miedo?”. Lo he tenido durante 30 años, pero ya no. ¿Qué van a hacer? ¿Pagar a un sicario para que me pegue tres tiros?
Parece que estamos hablando de la mafi a. Hay tantas cosas oscuras en esta historia...
Sí, como por ejemplo, si ya estaba de parto, ¿qué necesidad había de oxitocina y de dormirme? Pues porque el padre que se iba a quedar con mi hija había pagado por ello. Además, a mí me sonaba la cara de ese señor. Cuando le vi tras reencontrar a Pilar, le dije: “Yo a ti te he visto antes”. Se puso verde, amarillo, tartamudeaba y todo. Y añadí: “Te voy a hacer una pregunta y tú, honradamente, contéstame, porque yo ya no puedo sufrir más. Cuando yo salía de dar a luz con mi saquito vacío, ¿tú entrabas con tu mujer con un saquito de mimbre rosa con lazos a los lados?”. Vi entrar a ese matrimonio cuando salía de la clínica.
La mirada psicológica
El fantasma de la hija perdida Por Isabel Menéndez (psicóloga)
Una mujer a la que roban su bebé es una mujer rota. Destrozada por una herida que padece en lo más profundo de su mundo emocional. Una lesión que la atraviesa y que sangra constantemente, provocando fantasías y preguntas. ¿Dónde estará?, ¿con quién?, ¿cómo será? El daño psicológico causado a una madre por el robo de su hijo no se puede suturar y la hemorragia emocional persiste a lo largo de los años. Esto le ocurre a María Luisa cuando habla de su hija Pilar, pues se refiere a ella como si siguiera siendo una niña, aquella que le robaron. Durante la infancia de su hija menor, Marina, el fantasma de la que le fue arrebatada seguía allí. Confiesa que cuidaba de dos niñas, no de una. A Pilar lo que le robaron fue, además de a su madre, el derecho a conocer la verdad sobre su propio origen, algo que rompe su proceso histórico y la posibilidad de historiar su existencia. Por otro lado, este tipo de mentiras afecta a más de una generación. Esta herida solo puede cicatrizar cuando esa hija perdida vuelve a los brazos de su madre biológica y la verdad sobre lo ocurrido sale a la luz. Una verdad que podrá ayudar a tejer la historia de sus propias vidas y que verá la luz pública durante el juicio que ha comenzadoesta semana, como así desea María Luisa. La sociedad que permite que se roben los hijos a sus madres está gravemente deshumanizada. Y trata a la mujer como a un pedazo de carne que produce objetohijos que se pueden vender. Las víctimas de este tipo de crimen psicológico deben ser ayudadas y se deben poner todos los medios posibles para que algo así no vuelva a ocurrir:
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